6º
Congreso Misionero Latinoamericano 1º Congreso Americano Misionero (CAM 1) |
SUBSIDIO
INFORME DE CANADÁ
LA REALIDAD MISIONERA EN CANADÁ
La Iglesia católica
canadiense nace como fruto de la labor de los misioneros oriundos de Francia.
Cuando su primer Obispo, el Beato Francois de Laval, llega a Quebec el 16 de
junio de 1659, la colonia cuenta con cinco parroquias y menos de 2500 personas.
En 25 años, el número de parroquias pasa de 5 a 35, el de sacerdotes de 25 a
102, el de religiosas de 32 a 97; 13 sacerdotes y 50 religiosas nacidos en el país.
El crecimiento de la Iglesia católica canadiense y el aumento del número de
sus miembros se debe al celo pastoral de los misioneros europeos.
Desde los comienzos del siglo XIX, una cantidad impresionante
de miembros de comunidades religiosas canadienses y de sacerdotes diocesanos
toman la ruta del Norte y del Oeste para hacer conocer a las numerosas
poblaciones autóctonas el mensaje de Jesucristo. El impulso misionero en el
Canadá católico se manifiesta así primeramente en el norte del continente.
Algunos decenios más tarde, nacen en Quebec varias congregaciones religiosas
esencialmente misioneras, cuyo objetivo consiste en trabajar en aquellos lugares
en los que aún no se conoce el nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, el
Dios tal cual es revelado por Jesús. Hombres y mujeres sienten la necesidad de
cruzar océanos y penetrar las culturas para hacer
conocer el Evangelio , y para que surjan más miembros del Reino de Dios.
A comienzos del siglo XX, muchos canadienses, hombres y
mujeres, en nombre de su fe, parten para vivir en varios países de África,
Asia y América del Sur. Y cuando el Papa Juan XXIII invita a las Iglesias de América
a que colaboren compartiendo su fe con las Iglesias hermanas de América del
Sur, muchas diócesis canadienses y congregaciones religiosas aumentan
considerablemente su presencia misionera. Otras comienzan a participar con
entusiasmo. Una participación que aún perdura.
No podemos negar que, al principio, el objetivo que motivaba
a los misioneros era el de "llevar la Buena Noticia", de
"compartir sus bienes", de "hacer conocer la fe católica",
de "desarrollar infraestructuras" semejantes a las que estaban
acostumbrados esos hombres y mujeres. Apenas se sabía de la riqueza con la que
se beneficiarían los "enviados". Muy pronto sin embargo, viviendo en
las naciones huéspedes, muchos misioneros experimentan la universalidad de la
fe católica. El contacto prolongado con
cristianos y cristianas que inculturaban su fe, hace que la realidad de la
Iglesia se haga cada vez más palpable y que se convierta, ella misma, en buena
noticia para los misioneros y para sus compatriotas. Al volver a sus países,
esos misioneros comunican a sus comunidades eclesiales canadienses toda la
riqueza de las Iglesias-hermanas de América latina. El esfuerzo desplegado para
sostener a los misioneros ayuda a Canadá a comprender la dimensión misionera
de su propio bautismo. Los contactos con los misioneros suscitan en nuestro país,
dedicación, entusiasmo y abnegación.
Nuestros misioneros se sienten fuertemente interpelados por
la expresión de fe simple y profunda de la que son testigos. Tomando conciencia
de que el "Dios hecho carne" ya estaba obrando desde hacía mucho
tiempo en su nuevo medio de vida, aprenden a descubrir al Señor allí donde ya
actuaba y a poner su confianza en la divina Providencia, rasgo característico
de los
fieles de América latina. Constatan que el libro de la Palabra de Dios,
colocado en las manos del pueblo, ha estrechado los lazos entre la fe y la vida.
Ello los lleva a profundizar su oración personal que se enraíza más en lo
cotidiano y se abre a las situaciones concretas de la vida. Son testigos, en América
latina, del misterio de muerte y de resurrección de Cristo. Constatan la
eficacia de la vida sacramental. Marcados por la participación cálida,
entusiasta y festiva de los fieles en la celebración del misterio eucarístico,
deben transmitir ese sentido al volver al país.
Nuestros misioneros descubren la solidaridad, la gratitud y
la hospitalidad a través de las relaciones humanas tan cálidas. A pesar de las
barreras de lengua y cultura, son acogidos espontáneamente y aprenden no sólo
a dar sino también a recibir.
Hoy, hay en el mundo cerca de 2200 misioneros de origen
canadiense, entre los cuales 8 obispos: 1004 de entre ellos, es decir
cerca de la mitad, trabajan en América latina. La mayoría de las
congregaciones religiosas implantadas en el Sur, reciben hombres y mujeres de
los países huéspedes, de los cuales un buen número son también misioneros en
Canadá y en otros lugares del mundo. Contrariamente a lo que ocurría en otros
tiempos en los que prácticamente solo los miembros de congregaciones
religiosas, de institutos seculares o sacerdotes diocesanos recibían un mandato
misionero, cada vez más laicos, hombres y mujeres, jóvenes y menos jóvenes
dejan el país en nombre de su fe. Antes de partir algunos eligen una profesión
que
les permitirá realizar su vocación misionera, otros simplemente parten y
descubren en el lugar la mejor manera de poner sus talentos al servicio de sus
hermanos y hermanas. Todos son conscientes de que van a recibir más de lo que
van a dar y que, ellos mismos, serán los primeros beneficiados por los
contactos con sus hermanos y hermanas del continente sur.
Estamos convencidos de que nuestra participación activa en
el CAM 1 es nuevamente una invitación personal del Señor. Recordamos las
palabras del apóstol Pablo: "Te recomiendo que reavives el don de Dios que
has recibido" (cf. 2 Tim 1,6) don de fe, don de esperanza, don de amor
hacia todos, don del deseo de compartir su fe.
Celebraremos en Paraná la fe en Jesucristo. Haremos nuestro
el lema del Congreso que, en francés, traducimos en dos frases: "¡América,
con Cristo, sé sal de la tierra!", "¡Con Cristo, sal de tu país!".