7º Congreso Misionero Latinoamericano (CoMLa 7) 2º Congreso Americano Misionero (CAM 2) |
Oscar Andres Cardenal Rodriguez Maradiaga, S.D.B.
Arzobispo De Tegucigalpa, Honduras.
Ha dado inicio ya nuestro Segundo Congreso Americano Misionero al que nos hemos venido preparando desde hace cuatro años, y que en esta mañana de alegría, queremos agradecer al Señor Jesucristo y a su Santísima Madre.
El Año Santo Misionero en América Central se ha concluido de la mano de Nuestra Señora de Guadalupe y del Señor de Esquipulas, peregrinos que han recorrido las latitudes de esta porción de América avivando la Fe y el Amor de nuestros pueblos.
¡Bendito sea Dios! Benditos sean estos días de Gracia que viviremos juntos bajo la guía de Nuestro Santo Padre Juan Pablo II, misionero infatigable que nos ha enviado como Delegado suyo a Su Eminencia el Cardenal Sepe, quien ha inaugurado este Congreso.
El Año Santo Misionero en América Central nos ha guiado paso a paso ,nos ha acompañado y nos ha hecho profundizar con muchos esfuerzos el sentido de lo que hoy nos congrega: IGLESIA EN AMERICA TU VIDA ES MISION, renovada en tu identidad y desde los valores característicos que te definen como el “CONTINENTE DE LA ESPERANZA”.
En la Carta sobre el Nuevo Milenio (Novo millennio ineunte), Juan Pablo II nos dice que: “Cristo... nos invita una vez más a ponernos en camino. Vayan y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19)...invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Sin embargo no es un entusiasmo que brota superficialmente de unos momentos de alegría y euforia, sino que se originan en fundamentos profundos que a continuación pasaremos a meditar.
LA MISION DESDE LA PEQUEÑEZ.
“No temas, pequeño rebaño” (Lc 12,32), es la primera de las instrucciones que el Señor Jesús vino a traernos. ¡La tarea evangelizadora nos parece tan enorme! Solamente una cuarta parte de los habitantes del mundo conocen al Señor Jesucristo. En nuestras mismas tierras de América ¿Cuántos bautizados viven verdaderamente su Fe con todas las consecuencias que de ella se derivan? ¿No es cierto que diariamente constatamos que el “divorcio entre la Fe y la vida” del que nos hablaba el Papa Pablo VI sigue vigente en muchas personas que se llaman a sí mismas “católicas”?
Y sin embargo el plan de Dios continúa desplegándose a lo largo de los siglos, también el siglo XXI. Y sirviéndose de instrumentos humildes y sencillos como todos nosotros que no significamos mayor cosa ante los ojos de los poderosos y satisfechos de este mundo.
Nada mejor que la parábola del grano de mostaza para comprender esta enseñanza del Señor Jesús: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Y a qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que un hombre toma para echarlo en su huerto; y se desarrolla y se hace un árbol, y los pájaros del cielo anidan en sus ramas” (Lc 13,18-19).
El servicio misionero que se nos pide es transformarnos en esta pequeña semilla en medio del mundo.
Una pequeña semilla cabe en cualquier sitio, o sea el Reino de Dios cabe en cualquier parte e igualmente los misioneros caben en cualquier lugar bajo el cielo.
Cuando la semilla de mostaza cae en tierra y crece en medio de las demás hortalizas, llega a crecer tanto o más que el resto de ellas.
Este es el misterio de la misión que Dios nos encomienda. Sabiendo caer en la tierra debemos llegar a crecer para que todos y cada uno puedan recibir la sombra acogedora y el aire fresco del anuncio del Evangelio. En las ramas de cada misionero todas las personas deben encontrar el amor de Dios, la misericordia de Dios, el perdón de Dios, la familia de Dios.
Desde la pequeñez y desde la insignificancia, Dios puede hacer surgir y crecer la grandeza del Reino de Dios.
Es una vez más una de las paradojas del Evangelio que revelan esa pedagogía misteriosa de Dios como el caso de la cruz.
De la muerte se genera la vida. Así también, de la pequeñez e insignificancia se edifica el Reino de Dios.
Podríamos aquí mencionar también las parábolas de la levadura de la masa, o la moneda perdida o la perla preciosa. Se trata de elementos pequeños que generan mucha vida, mucha alegría, mucho amor, mucha generosidad.
Aquí está la profunda enseñanza y el llamado que Dios y nuestra Madre la Iglesia nos hacen desde este Congreso Misionero Americano: QUE CADA UNO DESDE SU PEQUEÑEZ HAGA CRECER EL REINO DE DIOS. Que cada uno desde su aparente insignificancia crezca en virtudes y valores humanos, sociales, personales, cristianos, morales y éticos para un mundo mejor y más santo. Eso significa ser misioneros del Reino.
Aquí estamos viendo cuáles son las ramas que pueden crecer de nuestras pequeñas semillas. Cuáles son los frutos que deben producir nuestras vidas, la entrega y la misión para edificar el Reino de Dios.
Que bueno sería tomar papel y lápiz y escribir cuáles son las ramas de la misión que cada uno de nosotros cree haber recibido de Dios. Cuáles son los frutos que hemos producido o podemos producir, por más pequeños que sean.
Y llegaremos a la conclusión de que la Iglesia no es un pequeño huerto, sino que un bosque inmenso y frondoso que puede cobijar a todos los hijos de Dios que generan frutos y sombra , en donde todos se puedan sentir amados, perdonados y salvados por Nuestro Señor Jesucristo.
Estos criterios del Evangelio nos recuerdan que desde la pequeñez, el servicio de la misión es el gozo de una Iglesia que anuncia al ser humano de hoy, que es un hijo de Dios en Cristo, que se compromete en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres.
En estos años de historia del Continente cada vez vemos con mayor claridad que el servicio de la paz y de la justicia es un ministerio esencial de la Iglesia que nos inserta en espíritu de solidaridad en la actividad misionera de la Iglesia Universal, en íntima comunión con el Santo Padre.
Ser misionero y apóstol es condición de identidad para el cristiano.
Queremos cultivar una actividad misionera Ad Gentes desde nuestra rica experiencia de pequeñez, inspirada en el Magnificat, cántico de María que exalta la acción de Dios en los pobres , que sabe reconocer el hecho de que Dios actúa en los sencillos y pequeños, en los que no cuentan porque no valen.
Reconocemos que no tenemos nada de que hacer alarde, por ello ofrecemos al Señor lo único que tenemos: nuestra voluntad de servir al plan amoroso de Dios sobre la humanidad. Como María queremos decir: Aquí estoy, "hágase en mí según tu voluntad" (Lc. 1,38).
Los pueblos Centroamericanos no somos grandes en número, en recursos y tamaño. Precisamente porque somos pequeños confiamos en Dios y experimentamos la fuerza de la solidaridad. Creemos que el éxito de la tarea misionera será el que Dios quiera darle. Hacemos nuestras las palabras del San Pablo: "Me presenté ante ustedes débil, asustado y temblando de miedo. Mi palabra y mi predicación no consistieron en sabios y persuasivos discursos; fue más bien una demostración del poder del Espíritu, para que la fe de ustedes se fundara, no en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios" (1 Cor 2, 3‑5).
Confiamos en la acción poderosa de Dios que nos hará capaces de enfrentar los desafíos y retos, los problemas y dificultades, los sueños y esperanzas, que se presentan a la misión hoy, con la convicción que El llevará a término la tarea misionera.
LA MISION DESDE LA POBREZA.
Es emocionante leer los encuentros del Señor Jesús con sus apóstoles y discípulos, entrenándoles y formándoles para la misión.
Un ejemplo es el capítulo 10 de San Lucas.
Primero les enseña con el ejemplo y luego con su palabra. Posteriormente les invita a imitarle.
Cuando Jesús hace la primera invitación a los discípulos para experimentar la misión del Hijo de Dios, lo hace desde la sencillez y la pobreza con la que El mismo ha sido misionero:
- “Del Padre procedo, y El es quien me envió” (Jn 7,29).
- “El que me envió está conmigo”(Jn 8,29).
- “El que me ve a mí, está viendo a Aquel que me envió”(Jn 12,45)
Con toda humildad y sencillez afirma:
-“Mi doctrina no es mía, sino del que me envió” (Jn 7,16).
-“Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me envió, El me dio el mandato de lo que tengo que decir y hablar” (Jn 12,49).
Por eso su preocupación principal es “que el mundo crea que Tú me enviaste “(Jn 12,49).
Nos desconcierta el hecho de que envíe a sus misioneros en total despojo:”No llevéis bolsa ni alforja ni calzado...”(Lc 10,4).
¿Cómo es posible enviar misioneros en esas condiciones en una tierra casi de desierto en donde las temperaturas pueden ser o muy calientes o muy frías?
El Señor sabe muy bien que quienes le están escuchando han crecido y han sido educados en las tradiciones del Pueblo de Israel. Sabe que sus interlocutores cuando iban al templo de Jerusalén, entraban despojados de dinero, túnicas o sandalias porque así lo hace la criatura ante su Creador.
Así quiere Jesús a sus misioneros. A predicar de pueblo en pueblo, de aldea en aldea así como ellos entraban en el Templo de Jerusalén. De ahora en adelante, Dios va de pueblo en pueblo y de aldea en aldea en cada uno de los discípulos y en cada uno de los apóstoles, en cada uno de los misioneros.
Apóstoles, discípulos y misioneros llevan en su boca, en sus labios, en sus manos, en su mirada, en su corazón, en todo su ser a Dios mismo, y llevan por excelencia el ejemplo y el rostro que Dios les ha mostrado en Jesucristo.
La misión desde la Pobreza es un seguimiento de Cristo que haciéndose pobre nos enseñó al hacerse hermano nuestro, pobre como nosotros, que el mejor servicio al hermano es la evangelización que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente.
Nos aprestamos a celebrar próximamente los 25 años de la Conferencia de Puebla, que marcó tan positivamente las tareas de la Nueva Evangelización. Hay un número de ese Documento que quisiera citar en este momento, porque es sumamente elocuente. Se trata del número 368 que literalmente dice:
“Ha llegado para América Latina la hora de intensificar los servicios mutuos entre Iglesias Particulares y de proyectarse más allá de sus propias fronteras,”ad gentes”.
Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza. Por otra parte, nuestras Iglesias pueden ofrecer algo original e importante; su sentido de la salvación y de la liberación, la riqueza de su religiosidad popular, la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base, la floración de sus ministerios, su esperanza y la alegría de su fe. Hemos realizado ya esfuerzos misioneros que pueden profundizarse y deben extenderse” (DP 368).La pregunta espontánea es ¿Qué ha sucedido después de 25 años?
Pobreza, despojo y desprendimiento son condiciones indispensables para la misión.
La Iglesia en América Latina, que ciertamente es pobre desde el punto de vista económico, ha sabido compartir desde la riqueza de su fe muchas de sus hijas e hijos.
Sin embargo el reto permanece: En nuestro continente tenemos el 50% de los católicos del mundo, pero no tenemos todavía el 50% de los misioneros del mundo. Por eso tenemos que hacer realidad el lema que nos convoca: IGLESIA EN AMERICA, TU VIDA ES MISION.
El Plan de Misión Ad Gentes que se quiere asumir, es enfocado desde un profundo sentido de pobreza, ya que la auténtica pobreza nos hace entender la realidad ajena y nos mueve a un verdadero sentido de caridad, la cual se proyecta hacia la practica del amor activo y concreto con cada ser humano" (NMI 49,1). Como Pedro podemos decir con toda verdad: “no tenemos oro ni plata" (Hech. 3, 6); pero con generosidad queremos ofrecer y compartir lo que tenemos: el don de la fe, la certeza de que en nombre de Jesús de Nazaret podemos ayudar a que muchos se levanten y puedan caminar.
No podemos perder de vista que el seguimiento radical de Cristo en la misión lleva consigo la confianza absoluta en la providencia amorosa del Padre. En otras palabras el discípulo debe vivir como Jesús, su maestro (Cfr. Mt 8,20) y participar en su destino.
El misionero no puede esperar privilegios. El misionero vive la rica experiencia de saberse pequeño y frágil, como el grano de mostaza. Es capaz de considerarse dichosos con su vaso de agua dado en el nombre de Jesús. Su servicio humilde tiene toda la eficacia redentora de Cristo.
La acción misionera Ad Gentes desde la pobreza requiere la oración, sacrificio, humildad, vida ordinaria, amor preferencial por los que sufren, campos de caridad y servicio, esperanza y confianza. Todo esto traducido en donación a ejemplo de Jesús y María, quienes siempre fueron dóciles y supieron responder con prontitud y generosidad al proyecto que el Padre les había encomendado.
Nuestra capacidad misionera Ad Gentes dependerá del asumir nuestra pobreza como una nueva posibilidad de darse, al estilo del Buen Pastor que da la vida. Para ser pan comido como Cristo hay que pasar por la pobreza de Belén y la desnudez de la cruz.
Como evangelizadores, somos conscientes que "este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros" (2 Cor 4, 7). Efectivamente, los medios y recursos humanos, sean financieros, técnicos o de personal, que otras Iglesias y en otros tiempos pudieron poner al servicio de la misión, ya no están a nuestro alcance. Queremos seguir siendo apóstoles de Jesús desde nuestras humildes y sencillas posibilidades. Damos lo que hemos recibido, entregamos nuestra fe y nuestra alegría.
Por eso, la misión que podemos impulsar desde América Central se funda en la pobreza y es llevada a cabo por hombres y mujeres que no tienen otros recursos para el anuncio del Evangelio que un corazón sincero, lleno de fe y esperanza, manos generosas para compartir y pies presurosos para transmitir con urgencia la Palabra del Señor, verdadero don de Dios para todos los pueblos.
En el Nuevo Testamento encontramos que la misión y el Martirio son dos elementos inseparables.
El primer testigo es el mismo Señor Jesucristo. Sigue el Diácono Esteban protomártir.
Celebramos litúrgicamente a los Apóstoles con vestiduras de color rojo, simbolizando la sangre que derramaron por ser fieles al Señor Jesús.
Conocemos el Martirologio Cristiano, sin contar los mártires misioneros anónimos de los que quizá nunca se escribirá una sola página, pero que desde su entrega silenciosa y fiel a la misión encomendada han realizado en la Historia el hecho de que la “Sangre de los mártires es semilla de Cristianos” (Tertuliano, Apol, 50,13: CCL I, 171).
La tradición de celebrar la Santa Misa sobre una “piedra de ara” pretendía recoger la antiquísima costumbre de los primeros cristianos de celebrar la “fracción del pan” sobre la tumba de los mártires. Ahí están al pie de los altares, o en las patenas y en los cálices los rostros y los nombres de los mártires de ayer y de hoy.
Mataron el cuerpo de Cristo pero no al Hijo de Dios. Despedazaron los cuerpos de los apóstoles, de los discípulos y de los misioneros de las primeras comunidades cristianas pero no la certeza de la Resurrección y de la vida eterna.
A lo largo de estos 2003 años de Historia de la Iglesia ha corrido injustamente mucha sangre dolorosa, desgarradora. Pero no han podido matar a Dios ni a los hijos del Dios de la Resurrección.
Hoy día nuestro Continente sigue estando bañado por la sangre de los mártires: laicos, sacerdotes, religiosas y religiosos, Obispos y un Cardenal.
Es oportuno recordar aquí una página de la carta del Papa en la preparación del Jubileo del año 2000.
“La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires .Los hechos históricos ligados a la figura de Constantino el Grande nunca habrían podido garantizar un desarrollo de la Iglesia como el verificado en el primer milenio, si no hubiera sido por aquella siembra de mártires y por aquel patrimonio de santidad que caracterizaron a las primeras generaciones cristianas.
Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de Mártires .Las persecuciones de creyentes han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo. El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes. Es un testimonio que no hay que olvidar....” (TMA 37).
Mons. Oscar Arnulfo Romero, Mons. Roberto Joaquín Ramos Umaña, Mons. Isaías Duarte Cancino, el Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. No podemos dejar de mencionar que hoy tenemos nuestros pies, nuestra fe y nuestra misión puestos en esta bendita tierra guatemalteca que aún no termina de cerrar las cuentas de sus mártires desde el P. Hermógenes hasta Mons. Juan Gerardi Conedera, y decenas de sacerdotes, religiosas y laicos.
¡Bendita sea esta tierra de mártires y bendita sea la misión que aquí se lleva a cabo regada con su sangre. La misión de la Iglesia se ve fortalecida por esos titanes de la Fe!
Nuestro compromiso con la misión Ad Gentes se inspira en el testimonio de fe y martirio que caracteriza a nuestra Iglesia en América Central, lo cual constituye un hecho de especial relieve no solo para nosotros sino también para la vida de la Iglesia del continente. Si la sangre es semilla de cristianos esta semilla debe hacer florecer en todo el universo la fuerza dinámica y multiplicadora del evangelio.
No podemos perder de vista que la historia de la evangelización es siempre historia de sangre martirial como semilla de cristianos. Esta rica experiencia martirial nos dará la fuerza y convicción para mantenernos firmes frente al sufrimiento y ante las dificultades.
Nuestras Iglesias particulares de América Central, están marcadas por una historia reciente de persecución y martirio. Esa historia marca nuestra actividad misionera de tal manera que la memoria de tantos testigos de la fe nos motiva en el trabajo pastoral y nos fortalece para estar siempre alegres en el Señor. "Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan, y digan contra ustedes toda clase de calumnias por causa mía. Alégrense y regocíjense, porque será grande su recompensa en los cielos" (Mt 5, 11‑12). Quien ha fundado el valor de su vida en la amistad con Dios, está dispuesto a darla y no teme a los poderes de este mundo ni a las incertidumbres de la historia. El verdadero mensajero del Evangelio pone su alegría sólo en el Señor. "Alégrense porque comparten los padecimientos de Cristo, para que también se alegren gozosamente cuando se manifieste su gloria" (1 Pe 4, 13).
Solo una Iglesia inmersa en la historia y abierta al Espíritu del Resucitado se convierte en sujeto responsable de la misión. Partiendo de esta experiencia evangelizadora es que se puede asumir responsablemente el compromiso de la misión Ad Gentes, a ejemplo de las primeras comunidades cristianas, según nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles.
En la Exhortación Post Sinodal que el Santo Padre Juan Pablo II nos entregó el día de sus 25 años como Sumo Pontífice, leemos un compromiso misionero muy concreto para nosotros los Obispos:
“Cada Obispo debe ser consciente de la índole misionera del propio ministerio pastoral. Toda su acción pastoral, pues, debe estar caracterizada por un espíritu misionero, para suscitar y conservar en el ánimo de los fieles el ardor por la difusión del Evangelio. Por eso es tarea del Obispo, suscitar, promover y dirigir en la propia Diócesis actividades e iniciativas misioneras, incluso bajo el aspecto económico.
Además...es sumamente importante animar la dimensión misionera de la propia Iglesia Particular promoviendo, según las diversas situaciones, valores fundamentales tales como el reconocimiento del prójimo, el respeto por la diversidad cultural y una sana interacción entre culturas diferentes. Por otro lado, el carácter cada vez más multicultural de las ciudades y grupos sociales, sobre todo como resultado de la emigración internacional, crea situaciones nuevas en las que surge un desafío misionero peculiar” (Pastores Gregis 65).
Aquí tocamos con mano un problema sumamente actual: desde Argentina, Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México, cuántos millones de nuestras hermanas y hermanos han emigrado al Norte buscando mejores condiciones de vida. ¿Qué hacemos para acompañarlos pastoralmente con sacerdotes y religiosos y religiosas?
¿No resuenan acaso con dramáticos gemidos aquellas palabras del Evangelio: “Se compadeció de ellos porque caminaban como ovejas sin pastor”? (Mc 6,34). ¿Qué respuesta damos a este gravísimo problema desde la pequeñez, la pobreza y el martirio?
Lógicamente, esta Conferencia tiene la finalidad de animar los trabajos del Congreso, pero me atrevería a sugerir que se pensase esta temática en las Conclusiones.
Lo mismo en lo referente al compromiso frente a la misión Ad Gentes.
Existe ya un Proyecto de Plan de Misión Ad Gentes desde Centro América que esperamos pueda convertirse en una esperanzadora realidad.
Mons. Luis Augusto Castro, gran Misionero y Misionólogo nos obsequió una obra preciosa titulada “El gusto por la Misión”. Creo que nuestras comunidades, especialmente en Centro América han experimentado este gusto a lo largo del Año Santo Misionero.
Pidamos para todos la gracia del Espíritu Santo que forma los misioneros y despierta valores, que como artista estupendo modele en nosotros la figura de Cristo el enviado del Padre con el corazón misionero de San Pablo que nos haga palpitar con un generoso “Ay de mí si no evangelizo”(1Cor 9,16).
Guatemala de la Asunción 26 de Noviembre de 2003.
Oscar Andres Cardenal Rodriguez Maradiaga, S.D.B.
Arzobispo De Tegucigalpa, Honduras.
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