7º Congreso Misionero Latinoamericano (CoMLa 7) 2º Congreso Americano Misionero (CAM 2) |
7. Los nuevos caminos en el anuncio del Evangelio de la vida
Objetivo:
Tomar conciencia de que los cambios sociales y tecnológicos exigen asumir nuevos caminos en el anuncio del Evangelio de la vida para hacer presente el Reino de la verdad y el amor.
1.
Escuchamos el mensaje cristiano
La vida, contenido de la buena noticia. Tanto amó Dios al
mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna. Dios no
envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de Él (Jn
3, 16-17).
Estas palabras tomadas del Evangelio de Juan
nos llenan de alegría y de esperanza al comprender que el origen de la
misión, el envío de Jesús al mundo, está dirigido a la construcción del
Reino de la vida. Se trata, en primer lugar, de la vida de Dios compartida por
la presencia del Espíritu en cada creyente. Se trata también de las
condiciones históricas y temporales que hacen que las personas vivan con más
dignidad. Se trata igualmente de la
protección de la vida en la creación, de la calidad del ambiente. Como afirma Jesús: yo
he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud (Jn
10,10). En consecuencia, la misión es buena noticia del Dios de la
vida, porque Dios es vida. Y la
vida evoca el proceso histórico y también la eternidad:
yo soy el pan vivo bajado del
cielo. El que come de este pan,
vivirá para siempre (Jn 6,51).
Jesús es consciente de su misión y el Espíritu Santo le asiste permanentemente. Su experiencia filial en la comunión trinitaria le hace comprender el sentido profundo de esta misión. Por eso, Jesús está dispuesto a dar su vida en rescate por muchos como leemos en Juan: Nadie tiene poder para quitarme [la vida]; soy yo quien la doy por mi propia voluntad (Jn 10, 18); nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos (Jn 15,13).
La vida es un valor en sí mismo y, en el contexto del Reino, es don gratuito de Dios. Por eso, el anuncio del evangelio es promoción de vida en todo ámbito y contexto. Es en primer lugar la vida de Dios por el don del Espíritu en todo creyente. Pero como el orden de la redención se funda en el orden de la creación, se trata también de la salvaguarda, defensa y promoción de la vida humana y del desarrollo integral de la persona y la sociedad. La promoción de una vida cada vez más plena, orientada al servicio de una sociedad más humana, justa, pacífica, solidaria y reconciliada son características del Reino de Dios. También se incluye la preocupación por las otras formas de vida en la creación y por la calidad del ambiente en el que se realiza la vida y del que la vida obtiene su sustento material.
Jesús envía a sus discípulos a proclamar el evangelio de la vida: como el Padre me ha enviado, yo también los envío a ustedes (Jn 20, 21). Ser anunciadores del evangelio de la vida significa promover cuanto es vida y, en algún momento, ser fuerza de choque contra todo aquello que no está del lado de la vida y que no la promueve o incluso la destruye. Igual que me han perseguido a mí, los perseguirán a ustedes (Jn 15,20). El Espíritu estará junto a la comunidad enviada, para que ésta dé testimonio: El Espíritu de la verdad que yo les enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Ustedes mismos serán mis testigos porque han estado conmigo desde el principio (Jn. 15, 26-27).
A partir de este envío, la Iglesia y todos sus miembros somos enviados a transmitir la buena noticia, que es promoción de vida y de esperanza. Perdón de los pecados y de todo aquello que sofoca tanto la vida divina como la vida natural en las personas. Dentro de este contexto se hace necesaria la experiencia a favor de la vida de la gracia, como triunfo de Jesús sobre el pecado que no valora la vida. La conversión es ese proceso de cambio de mente y de corazón para pensar y sentir en función de la vida.
Los nuevos caminos para promover la vida. ¿Cuáles son los nuevos caminos que debemos seguir hoy en el anuncio del Evangelio de la vida? Nos detendremos a mencionar algunos que consideramos especialmente relevantes para nuestro contexto continental a partir de la referencia que nos ofrece la Encíclica Redemptoris Missio de Juan Pablo II.
a. Los medios de comunicación social. La buena noticia es palabra que actualiza la salvación y ésta promueve la vida. La misión es comunicación, cercanía de Dios a las personas, de las personas a Dios y de las personas entre sí como comunidades vivientes que promueven la vida de Dios. El medio clásico de la transmisión de la fe, es la palabra oral y escrita, juntamente con el testimonio de vida. Los espacios tradicionales de la comunicación oral y escrita han de ser cada vez mejor aprovechados para proponer el Evangelio de la vida.
Sin embargo, los cambios de los tiempos abren nuevas posibilidades de comunicación. Algunos de estos caminos se ofrecen por la técnica: la radio, el cine, la televisión, la comunicación electrónica. Aunque en ocasiones los medios de comunicación social no favorecen una propuesta de vida como la del Evangelio y la Iglesia de Cristo, por otro lado gracias a ellos, la comunicación está unificando a la humanidad transformándola en una “aldea global”. Ya el CAM 1 COMLA 6 insistía en esto, cuando proponía crear un fuerte organismo de comunicación católico masivo a nivel de toda América. Así pues, los medios de comunicación social han de ser aprovechados para multiplicar apropiadamente el mensaje.
b. La evangelización de pueblos y áreas culturales específicas. Se trata de vastas zonas en las que viven pueblos y comunidades indígenas y afroamericanas con culturas e historias propias, diferentes de la cultura en la que se encuentra el mensaje evangélico. Allí donde no ha llegado el anuncio del Evangelio ni existe ya una presencia de la Iglesia local pues faltan comunidades cristianas autóctonas o donde se carece del dinamismo para evangelizar su propia cultura o su sociedad. En ese sentido, “cuanto más vital sea la Iglesia particular, tanto más hará presente y visible la Iglesia universal y más fuerte será su movimiento misionero hacia los otros pueblos”. (DP 363).
Sin embargo, hemos de ir más allá porque “la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta usarlos para difundir el mensaje cristiano y el magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta “nueva cultura” creada por la comunicación moderna”. (RMi 37c) Esto es aún más urgente, dado que la globalización ha causado también el aumento de personas y grupos excluidos, lo cual invita a fortalecer y promover los valores y riquezas propias de la cultura de cada pueblo.
c. La evangelización de las nuevas situaciones sociales. Otros caminos se abren a través de las transformaciones sociales del momento presente. Las personas se vinculan no sólo a la comunidad geográfica en su residencia, sino a otros grupos de pertenencia laboral, deportiva, educativa, cívica, política, cultural, etc. Estos grupos de pertenencia participan del cambio profundo que experimentan la cultura y las sociedades que viven de acuerdo a un escenario totalmente nuevo: globalización, pluralismo, replanteamiento de criterios y de actitudes, masificación, nuevos ámbitos de socialización. Estas transformaciones sociales determinan nuevas costumbres y modelos de vida así como la uniformidad en una sola forma cultural. Han cambiado los patrones y medios de transporte y recreación de las personas. La mayor movilidad atenúa el sentido de pertenencia de las personas a un lugar geográfico.
Antes del Concilio Vaticano II, el concepto de misión era entendido más bien como algo eminentemente geográfico, sin embargo los retos que se nos presentan han de hacernos entender mejor el sentido de la misión. Se trata de llevar el evangelio de la vida a aquellas personas que aún perteneciendo a comunidades parroquiales, movimientos, etc. están lejos de Cristo o no conocen a Cristo, incluso conociéndolo no viven el espíritu del Evangelio de Cristo porque viven inmersos en una sociedad donde los valores no son los del Evangelio. Por tanto, también estos espacios no geográficos son un reto al Evangelio de la vida; son situaciones culturales que hacen presente la cultura de la violencia generalizada, ambientes de falta de respeto a la dignidad e integridad de la persona humana, falta de valoración de la vida en sí misma, el aborto, la eutanasia y los demás aspectos de bioética. Juan Pablo II enseña que la cultura de la modernidad es una “cultura de la muerte”.
Todos estos espacios exigen una proclamación más profunda del Evangelio de la vida en la diversidad de sus contextos y culturas. La riqueza del Evangelio nos permite proclamar en las distintas culturas la cercanía del Dios que promueve la vida en estratos sociales, en ambientes culturales y en todos los procesos humanos para que éstos permitan espacios donde los seres humanos puedan vivir de acuerdo a su dignidad de hijos e hijas de Dios. Dentro de estas nuevas situaciones sociales o “nuevos areópagos” podemos mencionar los siguientes:
- El compromiso de vivir y transmitir la vida divina, la gracia, como participación de la vida en Cristo.
- El compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos.
- El compromiso de hacerse cercano a los pobres entre los más pobres, es decir, a los que no tienen fe o no conocen a Jesucristo.
- El compromiso por la defensa de la vida desde su concepción hasta su muerte natural.
- El compromiso por promover los Derechos Humanos así como los derechos de los pueblos y, dentro de éstos, de una forma especial los derechos de las minorías.
- El compromiso a favor de la niñez, con las personas con discapacidad, con los portadores de VIH/SIDA, etc.
- El compromiso de promover las culturas, de descubrir en ellas las semillas de la Palabra, y de llevarlas a su madurez por el Evangelio.
De modo especial, subrayaremos dos especialmente importantes.
d. La promoción de la mujer. Las mujeres y su promoción integral como personas se ha convertido en un tema transversal en todos estos ambientes, por la trascendencia que tiene. Una nueva conciencia de género atraviesa la entera comprensión de la realidad humana y eso ha de ser acogido en todo su valor, pero también ha de ser purificado de posibles peligros. De cualquier forma, es evidente que el anuncio evangelizador debe lograr ofrecer una colaboración eficaz en la eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres y en la promoción de sus derechos, así como en la erradicación de la violencia intrafamiliar y en lograr su inserción en el sistema productivo de cada país. Evidentemente, eso no será posible mientras no se logre dicha promoción dentro de la misma comunidad eclesial, por lo cual es necesario abrir espacios para la participación activa y corresponsable de la mujer en la reflexión y análisis de las situaciones que condicionan la vida pastoral. También se debe fomentar su participación en aquellas instancias de toma de decisión pastoral que por su naturaleza canónica permiten la presencia de mujeres, así como en la colaboración en el servicio ministerial en la Iglesia, donde la naturaleza teológica de los mismos lo permita.
e. La promoción de un medio ambiente sano. La ecología también ha de ser evangelizada; es más, un verdadero anuncio del Evangelio de la vida debe poder trabajar por un medio ambiente sano que haga posible el desarrollo sostenible y todas las acciones conducentes a evitar su deterioro. Según la mentalidad que hemos recibido de nuestra herencia occidental, la tierra es una propiedad, es un bien privado, es una mercancía que se compra y se vende, según las culturas de nuestros antepasados indígenas y afroamericanos, en la tierra está presente Dios, que se relaciona con nosotros como Madre, nos da vida, y sustenta a todo ser viviente. Dios hizo todas las criaturas para convivir en armonía y está presente en toda la creación, ejerciendo sobre ella un señorío pleno. Al terminar la creación nos dijo: “sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y apóyense en ella” (Gen 2,28). De ahí que el ser humano no es dueño absoluto de la creación sino sólo su administrador y su sobrevivencia depende del apoyo que encuentre y mantenga en la tierra. Por lo cual ha de cumplir con este encargo con responsabilidad y fidelidad, sabiendo que el abuso de los recursos naturales es ofensa a Dios por lo que “cada hombre debe evitar acciones que puedan dañar la pureza del ambiente; para todo cristiano constituye un compromiso moral cuidar la tierra” (Juan Pablo II). Se trata de “preservar los recursos naturales creados por Dios para todos los hombres a fin de transmitirlos como herencia enriquecedora a las futuras generaciones” (DP 1236). Los estudios contemporáneos demuestran que es un hecho irrefutable que nosotros viviremos mientras viva la tierra, con todo su equilibrio y ambiente. Los indígenas creen que el ser humano, subsistirá mientras se conserve el equilibrio de todo el universo.
Dios hizo nuestro ecosistema con agua abundante, con árboles frondosos y bellos, con una ecología maravillosa, con flora y fauna que pueden acrecentar la plenitud y la calidad de la vida de los seres humanos (Gn 1). En reciprocidad el hombre y la mujer pueden crear espacios, estructuras, organizaciones, que permitan el cuidado del ecosistema, para orientarlos hacia la promoción de la vida. Justamente en la experiencia de crecimiento y de realización de la vida de las hijas y los hijos de Dios es donde comenzamos a experimentar la experiencia de la salvación.
2.
Confrontamos el mensaje con la vida
Ciertamente la conciencia misionera en la Iglesia ha crecido en los últimos años. Existe una mayor presencia misionera de laicas y laicos en distintos contextos eclesiales y en circunstancias que lo exigen y un mayor compromiso en el quehacer misionero de la Iglesia. Sin embargo, los miembros de la Iglesia, en un alto porcentaje, tienen una conciencia eclesial débil sobre la responsabilidad adquirida en el bautismo y en consecuencia en la transmisión de la fe. De alguna manera hay demasiados espacios que son negación de la vida, y pareciera que muchos miembros de la comunidad eclesial universal y particular son poco cercanos para descubrir estos retos, desde su fe y desde una conciencia eclesial. La familia, por ejemplo, está cada día perdiendo su sentido de comunidad de vida: es un ambiente descuidado donde se sigue dando, o tal vez incrementando, situaciones que atentan contra la vida, aun de sus propios miembros. Necesitamos interpretar los signos de los tiempos y asumir los retos actuales en la transmisión de la fe como evangelio de vida, debido a que el lenguaje tradicional de la fe ha perdido su significado y de alguna manera el cuerpo eclesial no ha sabido renovarlo, menos aún, inculturarlo y actualizarlo.
Miembros de algunos grupos eclesiales han comenzado a utilizar más y mejor los medios de comunicación social y las redes cibernéticas para la transmisión de la fe. Sin embargo, estas personas a veces carecen de una cercanía de comunión eclesial y de un espíritu de la pastoral de conjunto en la Iglesia particular.
La parroquia es un espacio para que la actividad misionera del anuncio de la fe se haga viva, eficaz y actual. Pero concebirla con un criterio únicamente geográfico, hace que tengamos parroquias como espacios cerrados que pierden su capacidad de apertura y de pluralismo en la transmisión de la fe y en su compromiso con la vida. Lejos de ser espacios misioneros, es decir evangelizados para evangelizar, se reducen a centros geográficos de misa dominical y con una pastoral de mantenimiento, exclusivamente reducida a la celebración de los sacramentos y a la conservación de los edificios.
Hay también en la Iglesia una cierta resistencia a abrirse a la nueva cultura, considerando que todo en ella es negativo. Aunque es cierto que Juan Pablo II junto con los obispos de nuestro Continente, la ha llamado “la cultura de la muerte, dominada por los poderosos” (E.Am 63), también nos recuerda el ineludible compromiso que tenemos por inculturar el Evangelio en todo lo bueno que hay en ella (RMi). La Iglesia prefiere mantenerse en un talante tradicional, muchas veces desligado de las inquietudes y de las realidades tan vitales, que enfrentan la mayoría de nuestros fieles. Tantas veces grupos y asociaciones de espiritualidad laical se ponen al margen de la promoción de la dignidad de la persona, de la promoción de los derechos humanos de la mujer o de la inserción apropiada de las mayorías marginadas. Pareciera que todo esto no va con el evangelio, olvidando el compromiso radical de Cristo para llevar vida a todos y todas.
El anuncio del Evangelio de la vida nos urge hoy a un compromiso total. Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y fieles laicos y laicas debemos comprometernos en la transmisión de la fe a partir de un encuentro personal con Cristo que vaya evangelizándonos para evangelizar.
La primera respuesta que debemos es la gratitud profunda al Dios de la vida, que nos ha llamado a la vida. En segundo término, esa vida que se nos ha dado, implica una llamada del Señor a ser propagadores de la fe, es decir a ser misioneros y misioneras, a vivir un estilo de vida que nos permita realizar el envío que nos hace Jesús, para proclamar el Evangelio de la vida. Se trata de sentirnos promotores-as activos-as de un anuncio de vida que propone alternativas para que todos los recursos humanos, ecológicos, naturales, estén al servicio de la vida.
Estamos llamados a crear alternativas de reflexión para escuchar e interpretar los signos de los tiempos que nos exigen un nuevo lenguaje en la presentación de la fe y un compromiso para escuchar los distintos retos que se le presentan hoy a la misión más allá de lo puramente geográfico. Precisamos una nueva evangelización con un nuevo ardor, unos nuevos métodos, unas nuevas expresiones para presentar el Evangelio. Si el anuncio del Evangelio de la vida está íntimamente ligado con la promoción humana y con el desarrollo sostenible, entonces la evangelización exige el anuncio del amor y a la vez la denuncia de todos estos males temporales, con el fin de crear situaciones nuevas y estructuras ágiles orientadas a la promoción de la vida de las personas.
Estamos
llamados y llamadas a buscar una formación
de los distintos agentes de pastoral que responda tanto a las exigencias del
Magisterio de la Iglesia, como también a las diversas realidades que
debemos evangelizar. Es
necesario promover escuelas o facultades de educación teológica, bíblica,
pastoral y espiritual para la formación de personas preparadas a la tarea de la
misión. Hay que disponer de
recursos humanos, económicos y técnicos al servicio de una renovación
eficiente, dinámica y actualizadora de la formación de los distintos agentes
de pastoral, ya sea en los contextos de las grandes ciudades como también en
las áreas rurales. “La obligación
principal de los seglares, hombres y mujeres, es el testimonio de Cristo, que
deben dar con la vida y con la palabra en la familia, en el grupo social y en el
ámbito de su profesión. Debe
manifestarse en ellos el hombre nuevo creado según Dios en justicia y santidad
verdadera (cf. Ef 4, 24). Han de
reflejar esta renovación de vida, en el ambiente de la sociedad y de la cultura
patria, según las tradiciones de su nación.
Tienen que conocer esta cultura, restaurarla y conservarla, desarrollarla
según las nuevas condiciones y, por fin, perfeccionarla en Cristo, para que la
fe de Cristo y la vida de la Iglesia no sea extraña a la sociedad en que viven,
sino que empiece a penetrarla y transformarla.
Únanse a sus conciudadanos con verdadera caridad a fin de que en su
trato aparezca el nuevo vínculo de la unidad y de solidaridad universal que
fluye del misterio de Cristo” (AG 21).
Es necesario renovar las parroquias, para que pueda haber en ellas un clima de apertura, de pluralismo y de inculturación de la fe. Las parroquias no pueden reducirse simple y sencillamente a espacios geográficos, sino que deben abrirse a la vida del Espíritu, que es quien nos evangeliza y es el corazón de la tarea de llevar el Evangelio de la vida, de donde nace la llamada a las comunidades parroquiales a asumir la misión ad gentes. Nuestra proclamación se ha de llevar a lo más profundo de nuestras culturas, para que Cristo sea glorificado en todos y todas. Por otro lado, es necesario crear comunidades de fe, que transmitan con su vida y con su compromiso, sobre todo a los más pobres, la alegría de haber recibido el Evangelio de la vida y sean enviados a predicar a las gentes.
La experiencia de anunciar el Evangelio de la vida debe realizarse con gozo. Es decir, se trata de ser apóstoles alegres y dinámicamente felices de transmitir una fe que ellos y ellas experimentan al saberse amados por Dios y en la alegría que les provoca comunicar a Jesucristo Salvador, resucitado de entre los muertos. A la vez tener misioneros-as que experimenten lo que proclaman, que vivan lo que anuncian: teniendo siempre como punto de referencia la situación a la que son enviados-as y muy conscientes que la misión del Reino no termina aquí y ahora sino que, aún comenzando aquí y ahora, el final de la misión es la salvación de las personas, es decir, el carácter escatológico que tiene la actividad misionera, como afirma el Decreto Ad gentes, 9: “El tiempo, pues, de la actividad misionera discurre entre la primera venida del Señor y la segunda, en la que la Iglesia será recogida, desde los cuatro vientos, como mies para el reino de Dios. Antes de que venga el Señor, es necesario predicar el Evangelio a todas las gentes (cf. Mc 13, 16).
3. Propongámonos qué debemos hacer con el mensaje recibido
1. ¿Cómo anunciaría usted el Evangelio de la vida en su parroquia, grupo, movimiento, ambiente, familia, trabajo, a los que todavía no conocen a Jesucristo?
2. ¿Cuáles son las amenazas y desafíos que los nuevos medios de comunicación, transporte y recreación presentan al anuncio del Evangelio y cuáles son las oportunidades que se abren para la misión ad gentes?
3. ¿Qué nos enseñan las tradiciones religiosas indígenas y afroamericanas sobre el respeto a la tierra y a la promoción de la vida? ¿Cómo debemos encontrar a Dios en la naturaleza y cuál es nuestra responsabilidad para mantener su equilibrio con el equilibrio de todo lo demás?
4. Oramos al Señor por intercesión de María
Te doy gracias por el don de mi vida Señor Jesús, y a la vez en ella agradecerte profundamente por la vida de mis padres, de mis abuelos, de mis hermanos, hermanas y de mi familia entera. Gracias por la vida de todo ser humano, es sencillamente maravilloso darme cuenta de cómo entretejes la vida de todos y de todas con tu amor grande y cercano.
Desde nuestra realidad Señor, es fácil perder el sentido alegre, dinámico y eficaz de la vida. Esa descontrolada fuerza de la violencia que azota nuestro país, esa realidad de desempleos y subempleos, las injusticias, la falta de solidaridad, las pocas oportunidades y las posibilidades casi inexistentes de poder crecer como persona y detener una calidad de vida que responda a nuestra dignidad de hijos de Dios, nos condiciona para no poder disfrutar del sentido profundo de la vida.
Levanta tanta vida que se rompe sin poder encontrar un sentido y un sendero que los conduzca a la realización personal. Bendice Señor la vida de los jóvenes y permite que los adultos y adultas hagamos espacios para que ellos y ellas puedan vivir dinámicamente su juventud y tengan valores que los conduzcan a enarbolar la bandera del amor y de la vida.
Por favor Señor acerca tiernamente tu presencia a las personas que por situaciones extremas o circunstancias extremadamente difíciles o situaciones límite, están perdiendo el sentido a su vida. Dale sentido Señor, a nuestra vida, permite que todos y todas podamos conocerte, para que conociéndote te sigamos y en el proceso dinámico de seguirte, le encontremos sentido y nos dispongamos y dediquemos a la construcción de tu reino.
Te pedimos por los alcohólicos y alcohólicas que están en la fase crónica de su enfermedad, por los y las tóxico-dependientes hundidos en la angustia y en la necesidad de la droga, por los que no sólo no valoran su vida sino que pierden el valor que tiene la vida de los otros y de las otras. Te pedimos por las mujeres. Te pedimos por nuestro medio ambiente.
Te damos gracias, Señor, porque en la tierra vemos tu acción y tu presencia. Por ella y en ella nos das vida para que podamos colaborar en mantener la vida en todo aquello que has creado.
Escucha nuestra oración Señor Jesús y danos tu Espíritu para que juntos hombres y mujeres aportemos desde nuestra fe sencilla, valor a la vida de las personas. Que se vayan uniendo cada vez más otras muchas personas, que se logre que nuestra sociedad encuentre valores para superar sus límites y juntos entonemos una canción que nos lleve a vivir tu amor y a compartir como hermanos y hermanas. Amén.
Ø Ahora todos como hermanos y hermanas recitamos el Padre Nuestro.
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