- ARGENTINA -

- Manual para los Grupos Misioneros -

.

Capítulo 11

Espiritualidad Misionera

La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros.

 

Esta espiritualidad se expresa ante todo viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por El, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo. No se puede dar testimonio de Cristo sin reflejar su imagen, la cual se hace viva en nosotros por la gracia y por obra del Espíritu.  La docilidad al Espíritu compromete a acoger los dones de fortaleza y discernimiento, que son rasgos esenciales de la espiritualidad misionera [1]

 

La espiritualidad misionera tiene como referencia y modelo a Jesucristo, es una expresión de su seguimiento, que consiste en colaborar con el proyecto de Dios de que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. A continuación se mencionan los rasgos fundamentales de la espiritualidad misionera:

 

El misionero es un discípulo de Cristo: Sabe que antes de ser apóstol es preciso ser discípulo, es decir, ha tenido un encuentro vivo, personal con Jesús resucitado y vive cotidianamente en unión con El en la oración y los sacramentos, principalmente la Eucaristía y la Reconciliación. Porque “no se puede anunciar a quien no se conoce”.

 

El un contemplativo: que transmite no sólo conceptos y doctrinas, sino su experiencia personal de Jesucristo y de los valores de su Reino.  Por ello, el misionero vive profundamente en comunión con Jesucristo, sabe encontrar en medio de la acción, momentos de “desierto” donde se encuentra con Cristo y se deja llenar por su Espíritu.

 

Es dócil al Espíritu Santo: se deja inundar por el Espíritu Santo para hacerse más semejante a Cristo, y se deja guiar por El. Sabe que no puede entregarse totalmente a la obra del Evangelio si no le mueve y fortalece el Espíritu Santo [2]. Acoge dócilmente sus dones, que lo transforman en testigo valiente de Cristo y preclaro anunciador de su Palabra. Sabe que no es él quien obra y habla, sino que es el Espíritu Santo el verdadero protagonista de la misión[3]

 

Vive el misterio de Cristo “enviado”. El misionero vive en íntima comunión con Cristo, hasta tener sus mismos sentimientos:  está impregnado del Amor del Padre, y obedece su voluntad hasta las últimas consecuencias. Se sabe enviado por Cristo a cumplir su misión, y acompañado constantemente por El [4].

 

Tiene a María como Madre y Modelo: Su espiritualidad es profundamente mariana. La Madre del Resucitado es también su Madre, y es para él modelo de fidelidad, docilidad, servicio, compromiso misionero.

 

Vive la pobreza y el “éxodo misionero”: el sentido de “salir de la tierra” para el misionero, no implica únicamente el “salir geográfico”, sino que misionero sabe que debe abandonar su comodidad y su seguridad para “remar mar adentro”,  para ir a las situaciones y lugares donde Cristo lo quiera enviar. Debe abandonar sus propios esquemas, sus ideas preestablecidas para abandonarse en las realidades que la evangelización le presenten. La pobreza misionera no hace referencia únicamente a la pobreza material, sino al abandono a la voluntad de Dios y a los caminos que El le presente.

 

Vive la misión como un compromiso fundamental: el misionero es un comprometido en el seguimiento de Jesús y en la lucha por su Reino liberador y universal. El misionero ha dicho “sí” a Dios, y no se hecha atrás ni retacea en su entrega.

 

Ama a la Iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado: Lo primero que mueve al misionero es el amor por los hombres, a quienes quiere llevar a Cristo. El misionero es el hombre de la caridad, el “hermano universal”, que lleva a Cristo a todos los hombres, por cuyos problemas se interesa, para quienes siempre está disponible, y a quienes trata siempre con ternura, compasión y acogida[5].

 

El verdadero misionero es el santo:  La llamada a la misión deriva de la llamada a la santidad. La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia[6]. No bastan los métodos, los conocimientos, la capacidad de oratoria, si no están sustentados por el testimonio de vida cristiana y de santidad del misionero[7].

 

El Perfil del Misionero

·         El Misionero es una persona enamorada del Reino, que ve y gusta la acción de Dios en los pueblos y culturas. Tiene  una profunda espiritualidad misionera, es el hombre de las bienaventuranzas.

·         Se siente enviado, como Jesús lo fue del Padre, realizando el proyecto de Dios en medio de los hombres.

·         Está formado según el Magisterio de la Iglesia.

·         Está preparado y entrenado por su formación a trabajar en equipo, con sentido de comunión y de participación.

·         Tiene también, en vista a su trabajo misionero específico, una preparación cultural adecuada.

·         Es capaz de arriesgarse. Va a donde otros no se animan a ir.

·         Opta con decisión privilegiando los grupos humanos y lugares más difíciles, donde todavía no ha penetrado el mensaje de Cristo, o ha penetrado en forma insuficiente. No le asusta partir más allá de las fronteras.

·         Sabe hacer un buen análisis de la realidad, con un profundo sentido humano.

·         Está dispuesto a caminar y respetar el ritmo de la gente, con mucho sentido de adaptación.

·         Es un agente válido para la promoción humana, y su servicio es gratuito.

·         Su conciencia misionera es tan amplia como el mundo, está abierto a otras culturas y a renovarse constantemente frente  a la novedad y al cambio que las situaciones y la gente exigen.

·         Procede con discreción y humildad, no pretende ser siempre protagonista. Le da a cada uno su propio lugar.

·         Es una persona de  buen corazón, portador de consuelo, reflexivo sobre la realidad a la que va encaminado a trabajar, comunitario, fraternal, capaz de dar el testimonio que el mundo espera. Su vida es coherente con la fe que anuncia y proclama. Sabe que el hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros ; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. Está convencido también de que el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión [8]

·         Descubre con su sensibilidad misionera las necesidades de integrar esta dimensión en todos los aspectos de la vida cristiana y eclesial.

·         Sabe ser también animador misionero de su propia Iglesia de origen, ayudándola a abrirse a la Iglesia universal.

·         Tiene como un sentido y un instinto de “éxodo” y de “itinerancia” al estilo de Abraham y del Pueblo de Dios peregrino

·        Es alegre para servir.

 

Notas:

[1] Rmi 87

[2] AG 24

[3] RMi 87

[4] RM 88

[5] Rmi 89

[6] Exhortación Apostólica Post Sinodal de Juan Pablo II “Christifideles Laici”, art. 17. En adelante CL

[7] Rmi 90

[8] RMi 42