HECHOS DE LOS APÓSTOLES

En los últimos años se está volviendo al estudio en comunidad del libro de los Hechos de los Apóstoles. Como los primeros cristianos, también los creyentes de hoy experimentan momentos de tensión y de conflicto, sienten que algo nuevo está surgiendo en su camino. ¡Lo nuevo se engendra siempre en medio de conflictos!

Lo nuevo que nace pide experiencias y maneras nuevas de organización y vivencia. Las necesidades y los retos que surgen exigen nuevas respuestas. Hoy se percibe una crisis de instituciones, pero la vivencia de la mística continúa fuerte. Se buscan nuevas maneras de vivir la espiritualidad. La inculturación es el gran reto. Ante esta situación, vemos con más claridad el motivo de la lectura continua del libro de los Hechos de los Apóstoles por las comunidades.

¿Qué es lo que buscan en este libro? El libro se llama "Hechos" (del griego práxis, "práctica") porque narra los hechos y la práctica de las primeras comunidades después de la despedida de Jesús. El libro de los "Hechos" acentúa además las dificultades que tuvieron las comunidades para enfrentarse no sólo a las amenazas que venían del judaísmo y del paganismo, sino también a los retos y crisis internas.

Plantaban cara a la sinagoga y al Imperio y a sus propias divisiones y conflictos (Hch 20,29-31). ¡No era nada fácil! Por ese motivo, el libro de los Hechos es como un mapa para la vida de las comunidades actuales, amenazadas por la violencia económica, social, política, religiosa, ideológica y cultural y tentadas de encerrarse en si mismas..

2. Autor y fecha

Hechos es la segunda parte de una obra literaria que engloba el evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles. Los dos se atribuyen a la comunidad representada por Lucas. Hechos es la continuación natural de las narraciones que contiene el evangelio de Lucas.

El nexo de los dos libros es la resurrección de Jesús. Lo que daba fuerza a las comunidades en el camino era esta afirmación: "Jesús ha resucitado" (Hch 1,3-4). Veían en la resurrección el cumplimiento de todas la promesas que Dios había hecho a lo largo de todo el Antiguo Testamento (Lc 24,49-53). Era el mayor acontecimiento en la vida de los que esperaban la realización de esas promesas liberadoras de Dios. Pero la resurrección no significaba que se estaban haciendo realidad las esperanzas apocalípticas de una instauración inmediata del Reino (cf. Hch 1,6). ¡Al contrario! El Reino se va construyendo lentamente, y su crecimiento vendrá por el trabajo y el testimonio de los seguidores y seguidoras de Jesús (Hch 5,42). Gracias a la resurrección, el Espíritu Santo actúa continuamente en medio de las comunidades (cf. Hch 2,33.38; 4,31), y anima la práctica de los seguidores y seguidoras de Jesús. A través de la práctica, la Palabra de Dios camina entre la humanidad hasta nuestros días.

El libro de los Hechos muestra una preocupación que ya está presente en el evangelio de Lucas. El texto evangélico quiere transmitir informaciones de todo lo que había sucedido con Jesús (Lc 1,3). En Hechos, el objetivo es mostrar el cumplimiento de las promesas hechas al pueblo por la acción del Espíritu Santo, memoria viva de las comunidades. El Espíritu es una presencia celebrada y vivida en el día a día de las comunidades. Los dos libros, Evangelio y Hechos, pretenden mostrar que Jesús continúa actuando por medio del Espíritu. El Espíritu Santo es el mismo Espíritu de Jesús resucitado.

El libro de los Hechos parece que es un relato histórico de las actividades de los hombres y mujeres empeñados en propagar la Palabra de Jesús. De hecho, se trata de una lectura teológica de la historia de las primeras comunidades. No se puede considerar como una historiografía de la Iglesia primitiva. A algunos apóstoles, como Pedro y Pablo, se les tiene más en cuenta y sus pasos se relatan en detalle. ¡De los otros apóstoles el libro habla poco o simplemente se calla!

Esta historia teológica engloba los primeros 30 años de la marcha de las comunidades. Se extiende desde la desaparición de Jesús hasta la llegada de Pablo a Roma. Pisa la capital del mundo, por primera vez, como un prisionero, aunque con alguna libertad mientras aguarda el juicio. Debe de haber sucedido alrededor del año 70 d.C. (cf. Hch 28,30-3l). No sabemos por qué el libro se paró en este acontecimiento. El testimonio de Pablo en Roma confirma que la Palabra llegó "hasta los confines de la tierra" (cf. Hch 1,8). De cualquier modo, la comunidad de Lucas creía que era bueno guardar estos hechos y contar el inicio del camino de la Iglesia.

Cuando el libro nació, juntamente con el evangelio de Lucas, la Iglesia se estaba enfrentando a serias dificultades. Nos encontramos entre los años 80 y 90 d.C. Todos los grandes líderes de la era apostólica ya habían muerto. Estaba sucediendo la trágica separación entre judíos y cristianos. El Imperio comienza a perseguir a las comunidades.

Pero no son sólo estos acontecimientos externos los que amenazan a las comunidades. Tenían crisis internas. Por causa del crecimiento, por la aparición de líderes nuevos. Y por los paganos que entraban a formar parte del grupo de los cristianos. Ante esa situación, las comunidades buscan la memoria de los hechos del pasado como navegantes que, ante un mar desconocido, leen con atención las informaciones que han dejado los que ya conocen ese mismo mar.

3. División del libro

Existen muchas sugerencias de autores para dividir el libro de los Hechos de los Apóstoles. Proponemos una división que sigue los criterios de los modelos presentados en Hechos: la comunidad y el agente de pastoral.

Como el evangelio de Lucas, el libro de los Hechos comienza con un Prólogo dirigido al mismo Teófilo (Hch l, 1.5). En el Prólogo encontramos los objetivos del libro: la misión de Jesús continúa en el trabajo de sus seguidores y seguidoras. La Palabra de Dios, impulsada por el Espíritu Santo, está en un proceso de expansión que parte de Jerusalén y llega hasta los confines de la tierra.

Primera parte (Hch 1, 12-15,35): La comunidad -modelo

Aquí se describe el camino de la palabra después de la partida de Jesús. Muestra la vida de las comunidades en sus orígenes y llega hasta el encuentro conocido como "Concilio de Jerusalén".

La narración engloba:

- La desaparición de Jesús (Hch 1,6-11).

- La vida de la comunidad-modelo de Jerusalén (Hch 1,12-7,60).

- El camino de la Palabra hacia fuera de Judea (Hch 8,1-40).

- El primer viaje misionero de Bernabé y Pablo (Hch 13, 1 – 14,28)

- El tema de los convertidos del paganismo y el Concilio (Hch 15,1-35).

Segunda parte (Hch 15,36-28,3 1): El apóstol-modelo

El libro acompaña a Pablo en sus viajes. Con él la Palabra de Dios llega "hasta los confines del mundo..."

La narración engloba:

- Los viajes de Pablo por Asia y por Europa (Hch 15,36- 21,17).

- El arresto de Pablo en el templo de Jerusalén (Hch 21,18-40).

- El proceso contra Pablo y sus años de prisión (Hch 22,1-26,30).

- El viaje marítimo hacia Roma (Hch 27,1-28,16).

- El arresto domiciliario mientras espera el juicio (Hch 28,17-31).

 

4. Claves de lectura

1. El camino de la Palabra

En Hechos hay una especie de estribillo que da unidad al libro: "La Palabra se extendía..." (cf. Hch 5,42; 6,7; 8,4.25; 9,31; 12,24; 13,49; 15,36; 19,20; 28,31). Esta serie de pasajes muestra que uno de los objetivos del libro es narrar la evangelización dentro de un proceso progresivo de expansión. Hechos quiere mostrar que el mensaje de Jesús crecía, se extendía y avanzaba. Muestra la preocupación por transmitir datos numéricos que confirman la progresión de la Palabra (Hch 2,42; 2,47; 4,4; 5,14; 63.7; 11,21-24; 16,5).

La Palabra avanza en el camino. El camino es la comunidad que da testimonio en un ambiente hostil, pero que tiene que estar presente en todos los tiempos y lugares (Hch 1,8; 28,31).

2. El verdadero sentido de la historia

Lucas presenta su obra como una zambullida que penetra a fondo en el sentido de toda la historia del pueblo de Dios. El sentido último y verdadero de la historia del Pueblo es la resurrección de Jesús. La resurrección es la realización de todas las promesas que Dios ha hecho al pueblo, desde la llamada a Abrahán, pasando por Moisés y todos los profetas (Hch 2,16.30.39; 3,13.22-25; 8,30-35). Para revelar el sentido último de la historia, que es Cristo resucitado, Lucas utiliza las Escrituras para clarificar los acontecimientos que aún no han sido comprendidos por la comunidad. Hace con el libro de los Hechos lo mismo que hizo Jesús con los discípulos de Emaús: "Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que de Él decían las Escrituras" (cf. Lc 24,25-27).

Se presenta el sentido pleno de la historia en grandes discursos, como los de Pedro (Hch 2,14-36; 3,11-26), el de Esteban (Hch 7,2-53) o el de Pablo (Hch 13,16-41). La interpretación teológica de la historia, elaborada para animar a las comunidades y darles la visión de fe de que Dios es el Señor de toda la historia, muestra que vivimos el "tiempo de la Iglesia". Su misión, animada por el Espíritu, es difundir la Palabra por el mundo entero.

3. La irrupción de lo nuevo

El evangelio de Lucas testimonia una novedad: los seguidores de Jesús forman el nuevo Israel (cf. Lc 13,29-30). Por ese motivo, después de la traición de Judas, se escoge a Matías para rehacer el número de los doce patriarcas de la nueva alianza (cf. Hch 1,22). Al mismo tiempo, la nueva forma de ser fiel a Dios comienza a germinar en Jerusalén, la ciudad de la Alianza, pero en un espacio fuera del antiguo templo. Lo nuevo surge en las comunidades, reunidas en comunión fraterna, en la oración, en la fracción del pan y de los bienes. Los seguidores y seguidoras de Jesús viven esta novedad ante el pueblo, y el testimonio de la Palabra afecta gradualmente al mundo entero (Hch 19,20). La comunidad reunida es el verdadero templo de Dios (Hch 1, 12-14; 2,42-47; 4,23-3 1).

4. Lo nuevo nace en medio de los conflictos

Toda novedad atrae simpatías (Hch 2,44), pero también muchas antipatías por parte de aquellos que pierden el dominio que tenían sobre las personas. Las autoridades quieren sofocar inmediatamente esta novedad (Hch 4,1-23). También en la propia comunidad había personas que no querían vivir la propuesta nueva en su radicalidad. Intentan engañar, reteniendo las cosas para sí mismas (cf. Hch 5, 1-1l). No se dan cuenta de que no sólo están engañando a la comunidad, sino también al propio Dios, desafiando la acción del Espíritu (cf. Hch 5,4.9).

Las dos vertientes de amenazas hacen que la comunidad corra grandes riesgos. Por un lado, estaba la tentación de huir de la persecución. Por otro, las disputas internas disminuían la fuerza del mensaje del Evangelio. Los cristianos no traducían en gestos concretos su fe en Jesús, y se burlaban de las exigencias más radicales, como Ananías y Safira.

5. El reto de la inculturación

La comunidad había nacido en medio del pueblo judío. Vivía su fe dentro del cuadro cultural del judaísmo. Sin embargo, muy pronto comenzó a preguntarse: ¿Evangelizar significa transmitir la fe envuelta en determinados valores de la cultura judía? ¿Cómo transmitir la fe penetrando culturas e historias diferentes? ¿Cómo ser fiel al mensaje de Jesús sin negar las diferentes culturas? El Evangelio se anunciaba con fuerza transformadora, pero no podía dejar de lado las culturas. ¿Cómo se podía vencer este desafío?

Hechos de los Apóstoles muestra que las distintas barreras culturales se fueron superando, pero con mucha resistencia por parte de los grupos más conservadores. La Palabra, en su camino, rompió barreras culturales enormes. Primero acabó con la barrera entre judíos y samaritanos (Hch 8,5-8.25). Acto seguido, un esclavo negro, eunuco al servicio de la reina de Etiopía, es evangelizado y bautizado (Hch 8,26-40). Gracias a este esclavo fueron superadas las barreras de pueblos (es etíope), de razas (es negro), de preceptos legales (es eunuco) y de clases sociales (es esclavo). El Evangelio llegó primero al África negra por la evangelización de un empleado.

El episodio central que demostraba que ya había sido superado el reto de la inculturación está en la conversión de Cornelio (Hch 10, 1-47). Es un centurión romano, simpatizante de la religión judía. Pedro, como representante de la comunidad, acoge a este pagano. Antes se había convertido personalmente, venciendo prejuicios profundamente arraigados en su manera de ser judío cumplidor de los preceptos legales (cf. Hch 10, 15). La conversión de Cornelio provocó un conflicto grave en la comunidad, que terminó en un encuentro conocido como Concilio de Jerusalén.

Tenemos otros ejemplos, como el de Pablo en el areópago de Atenas predicando a partir de los textos de la cultura griega (Hch 17,28). No obstante, cuando está por medio la vida y la libertad humana, el Evangelio no puede dejar de denunciar el error y la desviación de esa cultura. Pablo y Bernabé no se dejan aclamar como dioses (Hch 14,11-13). Pablo no permite que la joven esclava sea explotada por los patrones (Hch 16,16) y no acepta la imposición de los orfebres de Éfeso (Hch 19,23-40).

6. La difícil convivencia con el Imperio

En Hechos se puede percibir la preocupación de Lucas: evitar el conflicto abierto con Roma. Puede que signifique el miedo de las comunidades ante la fuerza del Imperio. De hecho, los seguidores de Jesús tratan con cierta simpatía a los romanos. Pablo se declara un ciudadano de Roma y exige el juicio en esta ciudad, como un derecho suyo (cf. Hch 16,35-39; 22,22-29). Está claro que las comunidades temen la persecución y el libro intenta decir que el Imperio nada tiene que temer de ellos.

Por esta razón, Hechos muestra que un oficial romano abraza la fe (Hch 13,12). El gobernador de Corinto no quiere condenar a los cristianos (Hch 18,14~17). Las autoridades romanas de Filipos reconocen su error por haber detenido a Pablo (Hch 19,40). Cuando Pablo entra en conflicto con los judíos en Jerusalén, dos oficiales romanos reconocen que no es un subversivo (Hch 21,38; 23,29), y el propio gobernador de Judea acepta su inocencia (Hch 25,25~26; 26,32).

Pero el libro no esconde que, a pesar de esta benevolencia por parte de las autoridades del Imperio, el conflicto entre Roma y la Iglesia es un hecho, y que la situación de los cristianos en la época en que se escribe el libro no es buena. Existen procesos contra ellos y hay varias acusaciones: alborotan las ciudades (Hch 16,20), revolucionan el mundo (Hch 17,6), están contra las leyes del Imperio porque reconocen sólo a un rey, Cristo (Hch 17,7), y predican nuevas divinidades extranjeras (Hch 17,18).

7. Pablo, apóstol-modelo

De la misma forma que se presenta una comunidad modelo, nace también una figura que simboliza todo el trabajo evangelizador realizado por un gran número de apóstoles, varones y mujeres. El "Pablo" que se presenta en Hechos es distinto del Pablo histórico, que podemos conocer por las cartas. En el libro de Hechos, es un misionero-símbolo de una tarea evangelizadora, abierto a los judíos y al Imperio romano, y que lleva la Buena Noticia de Jesús hasta los confines del mundo.

Lucas hace un retrato del apóstol y muestra que es un hombre con poderes extraordinarios (Hch 20,4), unido a Pedro y a los Doce (Hch 9,26-29), que actúa siempre por encargo de la comunidad (Hch 13,3), que trabaja para su propio sustento (Hch 18,3). La preocupación de Lucas es demostrar a sus contemporáneos las cualidades de un misionero y de un pastor. Pone en boca de Pablo un discurso en el que dicho retrato es más nítido (Hch 20,17-38): el verdadero misionero es aquel que se pone al servicio del Señor, es testigo de la Palabra de Dios y anuncia el Evangelio (Hch 20,19-20). En la misión se enfrenta con amenazas y dificultades (Hch 20,24). Debe buscar siempre el bien de cada comunidad y no considerarla como su propiedad (Hch 20,28); la ayudará a plantar cara a los peligros externos y a las divisiones internas (Hch 20,29-30). No puede ser un peso para la comunidad, trabajará con sus propias manos (Hch 20,35), todos deben buscar fuerzas para el ejercicio de esta misión en la oración comunitaria (Hch 20,36).

Conclusión: un libro para nuestros días

Hechos fue escrito hacia el año 80/90 d.C. Nacía una nueva generación de cristianos que no conocían a los antiguos apóstoles. Eran personas nuevas que podían afrontar los retos con más coraje, pero también podían desvirtuar el Evangelio de Jesús. Estas cuestiones creaban problemas y preguntas para las comunidades de aquella época. Es lógico que el libro tenga, pues, una preocupación: dar respuesta a los retos impuestos en aquel momento determinado.

Éste es el valor de Hechos para nosotros, hoy. Si Lucas escribió con los ojos bien abiertos a la realidad de su época, nosotros también debemos leer el libro con los ojos bien abiertos a la realidad que nos toca vivir. ¿Estamos atentos a lo que pasa hoy en nuestros grupos, en nuestras comunidades parroquiales o religiosas, en la Iglesia de nuestro país y en toda la Iglesia universal? ¿Valoramos a las personas que testimonian hoy la Palabra en medio de las dificultades? ¿Sabemos cuáles son los hechos -la práctica- de nuestros apóstoles, varones y mujeres de hoy? ¿Qué podemos aprender de la marcha de nuestra Iglesia ante los desafíos impuestos por la sociedad violenta, injusta, egoísta, materialista, machista en la que vivimos?

 

 

 

LAS ETAPAS DE LA HISTORIA

 

 

Hay muchas maneras de dividir la historia en períodos. Depende del criterio que se adopte. Nosotros seguimos el relacionado con el contexto nacional de Palestina y el internacional del Imperio romano. Tanto ayer como hoy, lo que más influye en la vida de las comunidades, más que cualquier otro criterio, es la situación o coyuntura nacional e internacional. Ayuda a entender los cambios que se dan en el mundo y en las iglesias.

Son tres las etapas que mencionaremos: 1. Del año 30 al 40: el anuncio del Evangelio entre los judíos. 2. Del 40 al 70: la expansión misionera en el mundo griego. 3. Del 70 hasta el final del siglo I: la organización y la consolidación de las comunidades.

1. Del año 30 al 40: El anuncio del Evangelio entre los judíos

Son aproximadamente diez años. Todo comienza el día de Pentecostés con el primer anuncio de la Buena Noticia (Hch 2,1-36), que se extiende rápidamente por Palestina (Hch 2,41-47; 4,4; 5,14; 6,7; 9,31). A este período se le llama "Movimiento de Jesús". Termina con la crisis provocada por la política del emperador Calígula (años 37-41) y con la persecución de los cristianos por parte del "rey" Herodes Agripa (años 41-44).

1. Vivencias, tensiones y escritos

Sabemos muy poco sobre el comienzo de las comunidades cristianas. Los Hechos de los Apóstoles no informan

mucho. El interés de los cinco primeros capítulos no es describir cómo es su vida, sino cómo debe ser .

En esta fase inicial, los cristianos eran casi todos judíos convertidos. Gozaban de la simpatía del pueblo (Hch 2,47). Se los veía como uno de los movimientos de renovación y de contestación en el interior del judaísmo. Formaban pequeñas comunidades en torno a la sinagoga, al margen del judaísmo oficial. El crecimiento geográfico y numérico les obligó a crear nuevas formas de organización, a elegir nuevos animadores y misioneros. Un ejemplo de ello son los llamados "diáconos" (Hch 6,2-6).

La primera evangelización de las comunidades corría a cargo de los misioneros ambulantes. Éstos, al contrario que los misioneros judíos, no llevaban nada para el camino, ni zurrón, ni dinero. Confiaban en la solidaridad de la gente. En la primera casa que eran recibidos, allí permanecían y vivían como la gente del pueblo. Muchos pasajes de los evangelios se refieren a esos primeros misioneros (cf. Mt 10,5-10; Lc 10,2-9).

Al comienzo, el anuncio de la Buena Noticia se concentraba en el anuncio de la llegada del Reino (Mt 10,6) y la proclamación de la muerte y resurrección de Jesús (puedes leer Hch 2,23-3,6; 3,14-15; 4,10-12). Todavía no existían los escritos del Nuevo Testamento. La Biblia de los primeros cristianos era la Escritura Sagrada de los judíos. La expresión "Antiguo Testamento" o "Antigua Alianza" procede de Pablo (2 Cor 3,14). Antes decían simplemente "las Escrituras" (Mt 21,42; Mc 12,24). El Nuevo Testamento existía sólo en el corazón, en los ojos, en las manos y en los pies de los cristianos.

Cuando las palabras de la Escritura de los judíos no eran suficientes, los cristianos recordaban las palabras y gestos del propio Jesús para que sirvieran de orientación y de animación en la marcha de las comunidades (Hch 10,38; 11, 16). El recuerdo y la transmisión se basaban en el testimonio de aquellos que habían convivido con Jesús, "desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado a los cielos". Aquí comienzan nuestros evangelios.

En esta primera etapa, aparece la simiente de una divergencia que ya existía en el judaísmo y que, a lo largo de los años, se fue acentuando en las comunidades cristianas. Por un lado, existía el grupo de Esteban, ligado a los judíos de la diáspora. Intentaban una apertura en dirección a la cultura helenística y, en ese sentido, hacían una lectura diferente de la Biblia (Hch 7,1-53). Por otro lado, existía el grupo de Santiago y los hermanos de Jesús, ligado a los judíos de Palestina. Defendían la fidelidad estricta a la ley de Moisés y a la "Tradición de los Antiguos" (Mc 7,5; Gál 1,14). En la primera persecución contra los cristianos, el grupo de Esteban fue el que sufrió y tuvo que huir de Jerusalén. A los demás nadie los tocó. A lo largo de la historia, la coyuntura externa e interna acentuó estas dos tendencias. ¡Lo mismo que pasa hoy!

2. El cambio de coyuntura

El cuadro político cambió profundamente en Palestina cuando Calígula decidió intensificar el culto al emperador como factor de unificación del Imperio. Obligaba a todos los pueblos a erigir su estatua en los templos de las respectivas divinidades. En el año 39, dio la orden de introducir su estatua en el templo de Jerusalén. ¡La imagen de un emperador pagano en el Santo de los Santos de la Casa de Yavé! La protesta fue inmediata y radical.

Gracias a la intervención de Petronio y de Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, la ejecución del decreto se fue retrasando. Por fin, con el asesinato de Calígula en el año 41 se suspendió la amenaza. En esta misma época, Herodes Agripa estaba en Roma. En el año 39 había recibido de Calígula el título de "Rey de Galilea". Después del asesinato de Calígula, contribuyó a que Claudio fuera proclamado, de nuevo, emperador. A cambio, Claudio le nombró rey de toda Palestina. Como quería ser fiel a la política romana, Herodes Agripa procuraba reprimir cualquier brote de rebelión. Éste es, probablemente, el motivo por el cual comenzó a perseguir a las comunidades. Dice el libro de los Hechos: "Por entonces, el rey Herodes inició una persecución contra algunos miembros de la Iglesia. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y, viendo que este proceder agradaba a los judíos, se propuso apresar también a Pedro" (Hch 12,1-3). Después de la muerte de Herodes Agripa el año 44 (Hch 12,23), Roma intervino, cambió el régimen, y toda Palestina pasó a ser provincia romana, gobernada directamente por un procurador con residencia en Cesarea Marítima.

 

A veces, se confunden los tres Herodes que vivieron en aquella época, pues los tres aparecen en el Nuevo Testamento con el mismo nombre:

1) Herodes, llamado el Grande, gobernó Palestina del año 37 al 4 a.C. Aparece en el nacimiento de Jesús. Se le atribuye la matanza de los niños de Belén (Mt 2,1.16).

2) Herodes, llamado Antipas, gobernó Galilea del año 4 a.C. hasta el año 39 d.C. Aparece en la muerte de Jesús (Le 23,7). Mató a Juan Bautista (Me 6,14-29).

3) Herodes, llamado Agripa, gobernó Palestina del año 41 al 44 d.C. Aparece en los Hechos de los Apóstoles (Hch 12,1.20). Mató al apóstol Santiago ffich 12,2).

 

3. La influencia de la coyuntura sobre la vida de las comunidades cristianas

Todos estos hechos, desde el decreto de Calígula en el año 39 hasta el cambio de régimen, ocurrido en el año 44, después de la muerte de Herodes, dejaron profundas marcas en el pueblo judío. De repente, se vio amenazado por el poder del Imperio, ahora con sede en Cesarea, muy cerca de la propia tierra. Esta amenaza reencendió el sentimiento antirromano, agudizó la desconfianza hacia los extranjeros, hizo crecer los movimientos nacionalistas y, por ese motivo, aumentó las divergencias internas entre los propios judíos. La reconciliación se hacía cada vez más difícil. A partir de los años cuarenta, la rebelión retomó fuerza. El celo por la ley cada vez era mayor y comenzaba a organizarse en el partido más radical de los zelotas. Iban surgiendo nuevos movimientos mesiánicos. En definitiva, a partir del decreto de Calígula, la coyuntura no era la misma. ¡Cambió el cuadro político!

El nuevo cuadro político repercutió también en las comunidades cristianas, cuyos miembros eran casi todos judíos. En otras palabras, la política se mezclaba con la religión y dificultaba la convivencia entre los cristianos. Por un lado, se fortaleció la tendencia de los que insistían en la observancia de la ley de Moisés y de las tradiciones judías. Este grupo, más ligado a Santiago y a los "hermanos de Jesús", sigue la tendencia general del pueblo judío y evita el contacto con los extranjeros (cf. Gál 2,11-13). Son los que ahora sufren la persecución de Herodes Agripa (Hch 12, 1 3). Por otro lado, personas como Bernabé y Pablo, seguidores de la línea de Esteban, no se sienten bien en la comunidad de Jerusalén. Salen y buscan otro lugar para vivir y trabajar, y allí anuncian la Buena Noticia (Hch 9,29~30). En resumen, la crisis provocada por el cambio de coyuntura favoreció la misión fuera de Palestina. Los primeros cristianos supieron leer los signos de los tiempos. Comenzó una nueva etapa.

2. Del año 40 al 70: La expansión misionera en el mundo griego

Las persecuciones, el cambio de coyuntura y el deseo de anunciar la Buena Noticia "a toda criatura" (Mc 16,15) llevaron a los cristianos fuera de Palestina. En poco tiempo, más o menos treinta años, el Evangelio se extiende por todo el Imperio y penetra en casi todas las grandes ciudades, incluso en Roma, la capital, el "fin del mundo" (Hch 1,8). El levantamiento de los judíos y la brutal destrucción de Jerusalén por los romanos (año 70) crea una nueva situación y marca el final de este período.

1. La transición

Ésta es la época de la impresionante expansión misionera en el mundo griego, en el mundo de la polis. En los tres viajes, tal como los describe Hechos, Pablo y sus compañeros recorren cerca de 16.000 kilómetros. Se enfrentan con muchas dificultades, no sólo del viaje (2 Cor 11,25-26), sino también con problemas relacionados con la fidelidad al mensaje. Las cartas de Pablo testimonian el enorme esfuerzo que hacían para discernir la voluntad de Dios en cada momento y circunstancia.

Es la fase de la lenta y difícil transición:

- de Oriente a Occidente;

- de Palestina hacia Asia Menor, Grecia e Italia;

- del mundo cultural judío al mundo cosmopolita de la cultura griega;

- de una realidad de mundo rural a una realidad de mundo urbano;

- de comunidades que nacieron alrededor de las sinagogas, extendidas por Palestina y Siria, a comunidades más organizadas que surgieron en torno a la casa en las periferias de las grandes ciudades de Asia y Europa.

Este paso está marcado por una fuerte tensión entre los cristianos que venían del judaísmo y los nuevos que procedían de otras etnias y culturas. No se trataba sólo del salto geográfico y cultural de Palestina a Grecia e Italia. Era también el paso interior que había que dar a través de un doloroso proceso de conversión. Pablo y Bernabé fueron personas clave para hacer esa difícil transición. De hecho, dentro de sus propias vidas habían pasado del mundo de la observancia de la ley que acusaba y condenaba, a un mundo de la gratuidad del amor de Dios que acogía y perdonaba (Rom 83-4.31-32; Hch 4,36-37). Habían pasado de la conciencia de pertenecer al único pueblo elegido, privilegiado por Dios entre todos los pueblos, a la certeza de que en Cristo todos los pueblos se habían fundido en un único pueblo (multirracial y pluricultural) ante Dios (Ef 2,17-18; 3,6).

En este período, las comunidades toman conciencia de su propia identidad. Sin embargo, los primeros que notaron algo diferente no fueron los miembros de las comunidades, sino los otros. El pueblo de Antioquía fue el que percibió la diferencia entre los judíos y los que creían en Cristo. Para distinguirlos otorgó a éstos el nombre de "cristianos" (Hch 11,26). A partir del nombre que el pueblo le había dado, la comunidad cristiana comenzó a darse cuenta de su identidad. También en nuestros días el despertar de la conciencia se hace en diálogo con la gente.

2. Misioneros y misioneras

Nuestras informaciones en este segundo período vienen, sobre todo, de los Hechos de los Apóstoles y de las cartas de Pablo. Son buenas, pero limitadas, pues hablan solamente de la actividad de Pablo y la expansión de las comunidades en Asia Menor y en Grecia. Informan muy poco sobre otros misioneros y misioneras y sobre las comunidades que, en este tiempo, se extendían por el norte de África, Italia y otras regiones mencionadas por Lucas, y que estaban presentes en Jerusalén el día de Pentecostés (Hch 2,9-10). Tampoco informan sobre las comunidades de Siria y Arabia, cuyo centro era Antioquía, la comunidad que compitió en autoridad e influencia con la de Jerusalén.

No obstante, si Lucas habla únicamente de Pablo en la segunda parte de Hechos (Hch 13-28), no es porque para él Pablo fuera el único misionero, sino porque se veía a Pablo como el símbolo de todos los misioneros que, en esta época, supieron llevar la Buena Noticia por todo el mundo.

De hecho, Pablo nunca hubiera llevado a cabo lo que hizo sin la ayuda de los compañeros de viaje, sin las personas amigas, mujeres y hombres que lo acogían en sus casas (Hch 16,15.34; 18,3.7) y contribuían con alguna ayuda a sus necesidades (FIp 4,15-16; 2 Cor 11,9). Había comunidades que lo fortalecían en la fe, lo animaban con su testimonio (1 Tes 3,7-9), cuidaban su salud y sus heridas (Hch 16,33; 14,19-20; Gál 4,13-15) y lo defendían en las persecuciones (Hch 17,10; 19,30).

Lucas deja claro que, en muchos lugares, Pablo continuó el trabajo iniciado por otros misioneros. Por ejemplo, cuando llega a Corinto, encuentra al matrimonio formado por Priscila y Aquila. Expulsados de Roma, esta pareja había venido a Corinto, donde apoyaron la creación de la comunidad (Hch 18,1-4). Cuando Pablo llega a Éfeso, Apolo ya había estado allí, procedente de Alejandría, una de las ciudades más importantes de Egipto (Hch 18,24~28). También en Roma había una comunidad antes de su llegada (Hch 28,15; Rom 1, 11- 15). El mismo Pablo, en la carta a los Romanos, menciona un gran número de mujeres y hombres que trabajaban en el anuncio de la Buena Noticia y en la coordinación de las comunidades (Rom 16,1-16).

Además, había otros apóstoles que, como Pablo, anunciaban la Buena Noticia. No sabemos mucho de las actividades misioneras de Pedro (Hch 9,32-12,17). Tampoco de las actividades de Mateo, Bartolomé, Andrés, Santiago, Tomás, Tadeo, Simón el Zelota y otros. Existían los siete diáconos (Hch 6,5). Sólo sabemos un poco de las actividades de Felipe (Hch 8,5-8.26-40) y de Esteban (Hch 6,8-8,2). De los demás, sólo el nombre (Hch 6,5). Incluso había coordinadores y coordinadoras de las comunidades en todas esas regiones (Hch 14,23; 16,15).

Finalmente, conviene recordar a los misioneros anónimos, cuyos nombres sólo Dios conoce. Innumerables cristianos y cristianas, jóvenes y mayores, padres y madres de familia, anunciaban el Evangelio con su vida, en lo cotidiano de sus quehaceres, en casa, en la calle, en el mercado, en la lucha continua. Exactamente como hoy: la evangelización a través de grupos parroquiales y comunidades cristianas.

3. La actuación de las mujeres

La presencia y actuación de las mujeres son fundamentales en este período. Dentro de la cultura de la época, la mujer no podía participar en la vida pública. Su función se realizaba en la vida familiar; su influencia estaba restringida a la organización interna de la casa. Sólo podía tener un papel activo en la Iglesia si ésta tenía lugar en el interior de las casas. Las comunidades fundadas en esta época se reunían no en lugares públicos, sino en las casas de la gente: en la casa de Prisca y Aquila, tanto en Roma (Rom 16,50) como en Éfeso (1 Cor 16,19); en casa de Filemón y Apia en Colosas (Flm 2), en casa de Lidia en Filipos (Hch 16,15); en casa de Ninfa en Laodicea (Col 4,15; cf. Ayuda Para la guía 20). La creación de "iglesias domésticas" posibilitó mayor influencia y participación de la mujer.

En las recomendaciones finales de la carta a los Romanos, aparece algo del lugar que ocupaban en la vida de las comunidades. Pablo recomienda a "Febe, al servicio de la iglesia de Cencreas. Ella ha favorecido a muchos, entre ellos a mí mismo" (Rom 16,1.2). Pide para que se den recuerdos a Prisca y Aquila, "mis colaboradores en Cristo Jesús, quienes por salvar mi vida arriesgaron la suya" (Rom 16,3). En casa de este matrimonio se reunía la comunidad (Rom 16,5). Manda saludar a "María, que tanto se ha fatigado por vosotros" (Rom 16,6). Manda saludos para "Andrónico y Junias, mis paisanos y compañeros de prisión, insignes entre los apóstoles" (Rom 16,7). Además de las ya citadas, en la misma carta se recuerda a otras mujeres (Rom 16,12.15).

Ésas y otras afirmaciones muestran que las mujeres ocupaban funciones importantes en la vida y organización de las primeras comunidades. El Nuevo Testamento habla con toda naturalidad de mujeres que son discípulas ffich 9,36), diaconisas (Rom 16, l), colaboradoras en Cristo Jesús (Rom 16,3), compañeras o apóstoles (Rom 16,7) que hacen favores a muchos (Rom 16,2.3.6.12).

4. La condición social de los primeros cristianos

En la primera carta a los Corintios, Pablo se refiere a la condición social de los miembros de aquella comunidad: "Y si no, hermanos, considerad quienes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles" (1 Cor 1,26). Con otras palabras, no era gente rica, ni poderosa, ni con estudios. Posiblemente había algunos más ricos o de clase media, en cuyas casas la comunidad se reunía. La mayoría eran personas de la periferia de Corinto. Los innumerables consejos relacionados con esclavos dan a entender que gran parte de los primeros cristianos eran esclavos (1 Cor 12,13; Ef 6,5; Col 3,22; 1 Tim 6, 1). En la carta a Filemón, Pablo intercede por Onésimo, un esclavo convertido (Flm 10).

En la carta de Santiago, es muy clara la alusión a la cantidad de pobres que había en la comunidad (Sant 2,2-9; 5,1-5). Lo mismo se puede decir de las recomendaciones de Pablo en relación con la Cena del Señor, cuando había gente que tenía mucho para comer y otros pasaban hambre (1 Cor 11,20-22). En la primera carta de Pedro se percibe que una buena parte de la comunidad estaba formada por inmigrantes y extranjeros (1 Pe 1, 1; 2, 11)

5. Lectura, relectura y escritos

En este segundo período surge lo que nosotros llamarnos el Nuevo Testamento. La experiencia de vida nueva en Cristo era tan grande y los problemas que se vivían eran tan diferentes, que las palabras de la Escritura de los judíos ya no bastaban para orientar a los cristianos. El Nuevo Testamento nace del esfuerzo que se hizo para verbalizar la nueva experiencia y para encontrar una solución a los nuevos problemas.

En esta segunda etapa, Pablo escribe para animar a las comunidades que había fundado en Tesalónica, Corinto, Filipos y en la región de Galacia. Escribe a la comunidad de Roma, en la que aún no había estado (Rom 15,22-24). Manda una pequeña carta para su amigo Filemón, con el fin de interceder por un esclavo fugitivo. De esta misma época es la carta de Santiago. Los nuevos escritos eran guardados por las comunidades y añadidos a la lista de los Libros Sagrados. Poco a poco, se comenzaron a ver como una nueva expresión de la Palabra de Dios, al lado de la Biblia de los judíos.

A la vez, continúa el esfuerzo para recoger, releer y transmitir las palabras y gestos de Jesús. Alrededor del año 45, surgen las colecciones de palabras de Jesús, que, más tarde, fueron utilizadas por los evangelistas para componer sus evangelios. Al final de este segundo período, en tomo al año 70, se concluye la redacción final del evangelio de Marcos.

Como veremos en las guías y Ayudas para las guías, no siempre se puede determinar el período exacto en que ha sido escrita esta o aquella carta. Tampoco es posible determinar si todas las cartas son realmente de la persona a quien se atribuyen. De cualquier forma, todas fueron guardadas por las comunidades como expresión de su fe. Por ese motivo, se integraron en la lista, canon, y se convirtieron en canónicas. El Nuevo Testamento, que antes estaba sólo en el corazón, en los ojos, en las manos y en los pies, comienza a expresarse en el papel. Nace de la conciencia de tener un nuevo acceso a Dios a través de Jesucristo.

6. Cambio de coyuntura

En el año 68, a consecuencia de la política de Nerón, el Imperio se desmorona por guerras civiles. En todas las partes, tanto en las provincias como en el propio centro del Imperio, estallan las revueltas. Varios pretendientes se autoproclaman como emperador. En un año Roma tuvo cinco emperadores. La confusión era total. Al final, vence Vespasiano, apoyado por las provincias orientales.

En este contexto, tres acontecimientos provocan una crisis muy grande en la vida de las comunidades cristianas: la persecución de Nerón en Roma (año 64), el levantamiento y la masacre de los judíos en varias partes del Imperio, sobre todo en Egipto (año 66), y la revolución judía en Palestina (año 68), que provocó la destrucción brutal de Jerusalén por los romanos (año 70). Un cuarto acontecimiento, referido más al interior de las comunidades, como era la muerte de los apóstoles y de los testigos de la primera generación, hizo que aumentara la crisis y contribuyó a que la vida de las comunidades entrara en una nueva fase.

Debido a estos factores de coyuntura internacional, judíos y cristianos pierden los privilegios que los judíos habían conquistado ante el Imperio a lo largo de los siglos. se convierten en objetivo de persecuciones por parte del Imperio. No son persecuciones generalizadas decretadas por el poder central de Roma; son conflictos locales con la sociedad civil. Las instituciones del Imperio son movilizadas contra los cristianos con una facilidad cada vez mayor por personas que se sienten perjudicadas en sus intereses por causa del mensaje cristiano (Hch 13,50; 14,5,19; 16,19-24; 17,5-8; 18,12; 19,23-40). Sin embargo, los cristianos apenas consiguen movilizar a estas mismas instituciones para defender la justicia y la verdad. Viven la situación de una pequeña minoría sin ninguna influencia política. No consiguen poner a su favor a la opinión pública. Son gente sin poder.

La creciente resistencia del Imperio contra las comunidades cristianas, la destrucción de Jerusalén y la desaparición de la primera generación de testigos de la resurrección ponen en crisis la identidad de muchos. Al mismo tiempo, producen una inseguridad muy grande en los cristianos y hacen que las comunidades se vuelquen sobre sí mismas para poder sobrevivir. Comienza la tercera etapa.

3. Del año 70 al 100: Organización y consolidación de las comunidades

Esta etapa se tratará más profundamente en el próxin_10 volumen. Lo que sigue a continuación es un pequeño resumen, para evitar que la separación entre los dos volúmenes aísle dos períodos de la historia que forman una unidad entre sí.

Es un período difícil, marcado por graves conflictos y problemas. Continúa y se profundiza la lenta transición del judaísmo al mundo griego. El trauma que quedó por la destrucción de Jerusalén aumenta por la trágica separación entre judíos y cristianos. Los dos, en vez de ser el pulmón de la humanidad, se convierten en dos religiones distintas, enemigas entre sí, que se excomulgan mutuamente. Más aún, muchas doctrinas y religiones diferentes invaden el Imperio romano. Es un signo de la crisis espiritual y de la inestabilidad general. Penetran también en las comunidades y provocan nuevas tensiones y conflictos. Separados de los judíos, los cristianos se convierten en objetivo de persecuciones cada vez más fuertes por parte del Imperio romano. Al final del siglo I, bajo el gobierno de Domiciano, se les declara "Religio Illicita" junto con otros cultos mistéricos. La nueva situación obligó a los cristianos a revisar muchas cosas.

De este tercer período son las "cartas católicas" (de Juan, Pedro y Judas), el Apocalipsis, las "cartas pastorales" (Timoteo y Tito) y, probablemente, las cartas a los Efesios y Colosenses. En esta época se hace la redacción final de los evangelios de Mateo, Lucas y Juan, y de los Hechos de los Apóstoles.

 

 

El anuncio cristiano

Los discursos tienen una gran importancia en Hechos. Juntos constituyen una tercera parte del libro. Están insertados en momentos importantes de la narración: después de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles en Pentecostés (Hch 2,14-39); después de la curación del paralítico en el Templo de Jerusalén (Hch 3,12-26); después de los interrogatorios del Sanedrín (Hch 4,8-12 y Hch 5,2932); y en el encuentro entre Pedro y Cornelio (Hch 10,34-43). Todos estos discursos, que se encuentran en los doce primeros capítulos del libro, están puestos en boca de Pedro. En los capítulos siguientes hay otros muchos discursos, la mayor parte de ellos pronunciados por Pablo.

Lucas ha tenido la habilidad de ir hilvanando estos discursos con los acontecimientos que va narrando, pero si los miramos más de cerca descubriremos que todos ellos hablan de lo mismo, y además lo hacen con palabras muy parecidas. Esto hace pensar que Lucas ha recogido en ellos el contenido fundamental del anuncio cristiano.

El "kerygma" más antiguo

Kerygma es una palabra griega que significa "pregón". El kerygma es lo que anuncia el pregonero en la plaza para que lo oigan todos. Sin embargo, entre los primeros cristianos esta palabra pasó a designar el anuncio fundamental acerca de Jesucristo.

El testimonio más antiguo del contenido de este anuncio se encuentra, probablemente, en la Primera Carta a los Coríntios. Pablo recuerda a los cristianos de Corinto el Evangelio que él les había anunciado y se lo resume con estas palabras: "Yo os transmití lo que a mí vez recibí, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, y que fue sepultado; que resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se apareció a Pedro..." (1 Cor 15,3-5). Estas escuetas palabras revelan que el contenido más nuclear del primer anuncio cristiano era la muerte y la Resurrección de Jesucristo, confirmadas por pruebas de experiencia (fue enterrado / se apareció) y por el testimonio del Antiguo Testamento (según las Escrituras).

El "kerygma" ampliado

Las primeras comunidades cristianas fueron completando la afirmación central del kerygma. A los dos acontecimientos centrales, la muerte y Resurrección de Jesús, se añadieron otras afirmaciones importantes acerca del sentido de su venida entre nosotros, de su actividad en Galilea y de su condición gloriosa después de la Resurrección. Esto es lo que encontramos, precisamente, en los discursos de los doce primeros capítulos del Libro de Hechos. En todos ellos aparecen los siguientes elementos:

. Se ha cumplido la promesa que Dios había hecho a través de sus profetas.

. Este cumplimiento ha tenido lugar mediante la actuación de Jesús en Galílea, su muerte en cruz en Jerusalén a manos de las autoridades del pueblo, y sobre todo mediante su Resurrección.

. En virtud de su Resurrección, Jesús ha sido exaltado como Señor junto a Dios, y ha sido constituido Juez de vivos y muertos; desde entonces toda la historia tiende hacia Él para alcanzar su consumación.

Estos tres elementos aparecen de una u otra forma en los discursos de Hechos y resumen el contenido del kerygma ampliado, cuyo objetivo es provocar la conversión de quienes lo escuchan. Por eso todos los discursos terminan con una invitación a la conversión o con una oferta de perdón.

Los que acogen el mensaje y se convierten reciben el Espíritu Santo y pasan a formar parte de la comunidad cristiana. De este modo se diseña el camino por el que los primeros cristianos entraban a formar parte de la comunidad cristiana: predicación sobre Jesús acogida de fe - conversión - bautismo - integración en la comunidad.

¿Qué anunciamos los cristianos hoy?

Llama la atención que, a pesar de todas estas ampliaciones, el contenido central del anuncio cristiano siguió siendo Jesucristo y solo Jesucristo. Esto debería hacernos pensar. En la nueva evangelización que estamos llamados a realizar los cristianos en el umbral del tercer milenio habrá que renovar el ardor, los métodos y los evangelizadores, pero el contenido de nuestro anuncio solo podrá ser Jesucristo. Cualquier otro anuncio no será el anuncio cristiano.

Desde aquí tendremos que revisar nuestras acciones evangelizadoras, nuestras catequesis, nuestra predicación, nuestro testimonio personal. Tendremos que dejar de hablar de nosotros mismos, de nuestros grupos y organizaciones, de nuestra moral, y tendremos que recuperar aquel anuncio primero cuyo único contenido era Jesucristo muerto y resucitado.

 

El evangelio es para todos

En el libro de Hechos de los Apóstoles se nos cuenta cómo la llegada del Evangelio a los que no eran judíos causó algunos problemas. Algunos miembros de la comunidad de Jerusalén, como hemos visto en Hch 11,2 le reprocharon a Pedro que se hubiera mezclado con paganos. Ni siquiera aceptaban que lo hubiera hecho para anunciarles a Jesús. Más adelante, cuando leamos el relato de la Asamblea de Jerusalén, comprobaremos que siguió habiendo problemas para acoger a los no judíos que se hacían cristianos, y que en la comunidad había diversas opiniones sobre qué es lo que se les debía exigir (Hch 15,23-29).

Comer con los paganos

Tanto la objeción de "los partidarios de la circuncisión" como la decisión de la Asamblea de Jerusalén tienen que ver con la comida y los alimentos. En su Carta a los Gálatas (Gal 2,11-15) San Pablo cuenta un episodio en el que el problema central era, precisamente comer o no comer con los paganos. Esto indica que se trataba de un problema importante para los primeros cristianos. Es probable que esta insistencia en la comida nos resulte extraña, y precisamente por eso, tenemos que hacer un esfuerzo para entender lo que significaba para aquellos primeros cristianos el hecho de comer con otros.

La comida, y todo lo que la rodea (qué se come, cuándo se come, con quién se come, dónde se come ... ), posee en las culturas tradicionales un significado muy profundo. Es una acción relacionada con la subsistencia que ha sido rodeada de un gran valor simbólico. En la antigüedad, sobre todo entre los judíos, la comida servía, entre otras cosas, para identificar quién pertenecía a un grupo y quien no. Por eso los que pertenecen al mismo grupo comen las mismas cosas y no comen nunca otras: comen y dejan de comer (ayuno) en los mismos tiempos; y sobre todo no comen con los que no son de su propio grupo.

Entre los primeros cristianos comer con los paganos equivalía a acogerlos en el propio grupo, integrarlos en la comunión que los creyentes vivían entre sí y con Dios (Hch 2,42-47).

Jesús comía con los pecadores

Los evangelios cuentan en diversos lugares que Jesús comía con los pecadores, y uno de los insultos más ofensivos que sus contemporáneos le dirigieron se refería a esta costumbre. Le llamaban "comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores" (Le 7,34).

Los primeros cristianos se acordaron muchas veces de esta costumbre de Jesús. A algunos de ellos se les presentaba el mismo problema: el Evangelio llegaba a los paganos y no podían dejar de acogerlos en la misma mesa, sobre todo cuando se trataba de la mesa de la Eucaristía. Meditando sobre aquellos gestos de Jesús descubrieron que había solo una Eucaristía, solo una mesa, la de aquellos que habían acogido la Buena Nueva, la de los que habían creído en Jesús.

Compartir la mesa tenía para ellos un significado muy parecido al que tenían las comidas de Jesús con los pecadores. Jesús expresó a través de aquellas comidas su intención de transformar desde dentro esta sociedad basada en criterios de prestigio y dominación. Los primeros cristianos expresaban a través de este mismo gesto que Dios no hace distinciones, sino que acepta a todos y que su salvación es para todos.

¿Con quién comemos nosotros?

Comer juntos tiene también para nosotros un hondo significado. Cuando hay una ocasión especial (final de curso, cumpleaños, etc.) organizamos una comida, y de esta forma reforzamos nuestra unión. A estas comidas solemos invitar a los amigos, familiares, o a los miembros de nuestro grupo, pero ¿qué pasa si alguien que no es de nuestro grupo o de nuestro agrado se presenta de pronto? Nuestra forma de comer también refleja nuestra mentalidad, a veces cerrada y excluyente. No aceptamos a todos de la misma manera; nos cuesta acoger a todos de corazón y hacerles un hueco en nuestra mesa.

Si somos sinceros nos daremos cuenta de que esta misma mentalidad se manifiesta también en nuestra actitud hacia los que no están en la iglesia: tenemos recelo, y esos recelos nos impiden acercarnos a ellos para anunciarles el Evangelio. No debemos extrañarnos. También les pasó a los primeros cristianos. De su ejemplo debemos aprender, sin embargo, que hay algo mucho más importante y más fuerte que esta tendencia a encerrarnos en nuestros grupos: el Espíritu santo. Él es quien nos impulsa, como a Pedro, para que salgamos de nuestros círculos cerrados y nos acerquemos a aquellos que a veces, como le ocurría a Cornelio, están deseosos de oír hablar de Jesús y de recibir la salvación que Él les trae.

 

El Espíritu guía la misión y crea comunidad

Ya sabemos que el tercer evangelio y el libro de los Hechos tienen el mismo autor. Pero ¿Por qué sintió la necesidad de escribir una segunda parte del evangelio? ¿Por qué Lucas da tanta importancia a Pedro, Pablo y a otros, casi tanto como a Jesús? Porque Lucas, a través de Pedro, Pablo, Esteban, Felipe...hace presente al Espíritu de Jesús. A través de estos discípulos es siempre Jesús el que habla y actúa. Es Él, el que hace llegar el Reino de Dios y manifiesta signos en los milagros. Es el Espíritu santo el que guía la misión y crea la comunidad. El verdadero protagonista de Hechos de los Apóstoles es el Espíritu Santo. Hasta tal punto ha sido así que al libro de los Hechos se le ha denominado el Evangelio del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el iniciador y acompañante de la misión

El día de Pentecostés se produjo una gran transformación en los apóstoles. Antes estaban encerrados (Hch 1, 13-14): ahora abren sus puertas y se enfrentan a la multitud (Hch 2,14). Antes no supieron enfrentarse a las decisiones del gobierno que mató a Jesús (Le 24,20); ahora dicen "debemos obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5,29). Antes Pedro había negado a Jesús (Le 22,56), ahora, frente a la multitud que se agolpa, da un testimonio valiente de su maestro (Hch 2,32).

Si hacemos un recorrido por el Libro de los Hechos constatamos que a la presencia del Espíritu Santo se debe la primera predicación de Pedro (Hch 2,14s) y el primer viaje misionero de Pablo y Bernabé (Hch 13,2). En el segundo viaje de Pablo será un constante guía (Hch 16,6s). El Espíritu conduce a Felipe al camino de Gaza (Hch 8,29-39). Con su iniciativa pide a Pedro que bautice a Cornelio y a su familia (Hch 10,47), abriendo las puertas de la fe a los paganos (Hch 10, 19). No solo escoge y manda a los misioneros (Hch 13,2), también por medio de obstáculos, les impide ir a unos lugares y los lanza a otros (Hch 16,6).

Recordemos el encargo que Jesús dio a sus discípulos antes de subir al Cielo: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8). La misión de los discípulos tiene un horizonte amplio. El Espíritu no se queda encerrado en el pueblo judío sino que salta al mundo de los gentiles o paganos. Este es el sentido más hondo de Pentecostés. Los discípulos, convertidos en testigos entusiastas de la Buena Nueva, están siempre en movimiento, de un lado para otro, anunciando sin pausa el mensaje de la salvación que deben proclamar hasta los confines del mundo: esa es su misión.

El Espíritu Santo creador de comunidades

El testimonio de una comunidad fraterna y misionera, animada por los apóstoles, encuentra un profundo eco en el mundo judío: la fuerza del Espíritu impulsa eficazmente la predicación haciendo crecer el número de hermanos y hermanas de tal manera que antes de Pentecostés eran ciento veinte (Hch 1, 15) y después pasan a ser cinco mil (Hch 4,4), porque "el Señor agregaba cada día los que se iban salvando al grupo de los creyentes" (Hch 2,47).

Poco después del relato de Pentecostés Lucas nos presenta los tres sumarios que nos hablan de cómo vivían las primeras comunidades cristianas (Hch 2,42-47; 4,32-35; 5,12-14). Lo primero que hace el Espíritu Santo es crear comunidades de creyentes que todo lo tienen en común, que perseveran en la enseñanza de los apóstoles, que oran y que celebran la fracción del pan. Estas comunidades, sostenidas por la fuerza del Espíritu Santo serán testigos de que el Señor ha resucitado, de que el Señor vive. Ellas serán por su testimonio misioneras. Mediante la calidad y la intensidad de vida los creyentes "contagiarán a los de fuera". El testimonio de los primeros cristianos hará nacer nuevas comunidades (Hch 2,38-47). Los primeros creyentes acogen con agrado la invitación de los apóstoles y reciben el mensaje de la Buena Nueva con una fe incondicional (Hch 4,4; 8, 14; 13,48: 15,7) que los lleva a optar por una nueva forma de vida, a volverse hacia el Señor. Es una conversión, un cambio profundo de su mentalidad (Hch 2,40; 9,35-42; 11,21).

El Espíritu está presente y actúa en la comunidad

El Espíritu Santo tiene en estas comunidades un protagonismo muy especial. El sostiene a la comunidad reunida y le hace saber su voluntad (Hch 13,2) hasta el punto que las decisiones se exponen con la fórmula "hemos decidido el Espíritu y nosotros" (Hch 15,28). Pero el Espíritu no está encadenado a la comunidad. Él sopla donde y cuando quiere. Recordemos por ejemplo el caso del profeta Agabo, un hombre movido por el Espíritu (Hch 11,28; 2 1, 1 Os), que ayuda a los misioneros a interpretar los signos de los tiempos.

El Espíritu no solo crea pequeñas células de cristianos sino que trae alegría y consuelo en medio de las dificultades (Hch 9,31; 13,52). Está presente, especialmente, en aquellos que coordinan las comunidades (Hch 20,28), en los apóstoles (Hch 5,32; 15,28), en los diáconos (Hch 6,3).

Hoy también el Espíritu nos empuja para acercarnos a los "de fuera", a los que han sido cristianos y ya no lo son, a los que prescinden de Dios, a los que buscan sentido a la vida... y nos da su fuerza para revitalizar la vida de nuestras comunidades. ¿Seremos capaces de hacernos conscientes de su presencia, de acoger su gracia liberadora?

 

Lugares de evangelización

Vivimos en la era de las comunicaciones de masa. Importa lo que se dice, peros obre todo cómo se dice y donde se dice. De ahí la multiplicación de lo escrito, la búsqueda de palabras apropiadas, del mejor medio de comunicación social para difundirlo, ya sea la radio, la televisión, la prensa, internet...Algo así ocurría en tiempos de los primeros cristianos. Entonces, las noticias que se querían divulgar eran transmitidas en lugares públicos, oralmente, por heraldos. Importaba cómo y dónde se decía para captar mejor la atención y, en su caso, la benevolencia del mayor numero de oyentes. Y a esa realidad adaptó su predicación la iglesia de los primeros tiempos.

Evangelización en distintos ámbitos

En otro encuentro ya comentamos cómo anunciaban los primeros cristianos su mensaje. Aquí vamos a reflexionar desde dónde se evangelizaba. Descubrimos la audacia y creatividad de los primeros creyentes en Jesucristo a la hora de testimoniar su fe. Los encontramos difundiendo la Buena Noticia de Jesús, muerto y resucitado, allí donde alguien podía escucharlos: en la calle (Hch 2,14), a la puerta del templo (Hch. 3, 1 l), por todas partes (Hch 8,4), en el camino hacia otros lugares (Hch 8,27), en la plaza pública (Hch 17,17), junto al río (Hch. 16,13): aprovechando incluso situaciones adversas como la prisión (Hch 4,8; 16,23; 21,40).

Pablo solía dirigirse a la gente en las sinagogas (Hch 9,20; 13,5. 14; 17, 1. 10; 19,8 ... ), consciente de que había sido enviado a predicar primero a los judíos. Pero anunció también a Jesús resucitado en ambientes paganos, como lo atestigua el discurso en el Areópago de Atenas (Hch 17,22s). El Areópago era un tribunal griego, generalmente la plaza pública, donde se juzgaban delitos y se interpretaban las leyes. También era utilizado por filósofos y predicadores itinerantes para exponer sus doctrinas.

Ahora bien, el principal lugar de reunión y de evangelización, y la principal plataforma de evangelización de las primeras comunidades cristianas, sobre todo de las comunidades lucanas, fue la casa.

La evangelización por las casas

La casa, entendida en su doble sentido de 'vivienda' y de 'familia', tuvo una importancia enorme entre los primeros cristianos. A las primeras comunidades se las ha llamado 'iglesias domésticas', porque fue una de las formas como se organizó la Iglesia al principio.

Las reuniones por las casas dieron a los primeros cristianos conciencia de su identidad y de su diferencia frente al judaísmo. Las casas permitían la vida comunitaria, eran plataformas misioneras, lugar de acogida para los predicadores itinerantes, sostén económico del cristianismo naciente. En ellas se posibilitaban las relaciones interpersonales basadas en la fraternidad, la comunicación de la fe y la participación real de todos los miembros. En su espacio se proclamaba y escuchaba la Palabra, tenía lugar la fracción del pan, se oraba y se compartían los bienes (Hch 1, 13: 2,42).

Las casas como lugares de reunión aparecen con frecuencia en el NT. Así, de Pablo se dice que "predicaba y enseñaba en público y por las casas" (Hch 20,20). Y es conocida la fórmula de conversión al cristianismo: "NN y (toda) su casa", que aparece repetidas veces tras el anuncio de la Buena Noticia. Es el caso del centurión Cornelio (Hch 10), o de Lidia (Hch 16,15). Entenderemos mejor esta conversión de toda la casa si tenemos en cuenta que en aquel tiempo todos los miembros de la familia estaban bajo la autoridad del cabeza de familia, de modo que si él se convertía al cristianismo, todos los moradores de la casa solían dar el paso con él. Es lo que ocurrió con el carcelero de Pablo y Silas en Filipo, de quien se dice que "recibió el bautismo él y todos los suyos (Hch 16,33).

En las Cartas del Nuevo Testamento se saluda frecuentemente a los responsables o a miembros destacados de las comunidades: en Rom. 16,14-15, Pablo saluda a dos iglesias domésticas. En Colosenses se saluda a Ninfa `y a la iglesia de su casa". La segunda Carta de Juan va dirigida a 1a señora elegida y a sus hijos" (2 Jn 1, l), recordando con esta imagen el ámbito familiar. Es una forma de llamar a la iglesia local y a sus miembros.

Recuperar la creatividad de los primeros cristianos

Podemos decir, pues, que los primeros cristianos -fueron por todas partes anunciando el mensaje" (Hch 8,4) a los de dentro y a los de fuera, haciendo de cualquier lugar un espacio adecuado para la proclamación de la Buena Noticia. Esto nos debería hacer reflexionar sobre nuestros lugares de evangelización hoy, porque tal vez han quedado reducidos a las iglesias, o como máximo, a unas reuniones puntuales y funcionales en los salones parroquiales. Quizá hayamos perdido la audacia y creatividad de los primeros cristianos en el anuncio, pero sobre todo, estamos encorsetando el Evangelio e impidiendo que llegue a todos, los de fuera y los de dentro.

 

Tomar el relevo en el anuncio del Evangelio

El libro Hechos de los Apóstoles nos muestra cómo, desde el principio, las comunidades cristianas se preocuparon por extender el Evangelio más allá de los estrechos límites marcados por una cultura, una raza o un pueblo.

Lucas subraya que esta preocupación no es fruto de su propia iniciativa, sino que responde a un mandato del mismo Jesús. En efecto, es el Señor Resucitado quien, al final de su carrera en este mundo y antes de subir al Cielo, se asegura de pasar el relevo a quienes han de ir detrás de Él en la tarea de extender la Buena Noticia. A ellos les encarga llevar a cabo un proyecto misionero que él "sino diseña con estas palabras: "Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8).

De esta manera, Jesús pasa el testigo de la misión a los Doce, que quedan así constituidos testigos del Evangelio. Su misión será extenderlo "hasta los confines de la tierra", siguiendo las pautas que el Señor Resucitado les ha marcado.

Guiados por el Espíritu

Pero Jesús no deja solos a los suyos en esta empresa. Les envía 1a fuerza del Espíritu Santo" para que sea Él quien los anime, los guíe y los oriente. Lucas deja muy claro que el Espíritu es el verdadero protagonista de la misión y quien tomará en sus manos la responsabilidad directa de llevar a cabo el proyecto señalado por el Resucitado. Todos los demás evangelizadores y ministros de la Palabra que aparecen en el Libro de los Hechos son instrumentos dóciles en sus manos.

Las palabras de Jesús en Hch 1,8 parecen responsabilizar directamente a los Doce del encargo misionero de llevar el Evangelio "hasta los confines de la tierra", pero a lo largo del relato estamos comprobando que es el Espíritu Santo quien elige y guía a quiénes han de cubrir cada etapa del proyecto: la evangelización de Samaría es llevada a cabo por los Siete diáconos. y especialmente por Felipe. Más tarde será Pablo el elegido para continuar con la tarea de extender la Buena Noticia "hasta los confines de la tierra".

Por eso, al leer el Libro de los Hechos, vemos cómo el relevo de la misión pasa constantemente de unas manos a otras. Y es que el Evangelio no es patrimonio exclusivo de nadie. Nadie puede monopolizarlo. A instancias del Espíritu debe pasar de boca en boca como lo que es: una Buena Noticia. Lo importante es que se difunda y alcance la meta señalada por Jesús.

Continuar la misión de los apóstoles

En Hch 14,23 leemos que Pablo y Bernabé, una vez anunciado el Evangelio en un lugar y constituida una comunidad cristiana, no seguían en ella por tiempo indefinido, protegiéndola con afán paternalista, sino que "nombraban responsables en cada iglesia" que fueran capaces de tomar el relevo de la misión y de continuar la obra emprendida entre ellos por los mensajeros del Evangelio. El discurso a los dirigentes de la iglesia de Éfeso que hemos leído en este encuentro constituye otro ejemplo de esta práctica apostólica.

Así se asegura la continuidad de un ministerio que es un servicio a la Palabra de Dios y que nadie puede acaparar como propio. Solo es posible recibirlo de la Iglesia como un encargo del mismo Jesús y llevarlo a cabo con el oído muy atento a lo que el Espíritu sugiera en cada momento.

De este modo ha llegado el anuncio del Evangelio hasta nosotros, a través de lo que llamamos la "tradición de los apóstoles" y que no es otra cosa sino una larga cadena de testigos fieles que han trasmitido lo que de otros escucharon (lee 1 Cor 15,3).

Todos nosotros formamos parte de esa cadena. A los obispos, que son los sucesores de los apóstoles, les corresponde transmitir íntegramente y con fidelidad las enseñanzas que aquellos nos legaron. A los teólogos les toca repensar creativamente las verdades que creemos y hacerlas comprensibles a cada generación de creyentes. A los responsables de las comunidades cristianas les pertenece animar la fe de aquella porción de la Iglesia que el Señor les encomienda. Pero nadie está exento de tomar el relevo y correr la parte de carrera que le corresponde. Porque es el Espíritu de Jesús quien pone el testigo en nuestras manos y nos encarga extender la Buena Noticia allí donde cada uno vive y se afana. Todos somos continuadores de la misión de los apóstoles. Todos somos testigos del Evangelio.

 

Continuamos la misión que Jesús inició

Cuando Lucas presenta a Jesús inaugurando su vida pública en la sinagoga de Nazaret, no quiere solamente recordar un episodio de su vida. Lo que le sucede a Jesús en aquella ocasión, anticipa de alguna manera lo que le sucederá a la Iglesia a lo largo de su andadura misionera. Por eso, cuando los primeros cristianos leían este pasaje, sentían reflejada su experiencia y eso les ayudaba a identificarse más con su Señor y a anunciar con más ánimo el Evangelio a pesar del rechazo con el que a menudo se encontraban. Mediante este pasaje, Lucas nos ayuda a comprender el sentido profundo y el alcance de la misión de Jesús, pero también nos hace ver cómo la misión de la Iglesia no puede entenderse sino como continuación de la de su Señor. La misión de la comunidad cristiana es la misma misión de Jesús. Por tanto no es extraño que el anuncio del Evangelio tenga para los cristianos las mismas consecuencias que tuvo para él.

Cuatro rasgos característicos:

Primero: el verdadero protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo, que ha ungido a Jesús. Este es aspecto que subraya el texto de Isaías leído en la sinagoga de Nazaret. A lo largo de su evangelio, Lucas presenta siempre a Jesús como alguien movido por el Espíritu de Dios. En el Libro de los Hechos, el Espíritu es también el giran protagonista de la misión. Lo hemos subrayado varias veces a lo largo de este año y por ello no vamos a insistir en ello.

Segundo: el contenido del anuncio es sobre todo una buena noticia, que se traduce en gestos concretos de liberación y salvación. La cita de Isaías insiste en este aspecto y la vida de Jesús, con sus palabras y sus gestos, expresa elocuentemente el cumplimiento de este anuncio. En el Libro de los Hechos la misión de los discípulos también consiste en anunciar la Buena Noticia (lee, por ejemplo Hch 8,25.25.40). También ellos repiten los gestos liberadores de Jesús (lee Hch 3, 1 - 1 l). La Buena Noticia que predican los primeros cristianos es la Resurrección de Jesús, por medio de la cual Dios ha cumplido todas sus antiguas promesas. Todos los discursos del libro de los Hechos, que ocupan prácticamente la tercera parte del contenido, hablan de ello. Jesús mismo, es la Buena Noticia que produce la liberación y la salvación (lee Hch 4,12 ).

Tercero: los destinatarios de este anuncio son, ante todo, los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos. Entre ellos se cuentan también los extranjeros y los paganos, despreciados por causas religiosas. Entre estos, Jesús recuerda el caso de una viuda y de un leproso, aun más marginados a causa de su condición social y de su enfermedad. Al dirigirse a los más marginados, Jesús nos enseñó que Dios tiene corazón y lo suyo es la misericordia. En Hechos de los Apóstoles, la misión de la Iglesia se va abriendo progresivamente a los paganos, es decir a aquellos que no eran israelitas y eran marginados por causas religiosas. Esta apertura no se hizo sin resistencias y conflictos.

Cuarto: el anuncio del Evangelio tropieza muy a menudo con el rechazo y la persecución, que vienen muchas veces de los que están más cerca. Jesús lo experimentó crudamente a lo largo de su vida. Su palabra no resultó cómoda para quienes defendían el orden establecido. Tanto que al final acabaron con su vida. Esta experiencia acompañó también la misión de los primeros cristianos y el Libro de los Hechos lo certifica en muchas de sus páginas. Basta que repasemos lo que vimos en el encuentro que dedicamos a este tema.

Continuamos la misión de Jesús

Cuando nosotros revisamos nuestro compromiso cristiano, no podemos perder de vista que ese compromiso se da en el seno de una Iglesia que tiene delante de sí el reto de continuar la misión de Jesús. Por eso, hemos de preguntarnos constantemente si lo que nos mueve es la fuerza del Espíritu o la inercia de nuestros propios intereses: si lo que hacemos y decimos comunica una Buena Noticia que libera y salva o, más bien, damos la impresión de ser gente preocupada principalmente en mantener montajes y estructuras, que ahogan la vida y el dinamismo nacidos de la experiencia del Señor resucitado. Hemos de revisar constantemente a quiénes estamos favoreciendo con nuestras iniciativas pastorales, y ver si nos acercamos misericordiosamente a los mismos que Jesús se acercaba. Tenemos que examinar si nuestro espíritu es universal o si ponemos barreras y cortapisas que impiden a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo acercarse a Jesús y a su Evangelio. Finalmente, hemos de comprobar si nuestra vida de cristianos es causa de rechazo o de contradicción, porque puede ser que de tan inofensiva y falta de garra, ya no moleste a nadie ni a nadie provoque. No sea que hayamos pasado por agua el Evangelio.