La Iglesia en el Evangelio de San Marcos
Autor: Padre Marcos Sanchez, Salta, Argentina. e-mail: marcosaz@yahoo.com.ar
Roma, un día cualquiera entre los años 65-70, el hombre mira por la ventana del cuarto que da a la calle, ha terminado de escribir su libro: “Comienzo de la buena noticia...”. Desde lo alto, todavía pueden verse los rastros del terrible incendio que en el 64 arrasó la ciudad[1]. Mientras sus ojos se relajan, su mirada recorre toda la urbe, desde lejos afloran recuerdos y emociones que lo perturban. Los rostros de los amigos que ya no están, las lágrimas y los gritos de las mujeres y de los niños llevados a la muerte en el coliseo, los allanamientos practicados por la “militia” en las casas de los notables de la Iglesia... Sus ojos se empapan por las lágrimas, mientras abajo la ciudad sigue con su rutina y ruidos diarios.
¿Qué había pasado?
Imaginemos. Luego del Incendio los cristianos están en un imperio que los rechaza y los maltrata. La acusación de ser los autores del desastre, no solo llegó a las calumnias, a las injurias, a los maltratos; sino también a la tortura y a la muerte de los creyentes, muchos perdieron sus vidas, familias enteras fueron aniquiladas, asesinadas, crucificadas, quemadas vivas, entregadas a los leones y a las fieras salvajes en el coliseo, les quitaron sus bienes, expropiaron sus tierras, perdieron todo...
Otros, los menos valientes, se apartaron de la fe por temor, prefirieron dejar a Jesús, para no ser torturados, para no perder la vida, para no encontrarse con la posibilidad de que se les arrebate sus bienes y, aún más, la propia existencia.
Tiempo después de esa persecución terrible y dolorosa, de esas muertes, donde todos habrán perdido aunque sea un pariente, viene Marcos y escribe su evangelio.
“Según
el aforismo de Martín KAHLER, casi se podrían definir los evangelios como historias
de la pasión provistas de una introducción detallada”[2].
Y Marcos hace eso, pone la pasión como el centro de su evangelio e
intenta mostrarle a su pueblo, que ha sufrido muerte, ha sufrido expropiación
de bienes, ha sufrido torturas y que ha sufrido el desmembramiento de la
comunidad por el abandono de muchos, que todavía se puede luchar, que Jesús
sigue siendo el Rey, aunque las apariencias muestren lo contrario.
Marcos
se debe haber preguntado: ¿Cómo hablarles de fe a personas que sufrieron? ¿Cómo
hablarles del amor y el señorío de Dios a personas que lo perdieron todo, que
fueron torturadas, que fueron maltratadas, que les asesinaron los parientes, que
perdieron hijos, esposo, esposa, a sus padres, por el poder del Imperio? ¿Cómo
hablarle a esta gente que ha quedado en la ruina y desde que se desató la
persecución hasta ahora están mal, y todo por seguir a Jesús?.
Y
así nace su Evangelio, y de allí nace el relato de la pasión en donde Marcos
cuenta lo que verdaderamente le pasó a Jesús, pero con ojos romanos, con ojos
de sufrimiento. Lo primero que hace es querer mostrarnos que hay que tener fe
aunque no se vean milagros, aunque Dios no se haga ver, aunque pareciera que él
nos ha abandonado.
El
centurión romano, llegando al final del Evangelio, dice: “verdaderamente este
hombre era hijo de Dios” (Mc 15, 39). ¿Y qué vio? Vio un cadáver colgado de
la cruz, un hombre muerto y torturado, vio alguien golpeado, no vio un milagro,
no vio el poder de Jesús, vio su muerte y su silencio. Allí encontró la fe.
Es un centurión romano. Un mensaje claro a la Iglesia romana, de esa Roma
imperial que la maltrataba, que a pesar de toda desesperanza, tenía fe.
El
evangelio de Marcos es una catequesis, una enseñanza, de cómo Jesús vivió y
como murió para salvarnos, y de cómo nosotros al igual que Simón de Cirene
tenemos que tomar su cruz:
“...Debemos partir del hecho
probable de que San marcos presenta una catequesis, un manual para el catecúmeno.
Es decir el Evangelio de Marcos es un Evangelio hecho para esos miembros de las
primitivas comunidades que comenzaban el itinerario catecumenal. El Evangelio de
Marcos se puede llamar, sin duda, el Evangelio del catecúmeno.
En cambio, el de Mateo es el
Evangelio del Catequista, porque ofrece un conjunto de prescripciones, doctrinas
y exhortaciones.
El de Lucas es el Evangelio del
Doctor; es decir, el Evangelio que se le da a quien desea una profundización
histórico-salvífica del misterio en una visual más amplia.
El Evangelio de Juan es, en fin, el
del Presbítero; le da al cristiano maduro y contemplativo una visión unitaria
de los varios misterios de la salvación.
Marcos es, pues, el primero de estos cuatro manuales: el manual del catecúmeno; se encuentra en el centro de un itinerario catecumenal. Se puede condensar con las palabras de Jesús a los suyos: A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola (Mc 4, 11). Este Evangelio, en efecto, nos muestra cómo de las parábolas, o sea, de la visual exterior del misterio del Reino, podemos entrar al interior y recibir este misterio”.[3]
Según
estas palabras de Martini, podemos concluir, junto con Xavier León Dufour que
Marcos es un catequista, abreviador de contenidos, que insiste en el aprendizaje
de lo que su tradición religiosa le enseña. Marcos escribe para gente que recién
se está formando, son los saben que seguir a Jesús implica sufrimiento, y
vieron los efectos terribles de la incomprensión de los que no entienden, de
los que se oponen a la fe. Pesa más en san Marcos, ser fiel a la tradición
recibida, que evangelizar. Marcos es más un catequista que un evangelizador[4].
¿Cómo
era la comunidad de Marcos? ¿Qué concepción sobre la Iglesia tenían? ¿Cómo
vivían la comunión entre ellos después del desastre? Son las preguntas que
pueden guiarnos en la comprensión del Evangelio de Marcos y hacer que este
tenga más sentido en nuestra vida de Iglesia en Comunión.
TINIEBLAS
EN PLENO DÍA:
Así
como el humo del incendio de Roma volvió tinieblas la claridad del día, al
igual que el eclipse del sol producido en la muerte de Jesús a las tres de la
tarde, también los cristianos de ese momento vieron caer la noche sobre ellos,
sus vidas se volvieron terriblemente frágiles, las tinieblas se adueñaron de
la situación. En nuestro continente latinoamericano sufrimos lo mismo, vivimos bajo
un cielo sin estrellas. La expresión no es mía,
la tomo prestada de Elsa Tamez, biblista centroamericana. En un artículo suyo[5],
nos dice:
Hoy en América latina estamos
viviendo bajo un cielo sin estrellas. “Ausencia” –con su cortejo de sinónimos:
falta, privación, omisión, alejamiento, separación, partida, abandono,
retirada, huida–, me parece, es la palabra que define esa realidad. (...)
...el cielo que cubre el continente y el Caribe llora ausencia. Ausencia
de pan, de amor, de justicia, de solidaridad, de movimiento, de paz, de utopías,
de Dios. La globalización económica, con sus políticas de mercado libre, no sólo
está profundizando las divisiones sociales contra las cuales luchamos las décadas
pasadas, sino, me parece, nos está robando los sentimientos que nos recuerdan
nuestra humanidad: conmovernos frente al dolor de nuestro prójimo y nuestro hábitat.
Hoy se vive ausencia pero con mayúscula.
La oscuridad del cielo sin estrellas nos dispersa y nos obliga al repliegue
individual. Como si estuviéramos bajo el mandato de un toque de queda, nos
quedamos metidos en casa. (...) hay que ser realistas, no hay alternativas sino
dentro de la política neoliberal actual, se nos dice; y los horizontes se van
cerrando bajo un cielo sin estrellas, y los niños de la calle siguen aumentando
y los desempleados siguen creciendo, y el número de mujeres golpeadas y
asesinadas sigue subiendo y las enfermedades erradicas desde hace años, y
nuevas enfermedades extrañas siguen apareciendo. Estamos en un proceso de
involución donde la razón pierde terreno frente a la irracionalidad. Los
discursos de políticos y filósofos van por un lado y las realidades por otro.
Y la gente en tumultos, apiñada, corre en busca de la mejor oferta religiosa
que por lo menos le llegue al alma y le ayude a soportar la miseria.
Como
vemos, nuestra Argentina no es la excepción a la regla de Latinoamérica. Si
comparamos la situación de la comunidad de Marcos o, si queremos, desde lo que
Marcos le escribe a su comunidad (específicamente el relato de la Pasión) nos
encontramos con la misma realidad. Hoy se nos habla de globalización, que
pareciera oponerse, por las consecuencias que engendra, a la comunión. Son sólo
términos, pero que expresan mucho. En la pasión de Jesucristo, detallada por
Marcos, los poderosos se globalizan entre sí bajo el imperio de la muerte.
Pareciera que la única palabra pronunciada por estos globalizados es: ¡Crucifícalo!
No hay distinción entre la mano armada, los ideólogos y el pueblo masificado.
Todos quieren finalmente lo mismo: matar a Jesús.
La
comunidad romana también sufrió la globalización, las tinieblas en pleno día
oscurecieron su caminar como Iglesia y los que no tropezaron con la muerte que
engendraba el poder globalizado, omnímodo, irrestricto, impune, del emperador,
chocaron enceguecidos con la apostasía que nace del temor a la muerte.
Conviene
aquí citar a Simón Légasse[6]:
El Evangelio de Marcos –así al
menos puede deducirse de un cierto números de indicios– fue compuesto en Roma
sólo algunos años después de la terrible persecución de Nerón (64). Los
cristianos aprendieron cuánto puede costar ser lo que son y, también, debido a
las defecciones acaecidas entre ellos, que nunca se está a resguardo de una
apostasía. Siguiendo a Jesús, toman el camino de la cruz, y deben saberlo (8,
34-38; 10, 39). Este camino no está exento de riesgos para la fe (4, 17; 14,
38), como han demostrado los hechos. El ejemplo de los discípulos, su cobardía
durante el arresto de su Maestro, las negaciones del primero entre ellos,
muestran con claridad que nunca se está seguro de un abandono e incitan a los
creyentes a la humildad y a la oración (14, 38).
En este contexto latinoamericano, Argentino, de Iglesia que está en Salta, en nuestra situación de personas sufrientes, perseguidas por el maltrato que recibimos de nuestros gobernantes que no se fijan en los pobres, de personas que vivimos la angustia del día a día, de no saber lo que va a pasar mañana, de familias desmembradas, no sólo por los problemas internos, sino por la situación económica y social que hoy se vive, leyendo el Evangelio de Marcos, nos entendemos como iglesia-comunión que, a pesar de que todo esté mal, seguimos creyendo.
La
realidad nos muestra que la comunidad a la cual escribió Marcos entendió el
mensaje y captando la propuesta, por medio de su fe, pudo sobrevivir, de otra
manera el Evangelio no hubiera llegado a nosotros. Ante una crisis similar, con
distintos modos, pero con los mismos efectos, es conveniente que, como
iglesia-comunión, tengamos bien en claro los cimientos sobre los cuales se
asienta la concepción de iglesia que tiene el Evangelio de Marcos. Así, como
ellos, nosotros también, desde esos cimientos, con esa misma seguridad en la
gracia de Jesucristo, podremos pasar de esas tinieblas en pleno día
a la claridad de la fe en el Señor Resucitado, “sin exigirle milagros para
creer”[7].
Fortalecer
nuestra unidad en Jesucristo...
Este año, nuestro plan pastoral, tiene como objetivo: “Fortalecer nuestra unidad en Jesucristo para que hagamos con Él, de la Iglesia Salteña, en cada familia y comunidad eclesial, casa y escuela de comunión”. San Marcos va por esta línea, después de la entrada mesiánica a Jerusalén (11, 1 en adelante), Jesús va al templo y es allí donde pasará la mayor parte del tiempo entre discusiones y enseñanzas con sus eventuales adversarios y oyentes. En esas circunstancias es donde Marcos indica quien es Jesús para nosotros:
10¿No
han leído este pasaje de la Escritura: La piedra que los constructores
rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: 11esta es la obra del
Señor, admirable a nuestros ojos?". (Mc 12, 10-11)
Según
Paul Lamarche[8]:
“La salvación aportada por Cristo debe operarse a
través de las pruebas y del fracaso aparente: La piedra que los constructores rechazaron ha
llegado a ser la piedra angular, anunciaba ya el salmo 118, 22. Cristo, desechado por
los suyos, como lo predijo en la parábola de los viñadores homicidas, se
convierte en la piedra angular, es decir, el fundamento del edificio o más
probablemente la piedra principal de la cúspide. Así asegura la cohesión del
templo santo; en él se edifica y crece la morada de Dios”.
Nosotros,
como la comunidad de San Marcos, “Dejando el sepulcro vacío de Jerusalén y
buscando a Jesús en Galilea, con las mujeres, discípulos y Pedro, debemos
encontrarle como Iglesia, recorriendo así
con él, de otra manera (en perspectiva pascual), su camino de historia”[9].
Jesús
es el fundamento y los cimientos de nuestra vida eclesial.
Notemos
que el evangelio comienza, en el camino a la Cruz, diciéndonos que Cristo es
piedra angular, y no cimiento; y esto “mientras Jesús caminaba por el
Templo” (12, 27), que es la Casa de Comunión con el Altísimo,
marcando, podríamos decirlo con un juego de palabras, que la casa de Comunión
con el Altísimo tiene su fundamento en lo alto.
Otra
imagen bíblica, esta vez referida a la ciudad celestial, es la marcada en
Apocalipsis 21, 9ss, donde la ciudad celestial a la cual aspiramos viene de lo
alto, viene de Dios. Queremos indicar así que todo proyecto de construcción
comunitaria debe venir, primero y como fundamento, de lo alto (para un ejemplo
de lo que la Biblia opina sobre los proyectos comunitarios que nacen solo del
hombre, véase Gn 11: la torre de Babel)
La
comunidad, entonces, se construye desde la iniciativa divina, la salvación nos
llega de lo alto, y también la comunión. Para eso debemos buscar en Jesús el
fundamento de nuestro ser Iglesia. De modo que, nada mejor que fortalecer
nuestra unidad en Jesucristo...
...para
que hagamos con Él, de la Iglesia Salteña, en cada familia y comunidad
eclesial, casa y escuela de comunión”
El
Evangelio empieza diciéndonos: “Comienzo de la buena noticia de Jesús, Mesías
Hijo de Dios” (1,1) a las claras nos muestra quién es Jesús. Luego que Juan
es arrestado, Jesús va Galilea donde proclama la buena noticia de Dios: “El
tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la
buena noticia” (1, 15). Inmediatamente elige sus cuatro discípulos y los
llama a ser “pescadores de hombres” (1, 16-20). Notemos que son cuatro,
significando los cuatro puntos cardinales. Podríamos decir que son el comienzo,
la semilla de la iglesia de Jesús.
Con
sus discípulos, el día sábado, Jesús va a la sinagoga, enseña con autoridad
y realiza una curación (1, 21-28), pero al salir de la sinagoga se van a la
casa de Simón y Jesús cura a su suegra; recordemos, es sábado. Cuando Jesús
la cura, ella ya sin fiebre se pone a servirlos (1, 29-31). Claramente podemos
ver que se ha violado la norma del descanso sabático porque Jesús, no
solamente ha curado dos veces ya, sino que también la suegra de Pedro,
convertida ahora en discípula, sigue el ejemplo de su maestro: viola el sábado,
sirviendo a los que estaban allí. Violar el sábado tiene un sentido profundo
para Marcos, porque de hecho, se está abandonando la tradición religiosa de
Israel y empieza a desarrollarse una nueva tradición: la cristiana. El
contraste entre estos que violan el sábado siguiendo la tradición nueva y los
otros que siguen siendo perfectamente judíos se muestra en 1, 32-34, donde recién
“al atardecer, después de ponerse el sol” le llevan los enfermos del pueblo
para que los cure: respetan el sábado. Al otro día, Jesús no quiere quedarse
en Cafarnaún, quiere predicar en “las poblaciones vecinas” (1, 38). La
iglesia de Jesús, en Marcos, no se ata a un lugar, es de todos y para todos.
Desde
1, 40 a 2,17 se nos muestran dos aspectos de la iglesia de Jesucristo en el
Evangelio de san Marcos. De 1, 40-45 y de 2, 13-17, es la actitud de Jesús
hacia los marginados, la iglesia está compuesta por leprosos, publicanos y
pecadores.
En
2, 1-12 se nos muestra el primer bosquejo de iglesia-comunidad, los
cuatro amigos llevan un enfermo paralítico. El signo es fuerte. Es la fe de
ellos (v. 5) la que conmueve a Jesús. El paralítico será perdonado-curado por
la fe de la comunidad.
Al
final Jesús termina diciendo, esbozando un programa de vida: “Yo no he venido
a llamar a los justos, sino a los pecadores” (2, 17).
De
2, 18 a 3, 12 se desenvuelve todo un ambiente polémico. Las tradiciones de la
iglesia naciente chocan con los ritos y costumbres de Israel. En 2, 22 Jesús,
utilizando un aforismo popular, dice: “¡A vinos nuevos, odres nuevos!”. Y
en 2, 27: “El sábado ha sido hecho para
el hombre, y no el hombre para el sábado”. Se remata la escena con la curación
del hombre que tiene la mano paralizada, Jesús viola el sábado bajo el
principio expresado en la pregunta que dirige a los fariseos: “¿Está
permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?” (3,
4). Marcos, al decirnos que la multitud lo seguía, nos muestra que el
procedimiento que Jesús tiene, de ignorar la ley si no sirve para el bien de
los hombres, es ampliamente aceptado por aquellos a quienes vino a salvar.
Aquí
termina esta parte de discusiones donde los ritos, rituales y tradiciones, según
Jesús, deben ser revisados y cambiados, si fuera necesario, porque un tiempo
nuevo ha llegado, el tiempo en donde las cosas son hechas para el hombre y no el
hombre para las cosas, en donde lo importante es hacer el bien, salvar la vida.
Y eso, el pueblo sencillo y humilde, lo entiende bien.
Para
Jesús, las cosas empiezan a estar claras, las distinciones ya se han hecho, es
el momento de ampliar la familia. De cuatro discípulos pasamos a doce[10].
Jesús
sube a la montaña (3, 13), la montaña, “en la mayoría de las religiones,
probablemente a causa de su elevación, y del misterio que la rodea, es
considerada como el punto en que el cielo toca a la tierra”[11],
llama a los que Él quiere, los doce. Jesús instituye a los doce y les da una
tarea (v. 14): tienen que estar con Él, son predicadores y exorcistas: es decir
que de la cercanía, la inmediatez con Jesús (estar con Él) nace un ministerio
(predicar y exorcizar), que hace que los “doce” sean “otros Cristos”, ya
que cumplen su misma tarea.
En
el v. 20, después que Jesús ha formado su nueva familia, “los iguales a Él”,
vienen sus parientes pensando “es un exaltado” (v. 21) y quieren llevárselo.
La opinión de los parientes es la misma que tienen los escribas. Para sus
parientes, Jesús está loco, para los escribas, está endemoniado. Por eso, en
v. 28-30 Jesús se queja de esta incomprensión y advierte sobre las
consecuencias que trae blasfemar contra el Espíritu Santo.
En
este contexto tiene sentido que Jesús insista en 31-35 que quien “hace la
voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”[12].
Progresivamente los lazos de la fe y el amor, van asumiendo el lugar del vínculo
de la sangre.
Chicos,
a clase...
En
4, 1-34 se agrupan enseñanzas de Jesús a la Iglesia que Él ha formado[13].
Importa ver la explicación de la parábola del sembrador, un aliciente para que
el predicador no decaiga, no se canse de proclamar la buena noticia. En el v. 15
se nos habla de los desatentos que escuchan pero que no guardan en el corazón,
en 16-17 de los inconstantes, que, observémoslo bien, porque hace referencia a
la situación que vive la comunidad, “cuando sobreviene la tribulación o la
persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe”. En 18-19 la
seducción de las riquezas es la causante de que la Palabra sea
“infructuosa”. Y por último, v. 20 son los que dan mucho fruto.
Como
vemos, esta parábola es un resumen de lo que es toda comunidad y de lo que
cualquier creyente celoso puede esperar de ella, sólo en un 25% se da fruto
“al treinta, al sesenta y al ciento por uno”.
Los
dos ejemplos que siguen (21-25), la lámpara y la medida, son expresiones de lo
que se necesita en la comunidad, del creyente auténtico. El iluminado debe
iluminar y nosotros somos la medida de lo que recibimos, si quieres más,
aprende a entregar más.
De
todas maneras en 26-29 se nos enseña que el fruto no nace por obra del ser
humano, sino que es pura gracia. La Iglesia es construida por Dios y desde Dios
en medio de nosotros. De allí que en el v. 27 Jesús diga: “sea que duerma o
se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que Él
sepa cómo”. La parábola del grano de mostaza nos invita a no desalentarnos
por los humildes comienzos, de la mano de Dios, lo pequeño se hace grande, lo
que hoy apenas se ve, mañana da sombra a todos (4, 30-32).
En 8, 35-41 la barca se hunde, el grito del v. 39: “¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?”, nos recuerda a la desesperación de la comunidad romana en la persecución. La inercia de Dios lo muestra como desatento, “durmiendo”, parece que a Dios no le importamos. No hay signos, no hay milagros, no hay nada...
En
el v. 40, se nos vuelve a la realidad “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no
tienen fe?”. El único requisito, absolutamente el único para salvar nuestras
vidas del ahogo total es la fe. Parece que Dios se ha dormido, pero los dormidos
somos nosotros, inconscientes de que la llave para abrir la puerta de las
bendiciones divinas es la fe, sólo la fe.
En 5, 1-20, se nos relata la primera curación de un pagano, él es el arquetipo de todos los paganos, en él el modelo de lo que deben ser los que, venidos del paganismo, se convierten en cristianos. El nombre de los demonios es “legión” (v. 9), ¿simboliza a las legiones romanas? ¿Es una fina ironía de Marcos? ¿O solamente significa que el pueblo pagano está asolado por muchos demonios? No lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que en el v. 18, el hombre endemoniado ya liberado, quiere quedarse con Jesús. Jesús le dice que no, y lo invita (v. 19): “Vete a tu casa, con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti”.
El
mensaje es claro: la caridad empieza por casa. Marcos
invita a los paganos, que se conviertan, a los miembros de su Iglesia, a
predicar en sus propias casas, con su familia. No es una contradicción con lo
que decíamos de los familiares de Jesús, es una invitación a que los lazos de
la sangre sean robustecidos, elevados, enaltecidos, por los de la
fe. Los que están a tu lado tienen que ser los primeros en escuchar lo
que Jesús ha hecho por vos.
En
5, 21-43, dos mujeres. Una de ellas hemorroisa, doce años sufriendo. La otra,
la hija de Jairo, doce años... y muriendo. Una se desangra, la otra, pierde la
vida[14].
Son el signo evidente del Israel que se está muriendo asfixiado, desangrado,
anoréxico en sus viejas e inservibles tradiciones. Jesús, viene a curar las
heridas que desangran, viene a resucitar lo que está muerto. “Después ordenó
que le dieran de comer” (v. 43) significa que la vida continúa.
Desde
otra perspectiva, mirándolo desde el sufrimiento de la comunidad que ha perdido
a adultos y niños, podemos imaginarnos el impacto que este texto debe haber
tenido en los sobrevivientes de la comunidad de Marcos. El poder de Jesús sana
las heridas de una comunidad desangrada por la tortura, la persecución, los
asesinatos horrendos que el imperio ha realizado sobre ellos; y resucita a esa
comunidad que todavía no pudo llegar a su adultez que fue aniquilada en el
comienzo de su vida como asamblea de Dios. Es como si Marcos les dijera: “La
vida continúa”.
6, 1-6: Su pueblo, su familia, su casa, los más íntimos, desprecian a Jesús. No hay que sorprenderse del desprecio y la incomprensión con que nos tratan los que amamos, los que están en nuestra casa cuando hablamos de la Iglesia, cuando hablamos de Jesús. Ya en la comunidad de Marcos esto sucedía así. Y no es sólo la historia de Jesús, o de la primitiva iglesia, también es la nuestra.
6, 6b-29: Jesús envió a los suyos, ligeros y ágiles, sin nada de más, sin aferrarse a bienes materiales, con sólo lo imprescindible. Los envió “a predicar, exhortando a la conversión” (v. 12). Cumplen la misma tarea que Jesús, son, lo decimos de manera impropia, “Emanuel, Dios con nosotros”. El cristiano, para Marcos, es otro Cristo, hace las mismas cosas que Cristo, obra del mismo modo que Él. Podríamos decir: “Cada cristiano es un ángel, un mensajero de Dios que predica y exhorta a la conversión”. ¿El fruto de esta acción misionera? Lea 6, 13.
En
el párrafo anterior vemos un sol que brilla, los predicadores iluminan, pero
también hay nubes. Marcos nos cuenta qué piensan los poderosos de Jesús. Pero
también nos dice cuál es el destino de aquellos que se oponen a los planes de
los que ejercen el poder de mala manera, de los que no les importa matar si eso
les lleva a cumplir sus planes.
El
mensaje predicado es un mensaje de vida, es un sol que ilumina y da calor a la
tierra. Pero, como si fuera un cuento de Horacio Quiroga, tiene un sino trágico,
las nubes de la muerte se ciernen y llegan, siempre tarde, provocando la
oscuridad. Vida y muerte, seguimiento y martirio, dos caras de la misma moneda.
6,
30-56: Jesús quiere descansar, pero
se conmueve de la multitud. Le parece que son ovejas sin pastor, había elegido
a sus discípulos para ser pescadores de hombres, de esos que echan la red y
sacan pescados a montones. Hoy, las cosas han cambiado. Ya no son peces, son
ovejas, y el pastor del rebaño cuida a cada una de ellas, son parte de su
pueblo, “muchos los reconocieron” (v. 33), es como si nos indicara que ya no
son los doce solamente[15].
En este contexto de multiplicación de panes, hablar de ovejas también es
importante, ya que marca que la comunidad está formada por individuos, el
hambre siempre es individual.
Los
apóstoles querían desembarazarse de la gente, Jesús quiere alimentar el
hambre individual de esos que son como “ovejas sin pastor” y a quienes Él
considera también sus discípulos. De repente, Marcos, nos presenta el
modo de obrar que tiene la providencia divina:
“¿Cuántos
panes tienen ustedes? Vayan a ver.” (v. 38) “...Entonces Él tomó los dos
panes y los cinco pescados, levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición,
partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los
distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente” (v. 41).
La obra de
Dios en la Iglesia, se realiza con la Iglesia. Jesús pide a sus discípulos todo
lo que tienen. Aparecen cinco panes y dos pescados, nada, en comparación
con lo que se necesita, pero suficiente para que, cuando Jesús “pronunció la
bendición”, todos pudieran comer (v. 42). Es muy poco lo que podemos hacer,
pero si lo entregamos todo en las manos de Dios, sirve, alcanza y hasta sobra
para alimentar a “cinco mil hombres” (v. 44).
Marcos señala
dos cosas: la primera, hay que reconocer a Jesús (v. 33) antes del milagro. Hay
que tener fe para ver la obra de Dios. La segunda: hay que darlo todo, aunque no
sirva para nada, para que Dios realice la obra. Este intercambio, esta donación
mutua, nosotros, los salteños, lo expresamos diciendo: “Nosotros somos
tuyos, tú eres nuestro”.
“Al caer
la tarde”, después de haber ido “a la montaña, para orar”, Jesús ve la
barca que estaba en medio del mar y camina sobre las aguas hacia ellos. Marcos
nos muestra una imagen espeluznante, los discípulos fueron obligados a subir a
la barca, y ahora, sin Jesús, reman con viento en contra.
La escena
nos sitúa en lo que Marcos piensa de la comunidad, es una barca en medio del
mar, cruzando de una orilla a otra, con viento en contra, y que, sin el Señor,
nada puede hacer. Cuando Él está con nosotros todo se calma. Casi con pena,
podríamos decir, nos relata el v. 52, que los discípulos “no habían
comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida”. Llama la
atención que la gente (v. 33) reconoce a Jesús antes de partir el pan, y los
discípulos más cercanos, después de partir el pan siguen con la mente
enceguecida. ¿Una llamada de atención a los que tienen la tarea de servir a la
comunidad?
En el v. 54,
Marcos nos dice casi con alegría -¿o ironía?- “apenas desembarcaron, la
gente reconoció enseguida a Jesús”. Es tanta la fe que esa gente tiene que,
con “tocar tan sólo los flecos de su manto”, quedan curados (v. 56). La
contraposición es evidente, la gente tiene fe, los discípulos están
enceguecidos.
¡Hipócritas!
7, 1-23:
Seguimos con las discusiones entre Jesús y los judíos. Ya las asperezas son
indisimulables. Las tradiciones mal llevadas, repetidas por la inercia,
convertidas en rituales sin sentido, conducen a que “este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí...” (v. 6). Como consecuencia
de esto, se cae en la hipocresía más pura, porque, al buscar el cumplimento
exterior, se olvida que “es del interior, del corazón de los hombres, de
donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los
homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las
deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino” (21-22).
Como vemos, la historia se repite, cuando no podemos dominar nuestro interior,
nos llenamos de reglas exteriores que, al final de cuentas, son inútiles.
Para eso hay que tener FE y
dejarse tocar por Jesús. Y por casa, ¿cómo andamos?
8,
1-9. Parece ocioso repetir el mismo
gesto, pero no lo es. Marcos muestra algo tensionante. El texto es calcado del
anterior, las mismas circunstancias, las mismas soluciones. Es como si nos
estuvieran repitiendo la lección que no aprendimos. Una segunda oportunidad de
hacerlo bien. Es rendir el recuperatorio. Marcos conoce esto de ir de a poco, de
repetir para que se entienda. Una comunidad golpeada y asustada está más
preocupada por esconderse y salvar la vida que por guardar las palabras de Jesús.
¿Qué otra cosa se puede hacer? Nada, sólo repetir la lección.
Y
van...
8,
11-21. Volvemos a los problemas con
los fariseos y, por vez primera, Herodes es, para Jesús, un motivo de
preocupación.
De
todas maneras, lo que Marcos está haciendo es un tiro por elevación. Ante una
comunidad, desnuda de signos evidentes del poder de Dios, y que no ve la fuerza
protectora de la divinidad en sus vidas, la pregunta de Jesús (v. 12) -notemos
que la realiza “suspirando profundamente”-: “¿Por qué esta generación
pide un signo?”, debe haberles caído como un balde de agua fría. Es
imposible no verse reflejado en los fariseos. Sin duda, la situación es
distinta, y las motivaciones
absolutamente diferentes. Pero la respuesta que Jesús da a los que le piden
“un signo del cielo”, sea por la razón que fuere, es: “Les aseguro que no
se les dará ningún signo” (v. 12). En criollo: “Muchachos, dejen de
molestar, y tengan fe”.
Siguiendo
con el tiro por elevación, referirse a los fariseos y a Herodes, y a su
levadura, parece más bien una excusa para hablar de la ceguera y sordera (v.
18) que los discípulos tienen ante la presencia de Jesús. El v. 21 suena muy
duro: “¿Todavía no comprenden?”.
Como
vemos, Marcos descarga munición gruesa. Es como si hiciera una pausa para
llamar la atención sobre la única condición que hay que tener para ser
comunidad de Jesús: la FE. Me suena como si dijera: “Lo primero es lo
primero, si no entendiste esto, no podemos continuar”. La fe, sin signos ni
prodigios, primer mandamiento en “el manual para ser cristiano” de Marcos.
8,
22-9, 10. Marcos es el maestro de los
contrastes y, de una manera resumida y sucinta, va mostrando, de modo casi
imperceptible, las contraposiciones de la vida diaria de la comunidad a la que
le escribe.
Los
discípulos no creen, no comprenden, en cambio, la gente de Betsaida rogaba a
Jesús que tocara al ciego (v. 22). El gesto de Jesús conmueve, como si fuera
un padre amoroso, lo toma de la mano, lo lleva afuera (me suena a retiro
espiritual, a salir de lo cotidiano para poder “ver algo”), le pone saliva
en los ojos y le impone las manos. No es una curación más, es tierna, pausada,
casi gradual. “Veo hombres, como si fueran árboles que caminan” (v. 24).
Después de imponerle las manos de nuevo “el hombre recuperó la vista... veía
todo con claridad” (v. 25). En el v. 26, Jesús lo manda a su casa -¿coincidencia
con el endemoniado de Gerasa?-, y no quiere que entre al pueblo. Secreto Mesiánico,
le dicen... Me parece, personalmente, que es también una invitación a salir de
la ceguera para siempre: en tu casa, viví como cristiano y da testimonio de mí,
y no entres al pueblo de tus antiguos ritos, de tus cegueras pasadas, de tu
mundo de sombras, sin luces.
El
v. 27 nos dice que Jesús preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”.
Los discípulos contestan, pero cuando les pregunta su opinión, Pedro (v. 29),
responde: “Tú eres el Mesías”. Es la profesión de fe, y permítaseme
compararlo, con el ciego de Betsaida, de un hombre que fue tomado de la mano,
convertido en pescador de hombres, conducido a las afueras del mundo, sacado de
sus ritos y costumbres, a quien se le puso saliva en los ojos y se le impuso las
manos, todo eso para que pudiera ver, para que tuviera fe. Pero, al igual que el
ciego curado, Pedro también puede decir: “Veo hombres, como si fueran árboles
que caminan”. Porque, aunque, en pocas palabras, diga la profesión de fe más
hermosa del mundo, todavía no ve con claridad.
“Y
comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser
rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser
condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con
toda claridad” (Mc 8, 31-32)
“...Con toda claridad”. Pedro no entiende, ve a medias, como vos, como yo, como la comunidad de Marcos, sólo ve lo que quiere ver. Cuando viene el sufrimiento, nos hacemos humo, cuando hay problemas, renegamos de la comunidad. “Llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo” (v. 32).
Aunque es
algo real, la pluma maestra de Marcos, nos hace ver la similitud entre ese ciego
de Betsaida, Pedro y la comunidad de los creyentes. Aunque el Señor hable
“con claridad”, nosotros seguimos medio ciegos y también podríamos decir,
con respecto a la fe: “Veo hombres, como si fueran árboles que caminan”.
Ante esta
situación, Jesús explica perfectamente cuál es el camino, como al ciego le
impuso las manos de nuevo, así también habla a toda la comunidad -“Llamando
a la multitud, junto a sus discípulos” (v. 34)-, y le explica por qué le
pasa lo que le pasa a un cristiano cuando sigue al Señor y qué pasará con
aquellos que tienen miedo (“se avergüenza de mí”, v. 38) “en esta
generación adúltera y pecadora” (v. 38).
Ciegos están
los que no creen; medio ciegos están los que creen, pero sólo aceptando lo que
les gusta; y ven “todo con claridad”, los que aceptan que, para ver “que
el Reino de Dios ha llegado con poder” (9, 1), es necesario renunciar a sí
mismo y cargar con la cruz.
9, 2-29. Sin
duda, el relato de la transfiguración, tiene innumerables enseñanzas para toda
comunidad. Pero, lo vamos a abordar desde un solo punto de vista. Que Jesús se
aparezca entre Elías y Moisés (v. 4) marca, concretamente, la identificación
del Señor con la Ley y la proclamación de la misma. Que de la nube que los
cubría con su sombra salga esa voz que dice: “Este es mi Hijo muy querido,
escúchenlo” (v. 7), nos muestra la intención de Marcos de hacernos ver que,
no solamente Jesús es el predicador de la nueva ley, sino también el Hijo único
de Dios a quien se debe escuchar. Cuando Pedro quiere hacer tres carpas, porque
dice: “¡Qué bien estamos aquí!”, suena a fuera de lugar la explicación
que da Marcos en el v. 6: “Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos
de temor”. Cuando uno tiene miedo huye de la situación, difícilmente te
quedes allí. Pero, ¿por qué Marcos hace este comentario?
Volvamos a
la comunidad golpeada, volvamos a los perseguidos, a los maltratados por creer
en Jesús. Ni soñemos que han perdido la fe, lo único que no entienden es por
qué Dios actuó así, o en su defecto, dejó que los que los persiguen actúen
así. Repito, ¡ni soñemos que habían perdido la fe!
Aunque hay
fe, también reina el miedo. Es más fácil quedarse en casa orando en la
intimidad del hogar, o encerrarse con una pequeña comunidad a alabar o a
quejarse de Dios. Cuando el dolor golpea llega un momento en que lo único que
buscamos es un lugar tranquilo y solitario para reponernos. Es allí donde las
palabras de Marcos adquieren valor: “Pedro no sabía qué decir, porque
estaban llenos de temor”. El miedo no es ante lo que ve, el miedo es salir a
la calle, es más fácil quedarse en oración todo el día, rozando las alturas
místicas de la divinidad, haciendo tres carpas, que salir a la calle, que
volver a la vida cotidiana, que aguantar el sufrimiento soportando los golpes.
“Qué bien estamos aquí” significa estoy lleno de temor y prefiero
encerrarme a tener que salir de nuevo. Pero Dios responde: “Escúchenlo”,
que viene a ser lo mismo que:
aunque tengas miedo, tomá tu cruz y seguime. El v. 10 nos muestra los miedos de
la comunidad. Si no sabemos qué es resucitar de entre los muertos: ¿Vale la
pena morir en una cruz? Cuando vuelven, se encuentran con una fenomenal discusión
(v. 14). El endemoniado no puede ser curado por los discípulos. Llama la atención
cómo se demora Jesús para averiguar lo que le pasa al niño y también las
palabras que utiliza Jesús para referirse a los que dudan de Él (v. 19 y 23).
Nos hemos
acostumbrado a ver al Jesús de Marcos como si fuera un ejecutivo eléctrico de
nuestros tiempos, corriendo de un lado a otro, viajando de ciudad en ciudad, sin
tiempo para nada, ni para descansar. Pero ahora es como si todo se demorara,
como que no hay apuro para nada; en realidad, hay mucho, mucho tiempo para todo.
Este Jesús lento, que dilata en conversaciones y pregunta cosas aparentemente
sin sentido, (o no me diga que no le sorprende que antes, Jesús no preguntaba
nada, curaba y punto, y ahora, más parece un psicoanalista averiguando traumas
de la niñez que el poderoso exorcista que Marcos nos acostumbró a ver).
Todo tiene
su razón de ser. Volvamos a la comunidad de Marcos. Ese Dios mudo, que se cayó
la boca ante los atropellos de los poderosos, que obligó a su comunidad a
soportar la prueba sin ver, preste atención, sin ver un solo signo, un solo
milagro, ¿no será que se ha olvidado de nosotros? ¿No será que no le
interesa nada de nosotros? Con frecuencia escuchamos esa queja: Dios no se
acuerda de mí, mi vida no le interesa para nada. Marcos nos dice lo contrario.
La pregunta del v. 21 nos da la clave: ¿Cuánto tiempo hace que está así? No
es un psicoanalista, no es un mago que ha perdido su poder y quiere ganar
tiempo, es alguien que se interesa por el que está sufriendo. ¿Habrá sido tan
débil la fe de los dirigentes de la comunidad representado en los nueve discípulos
que quedaron como para no poder ayudar a sus hermanos? ¿Habrán sido tan incrédulos
y desinteresados que la imagen de un Dios solícito y preocupado por su pueblo
quedó desdibujada por este mal ejemplo en la comunidad? No lo sabemos, pero sí
sabemos que el espíritu era mudo (v. 17) y que Jesús le llama “mudo y
sordo” (v. 25) y el demonio gritó y salió del niño (v. 26) obedeciendo la
orden que le dio Jesús. Un espíritu sordo que oye; mudo, que grita. Es tan
clara la intención de Marcos, que asusta. El problema no es el mal espíritu,
son los discípulos que no tienen fe, que dicen “es mudo” porque no lo dejan
hablar. Jesús sí lo hace, el padre puede expresar lo que le pasa a su hijo y
por eso el espíritu sale del niño gritando. El espíritu es sordo, pero
escucha al Señor, en realidad los sordos son los que no escuchan a su pueblo,
los que no escucharon la queja de los que eran arrojado en el fuego o en el agua
para ser muertos, aquellos que decían: si puedes hacer algo, ten piedad de
nosotros.
Jesús, en
el v. 27, lo toma de la mano, lo levanta y el niño se pone de pie. Pequeña
comunidad, estás sana de nuevo, te pusiste de pie con la ayuda de tu Señor,
los demonios de la muerte no pueden asesinarte. Donde haya alguien que escuche y
que hable, estará el Señor preguntando: “¿Cuánto tiempo hace que está así?”
(v. 21). Y aunque muchos digan: “está muerto” (v. 26), se pondrá de pie.
En el v. 28
se hace obvia la pregunta del discípulo incapaz. Él les respondió:
“Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración” (v.
29). A buen entendedor, pocas palabras.
9,
30-10,31. La vieja historia, Jesús
mostrando el camino, a esta altura irrisoriamente obvio, pero ellos sin
entender.
Empieza una
colección de enseñanzas de cómo debe ser la comunidad del Resucitado:
-
33-37: El que quiere ser el
primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos (la comunidad
es humilde en el servicio).
-
38-41: El que no está contra
nosotros, está con nosotros (la comunidad ejerce la tolerancia).
-
42-48: Si alguien llegara a
escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para
él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar (la
comunidad no escandaliza a sus miembros).
-
10, 1-12: El que se divorcia de su
mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se
divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio (la
comunidad protege la familia).
-
13-16: Les aseguro que el que no
recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él (la comunidad confía
y se abandona a Dios, su Padre).
-
17-22: Ve, vende lo que tienes y
dalo a los pobres, así tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme
(la comunidad es solidaria en el seguimiento de Jesús).
-
23-27: ¡Qué difícil será para
los ricos entrar en el Reino de Dios! (la comunidad tiene como única riqueza su
fe en Dios, que todo lo puede).
-
28-31: Les aseguro que el que haya
dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la
buena noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casa,
hermanos y hermanas, madre, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en
el mundo futuro recibirá la Vida eterna (la comunidad es la familia de Jesús,
que lo deja todo y lo recibe todo por Él y por la buena noticia).
Esta última
enseñanza de Jesús es muy importante, porque marca lo que debe ser la
comunidad: una verdadera familia. Llama la atención que esa nueva familia no
tiene “padres” (nótese que el
v. 30 nombra a todos los que nombró en el 29 menos al padre).
Citemos a Gerhard Lohfink:
En
la segunda parte del dicho, se omite conscientemente la mención de los padres
porque no deberá haber “padres” en la nueva familia. La comunidad de los
discípulos de Jesús, y con ella el verdadero Israel sólo tendrá un padre: el
del Cielo.
El
poder y la soberanía son de ese Dios al que los discípulos pueden llamar abba;
sólo de Él. Si ya no existen para ellos los padres previsores y bondadosos de
otros tiempos; si ya no tiene más que un solo Padre, el del Cielo, entonces han
desaparecido para ellos los padres que ejercen el poder y el dominio. Resultaría
paradójico abandonar los tiernos padres dominantes. Por ese motivo deja de
nombrar Jesús a los padres en Mc 10, 30. Los discípulos volverán a encontrar
en la familia nueva de Dios hermanos y hermanas, madres e hijos, pero no padres.
Ya no hay sitio para la soberanía patriarcal en la nueva familia. Sólo caben
la maternidad, la hermandad y la filiación ante Dios Padre.[16]
10,
32-52. El tercer anuncio de la pasión
tiene los añadidos de los paganos (ya no es una cuestión judía) que se burlan
de Él, lo escupen, lo azotan y lo matan. Marcos interpreta, teológicamente, la
pasión de Jesús, como el paradigma, el espejo en donde debe mirarse la
comunidad a quien le escribe. Es importante ver que se guarda silencio sobre si
los discípulos entienden o no. ¿Será que se cansó Marcos de insistir en lo
obvio? ¿O, al revés, por fin entendieron?
Nos llama la
atención que, en 35-40, todavía, después de la enseñanza sobre el servicio,
se vuelva a tomar el tema de los puestos más importantes. En el 38, Jesús
responde: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y
recibir el Bautismo que yo recibiré?”. ¿Es este acaso un recuerdo de que,
quienes ocupan los primeros
puestos, son los primeros en ser maltratados y asesinados? De todas maneras,
quienes fueron por lana, terminaron esquilados. El único compromiso que asume
Jesús es que, a quienes quieran ser como Él, las fuerzas del mal, los tratarán
como a Él.
De lo
anterior sale que, en 41-45, Jesús explique cómo deben ser los que gobiernen
la Iglesia, dejémosle que Él nos lo diga de nuevo:
“El
que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el
primero, que se haga servidor de todos” (Mc 10, 43-44).
Al final de esta primera parte del camino, después de la catequesis apretada y resumida, Marcos presenta en la escena del ciego de Jericó, la imagen de lo que es la Iglesia: tirada al costado del camino, sin ver a su salvador, desesperanzada de la vida, mendiga, carente de todo, poseedora de nada.
Bartimeo
“se puso a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!” (v. 47). La
iglesia de Marcos también grita y suspira por la ayuda que tarda en llegar
desde el cielo, sus manos se extienden mendigando a Dios, pidiendo la atención
del Señor. Pareciera que pasa de largo, parece que no la escucha, encima
“muchos lo reprendían para que se callara” (v. 48), la violencia de la
represión es grande, no sólo quieren una Iglesia ciega, al costado del camino,
que reciba la limosna que ellos le quieran dar, sino también la quieren muda,
que no grite, que no hable, que se acomode a los “gobernantes, (que) dominan a
las naciones como si fueran sus dueños, y (a) los poderosos (que) les hacen
sentir su autoridad” (v. 42).
Pero
Bartimeo no se calla, la Iglesia tampoco, y grita más fuerte: Hijo de David,
ten piedad de mí. Y es allí donde termina la historia y comienza el misterio.
La vocación se abre paso, como un nuevo sol que se levanta después de la
oscuridad, “Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo” (v. 49). ¡Jesús ha
escuchado, ha respondido, ha llamado! ¡Como a los doce que fueron llamados
aunque no comprendían, la Iglesia de Marcos es llamada, para que comprenda y
pueda ver! “Entonces llamaron al ciego y le dijeron: ¡Ánimo, levántate! Él
te llama” (v. 49). En este punto, la comunidad tiene que estar animada, la
hora de las tinieblas ha pasado, la luz de la fe brilla refulgente, traspasando
las tinieblas, y el ánimo vuelve a los corazones de la comunidad. “El Señor
te llama”, significa también: “te ha escuchado y sabe que tú también le
escuchas. Él te entiende, y sabe que tú también lo entiendes”.
En el v. 50,
el relato se convierte al mismo tiempo en lento y apresurado, avanza
vertiginosamente y en cámara lenta. Con una capacidad absolutamente brillante,
Marcos nos cambia el estado de ánimo, y, de ese mendigo suplicante abandonado
al costado del camino, nos encontramos con un hombre que aprendió a dejarlo
todo por el Señor. ¿Podríamos decir que este versículo es un resumen
pascual? ¿Podríamos ver en este “arrojar el manto” algo así como el
domingo de Ramos? ¿Podríamos captar en este “ponerse de pie de un salto”
la resurrección del Señor y de todo creyente? ¿Podríamos, por último, ver
en ese “fue hacia Él” lo que dice 16, 7: “Vayan ahora a decir a sus discípulos
y a Pedro que Él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como Él se
lo había dicho”?
La pregunta
de Jesús “¿Qué quieres que haga por ti?”, demora la escena, pero al mismo
tiempo es obligada. En esta manera de ser de Marcos, de explicar lo obvio, de ir
con pie de plomo, conocedor de sus lectores, sabe de la necesidad de no dar nada
por supuesto, y de que, formalmente se dé el consentimiento a la fe. La
respuesta de Bartimeo: “Maestro, que yo pueda ver”, es la expresión formal
de lo que la comunidad necesita. En medio de las tinieblas, se necesita ver. En
medio de la oscuridad, hace falta la luz. Ver sin milagros, ver sólo por fe...
En el v. 52,
Jesús le dice: “Vete, tu fe te ha salvado”. Es la confirmación de que el
creyente estaba en lo cierto, hacía falta gritar y llamar la atención para ser
escuchado, hacía falta el oído atento para enterarse de que pasaba Jesús. La
catequesis de Marcos termina de manera lógica: la conversión a la cual se
llamaba (1, 15) se ha hecho realidad y “tu fe te ha salvado”.
Nos dice el
relato que “enseguida comenzó a ver”, enseguida, al momento, al instante, y
“lo siguió por el camino”.
Recobrada
la visión, el que “estaba sentado junto al camino” (10, 46) sigue ahora a
Jesús “por el camino”. Tal seguimiento consiste en algo más que en la
integración de Bartimeo en el grupo de peregrinos que marcha a las fiestas. El
verbo “seguir” se emplea casi siempre en relación con gente bien dispuesta
hacia Jesús (2, 15; 3, 7; 5, 24; 11, 9) o, más frecuentemente, en conexión
con los discípulos o el discipulado (1, 18; 2, 14; 6, 1; 8, 34; 9, 38; 10,
21.28.32; 15, 41). ...Mediante Bartimeo se intenta presentar un ejemplo de
persona con capacidad “de ver”, y esa persona sigue a Jesús hacia su pasión[17].
11,
1-13-37. Hace poco que hemos
escuchado estos relatos, tal vez todavía tenemos algún eco de ellos en
nuestros oídos, el domingo de Ramos celebrábamos a Jesús entrando en Jerusalén.
La imagen
que presenta Marcos es la de un Jesús sabiendo lo que hace, dando órdenes
precisas que se cumplen al pie de la letra (11, 2-7). Volvamos la memoria a
Bartimeo arrojando su manto, y preparémonos desde esa breve introducción, a
encontrarnos con la pasión del Salvador. Decíamos que Jesús sabe lo que hace,
y después de los “vivas y hosannas”, va al Templo y “después de
observarlo todo” (v. 11) vuelve a Betania. La escena nos hace acordar a un
estratega que observa el escenario, que planifica la batalla. La imagen de 12,
14, es la señal de que Israel dejó de ser el pueblo elegido, la nueva Iglesia
está en los paganos.
15-19 nos
muestra a Jesús violento, que se opone a una religión que ha perdido su camino
de trascendencia para convertirse “en una cueva de ladrones”. De todos
modos, pareciera que la ciudad no le queda bien a Jesús, porque prefiere no
dormir en ella.
20-25:
Marcos vuelve a su tema preferido, “tengan fe en Dios”, nos dice desde Jesús
e insiste: tengan fe, “sin vacilar en su interior”, y así “cuando pidan
algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán”. Extraña forma
de orar, porque pedir algo en el presente, como si fuera que ya lo hemos
conseguido en el pasado, lleva a que se dé en el futuro. La fe debe ser segura,
si no, no es fe. Y una última acotación: para orar, hay que saber perdonar. La
fe va ligada al perdón. Remedando lo que dice Santiago “muéstrame, si
puedes, tu fe sin obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré
mi fe” (Stgo 2, 18). Podríamos decir: “Muéstrame, si puedes tu fe sin perdón.
Yo, en cambio, por medio del perdón, te demostraré mi fe”.
27-33: Jesús
no da razones a los opresores, no vale la pena explicar a quienes no quieren oír
explicaciones.
12, 1-12: La
historia del pueblo elegido resumida en una parábola con una sentencia profética:
“¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y
entregará la viña a otros” (v. 9).
13, 17: ¿El
César o Dios? Marcos mete el dedo en la llaga, las heridas no se han cerrado
todavía, siguen sangrando. La historia transmitida por la tradición oral le
viene como anillo al dedo a Marcos. Dos señores, dos lealtades, ¿se pueden
hacer componendas? En 17 remata Marcos: “Y ellos quedaron sorprendidos por la
respuesta”. ¿Quiénes quedaron más sorprendidos? ¿Los fariseos y
herodianos? ¿Los discípulos de la comunidad de Marcos? ¿O nosotros?
18-27: Ya no
es el dedo en la llaga, es toda la mano. De nuevo apela a la tradición oral, un
relato, aparentemente inocuo, sirve en la pluma de Marcos para llamar la atención.
¿Qué pasaba con los muertos de la comunidad, los que habían sido asesinados
por el poder del emperador? ¿Tenía sentido que hayan entregado su vida? Para
una comunidad vacilante en la fe, la muerte siempre es una incógnita. Por eso
Marcos dice: “Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están
en un gran error” (v. 27).
28-34:
Cuando se trata de amar, no hacen falta tantas leyes, con dos mandamientos basta
y sobra. La regla de oro de la comunidad queda plasmada.
37b-40: Es
como si Marcos quisiera decirnos: “¡Cuidado con la hipocresía, con el doble
discurso, con las virtudes públicas y los vicios privados!”. Quienes así
obran “serán juzgados con más severidad”.
41-44: Otro
importante punto en la vida comunitaria. Cuando se trata de dar, hay que darlo
todo. Es como si Marcos quisiera enseñarnos que todo tiene que llegar hasta el
extremo: la fe tiene que ser extrema, el amor a Dios tiene que ser extremo, la
vida debe ser entregada hasta el extremo, el amor al prójimo debe ser extremo,
la entrega que Dios pide es absoluta, no pide algo, pide TODO.
13, 1-37:
Desde una visión apocalíptica, Marcos nos presenta, una lectura de la historia
que ya se ha vivido. Todo es destrucción y muerte, todo es sufrimiento y traición,
los consejos son válidos y se nos invita a estar alerta: “Pero ustedes tengan
cuidado: yo los he prevenido de todo” (v. 23), “tengan cuidado, y estén
prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento” (v. 33). La llamada
de atención es clara. Los problemas vividos van a seguir estando. Todo terminará
recién cuando venga por segunda vez el Señor, pero “nadie, sino el Padre”,
sabe el día y la hora (13, 32).
14, 1-16,
8. Sería un error desvincular la
pasión de Jesús, como la relata cada uno de los evangelios, de la
iglesia-comunidad a la que fue escrita. Cada uno de los personajes es el espejo
de lo que somos nosotros, es imposible no verse reflejado en los temores y
miedos, en las huidas y cobardías de los apóstoles. Aún las autoridades, judías
y romanas, con sus soldados, y la
población en general, perfectamente simbolizan muchas de nuestras actitudes.
Tomemos las
palabras que Simón Légasse escribe en su obra ya citada sobre la pasión de
Jesús en san Marcos. Bajo el título ¿Un Evangelio para mártires?, desgrana
estas reflexiones[18]:
En
varias ocasiones, el relato marcano de la pasión, permite establecer una relación
con la conducta de los cristianos. A veces bajo la forma de moniciones explícitas,
como las que dirige Jesús a sus discípulos adormilados en Getsemaní para
invitar a los lectores cristianos a vencer un adormecimiento de otro tipo (14,
37-38; 13, 33-37). Pero los hechos narrados son también una lección que se
dirige a los propios lectores. Al enterarse de que “todos” los discípulos
huyeron durante el arresto de su Maestro, una huida anunciada personalmente por
Jesús (14, 27), los lectores recuerdan también la reacción de Pedro, a la que
hace coro todo el grupo, protestando por su indefectible fidelidad, incluso al
precio de morir con Jesús (14, 31). Lección y advertencia para los
presuntuosos que puedan encontrarse entre los cristianos. Una lección análoga
se deduce del ejemplo negativo de Judas, el discípulo traidor, y de las
negaciones de Pedro (14, 54. 66-72) en el mismo momento en que Jesús, frente al
sanedrín, confiesa atrevidamente sus prerrogativas (14, 55-62). Una alusión
similar se percibe en la mirada distante que las mujeres dirigen al calvario
(15, 40). Por el contrario, es positiva la lección que se puede extraer del
requerimiento de Simón de Cirene (15, 21), cuyo gesto recuerda a los lectores
las palabras de Jesús a propósito de la obligación de que también ellos
lleven su cruz (8, 34).
Estas
reiteradas sugerencias no son de orden puramente teórico; responden, sin
ninguna duda, a las necesidades de aquellos a los que el evangelio está
destinado.
Para
Marcos, el relato de la Pasión no es sólo la ocasión de justificar teológicamente
el desconcertante resultado de la vida de Jesús en la tierra. También aparece
como una lección dirigida a los creyentes en las peligrosas circunstancias en
que viven.
Para
finalizar, Marcos ha comenzado su evangelio diciéndonos que es el “comienzo
de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (1, 1) y cuando el Señor
está muerto, las palabras del centurión son: “¡Verdaderamente, este hombre
era Hijo de Dios!” (15, 39).
Es
interesante ver que la respuesta de los discípulos (Cap. 16, incluimos el epílogo)
es, o de no decir nada, “porque tenían miedo” (16, 8), o de no creer (16,
11.13.14). De todas maneras, el Evangelio termina de modo positivo: “el que
crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará” (16, 16).
Terminemos
con las palabras de Rudolf Schnackenburg:
La
comunidad creyente, a la que Jesús ha sido presentado al principio del relato
evangélico como “el Hijo de Dios”, proclamado como tal por la voz divina en
el bautismo, debe comprender que la actividad terrena de Jesús fue el camino
del siervo obediente de Dios, camino que le llevaría en último término hasta
la cruz. Incomprendido de los hombres, incluso de sus discípulos más íntimos,
acusado por los jefes del pueblo judío, fue acogido por Dios y resucitado. Él
es el Mesías, aunque en un sentido completamente distinto al que los judíos
esperaba, un Mesías oculto y humillado, cuyo misterio peculiar no puede
expresarse en las categorías mesiánicas usuales; en realidad, el misterio de
Jesús sólo puede comprenderse si se le reconoce como “Hijo de Dios” o –
desde el punto de vista histórico-salvífico– como el “Hijo del hombre”
que debe padecer y morir para ser resucitado por Dios y aparecer finalmente en
la gloria.[19]
Aproximación
sinóptica a Marcos:
I- EL AUTOR |
La tradición atribuye este escrito a Juan Marcos. A pesar de que los evangelios no hablan de él, lo conocemos a través de otros escritos del N.T: Hch. 12,12.25; 15,37.39; 13,3; Col. 4,10; Flm. 24; 2 Tim. 4,11; 1 Pe. 5,13 |
II- EL ESCRITO
e. Objetivo |
La tradición lo ubica en Italia, más precisamente en Roma. Algunos han asociado a Marcos con la ciudad de Alejandría, de la que fue proclamado primer obispo. Otros han sugerido Siria. Los destinatarios son cristianos en su mayoría de origen gentil, los cuales parecen sufrir persecución o amenaza de ella. El lugar y la situación nos indican una fecha de composición cerca del año 70 Marcos toma colecciones de palabras y hechos de Jesús transmitida primero oralmente y luego por escrito: · Colección de palabras o logia · Relato de la pasión, desde el arresto hasta la sepultura · Otras secuencias (relatos de milagros y parábolas) Marcos inaugura el género literario donde el Evangelio se convierte en texto. Hasta entonces, Jesús era el que proclamaba la buena nueva, ahora es él el proclamado, él mismo se convierte en la buena nueva. Marcos no habla de Jesús en el pasado sino en presente, esto se debe a su convicción teológica de que Jesús sigue estando en su comunidad vivo, sobre todo por la Eucaristía. Está escrito en un griego popular, sin erudición; usa un lenguaje muy sencillo. Evita discursos, pero se extiende en narraciones de hechos con gran vivacidad y lujo de detalles. Suscitar la fe en Jesús, el Mesías, Hijo de Dios que se manifestó como Salvador sufriente; una fe que no exige milagros ni pruebas de ninguna clase. |
III- LA COMUNIDAD
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Su comunidad está compuesta de antiguos paganos: Marcos se ve obligado a traducir las palabras arameas y a explicar ciertas costumbres judías. No es casual que la confesión de fe más hermosa de este evangelio se encuentre en labios del centurión romano. Esta comunidad se siente amenazada por las persecuciones y se pregunta por que Dios no interviene de una manera extraordinaria, Marcos les muestra un Jesús sufriendo los mismos atropellos e incomprensión. El escrito fue importante para que la comunidad mantuviera su identidad ante la crisis que atravesaba, era una invitación a descubrir y reconocer la persona de Jesús. |
IV- ESTRUCTURA
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· Título (1,1) · 1° Parte (1,2-8,30) Jesús, el Mesías: Comienza con el título de Jesús y termina con la confesión de Pedro cuando Jesús pregunta “Quién dicen los hombres que soy yo?” “Tu eres el Mesías”. Aquí Jesús proclama la llega próxima del Reino de Dios y ofrece sus signos: sus milagros. · 2° Parte (8,31-16,8): Comienza con el anuncio de la pasión y termina con la confesión del Centurión, un pagano, que se halla al pie de la Cruz cuando muere Jesús “Verdaderamente este Hombre es el Hijo de Dios” (15,39) Apéndice (16,9-20): Se ha llegado a la conclusión de que esta parte no pertenece al libro original. Se añadiría algún tiempo después, como resumen de los otros Evangelios sobre las apariciones del Señor Resucitado. Tal vez a los primeros cristianos les dejaba perplejos este final abrupto y agregaron otros versículos. |
V- CLAVES DE LECTURA
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· ¿Quién es Jesús? Todo el escrito intenta responder a esta pregunta. Las confesiones de Pedro (8,29) y el centurión (15,39) responden a los dos títulos que se le dan a Jesús en el encabezamiento del Evangelio (1,1) · El secreto mesiánico. Marcos entra en un nuevo tema: la necesidad del sufrimiento. Jesús no es el Mesías glorioso y triunfante que marca las expectativas de la época, por eso una vez que sus discípulos han llegado a comprender que él es el Mesías entonces explica de que forma va a realizar su mesianismo: a través del dolor, el sufrimiento y de la muerte. El camino de la cruz de Jesús tiene su término en la gloria del Padre; de la misma manera los hombres que siguen a Jesús por ese camino llegarán a la gloria con El. · La geografía de Marcos. Marcos impone un cuadro geográfico y cronológico a la vida de Jesús, que responde más a un orden teológico que histórico. Para su lectura se podría utilizar como guía este movimiento geográfico de la narración: -
Después del Bautismo en el
Jordán (1, 1-13),
Jesús predica en Galilea (1,14-9,50). A pesar de que Galilea era
impura a los ojos de los judíos (cf. Jn. 1,46; 7,52), Isaías
(8,23) había anunciado que un día Dios se manifestaría allí a los
paganos, por lo que también era símbolo de esperanza y apertura. -
Sube a Jerusalén (10) donde
predica y muere (11,1-16,8). Jerusalén aparece como la ciudad cerrada
sobre si misma, refugio de gente segura de su verdad y que no acepta crítica. -
y
en su resurrección se anuncia la reagrupación en Galilea. · Jesús, un hombre. Marcos coloca detalles que revelan el aspecto humano de Jesús: mira con ira apenado (3,5), pregunta (5,30-32) abraza a los niños (10,16) mira con cariño (10,21) se indigna (10,14) gime (8,12) se admira (6,6) tiene hambre (11,12) etc. Jesús aparece como un hombre semejante a cualquier otro, pero hace cosas extraordinarias que crean interrogantes en la multitud. |
Bibliografía –para
esta sección-:
·
“Para leer el Nuevo
Testamento” Etienne Charpentier - Verbo Divino –1994
·
Comentario Bíblico Internacional.
- Verbo Divino –1999
·
“Seguir a Jesús: Los
Evangelios” colección Tu Palabra es Vida – CER y Centro Bíblico Verbo
Divino 1996
·
“Qué es un Evangelio” –
Luis H. Rivas- Editorial Claretiana – 1985
[1]
www.artehistoria.com/historia/contextos/692.htm:
En el verano del año 64 a.C. tiene lugar en Roma un espectacular incendio
que duró seis días, consumiendo por completo tres de los catorce barrios
de la urbe, salvándose sólo cuatro. El pueblo apuntó como culpable al
propio Nerón, acusándolo de querer reconstruir la ciudad. El emperador
buscó culpables y acusó a los
cristianos del incendio.
[2]
Simón Légasse, Los relatos de la Pasión, Cuadernos Bíblicos 112, Verbo
divino, Navarra, 2002, pág. 21.
[3]
Carlos María Martini, Evangelio y Comunidad Cristiana, Ediciones Paulinas,
Bogotá, 1985, Pág. 7-8.
[4]
Xavier León Dufour, Los evangelios y la historia de Jesús, Cristiandad,
Madrid 19823, pág. 182-183.
[5]
Elsa Tamez, Leyendo la Biblia bajo un cielo sin estrellas, COMENTARIO BÍBLICO
LATINOAMERICANO, Armando Jorge Levoratti, Elsa Tamez y Pablo Richard (Eds.),
Verbo Divino, Navarra, 2003, Pág. 5-6.
[6]
Simón Légasse, Los relatos de la Pasión, Cuadernos Bíblicos 112, Verbo
divino, Navarra, 2002, pág. 24.
[7]
Luis Rivas, Los libros y la historia de la Biblia. San Benito. Buenos Aires.
2001. pág. 154.
[8]
Paul Lamarche, Piedra, Vocabulario de Teología Bíblica, Xavier León
Dufour (Ed.), Herder, Barcelona, 198513, pág 696.
[9]
Xavier Pikaza, Pan, Casa, Palabra. Sígueme, Salamanca, 1998. Pág.10.
[10]
Para
un estudio preciso puede verse: J. Mateos. Los doce y otros seguidores de
Jesús en el Evangelio de Marcos. Cristiandad. Madrid, 1982. También puede
verse: Xavier León Dufour, “Apóstoles”, en Vocabulario de Teología Bíblica,
Xavier León Dufour (Ed.), Herder, Barcelona, 198513, pág
97-100.
[11]
Xavier
León Dufour, “Montaña”, en Vocabulario de Teología Bíblica, Xavier
León Dufour (Ed.), Herder, Barcelona, 198513, pág 557.
[12]
Nótese la ausencia de “padre”, en la estructura familiar que Jesús
asume como propia, veremos las razones para esto más adelante.
[13]
Ver: Joachim Jeremías, Las parábolas de Jesús. Verbo Divino. Navarra,
19816.
[14]
Sobre este texto puede verse:
Xavier Pikaza. Op. Cit. Pág. 123-133. También Anselm Grün-M.M. Roben,
Sanación del alma, Bonum. Buenos Aires, 2002. Pág. 61-100.
[15] Se puede comparar con Lc 24, 31. En Marcos los reconocen antes de partir el pan, en Lucas, después. La idea aparente es que, en ambos casos, son discípulos.
[16]
Gerhard Lohfink, La Iglesia que Jesús quería. Descleé de Brouwer. Bilbao, 20004. Pág. 55-60
[17]
Virgil Howard y David B. Peabody, Marcos, en Farmer (ed), Comentario Bíblico
Internacional. Verbo Divino, Navarra, 1999. Pág. 1.233
[18]Simón Légasse, Los relatos de la Pasión, Cuadernos Bíblicos 112, Verbo divino, Navarra, 2002, pág. 23-24.
[19]
R.
Schnackenburg, en Cristología del Nuevo Testamento, Mysterium Salutis,
Volumen III: El acontecimiento Cristo. Cristiandad, Madrid, 19802.
Pág. 224