7º Congreso Misionero Latinoamericano  (CoMLa 7)

2º Congreso  Americano Misionero (CAM 2)

6. Las instancias de animación y formación misionera en la iglesia particular

 

OBJETIVO:  Fortalecer la  conciencia de las instancias misioneras en la Iglesia particular, para lograr una mayor solidaridad universal.

 

1.      Escuchamos el mensaje cristiano

“La iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera”. (AG, 2) La iglesia ha recibido el mandato de realizar el Plan de salvación universal, que nace, desde la eternidad, de la “fuente del amor”, es decir, de la caridad de Dios Padre. Se presenta al mundo como la prolongación del misterio y de la misión de Cristo, único Redentor y primer Misionero del Padre, y es “sacramento universal de salvación”(LG. 1)   La Iglesia es congregada en unidad, en toda la tierra, por el Espíritu Santo, protagonista de la misión,  del que recibe luz y energía para anunciar la verdad sobre Cristo y sobre el Padre por Él revelado. La misión de la Iglesia posee, pues, un carácter esencialmente “trinitario”.

La Iglesia esta profundamente convencida de la propia identidad y misión, y vive esa misma experiencia a través del empeño de sus hijos.

El mandato del Señor resucitado a los apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos” (Mt 28,19) resuena también hoy con todo su valor y vigor.  La Iglesia no puede ni pretende sustraerse a esta responsabilidad, segura de que todos los hombres tienen el pleno derecho de encontrar a Cristo Redentor a través de su ministerio. La misión “ad gentes”, que “ se caracteriza como tarea de anunciar a Cristo y su Evangelio, de edificación de la Iglesia local, de promoción de los valores del Reino” (AG, 6) es, pues, válida, vital y actual. Más aún, observando la realidad demográfica y socio-religiosa del mundo, esta misión debe considerarse todavía en sus comienzos. (AAS 83,1)      En el umbral del tercer milenio, la tarea misionera de la Iglesia, de ningún modo en vía de extinción, posee horizontes cada vez más vastos. (AAS 83,31-35), (ver Cooperatio Missionalis).

 

La Iglesia universal, todas las Iglesias particulares, todas las instituciones y asociaciones eclesiales y cada cristiano en la Iglesia tienen el deber de colaborar para que el mensaje del Señor se difunda y llegue hasta los extremos confines de la tierra (cf. Hch.1, 8), y el Cuerpo Místico llegue a la plenitud de su madurez en Cristo (cf. Ef. 4,13). Son permanentemente actuales las palabras de los apóstoles, que la Iglesia continua repitiendo con convicción:  “Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y escuchado” ( Hch. 4, 20). (AAS 83, 11)

 

Nos apoyamos en las palabras del Papa en la Novo Millennio Ineunte  29:  “El Jubileo nos ha ofrecido la oportunidad extraordinaria de dedicarnos, durante algunos años, a un camino de  unidad en toda la Iglesia, un camino de catequesis articulada sobre el tema Trinitario y acompañada por objetivos pastorales orientados hacia una fecunda experiencia jubilar... es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial.  En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas concretas, objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios, que permiten que el anuncio de Cristo, llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura ... Nos espera una apasionante TAREA DE RENACIMIENTO PASTORAL….. .-UNA OBRA QUE IMPLICA A TODOS”.

 

 

2. Confrontamos el mensaje con la vida

 

2.1 PRECEDENTES HISTÓRICOS DE LA SITUACIÓN ACTUAL FRENTE A LA MISIÓN.

 

 Los avances de los siglos han llevado a la creación de organizaciones a todo nivel y se ha visto la necesidad de coordinación y de trabajo conjunto también en la realización de la tarea misionera de la Iglesia .

 

La primera expansión de la Iglesia en el mundo greco-romano se realizó en forma espontánea y no organizada por el empuje de las primeras comunidades cristianas. Llenas del Espíritu Santo testificaban la presencia del Señor recordando sus palabras. (Mt. 28,20; Mc. 16,15; Lc. 24,48; Hch. 5,42; Hch. 12,24).

 

Más tarde una parte del anuncio evangélico al mundo fue realizada por los monjes.  Sólo en la edad media se inició, por parte de los Papas, el envío de misioneros y misioneras a pueblos no cristianos.  Hay que llegar al tiempo de las grandes colonizaciones españolas y portuguesas para encontrar en la Iglesia un esfuerzo de organización sistemática del trabajo misionero.  Esfuerzo, a menudo, neutralizado por las ingerencias políticas.

 

El “Revivir misionero” se inicia en el siglo XIX y desde entonces el esfuerzo misionero se desarrollará prodigiosamente a nivel mundial.  El Papa y la Congregación para la Propagación de la Fe darán claramente sus directivas al inmenso esfuerzo y a la generosidad de los católicos (A.G. 28).  Las Encíclicas Misioneras abrieron horizontes a la Iglesia Misionera, el Concilio Vaticano II recoge estas iniciativas y las impulsa.

 

Las Obras Misionales Pontificias, nacidas por la iniciativa privada a través de medios sencillos y débiles, suscitaron en estos momentos un gran fervor misionero tanto para la cooperación misionera como para la acción misionera directa.  Algunos Institutos e Instituciones misioneras son fruto de su acción y respuesta a tantas situaciones de la humanidad (RMi.5, Puebla 13).

 

La conciencia misionera se ha visto reflejada en encuentros misioneros a nivel diocesano o nacional y continentales.  Entre ellos los Congresos Misioneros Latinoamericanos (COMLAs), como también los Sínodos preparatorios al Jubileo.

 

La vitalidad de la misión contemporánea se expresa también en la búsqueda de nuevos caminos para la evangelización.  Al lado de los que ha sabido enfrentar la Iglesia, parecen privilegiarse otros particulares:

Ø      Su dimensión espiritual.

Ø      La misión ad – intra y ad – extra.

Ø      La relación entre Iglesias locales (RMi. 2y 64)

Ø      La Iglesia Local y las tres fuerzas Misioneras:

·        La obra misionera de la propia diócesis.

·        Las OMP.

·        Los Institutos Misioneros (AG. 38, RMi. 63-66, 84-85)

Ø      La misión como servicio a los pobres.

 

2.2  LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS (OMP)

 

Son una “Institución de la Iglesia universal y de cada Iglesia particular”, puesto que “tienen como finalidad despertar y profundizar la conciencia misionera del Pueblo de Dios, informar a éste de la vida y necesidades de la misión universal, animar a las Iglesia a orar unas por otras, a sostenerse mutuamente mediante el envío de personal y ayuda material, suscitando así un espíritu de solidaridad vivido en vistas de la evangelización” (Estatutos cap. 5).

 

Cada una de las Obras se concreta en un objetivo más específico:

 

a)      LA OBRA PONTIFICIA DE LA PROPAGACIÓN DE LA FE, tiene como tarea la animación misionera de toda la comunidad eclesial.  Ella debe “suscitar interés por la evangelización universal en todos los sectores del Pueblo de Dios”, promoviendo  “la educación, información y sensibilización misioneras”.  La Obra de la Propagación de la Fe, se inició en Lyon, en 1822, por un grupo de laicas y laicos entre las que destacaba Paulina Jaricot.  La Obra fue recomendada continuamente por los Papas y por sus Encíclicas misioneras.  Pío XI, en 1922, centenario de la fundación, la declaró PONTIFICIA como “órgano oficial de la Santa Sede para recoger las limosnas de los fieles en todo el mundo y repartirlas entre todas las misiones” (Motu Propio Romanorum Pontificium, 1922).

 

Un día señalado de modo especial para esta Obra es el “Domingo Mundial de las Misiones” (DOMUND).

 

Dentro de la Obra de la Propagación de la Fe, está la organización del pre-juvenil y Juventud Misionera (JUMI), la Unión de Enfermos Misioneros (UEM), la Familia Misionera (FM).

 

b)      LA OBRA DE SAN PEDRO APÓSTOL tiene como objetivo “sensibilizar al pueblo cristiano sobre el  problema de la formación del clero local en las Iglesias misioneras”, invitando a “colaborar en la formación de los candidatos al sacerdocio mediante una ayuda espiritual y material”.

 

La Obra fue fundada en Caen, en 1889, por Estefanía y Juana Bigard.   La Obra fue declarada PONTIFICIA también por Pío XI en 1922 (Motu Propio Rom. Pont., 1922).

 

c)      LA OBRA PONTIFICIA DE LA INFANCIA MISIONERA (Santa Infancia), “es un servicio de las Iglesias particulares, que trata de ayudar a los educadores y despertar progresivamente en los niños una conciencia misionera universal y a moverles a compartir la fe y los medios materiales con los niños de las regiones y de las iglesias más desprovistas al respecto”.  Se intenta que los niños y niñas mismos sean misioneros y misioneras de otros niños y niñas, compartiendo la fe”.  La Obra fue fundada en 1843 por Carlos Forbin Janson, Obispo de Nancy.  Pío XI en 1922 la declaró PONTIFICIA junto con las demás Obras Misionales.

 

d)      LA PONTIFICIA UNIÓN MISIONAL:  tiene como objetivo “la formación y la información misionera de los sacerdotes, de los religiosos y religiosas, de los aspirantes al sacerdocio y a la vida religiosa (vida consagrada), así como de otras personas empeñadas en el ministerio pastoral de la Iglesia” (Estatutos, cap. II).  Fue fundada en 1916 por el Beato Padre Pablo Manna, misionero del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (Italia).  Inicialmente  era sólo para el Clero (Unión Misional del Clero).  Pío XII (14 de julio de 1949), la extendió a los religiosos y religiosas.

 

Esta Obra debe ser cultivada en las comunidades cristianas; trata además de promover otras Obras, de las que ella es el alma”.

 

“La consigna ha de ser ésta:  Todas las Iglesias para la conversión de todo el mundo” (R.Mi. 84).

 

2.3  LOS INSTITUTOS MISIONEROS Y LA ANIMACIÓN - COOPERACIÓN MISIONERA.

 

Entre los agentes de la pastoral misionera ocupan hoy, como en el pasado, un puesto de fundamental importancia aquellas personas e instituciones a las que el decreto Ad Gentes dedica el capítulo: “Los Misioneros”  (R.Mi. 65-66-69-70).

 

Desde el siglo XVII existen Institutos Misioneros “Ad Gentes”, y muchos otros desde su nacimiento fueron misioneros, con una característica propia:  intervenir directamente en la animación y cooperación misionera.  También han colaborado muchos de ellos en la dirección de las OMP.

 

En el siglo XIX y a principios del XX, las OMP tuvieron un gran papel en la animación y cooperación, muchos Institutos e Instituciones misioneras se insertaron en el campo de la misión.

 

Los documentos de la Iglesia refirman la importancia de los Institutos misioneros como medio privilegiado para la perseverancia de los misioneros y misioneras “ad vitam”, no “solo para la actividad misionera “ad gentes”, como es su tradición, sino también para la animación misionera tanto en las Iglesias de antigua cristiandad, como en las más jóvenes (R.Mi. 66, A.G. 27, 35-36,77, Hch. 14,27).

 

 

 

 

2.4  ESTRUCTURAS DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES:

 

Las CONFERENCIAS EPISCOPALES “son expresión de integración pastoral de la Iglesia para beneficio de las Iglesias particulares” (Puebla 159).

 

Se ha acentuado en ellas el carácter de servicio y sacramento como también su dimensión de afecto colegial (Puebla 260), cada día adquieren mejor organización y trabajan por dotarse de organismos subsidiarios (Puebla 635).

 

Desde los primeros siglos de la Iglesia, los obispos que estaban al frente de las Iglesias particulares movidos por la comunión de fraterna caridad y por el celo de la misión universal confiada a los apóstoles, aunaron sus fuerzas y voluntad para promover el bien común de las Iglesias particulares.  Hoy, de manera especial, se organizan sínodos, concilios provinciales y plenarios donde se establecen normas iguales para varias Iglesias, de esta manera manifiestan la unidad pedida por Jesús “Que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn. 17,21; Ch. D. 36-37-41, 18, AG.38).

 

Por razón de la común responsabilidad misionera de los Obispos, en todas las Conferencias Episcopales debe ser constituida una especial “Comisión Episcopal para las Misiones” (A.G. 38).  Su tarea es incrementar la evangelización “ad gentes”, la animación y la cooperación misionera en sus varias formas y mantener las relaciones con la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y con la Conferencia Episcopal para garantizar la unidad de acción.  El dinamismo y la capacidad de coordinación de esta Comisión favorece en gran manera la cooperación misionera en una nación (RMi.66).

 

A fin de conseguir mayor unidad y eficacia operativa en la animación y cooperación y evitar competencias y repeticiones, la Conferencia Episcopal constituya un “Consejo Misionero Nacional” del que se sirva para programar, dirigir y revisar las principales actividades de cooperación a nivel nacional (Ecclesiae Sanctae III, art. 11).  Su número y proporción de los miembros del Consejo Misionero Nacional son establecidos por la Conferencia Episcopal o por la Comisión Episcopal para las Misiones.  Forman parte:  el Director Nacional de OMP, los Secretarios Nacionales de las Obras o sus delegados, sacerdotes diocesanos escogidos por la Comisión delegados de los Institutos misioneros y de otros Institutos de Vida Consagrada y de sociedades de vida apostólica que trabajan en territorio de misión, delegados de asociaciones misionales laicales.

 

2.5 COOPERACIÓN A LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA

 

DEBER DE LA COOPERACIÓN MISIONERA:  Cuando hablamos de la actividad misionera de la Iglesia podemos encontrar luces muy oportunas en algunos documentos de la Iglesia.  Ad Gentes  6 afirma que los “heraldos del Evangelio”, es decir los misioneros y misioneras, yendo por todo el mundo no cristiano, consagran por completo su vida a la evangelización y plantación de la Iglesia.  Ellos y ellas tienen una tarea propia, un “compromiso específico” que es de ellos y ellas y no de todos.  Son los-las artífices de la actividad misionera en el sentido más completo de la palabra.

 

Más, los “misioneros-as” no son los únicos encargados de resolver el problema misionero.  La salvación del mundo es tarea de “toda la Iglesia”.  Todos y cada uno de los cristianos y cristianas estamos implicados-as en esta causa.  “Dado que la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el Concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido en la obra misionera” (A.G.35).  Todas las Encíclicas misioneras nos han recordado este deber.

 

La fuerza del compromiso misionero de todo el pueblo cristiano y de cada uno de sus miembros, es el amor.  “Por el precepto de la caridad, que es el más grande de los mandamientos del Señor, cada cristiano está comprometido a buscar la gloria de Dios con la venida de su Reino y la vida eterna para todos los hombres; para que ellos conozcan al único verdadero Dios y a su enviado Jesucristo.  Por lo tanto, todos los cristianos tienen el noble deber de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres, en toda la tierra” (Ap. Act. 3).

 

LA COOPERACIÓN MISIONERA puede desarrollarse en múltiples modalidades desde las más sencillas hasta las de mayor trascendencia.  Siempre pueden surgir expresiones nuevas.  Algunas son fundamentales e indispensables. La cooperación se fundamenta y se vive, ante todo, mediante la unión personal con Cristo:  sólo si se está unido a El, como el sarmiento a la vid (Jn. 15,5) se pueden producir buenos frutos.  La santidad de vida permite a cada cristiano y cristiana ser fecundo-a en la misión de la Iglesia (R.Mi. 77b).

 

“La participación en la misión universal no se reduce, pues, a  algunas actividades particulares, sino que es signo de la madurez de la fe y de una vida cristiana que produce frutos”.

 

Se nos propone cooperar con tres formas:

 

a)      Cooperación espiritual:  oración y sacrificios por los misioneros y misioneras, por la obra misionera de la Iglesia.

b)      Cooperación con misioneras-os: la cooperación se manifiesta además en el promover las vocaciones misioneras. 

c)      Cooperación material:  son muchas las necesidades materiales y económicas de las misiones:  para fundar la Iglesia con estructuras mínimas (capillas, escuelas para catequistas, seminaristas, viviendas), también para sostener las obras de caridad, de educación,  de promoción humana; campo inmenso de acción, especialmente en los países pobres.  Dar económicamente (A.G. 36 al 39; R.Mi. 81), dar de su propio tiempo, darse a sí mismos, buscar información continua sobre las misiones (A.G.36).

 

El problema misionero encontrará solución sólo cuando todos los cristianos y cristianas sientan como propio el mismo problema, porque entonces habrá todo lo necesario para las misiones: personas disponibles para anunciar el Evangelio, oraciones para hacer fructificar la predicación, los recursos económicos necesarios al apostolado misionero.  Todo esto se alcanza a través de la animación misionera, pues cuando los cristianos y cristianas están mentalizados misioneramente:  marchan a misiones si están llamados, rezan por las misiones y por las misioneras-os, dan ayudas materiales necesarias.

 

Es a nivel de parroquias, diócesis, conferencias episcopales que deben desarrollarse el servicio misionero y la ayuda mutua de las iglesias.  Todas ellas existen para trabajar y darse a nivel de Iglesia universal y del mundo entero.  Pues si se cierran sobre sí mismas, o porque pasan por situaciones difíciles, o porque viven demasiado acomodada, disminuye automáticamente su fervor y pierden el entusiasmo.

 

Por el contrario, cuando parroquias , diócesis, conferencias episcopales, sacerdotes, consagradas-os, laicas-os, “Expanden los campos de la caridad hasta los confines de la tierra tienen de los que están lejos una preocupación semejante a la que sienten por sus propios miembros”, interviene una “gracia de renovación” que empuja a nueva vida y a mayor actividad (A.G. 30,31,39,40,41).

 

 

2.6 COORDINACIÓN DE LOS ORGANISMOS DE COOPERACIÓN DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES Y LAS OMP.

 

Existen Directivas para garantizar una buena coordinación de las actividades entre estos organismos de cooperación.  La solicitud de la Iglesia a través de los Sumos Pontífices y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos se hace presente; además se trabaja fomentando la unión con las Conferencias Episcopales por la Comisión de Misiones.

 

Los programas de las OMP se integran en los programas pastorales de las diócesis a través de los Directores Diocesanos.  Se les debe reconocer y asegurar su función de ser instrumento oficial de la Iglesia universal (CIC. 782, 791).  Cada  diócesis está llamada a entregar oportunamente las ofertas voluntarias de los fieles para las OMP, sean fruto de la jornada misionera mundial o de otras colectas y entradas de carácter misionero y a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos la ayuda proporcionada a los ingresos propios, conforme a las indicaciones dadas por la Conferencia Episcopal. Se tiene en cuenta que “las ofertas hechas por los fieles para un determinado fin no pueden ser empleadas sino para este fin” (CIC. Can. 1267).

 

El Director Nacional de las OMP debe encontrar apoyo efectivo en la Comisión Episcopal para el cumplimiento de su servicio, que debe ser integrado y nunca asumido en oposición con el de los otros responsables y agentes de la cooperación misionera.

 

La mutua participación en encuentros misioneros, programados por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos o por las Conferencias Episcopales, son de provecho para la obra de la evangelización universal de la Iglesia y refuerza los vínculos de comunión y de colaboración entre la Santa Sede y las Iglesias particulares, como también entre las comunidades eclesiales mismas, favoreciendo la cooperación misionera.

 

 

 

2.7  FORMAS ESPECIALES Y NUEVAS DE COOPERACIÓN MISIONERA

 

El mundo en que vivimos se caracteriza cada vez más por la movilidad de las personas, de las familias y grupos humanos.  Son múltiples y variadas las razones por las que se traslada la gente, temporalmente o de manera definitiva, de un país a otro: turismo masivo, motivos de estudio o de trabajo, situaciones políticas y sociales tristes que obligan a expatriarse. Se crean así muchas situaciones misioneras nuevas; sea porque en regiones y comunidades cristianas vienen a establecerse individuos, familias y grupos no cristianos, sea porque son los cristianos-as los que se trasladan a ambientes y sociedades no cristianas. Por ello, muchas Conferencias Episcopales han creado comisiones especiales para la misión de la Iglesia entre indígenas, migrantes, población en movilidad y afroamericanos, de modo que las acciones de la Iglesia correspondan eficazmente y de manera coherente a particularidades y diferencias históricas y culturales de estas poblaciones de creyentes.

 

Surgen para los discípulos de Cristo de estas situaciones tareas y responsabilidades misioneras.  El compromiso primero y fundamental que se les exige es el TESTIMONIO coherente y perseverante de su propia fe, que deben dar ante los no cristianos con quienes pueden entrar en relación y colaboración por cualquier motivo.  La R.Mi. recuerda que al principio del cristianismo el testimonio luminoso de los miembros de la Iglesia sirvió de gran estímulo para atraer la fe y para dar inicio a nuevas comunidades cristianas.  También el Papa Pablo VI recordó en la Evangelii Nuntiandi con firmeza e insistencia la importancia del testimonio de vida, “que comporta presencia, participación, solidaridad y que es  un elemento esencial, en general el primero absolutamente en la Evangelización.  (E.N. 21) (cfr. E.N. 41,69,76) (R.Mi 82).

 

“Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y todos los pueblos...  Como los apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo con “María, la Madre de Jesús” (Hch. 1,14) para implorar el Espíritu y obtener fuerza y valor para cumplir el mandato misionero.  También nosotros, mucho más que los apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu (R.Mi 92)

 

3.  Propongámonos qué debemos hacer con el mensaje recibido:

 

1.      Nuestra tarea es anunciar a Jesucristo.  Mirando la parroquia, (la diócesis) encontramos diversas maneras de anunciar a Jesucristo que benefician al Pueblo de Dios, hagamos un listado de ellas.  Compartir en plenaria.  ¿A cuál de ellas podemos integrarnos?

 

2.      Encarnar el Evangelio es hacer que cada persona, cada grupo viva el Evangelio, se deje transformar por él.  Encontramos muchos grupos parroquiales e Institutos Religiosos que ayudan, enriqueciendo a la Iglesia.  Conozcámoslos.  Compartir en plenaria.  ¿A cuál de ellos pertenecemos?  Cómo pudieran vincularse mejor a la parroquia? ¿Cómo se pudiera acrecentar en ellos el espíritu misionero?

 

3.      La tercera tarea nos hace mirar a la formación de comunidades cristianas misioneras.  Sugerir 10 características que deban tener para vivir mejor, con mayor entrega su compromiso misionero.  Compartir en plenaria.  ¿Qué hacemos para que la comunidad  responda con pastorales específicas a las poblaciones indígenas y afroamericanas, de modo que el Evangelio se encarne en su historia y en sus culturas?

4.  Oremos:

 

Señor Jesús,

 la presencia renovadora de tu Espíritu

está presente en la Iglesia cumpliéndose tu Palabra.

 

Concédenos que la Buena Nueva,

único programa del Evangelio siga introduciéndose

 en la historia de cada comunidad eclesial

de tal manera que las fuerzas vivas de cada lugar

se despierten  a la misión universal,

se reconforten como las primeras comunidades cristianas

al lado de la Santísima Virgen María

en oración asidua y perseverante

para ser testimonio en el mundo

de tu actuar salvífico en el hoy de la humanidad.

 

Amén.


 

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