TEOLOGIAS
INDIAS EN LA IGLESIA,
METODOS
Y PROPUESTAS[1]
Pbro. Eleazar López Hernández[2]
Centro Nacional de Ayuda a Misiones Indígenas,
CENAMI.
México, abril de 2002
Cuando
en mayo de 1996 Mons. Gerardo Flores, Obispo de la Verapaz, Guatemala, fue
invitado a hablar en un espacio similar a este en Guadalajara, México, él
comenzó su discurso con las siguientes palabras: “No es sin temor y sin
temblor que me acerco a este tema. Lo
hago con profundo respeto porque soy consciente de que aquí se tocan asuntos de
suma importancia, que tienen que ver con el depósito de nuestra fe y con la
acción de Dios que también sembró las “Semillas del Verbo” en las
culturas milenarias de nuestra América Latina”[3].
Si Mons. Flores, siendo de la talla humana y episcopal que es, se sentía ‘no
sin temor y sin temblor’, imagínense cómo me siento yo en estas
circunstancias.
Es
cierto que algunos me han dicho: “no
tengas pena, no se turbe tu rostro ni se inquiete tu corazón; estás entre
hermanos, estás en familia”. Y eso me tranquiliza un poco el espíritu.
Por eso hablaré con franqueza, y con la libertad de los hijos de Dios tratando
de responder a la temática que me propusieron: ‘Teologías indias, métodos y propuestas’. Para ello traeré a
esta mesa no sólo lo que yo pienso, sino también lo que en otros ámbitos
hermanas y hermanos indígenas o nuestros acompañantes pastorales han expresado
sobre estos asuntos.
Problemas antecedentes
No se puede
eludir en el abordaje de la temática de las “teologías indias” los
problemas previos que interfieren y que es necesario revisar cuidadosamente. Me
refiero en primer lugar a la realidad misma de los sujetos a quienes la sociedad
envolvente llama “indios”, - ¿quiénes
somos, cuántos somos y en qué condiciones se halla nuestra causa? -; y en
segundo lugar, está también la problemática de la utilización que se ha
hecho del término teología aplicándolo
al pensamiento religioso de los denominados indios.
I. REALIDAD
DE LOS “INDIOS”
Pueblos
indios, unos desconocidos[4]
Los pueblos
indígenas de América, y también los del mundo entero, hemos sido en los últimos
500 años unos perfectos desconocidos para las sociedades dominantes: nadie nos
veía, nadie nos oía. No miraban nuestro rostro, no mentaban nuestro nombre.
Nos pusieron otros nombres y epítetos a la medida de sus caprichos o intereses,
nos vistieron y enmascararon a su imagen y semejanza y no nos vieron ni nos
aceptaron como realmente somos. Para muchos, hasta el día de hoy, los indígenas
no somos más que unos muertos en vida o condenados a muerte que siguen
deambulando por cerros y ciudades.
Pero en los
últimos años se nos ha subido a la cabeza lo indígena y lo indio y nos hemos
atrevido a irrumpir en los escenarios de la humanidad tal cual somos, con
nuestro rostro y corazón propios, con nuestra palabra milenaria. Los pueblos
indígenas somos los descendientes y herederos de la sangre y cultura de los
habitantes originarios de la tierra[5]; somos el vínculo más
seguro de la población humana actual con sus raíces ancestrales; pues en los
indígenas se conservan las semillas primigenias de la especie humana.
La
globalización económica y cultural, que ahora impera, inició apenas en el
siglo XVI con el descubrimiento de las rutas comerciales desde Europa hacia el
lejano Oriente, a África y a América. Esta globalización, para implantarse,
arrasó, aplastó o subyugó a pueblos antiquísimos a quienes les arrebató el
derecho a existir como tales. También la Iglesia tuvo que ver con este proceso.
La resistencia indígena a esta agresión ha sido amplia y consistente, aunque
se vea reducida ahora al ámbito cultural y religioso. Es esta resistencia la
que nos ha dado el mantenernos diferentes
y otros dentro de las sociedades dominantes.
¿Cuántos
indígenas hay?
La
población indígena americana, y la mundial, ni siquiera ha sido contada con
veracidad. Los hacedores de censos no saben con qué criterios definir quién es
indígena y quien no lo es; a menudo prevalen estereotipos que nos equiparan con
indigentes y en consecuencia fácilmente reducen u ocultan deliberadamente
nuestro número y porcentaje. En varios países de América se ha afirmado
incluso que, gracias a Dios, ya no hay
indígenas, porque al escolarizarse, al hablar la lengua nacional y al migrar a
las ciudades nuestra gente se hace invisible para las estadísticas oficiales.
Sin embargo
estudios serios, que parten de criterios más bien antropológico-culturales y
no únicamente lingüísticos, reconocen que en el continente americano hay, al
menos, entre 50 a 60 millones de indígenas[6];
en África habitan 15 millones; en las islas del Pacífico Sur, Australia y
Nueva Zelanda, 16 millones; en Asia oriental, 67 millones; en Asia occidental, 7
millones; en el Sur/Sudeste Asiático, 80 millones[7].
De modo que estamos hablando de un total de cerca de 250 millones de personas,
en una gama enorme de pueblos que se mueven con esquemas de vida enraizadas en
tradiciones culturales y espirituales anteriores a la globalización actual. Una
cantidad y variedad humana que para nada resulta insignificante.
En
muchos países sobre todo del llamado Primer
Mundo se tiene una imagen distorsionada de los indígenas. Como Estados
Unidos de América ve a México, la gente del Norte
piensa que los del Sur somos unos sombrerudos
apáticos que nos sentamos debajo de un nopal sin importarnos nada de lo que
pasa a nuestro alrededor. Nos consideran seres conformistas que nos da lo mismo
el calor que el frío, la comodidad que la penuria, el día que la noche, morir
que vivir.
Nada
de eso es verdad. Es una caricatura ideologizada de nuestro ser. Los indígenas
somos diferentes de los demás grupos
humanos y tenemos razones en nuestra historia y en nuestras raíces ancestrales
para mantenernos diferentes. Nuestra otreidad
no ha sido comprendida y a menudo es rechazada en casi todos los ámbitos
sociales considerándola fuerza disgregadora del conjunto. Aunque somos la parte
más profunda de las sociedades nacionales o como dice el documento de Santo
Domingo el sustrato más firme de la identidad pluricultural y pluriétnica del
continente[8],
no hemos sido incorporados con orgullo y dignidad en los proyectos de las
naciones y tampoco en el de la Iglesia. Por eso mantenernos diferentes ha sido
un acto de afirmación de nuestra identidad negada y la exigencia ante los demás
del reconocimiento de nuestros derechos colectivos
¿Indígenas
mudos o sociedad sorda?
Hay
quienes piensan que los indígenas somos mudos testigos de la historia que pasa
frente a nuestras narices; porque no nos oían proferir un grito o un lamento.
Algunos llegaron a creer incluso que no habíamos desarrollado el don del habla
y el de la inteligencia. Y por eso querían darnos la lengua, su lengua. Lo que
pasa es que la sociedad envolvente no sabe escuchar más que su propio eco; y
nosotros queremos decir nuestra palabra y hablamos, pero no nos entienden;
porque no nos quieren entender. Nuestro hablar les parece raro, porque no cabe
en sus esquemas de pensamiento. Hablan un
dialecto se nos dice despectivamente como indicando una condición subhumana
de salvajes, que no saben expresarse en la lengua común dominante[9].
¿Cuántos
compatriotas no indígenas se han preocupado en aprender nuestros idiomas? ¿Cuántos
agentes de pastoral lo han hecho en serio? Demasiado pocos. En cambio nosotros
hemos aprendido sus esquemas de pensamiento, sus lenguas y dialectos. Y aunque
ahora ya hablamos como los demás, muchos siguen sin escucharnos porque no hacen
silencios en sus parloteos continuos. De modo que no es el indígena el que está
cerrado al diálogo. Son los demás, los que tienen poder o se sienten poderosos
incluso sin tener poder alguno, quienes no se abren al indígena[10].
Los
indígenas sabemos hablar; y lo hacemos en serio. Lo hemos hecho desde siempre;
porque somos mujeres y hombres de palabra, no necesariamente de palabras (en
plural). Sabemos que la palabra es la esencia del ser indígena y del ser humano
en general. Somos fruto de la palabra divina que se puso en pié[11]
y de la palabra de nuestra comunidad. Juntos construimos el consenso, la palabra
comunitaria y luego la desgranamos como se desgrana el maíz de la mazorca para
comunicar nuestra experiencia humana. Hablamos para llevar al otro nuestra
palabra, pero también sabemos callar para escuchar la palabra del otro, de la
otra, y con él, con ella sabemos construir el consenso y la palabra
comunitaria. No pretendemos decir la última o la palabra definitiva,
descalificando la palabra de los otros; simplemente decimos la nuestra para
construir con los demás la palabra de todos.
Han
sido los pueblos indígenas los primeros en plantearse en serio el asunto de la
globalización neoliberal. Las organizaciones indígenas independientes, los
organismos no gubernamentales de Derechos Humanos y los servidores pastorales de las comunidades indígenas[12]
nos esmeramos por muchos años en escudriñar el sentido y trascendencia de
dicha globalización y sus implicaciones en las comunidades. No es la modernidad
en sí misma lo que más nos preocupa; pues los pueblos indígenas no le tememos
a la modernidad[13].
La
constatación de la perversidad del modelo neoliberal que de tajo echa del barco
de los proyectos nacionales al 70% de la población mundial y pone en camino a
la extinción a las comunidades indígenas, trajo descontento y mucha irritación
en todos; pero la resistencia no fue tan consistente: uno a uno todos los
sectores sociales fueron doblando las manos para aceptar como inevitable la
implantación del mercado libre neoliberal. Los pueblos indígenas fuimos los únicos
en mantener un NO rotundo al proyecto
hasta el final: Primero con denuncias, desplegados y mítines, luego con
marchas, plantones y tomas de oficinas gubernamentales; y finalmente, cuando los
oídos del estado se cerraron y la represión se agudizó, también con actos de
presión política y hasta con levantamientos armados, como es el caso de
Chiapas en México.
Nadie
se imaginó que los indígenas pudiéramos llegar a ese extremo. Pero ahí están
los hechos. La conciencia de que la globalización neoliberal era el tiro de
gracia o la sentencia de muerte de los pueblos indígenas, encendió la rebeldía
de los demás sectores afectados por el neoliberalismo[14].
A todos se nos subió lo indígena, porque a todos se nos estaba haciendo indios,
es decir, gente sin derechos como hace 500 años. Y despertamos de nuestro
letargo de siglos, para decir Basta al
sistema. Pero no han sido las
armas, sino la razón que asiste a los indígenas y el coraje por la dignidad
pisoteada lo que ha sostenido la lucha hasta el presente.
Nunca
más un mundo sin nosotros
El
lema zapatista en el sureste mexicano ha sido: “Nunca más un México sin
nosotros”. Los indígenas de más allá de estas fronteras también han
afirmado lo mismo, pero en sus propios contextos: “Nunca más un mundo sin
nosotros”, y ahora decimos: “nunca más una Iglesia sin nosotros”. Es un
lema aglutinador de la resistencia de los pobres y excluidos.
Del
corazón de los pobres se levanta la esperanza
del futuro para la humanidad. Estamos hoy en un tiempo especial de gracia y jubileo que da
posibilidades para que las utopías indígenas fecunden a la humanidad y haya
pronto un nuevo amanecer de vida. El Espíritu de Dios y el espíritu humano
siguen aleteando sobre el caos de la modernidad actual en espera de hombres y
mujeres que, junto con Dios seamos cocreadores y coformadores de un nuevo
cosmos, de una Tierra sin males o de una Casa grande para todas y todos. Los indígenas
percibimos claramente estas señales de los tiempos y, aun con el riesgo de ser
rechazados, ponemos a disposición de los demás hermanos y hermanas del planeta
las semillas de humanidad que venimos guardando en las trojes de nuestras
culturas ancestrales.
Estamos
convencidos de que en este kairós la Iglesia de Cristo tiene un lugar
ineludible. Ella está llamada a ser la compañera de camino, la inspiradora de
acciones, la palanca que mueva la construcción del futuro deseado. Por eso en
nuestros planteamientos utópicos quienes somos cristianos y, sobre todo,
quienes somos por gracia de Dios ministros ordenados del Evangelio, sostenemos
que, en cualquier paso que haya que dar, debemos hacerlo con la Iglesia y como
Iglesia, reconociendo la necesaria confluencia de los dones y carismas que el Señor
ha dado a su Pueblo.
Para
los indígenas cristianos, que somos además ministros oficiales de la Iglesia
la conceptualización cristiana de la “teología” nos ha servido para hablar
del mundo mítico-simbólico de nuestros pueblos y de sus creencias y prácticas
religiosas. Ante las instancias eclesiásticas magisteriales, que nos han
solicitado información, hemos sostenido que "la
Teología India es el conjunto de experiencias y de conocimientos religiosos que
los pueblos indios poseen y con los cuales explican, desde milenios hasta el día
de hoy, su experiencia de fe, dentro del contexto de su visión global del mundo
y de la visión que los demás tienen de estos pueblos. La Teología India es,
por tanto, un acervo de prácticas religiosas y de sabiduría teológica
popular, del que echan mano los miembros de los pueblos indios para explicarse
los misterios nuevos y antiguos de la vida. Por eso no se trata de algo nuevo ni
de un producto propiamente eclesial; sino de una realidad muy antigua que ha
sobrevivido a los embates de la historia”[15].
Sabemos
que la aplicación del término teología al
pensamiento religioso de nuestros pueblos no está exenta de problemas. Esto
sucede no sólo porque en la Iglesia sigue prevaleciendo la idea de que la
palabra de los pobres acerca de Dios es tan imperfecta y está tan contaminada
que no merece ser considerada como verdadera ciencia teológica; sino también
porque en los intelectuales indígenas de hoy hay serias reservas para aceptar
que se aplique a la producción intelectual de nuestra gente las categorías del
pensamiento occidental, de donde surgió la palabra teología. Por lo tanto, en
el fondo está, por una parte, el prejuicio respecto al valor de las
herramientas gnoseológicas populares; y, por otra, el miedo a usar categorías
de pensamiento, que, como punto de partida, desvalorizan el ser y conocer indígenas.
Para
superar este impasse, un sector importante de los pueblos indios, que ya somos
cristianos, nos hemos atrevido a reiniciar hoy el diálogo interreligioso que
hace 500 años no fue posible entablar directamente al interior de la Iglesia.
En ese tiempo la teología del vencido fue descalificada y condenada
rotundamente por el vencedor como palabra diabólica, aún después de los
primeros intentos de comunicación en que los nuestros dieron muestras de su
saber profundo sobre Dios[16].
Creemos con
optimismo que ahora hay condiciones propicias para que nuestros pueblos puedan
sacar de las cuevas para mostrar a plena luz la riqueza de su sabiduría
milenaria. Aún con riesgo de equivocarnos, consideramos que vale la pena
intentar abiertamente el diálogo de teologías. El clandestinaje y el
enmascaramiento ya no son la mejor estrategia de sobrevivencia. Hemos insistido
que hay que abrirnos y hacer alianzas críticas y provechosas. Las culturas indígenas
pueden hoy reformularse y recrearse en el diálogo con las demás culturas y con
la Iglesia para seguir no sólo vivas, sino más dinámicas en el futuro.
Ciertamente
lo que algunos hemos llamado “teologías indias” no se ajusta a los parámetros
de lo que la Iglesia denomina “teología”; pues no es propiamente “el
empeño en demostrar la racionalidad de la fe a aquellos que le piden cuenta de
ella”. Tampoco se trata del esfuerzo
“por aclarar la enseñanza de la revelación frente a las instancias de la razón...
(con) una forma orgánica y sistemática”[17].
Las llamadas “teologías indias” carecen de varias de las características que marcan a las teologías clásicas de la Iglesia. Las llamadas teologías indias no se basan en grandes tesis filosóficas, no cuentan con sistematizaciones brillantes, libros exitosos, ni connotados ponentes. No tienen tampoco pretensión de universalidad, ni de probar nada a nadie frente a las instancias de la razón. Son simplemente la palabra indígena sobre Dios, sobre el mundo, sobre nosotros mismos desde la perspectiva de nuestra fe en Dios tal como lo entienden y viven nuestros pueblos, que aceptan por principio que Dios siempre es un misterio imposible de comprender del todo. Por eso no usan un lenguaje discursivo o filosófico, sino mítico-simbólico, lo que hace más difícil que nuestra palabra pueda ser encuadrada en la perspectiva estrictamente científica.
Con
las llamadas “teologías indias” lo que de hecho intentamos es rescatar y
mostrar el saber y el sabor de Dios presente entre los pobres, mostrar con qué
platos y cucharas nuestro pueblo come las cosas divinas, con qué jícaras
o recipientes bebemos las cosas del Espíritu. Para nosotros las teologías
indias son como la gramática con que los indios organizamos nuestro saber de
Dios. Puede ser que esta gramática, como sucede frecuentemente en nuestras
lenguas, no esté escrita y ni siquiera sea explícita, pero funciona y muy
rigurosamente al narrar los mitos, al celebrar los ritos y al actuar ante
cualquier acontecimiento de la vida. En ese sentido las teologías indias son
como un convite de fiesta donde compartimos las flores y los frutos de nuestro
estar y actuar con Dios. No pretendemos atrapar a Dios en nuestros limitados
conceptos, sino, todo lo contrario, buscamos con el rito y la palabra liberarlo
para que El nos libere y juntos construyamos la
tierra sin mal, la tierra de la flor, la tierra de nuestro sustento, como dejaron
dicho los antiguos, nuestros abuelos.
Todo
esto es lo que hace diferente a las llamadas teologías indias. Esta identidad/alteridad es la que pretendemos
que se vea, se oiga, se entienda, se acepte en su exacta dimensión dentro de la
sociedad y de la Iglesia sin que ello rompa la solidaridad y la fraternidad.
Es
muy probable, como nos sugieren algunos Pastores, que a lo que hacemos le cuadre
más el término sabiduría que el de teología,
porque en verdad se trata de un saber que no está ligada al conocimiento frío
y sistemático de los libros, sino un saber caliente y picante de Dios, a quien
conocemos no sólo con la mente, sino con el corazón y la vida entera. Nosotros
pensamos que eso también debería ser toda teología en la Iglesia; porque Dios
no puede ser objetivado como los demás objetos de conocimiento y de ciencia; es
imposible establecer una verdadera distancia frente a El; “ya que en El
vivimos, nos movemos y existimos”, según la teología popular griega asumida
por San Pablo (Hech 17, 28). En consecuencia es de manera muy análoga que la
Iglesia usa el término ciencia para
la teología.
¿Cómo
surgió la utilización del término “Teología india”?
Fácilmente
se piensa que fuimos los indios los primeros en usar la categoría “teología”
aplicada al mundo religioso de nuestros pueblos. Eso no corresponde a la verdad
de los hechos; en la mayoría de nuestras lenguas no existe esta palabra o su
equivalente preciso. Fue en la primera evangelización[18]
cuando prominentes misioneros como Fray Bartolomé de las Casas, primer obispo
efectivo de Chiapas, quienes utilizaron el término en relación a la sabiduría
indígena. Las Casas la llamó así en latín theologia
indorum, la teología de los
indios, la que producen los indígenas. El principal editor de esta teología
india fue un fraile que viajó con Las Casas en 1545, el padre Domingo de Vico
quien produjo tres tomos en kakchikel en la Verapaz (entonces parte de la diócesis
de Chiapas). Estos escritos fueron sucesivamente traducidos al quiché y al
castellano. En pleno siglo XVII, pese a la prohibición de publicar las obras de
Las Casas y hasta de aludir a su persona, se hicieron nuevas copias y ediciones.
Hoy parte de este trabajo todavía integra El Título de Totonicapán y el Título
de Ilocab, que conservan celosamente como propios los indígenas
guatemaltecos de esos lugares[19].
Esta
''antigua palabra'', como dicen hoy los creyentes indígenas de Chiapas, tenía,
según los principios del Único modo de
atraer a la verdadera religión[20],
el objetivo de respetar y fomentar ''la natural inclinación'' de los
pueblos a buscar la verdad y la trascendencia. El primer obispo de Chiapas se
adelantaba así al documento conciliar Ad
Gentes sobre la obra misionera que ve en las tradiciones precristianas de
los pueblos ''las semillas de la palabra de Dios''[21].
Las Casas intuía que la antigua sabiduría maya podría fungir como una especie
de Antiguo Testamento propio. Así como hay una Iglesia y una patrística
latina, otra oriental, otra griega o siria y aramea, con reflexión teológica
propia, sin que rompa la unidad, así las teologías indias no desean una copia
colonial de la Iglesia, sino que surja una iglesia maya, una náhuatl, o quechua
sin dejar de ser una.
En
los 30 años recientes el Departamento de Misiones del CELAM, en una serie de
encuentros, seminarios y simposios de Pastoral indígena, por todo el
continente, fue preparando el camino para el surgimiento actual de las llamadas
“teologías indias” dentro del planteamiento mayor del nacimiento de las
“iglesias particulares indígenas”. Así
lo plantearon los obispos de la Pastoral indígena cuando se reunieron en Bogotá
en 1985: "la Iglesia ha de colaborar
al nacimiento de las Iglesias particulares indígenas con jerarquía y
organización autóctonas, con teología,
liturgia y expresiones eclesiales adecuadas a una vivencia cultural propia de la
fe, en comunión con otras iglesias particulares sobre todo y fundamentalmente
con Pedro"[22].
El mismo Santo Padre, Juan Pablo II, animó a esta
apropiación indígena del Evangelio y de la Iglesia al afirmar en Redemptoris
Missio que "las comunidades
eclesiales que se están formando, inspiradas en el Evangelio, podrán
manifestar progresivamente la propia experiencia cristiana en manera y forma
originales, conformes con las propias tradiciones culturales"[23]
En Latacunga, Ecuador, el Papa nos manifestó lo siguiente: "Por
lo que se refiere a vuestro puesto en la Iglesia, ella desea que podáis ocupar
el lugar que os corresponde, en los diversos ministerios, incluso en el
sacerdocio. ¡Qué feliz día aquel, en que vuestras comunidades puedan estar
servidas por misioneros y misioneras, por sacerdotes y obispos de vuestra
sangre, para que junto con los hermanos de otros pueblos, podáis adorar al único
y verdadero Dios, cada cual con sus propias características, pero unidos en la
misma fe y en un mismo amor!"[24].
Todo esto fue retomado posteriormente en el documento de
Santo Domingo en 1992, donde la Iglesia aceptó el reto de "profundizar
un diálogo con las religiones no cristianas presentes
en nuestro continente,
particularmente las indígenas y afroamericanas, durante mucho tiempo ignoradas
o marginadas"[25], y se comprometió
con los pueblos indios a "acompañar
su reflexión teológica, respetando sus formas culturales que les ayudan a dar
razón de su fe y esperanza"[26].
Es
en este contexto eclesial en que varios indígenas consagrados en la vida
religiosa u ordenados sacerdotes de la Iglesia nos decidimos a emprender la
ingente tarea de desclandestinizar la sabiduría de nuestros pueblos y hacer
abiertamente procesos de diálogo y síntesis de las dos vertientes religiosas
que componen nuestra identidad espiritual. Y lo hicimos con acompañamiento de
nuestros pastores y de nuestras servidoras y servidores no indígenas. Es a esto
lo que se ha llamado “teologías indias”.
Cuando empezamos a hablar de “teologías indias” no
pretendíamos iniciar una corriente teológica nueva en la Iglesia, ni encubrir
una teología latinoamericana cuestionada por el Magisterio, sino llamar la
atención sobre un fenómeno muy antiguo y muy actual en nuestras comunidades:
su particular experiencia de fe. Lo que hoy llamamos teologías indias
cristianas reconoce que ya se está dando una inculturación o apropiación indígena
del Evangelio y de la Iglesia, que se lleva a cabo fundamentalmente en lo que se
ha llamado religiosidad popular o religión
del pueblo[27], que si bien es
compartida también por grupos humanos que no son indígenas, es primeramente
obra de nuestras abuelas y abuelos indígenas.
La RP por mucho tiempo no tuvo un lugar reconocido en
nuestra Iglesia. A partir de Puebla las cosas han cambiado substancialmente. Los
pastores empezaron a tener una admiración por los innegables valores que los
pobres, especialmente los indígenas, poseemos como "un potencial evangelizador" que "interpela constantemente" a la Institución[28].
Aquí y allá se descubren en el documento final de Puebla señales de dicha
valoración[29]. Pero el optimismo
pastoral llegó a su clímax en la admiración/fascinación por el innegable cúmulo
de valores del mundo religioso de los pobres. Es lo que hizo expresar a los
pastores que "la religiosidad del
pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores, que responde con sabiduría
cristiana a los grandes interrogantes de la existencia...tiene una capacidad de
síntesis vital...conlleva creadoramente lo divino y lo humano... es un
humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como
Hijo de Dios, establece la fraternidad fundamental, enseña a encontrar la
naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría
y el humor, aún en medio de una vida muy dura.. es también para el pueblo un
principio de discernimiento, un instinto evangélico...tiene la capacidad de
congregar multitudes...es una forma activa con la cual el pueblo se evangeliza
continuamente a sí mismo"[30].
El interés y entusiasmo pastoral por los "valores
autóctonos", considerados como presencia antecedente del Espíritu en
las culturas precolombinas[31] o - utilizando una
categoría teológica de los Padres de la Iglesia- "semillas
o gérmenes del Verbo"[32],
llevó a la Iglesia en Puebla a plantearse una evangelización de las culturas no como "un proceso de destrucción, sino de reconocimiento, consolidación
y fortalecimiento de dichos valores; una contribución al crecimiento de los 'gérmenes
del Verbo' presentes en las culturas"[33].
Este planteamiento teológico-pastoral implica la necesidad de realizar "un
trasvasamiento del mensaje evangélico al lenguaje antropológico y a los símbolos
de la cultura en que se inserta"[34].
Es lo que se denomina "inculturación
del Evangelio", aunque el término no aparece explícitamente en
Puebla. Ahí la Iglesia se comprometió a trabajar en serio a favor de los indígenas
como parte especial de las mayorías empobrecidas del continente, asumiendo ella
la causa de los pobres "como su
propia causa, más aún como la causa misma
de Cristo"[35].
Durante
los últimos años el Departamento de Misiones del CELAM, DEMIS, convocó una
serie de reuniones de Obispos, de pastoralistas y de indígenas a nivel
continental, como el ya mencionado Encuentro de Presidentes de Comisiones
Episcopales de Pastoral Indígena en Bogotá (1985), y a nivel de las diversas
áreas geográficas de América Latina (1988-1990). Fue en una de las reuniones
del DEMIS, la que se llevó a cabo en México en 1989, donde nuestros Obispos
animaron a los sacerdotes indígenas presentes a iniciar encuentros
latinoamericanos de “Teología india”, mismos que se han llevado al cabo el
primero en México (1990), el segundo en Panamá (1993), el tercero en Bolivia
(1997) y el próximo en Paraguay (2002)
Con audacia de espíritu y prudencia pastoral varios
Obispos, no sólo católicos sino también protestantes de zonas indígenas, han
estado acompañando este proceso a sabiendas de que es un reto grande para la
Iglesia. Mons. José Alberto
Llaguno, obispo de la tarahumara, de feliz memoria, lo expresó así en el prólogo
de la memoria del primer encuentro: "La
Teología India, que siempre ha estado presente pero nunca suficientemente
valorada, es una vena de vida que, al irrigar en condiciones mejores no sólo a
los pueblos indígenas, sino a las Iglesias, será fuente nueva de
rejuvenecimiento y de vitalidad para todos"[36].
En México la Pastoral Indígena se ha ido consolidando
gracias a la intervención y al esfuerzo decidido de los Obispos de zonas indígenas
y al apoyo de la Conferencia del Episcopado Mexicano, CEM, a través de la
Comisión Episcopal para Indígenas, CEI. Así fueron elaborados y publicados
por la CEM en 1988 los Fundamentos Teológicos
de la Pastoral Indígena, donde claramente se reconoce la necesidad del
nacimiento de las Iglesias autóctonas entre indígenas, a fin de que “conserven
y vivan toda la riqueza de sus tradiciones en la comunidad eclesial (AG 22); y
puedan con coherencia y sin rupturas enajenantes, ‘dar razón de la esperanza
que hay en ellos’ (1 Pe 3)”[37].
Más recientemente la CEI se ha abocado a animar y
articular los distintos procesos de Pastoral indígena de México y se ha
lanzado a abordar episcopalmente los contenidos y la metodología de la Teología
india haciendo posible que nuestra Iglesia, en el pasado la mayor agresora del
mundo religioso indígena, se esté convirtiendo rápidamente en la principal
aliada de nuestros pueblos para la recreación, valoración y dignificación de
las culturas y expresiones religiosas indígenas[38].
Esto no significa que cerremos los ojos al hecho de que
también existen en nuestra Iglesia muchas prevenciones, temores y reservas
respecto a las llamadas “teologías indias”, algunos de ellos
perfectamente razonables y habrá que abordarlos eclesialmente; otros,
producto de un desconocimiento o de una percepción distorsionada de los hechos.
También éstos habrá que analizarlos y resolverlos en diálogo sereno,
fraterno y respetuoso.
Pluralidad de Teologías indias
En
realidad no existe una única teología india, sino muchas teologías indias que
se diversifican por razones geográficas, culturales, metodológicas. Es
necesario tomar en cuenta esta diversidad amplia para comprender cabalmente el
fenómeno de la llamada “teología india”. Ciertamente la expresión
Teología India, en singular, es
una generalización aceptada deliberadamente para simplicar las cosas y mostrar
la condición de postración en que se hallan los pueblos originarios del
continente y así encontrar un enfoque común que pueda aglutinar a todos frente
a la adversidad, que procede de fuentes que no son plurales. Pero, en verdad,
existen muchas teologías bajo esta nomenclatura. Y hay que analizar las razones
que explican la diversidad.
Antes de la
conquista europea, existían en los pueblos de este continente una variedad de
funciones y categorías que tenían por objeto expresar la multiforme actividad
teológica de sus miembros. Muchas de esas categorías y funciones, aunque
menguadas o reformuladas en el contexto cristiano, se mantienen hasta nuestros días.
Conviene recordar que existen tres momentos distintos de la sabiduría teológica
de nuestros pueblos:
+
El anterior al contacto con la
cristiandad, cuando podían elaborar por sí mismos, sin interferencias
transcontinentales, los contenidos y formas de expresión de su fe. Es lo que se
podría llamar Teologías Originarias
u originales. Esas teologías tuvieron un largo período de desarrollo y
estuvieron marcadas por las distintas vicisitudes de la historia de cada pueblo
y bloque cultural.
+
Durante los 500 años, en que las
teologías originarias fueron agredidas y se convirtieron en resistencia o diálogo
obligado. Son propiamente las Teologías
Indias, que se refugiaron en las montañas, se enmascararon de cristianismo,
se reformularon en los espacios disponibles o se hicieron clandestinas.
+
En los tiempos actuales, en que las
Teologías de nuestros pueblos salen de las cuevas y se conviertes en propuesta
de vida para los demás. Es el momento en que hay condiciones nuevas para el
diálogo enriquecedor, porque el mundo vuelve la mirada a los indígenas como reserva de humanidad, donde pueden refontanarse las sociedades y las
iglesias. Talvez el nombre de Teologías Indias ya no sea entonces la expresión
más adecuada y haya que adoptar o crear nuevas nomenclaturas.
Las
teologías originarias han sido y son matrices y compañeras del proyecto de
vida de nuestros pueblos. Las teologías indias, en el choque conquistador,
fueron sostén de la fe agredida de nuestra gente. Las teologías indias durante
la sociedad colonial se hicieron refugio, amparo y consuelo vitalizador de la fe
del pueblo vencido. Se hicieron teologías apocalípticas, para mantener vivas
las esperanzas utópicas de los pobres. Las teologías indias o indígenas de
nuestros días hacen esfuerzos por ser conciencia crítica frente al proyecto
dominador, por ser teologías proféticas de los oprimidos.
En
todos los casos las teologías indias son dinámicas, porque no sólo repiten
textos indígenas del pasado, sino que, bajo la inspiración de tales textos,
elaboran la palabra, el consejo, la luz, que ahora son necesarios para la vida
del pueblo.
El
mosaico policromado de culturas que existía antes y que subyace ahora bajo el
estereotipo de indios o indígenas tendrá que surgir también en el proceso de
rescate de las teologías indias originarias. Llegará el día en que sean
derribados totalmente los estereotipos y ya sin enmascaramientos de ninguna
especie surjan nuestros pueblos con sus rostros propios liberados. Entonces habrá
un abanico plural de teologías indias: Yaqui, Puréhpecha y Hñahñú;
Tojolabal, Mam y Pipil; Ngöbe, Emberá y Xavanti; Aymara, Shuara y Pemón, etc.
Todas juntas pero no revueltas; todas diferentes pero hermanas. Hermanas entre sí
y con las demás teologías del mundo. Ese es el horizonte de futuro que nos
planteamos en este proceso de las llamadas teologías indias. Por él oramos,
por él sudamos y por él empeñamos nuestra vida entera.
En
resumen podemos afirmar que en la actualidad hay básicamente dos tipos de
teologías indias: las que los indígenas cristianos pretendemos hacer dentro de
la Iglesia y, por tanto, en procesos de confrontación, ensamblaje o síntesis
de las dos vertientes espirituales que conforman nuestra identidad profunda (indígena
y cristiana); y las que los indígenas que no son cristianos buscan hacer al
margen de la Iglesia, sea porque a ellos no les ha llegado la evangelización o
porque, habiendo llegado, ellos quieren afirmar su derecho a la autonomía
absoluta frente a instituciones religiosas que les son foráneas y agresivas.
En
el primer caso las teologías indias están íntimamente ligadas a la apropiación
o inculturación indígena del Evangelio y de la Iglesia; y, en el segundo caso,
a la lucha amplia de los pueblos indígenas por el reconocimiento de sus
derechos colectivos también a nivel religioso. Cada uno de estos planteamientos
merece el respecto de la Iglesia[39].
Frente a las
teologías indias-indias, que hacen emerger explícita y gozosamente la
experiencia cultural que se acalló durante los últimos siglos, actuamos para
que entren con toda dignidad y derecho en el concierto de las teologías del
mundo, con su especificidad y riqueza propias. Esa experiencia tiene que surgir
desde la práctica sociocultural actual de los pueblos indios, confrontada con
las propias fuentes, escritas u orales. Su articulación está intencionada
hacia las demás teologías indias que se unen y convergen en la fe con la que
han respondido secularmente al llamado de Dios.
Estas teologías
indias-indias, que se elaboran sin la intervención del elemento cristiano,
requieren el diálogo intrarreligioso o diálogo desde dentro de las religiones
indígenas. La actitud de la Iglesia ante ellas ha de ser de respeto a la
identidad del otro, tendiendo a un conocimiento y enriquecimiento recíproco en
la obediencia a la verdad y al reconocimiento de la libertad religiosa. En este
respeto a la alteridad indígena la Iglesia puede iniciar un diálogo
interrreligioso, que sea base para una posible evangelización sin intervención
de espadas de ninguna especie.
Las teologías
indias cristianas surgen de la experiencia sociocultural de los indígenas de
hoy y se confrontan no sólo con las propias fuentes, sino también con las
fuentes del cristianismo. Ellas se articulan hacia el campo de las teologías
cristianas, conservando sus características propias, histórico-culturales,
dentro de una variedad que se une en la fe común, sin negar la posibilidad de
su lanzamiento también hacia las demás teologías del mundo.
Estas teologías
indias cristianas nacen dentro de las Iglesias, son hechas por indígenas
cristianos y se sujetan al campo de la inculturación del Evangelio, o sea se
hacen en el contexto de diálogo entre lo indígena y lo cristiano.
III.
METODOLOGIA Y PROPUESTAS DE LAS TEOLOGÍAS INDIAS
Punto
de partida de las teologías indias
El punto de
partida de toda teología es la fe de las comunidades creyentes: Toda verdadera
teología, si se nutre de una religión auténtica, no puede tener otro punto de
partida que la experiencia de la fe,
expresada según los ejes fundamentales y orientadores de cada cultura. La mayoría
de ellos son herencia y vivencia actual de prácticas y tradiciones milenarias
hechas por los habitantes originarios de este continente. Pero junto con esa
riqueza abrumadora de ritos y celebraciones de raíz autóctona existen también
prácticas que no pueden ser comprendidas si no es desde la proclamación explícita
del Evangelio que se hizo a partir del siglo XVI[40].
Como nosotros hacemos teología india cristiana el punto de partida
de nuestra teología es la fe en Jesucristo y las manifestaciones de Dios
presentes como “Semillas del Verbo” en la tradición indígena de nuestras
culturas. Los indígenas cristianos no podemos entender nuestra identidad ni
nuestra experiencia religiosa quitando una de las tradiciones; es más, hacer
esto sería falsear nuestra historia de más de 500 años. Por lo tanto, lo que
nos toca a los que hemos iniciado el diálogo abierto es confrontar nuestra
experiencia religiosa y nuestras reflexiones teológicas con la fuente indígena
y la cristiana, de manera seria y creativa, cuidando de que ninguna de las
tradiciones pierda fuerza o identidad en el diálogo. Los que hemos entrado en
diálogo tenemos la responsabilidad de conciliar los “dos amores”: amor a
nuestras culturas y amor a la Iglesia.
Los
cristianos indígenas y no indígenas hacemos teología india cristiana:
·
para evangelizar mejor a
los miembros de una comunidad indígena, ayudando a que descubran “cómo Dios
ya ha estado cerca de ellos, y ha caminado en la historia de ese pueblo”;
·
para que esta comunidad
viva más plena, consciente, libre, responsable y gozosamente su participación
en el misterio pascual de Cristo, a partir del anuncio evangélico que han
recibido; y
·
para que esta comunidad
sea una Iglesia indígena misionera, que comparte su fe con otras culturas que
forman la Iglesia universal.
Las teologías indias son integrales,
no son teologías sobre Dios en sentido estricto sino teologías sobre el pueblo
y su proyecto de vida, con todo lo que este proyecto tiene que ver y donde Dios
está radicalmente comprometido.
Las teologías indias tienen un lenguaje marcadamente religioso,
a menudo nuestra reacción ante un planteamiento radical es el silencio o el
rito.
Su elaboración es colectiva porque tiene como sujetos a los
pueblos indios y a las comunidades creyentes.
Esta producción usa como vehículo de expresión el lenguaje
mítico-simbólico, porque los símbolos y los mitos expresan más
radicalmente el sentido profundo de la vida indígena.
No
existe una única metodología ni métodos idénticos en todos los procesos en
que se elaboran las llamadas teologías indias. Cada tipo de teología india
tiene su propia metodología. Sin embargo pueden apreciarse ciertos elementos
metodológicos comunes o afines en los distintos procesos de elaboración. El
Sr. Pedro Gutiérrez Jiménez, teólogo laico de la región mayense, considera
que los pasos que se siguen en la producción de la sabiduría indígena son los
siguientes:
“Primero: En nuestra reflexión teológica siempre tenemos
como punto de partida nuestra vivencia religiosa de cada día.
Segundo: Analizamos la
realidad en la que vivimos para entender por qué los pueblos indios y pueblos
de otras sangres estamos en una determinada situación.
Tercero: Reflexionamos teológicamente
confrontando la realidad analizada con las fuentes de nuestra fe: La Palabra de
Dios en la creación, en los escritos sagrados y en nuestra tradición. De esta
manera, logramos desenmascarar el sistema de muerte y descubrir desde nuestra
experiencia de fe el proyecto de vida que Dios quiere para todos.
Cuarto: Esta reflexión sistemática
transforma la realidad de muerte a una realidad de vida. De hecho, esta reflexión
nuestra genera en nosotros un nuevo pensamiento, un nuevo corazón y una nueva
actitud orientada a la construcción de nuestra esperanza (la nueva Casa Grande
para todos)”[41].
En la Región Caribe se habla de cinco etapas metodológicas:
·
“Sensibilización y concientización por parte de los conocedores de
los recipientes de la sabiduría indígena.
·
Recopilación y socialización de los mitos y experiencias de la
sabiduría indígena.
·
Depuración y revisión de las influencias foráneas para que la
sabiduría sea considerada revelación de Dios en los pueblos indígenas.
·
Interpretación y análisis de la sabiduría indígena expresada en
ritos, símbolos, la casa como estructura social, cantos, memoriales de fe.
·
Aplicación a los proyectos de vida, programas de educación,
salud, convivencia”[42].
Para los caribeños estos pasos metodológicos propuestos para
rescatar la sabiduría indígena también son aplicables a los procesos de
elaboración de la teología india cristiana, porque la teología es sabiduría
de vida y de fe.
La Región Andina habla de cuatro niveles o instancias de elaboración
de las teologías andinas, que son
aplicables a otras regiones culturales del Continente:
·
“El nivel fundante es la comunicación de experiencias de fe en la
comunidad, Quechua y Aymara. Este nivel es el fundamento para todo lo demás; es
la fuente.
·
Un segundo nivel intermedio lo constituyen los programas de
capacitación para servicios a la comunidad, por ejemplo el Centro de Educación
Indígena, en Ecuador, las asesorías para una autoformación teológica, como
CTP y CEPITA en Bolivia, o IPA e IDEA en el Perú; y los encuentros como los que
se están realizando en los países de la región andina ya sea a nivel local
como a nivel más amplio.
·
Un tercer nivel, es el de la consolidación. Aquí se ubican los
‘credos’ andinos, que expresan creencias integrales en la Madre Tierra y en
la honda espiritualidad del pobre, y también manifiestan maneras andinas de
vivir el tiempo, es decir expresan la lógica histórica de estos pueblos. También
se consolida la teología en ritos y celebraciones; las categorías teológicas
están articuladas con la fiesta.
·
Por último, los textos de las teologías andinas, ya sean
recopilación de palabras de sabios y sabias, relatos de reflexiones de
comunidades de base, y elaboraciones hechas por profesionales en la tarea teológica”[43].
Mons.
Javier Lozano Barragán, presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de
los agentes sanitarios, concluye que “el
método para hacer teología india iría por estos pasos:
·
Exponer
los mitos y vivencias indígenas
·
Analizar
la realidad en que se vive
·
Iluminarla
con esos mitos y vivencias
·
Apoyarla
en la Biblia
·
Expresar
todo según la lógica simbólica
·
Actuar
en consecuencia”[44]
En conclusión
podemos afirmar que así como no es posible hablar de una única teología
india, tampoco se puede hablar de un método propio y único de las distintas
teologías indias. Cada una elabora, procesa o se apropia metodologías que los
sujetos teológicos consideran necesarios para cortar, juntar y transportar las
flores de su fe en Dios.
·
En la mayoría de los
casos hay coincidencia en partir de la fe vivida por el pueblo sea en la
cotidianidad profana, sea en la ritualidad sacral. La realidad es a la vez lugar
teológico y objeto de teologización y se lleva a la comunidad creyente vía
los sueños, las visiones, el relato de los hechos, el compartir los motivos de
dolor o de gozo; la RP ofrece muchas ocasiones de iniciar procesos de
teologización.
·
Esta realidad vivida se
confronta, discierne o ilumina con las fuentes de la fe indígena; si se trata
de indígenas que no son cristianos las fuentes son únicamente las indígenas,
y en el caso de quienes somos cristianos, la Sagrada Escritura y la tradición
de la Iglesia son también fuentes imprescindibles. Las sabias y sabios,
ancianas y ancianos son los facilitadores de esta confrontación, discernimiento
o iluminación, y usan para ello de diversos instrumentos (consejo, exhortación,
relectura de los mitos, cantos, alabanzas, etc.).
·
De la confrontación de
la realidad con las fuentes de la fe, surgen compromisos de acción que son
asumidos primero ritualmente y luego históricamente. El compromiso ritual
normalmente se expresa en la fiesta y
el histórico en la solidaridad comunitaria.
Ser
tlahcuilo en la tradición indígena
prehispánica de México era asumir la tarea de poner en tela, en amate, en
arcilla o en piedra el pensamiento del pueblo; con flores y cantos las y los tlahcuilos
pintaban la vida y la muerte, el cielo y la tierra, el día y la noche, el mundo
entero de nuestros abuelos y abuelas. Con la mente y el corazón, con el ingenio
y la palabra estos sabios y sabias se pusieron a disposición de las comunidades
para expresar su gozo y su tristeza, su amor y su angustia, la paz y la guerra.
La obra de las y los tlahcuilos era
muy valorada, pero ellos y ellas normalmente nunca aparecían. No ponían el
sello de su autoría ni cobraban por sus servicios. Sus personas se perdieron en
la penumbra de los pochcallis y calmecas, como un abono mágico que desaparece al fertilizar el
subsuelo de las culturas. Pero gracias a las y los tlahcuilos conocemos algo del pensamiento y del alma de nuestros
antepasados mesoamericanos: Admirables mantas, códices, estelas, mascarones,
cresterías de edificios han trasplantado hasta nuestros días escenas vívidas
del pasado.
Eso
mismo que hicieron en el pasado pretendemos
hacerlo hoy los y las tlahcuilos de
las teologías indias de nuestros tiempos: prestar nuestra boca, nuestra mano,
nuestra inteligencia, nuestra pasión para que se expresen las comunidades
creyentes cuya voz no es escuchada o no es valorada con justicia. Los teólogos
y teólogas indias recogemos y cargamos la palabra del pueblo para llevarla a
los demás miembros de la sociedad y de
la Iglesia. Como modernos Juan Diegos transportamos en el hueco de nuestros
brazos y de nuestras tilmas las flores
olorosas, perfumadas, radiantes que hemos cortado en medio de espinas en los múltiples
Tepeyacs indios. Y las cortamos no sólo
para nosotros mismos sino para ofrendarlas a quienes se interesan y abren su
corazón a la vida y a la solidaridad. Sabemos que las flores y los cantos son
dones del cielo y por eso las compartimos con todos y con todas en señal de
fraternidad y sororidad universal.
Propuestas de las Teologías indias
En
los últimos años se ha dado una irrupción fuerte, incluso violenta, de los
indígenas en la sociedad y en la Iglesia. Muestra de ello es Chiapas. En ese
contexto las teologías indias además de ser voz de protesta de los indios, poco a poco se han ido convirtiendo
en voz de propuesta que articula el
anhelo de un futuro mejor no sólo de los indios sino de los pobres en general.
Esto es así; porque las teologías indias dan la posibilidad de construir
nuevos paradigmas de comprensión de la realidad y de construcción de
alternativas de vida para todos sacándolos de las petacas
o baúles ancestrales.
Ejercer
este papel propiciador de propuestas alternativas ha implicado para los
impulsores de las teologías indias acudir a los Tepeyac indígenas para juntar las flores de la sabiduría milenaria
de nuestros pueblos; entrar a los mitos, ritos y utopías ancestrales para
descubrir las verdades fundamentales de la humanidad y para activar la energía
espiritual que sólo los pobres conocen.
Esta
novedad está empujando a las teologías indias a no ser únicamente Theologíae
Indorum, como señaló Fr. Bartolomé de las Casas, teologías
de los indios, sino un modo nuevo de hacer teología como los indios, es
decir, presentando, a partir de nosotros mismos y de nuestra sabiduría, lo que
creemos sobre Dios, sobre el mundo y sobre nosotros mismos; sin aislarnos ni
separarnos de los demás, pero asumiendo con gozo en la comunión nuestra
identidad/alteridad. En este sentido hacer teologías indias es asumir con pasión
la tarea de defender la vida de todos: hombres y mujeres, plantas y animales, ríos
y bosques como proyecto de Dios. Y guiados con estas teologías actuar como mensajeros
dignos de toda confianza del cielo para llevar la palabra divina y nuestra
palabra a los demás, para hacer realidad la Teocalli
o casa de Dios donde sean escuchados y remediados los lamentos, miserias, penas
y dolores del pueblo, y donde recibamos todo el amor, compasión, auxilio y
defensa divina que soñaron nuestros antepasados. Es lo que nos dice el proyecto
guadalupano, que coincide maravillosamente con casi todos los proyectos históricos
soñados por los indios.
Con
las teologías indias cristianas no pretendemos un retorno romántico a las
religiones indígenas prehispánicas; pero ellas son un referente obligado de
nuestra identidad más profunda. Con las teologías indias cristianas no
buscamos contraponer o suplantar textos de las Sagradas Escrituras con mitos de
la tradición indígena; pero buscamos que a éstos mitos y creencias de
nuestros pueblos se les dé el lugar que les corresponde en nuestra vivencia y
celebraciones de fe; tampoco pretendemos construir una Iglesia autónoma con
sacramentos y ministerios ajenos a la tradición de la Iglesia, al margen o en
contra de los legítimos pastores, dentro de un contexto de lucha de clases[45];
lo que queremos es la inculturación en serio de los sacramentos, de la liturgia
y de los ministerios de la Iglesia.
Los
indios cristianos no negamos ni buscamos poner en riesgo las verdaderas
fundamentales del Dogma cristiano en lo que se refiere a la Revelación
normativa sobre Dios, sobre Cristo, sobre la Iglesia, sobre el Magisterio; más
bien deseamos asumirlos y comprenderlos desde la perspectiva de nuestros
esquemas culturales y religiosos. Es improcedente que se nos pregunte si creemos
o no en Jesucristo como único Salvador y si aceptamos o no a la Iglesia[46];
los indios cristianos ya hemos respondido afirmativamente a eso desde hace mucho
tiempo y hemos sostenido nuestra palabra aún en los momentos más aciagos y
hasta hemos dado la vida por la Iglesia. Prueba de ello son los santos indígenas
que últimamente han sido propuestos para su beatificación y canonización.
Los
indios queremos casarnos desde hace tiempo con la Iglesia de Cristo porque la
queremos de corazón. Nos damos cuenta de su divina belleza. Para ganarla
durante 500 años hemos servido en la casa de los suegros, bajo normas y reglas
que no son las nuestras, pero no nos han permitido consumar el matrimonio; por
razones que desconocemos no nos han dejado llevarnos a la novia a nuestra casa.
¿Por qué? ¿Acaso nos quieren decir que no la merecemos? ¿Qué no es
suficiente la ofrenda que hemos dado por ella? La espera ha sido larga y la
paciencia de algunos se está terminando; otras alternativas tocan a la puerta.
Por eso es necesario pensar mejor las cosas.
Los
hermanos de la Articulación Regional de la Teología india mayense lo expresan
de la siguiente manera y con ello termino mi ponencia: “…Es preciso recordar
que los pueblos indígenas se pueden ir de la Iglesia, si perciben que ella no
les ofrece un lugar digno para ellos y para su cultura. Es un hecho innegable
que el mundo religioso indígena tiene posibilidades de futuro no sólo dentro,
sino también fuera de la Iglesia. Ya hay indicios de esto en varios puntos del
continente. Existen procesos de Teología India que son autónomos de la Iglesia
y que, seguramente, se irán consolidando más y más. Con esos procesos desde
ahora debemos aprender a actuar con respeto y comprensión. Con ellos debemos
empezar a hacer un diálogo respetuoso,
franco y fraterno como dice Santo Domingo ( SD 248 y 249)”.
“A
los indígenas cristianos y a nuestros pastores nos cabe la responsabilidad de
dejar que la Teología India crezca y se desarrolle dentro de la Iglesia, porque
ella enriquece a la Iglesia y nos enriquece a todos. Ella es un medio excelente
de comunión entre pueblos, que siendo diferentes se pueden sentar como hermanos
en la mesa común de la vida”.
“Con
la Teología India tenemos los indígenas la capacidad de ser Iglesia de Cristo,
sin dejar de ser pueblos con identidad histórica y cultural propia; podemos ser
Asamblea de Dios que, al mismo tiempo que es una, congrega a pueblos de toda
raza, lengua y condición social, porque ella es “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de
todo el género humano” (LG, 1)”.
“Para
nosotros la Iglesia tiene que ser ese árbol de la parábola de Jesús, donde
pueden anidar todas las aves del cielo (Lc. 13,19); o la Ceiba sagrada de los
mayas, que es capaz de sostener con sus ramas la bóveda celeste para convertir
el caos original en la Casa Grande
donde habiten armoniosamente todos los pueblos del mundo”[47].
Oaxaca, México, 23 de abril de 2002.
[1] Ponencia presentada en la reunión de Obispos de Pastoral indígena, convocada por el Celam y realizada en Oaxaca, México, del 21 al 25 de abril de 2002.
[2] El autor de este artículo pertenece al pueblo zapoteca del Istmo Oaxaqueño mexicano, es sacerdote de la diócesis de Tehuantepec; trabaja en la Pastoral Indígena nacional y latinoamericana desde 1970. Es parte del equipo coordinador del Centro Nacional de Ayuda a Misiones Indígenas, CENAMI, como responsable del Departamento de Formación. Es uno de los impulsores y voceros de las llamadas “teologías indias”.
[3] Ponencia de Mons. Gerardo Flores en la reunión convocada por el Celam en Guadalajara, México, mayo de 1996
[4] Retomo en este apartado lo que escribí en un artículo publicado en la Agenda latinoamericana 2002.
[5] La primogenitura de los pueblos indígenas en este continente es una constante afirmación también en la Iglesia. El Papa Juan Pablo II lo ha reiterado desde su primer contacto con los indígenas en Cuilapan, Oaxaca, 1979; en Manaus, Brasil, 1981, en Fort Simpson, Canadá, 1984; en la entrevista que le hicieron en el avión cuando llegaba a México en 1999.
[6] Cf. DEMIS-CELAM 1987, Banco Mundial 1990, Johnstone 1993
[7] Cf. Revista IWGIA de Inglaterra, 1990
[8] Cf. SD 244. 252.
[9] Ese parece ser también el sentido de lo que Medellín afirmó en 1968 sobre los indígenas en el apartado Educación: "Existe, en primer lugar, el vasto sector de los hombres 'marginados' de la cultura, los analfabetos, y especialmente los analfabetos indígenas, privados a veces hasta del beneficio elemental de la comunicación por medio de una lengua común. Su ignorancia es una servidumbre inhumana. Su liberación, una responsabilidad de todos los hombres latinoamericanos. Deben ser liberados de sus prejuicios y supersticiones, de sus complejos e inhibiciones, de sus fanatismos, de su sentido fatalista, de su incomprensión temerosa del mundo en que viven, de su desconfianza y de su pasividad" (Med. 4, 3)
[10] El ejemplo más claro de esto se dio en marzo del 2001 cuando los indígenas se hicieron presentes en el Congreso de la Unión en México, hablaron abriendo su corazón; pero la contraparte no entendió los planteamientos del pueblo y elaboró una ley que está muy lejos de reflejar los anhelos de nuestras comunidades.
[11] Es lo que afirman los pueblos guaraníes en sus mitos y creencias.
[12]
Me refiero sobre todo al proceso que se hizo en México a fines de los 80s y
principios de los 90s, desde la Pastoral indígena, para abordar y aportar
con representantes de las comunidades sobre el Tratado de Libre Comercio
entre México, Estados Unidos y Canadá
[13]En
la historia pasada nuestros abuelos(as) supieron construir modernidades y
globalizaciones de gran envergadura. Mesoamérica,
por ejemplo, como categoría antropológica, es el resultado de una
transformación globalizante y modernizadora nunca antes conocida: del
nomadismo los pueblos que vivían desde el sur de lo que ahora es Estados
Unidos de América hasta el norte de Panamá pasaron a la civilización
urbanística a partir de la agricultura del maíz, durante más de mil años:
500 años antes de Cristo y 800 después de Cristo.
Los Aztecas, con su tecnología de las chinampas
(sembradíos sobre el lago), el comercio distante y su concepción de la
guerra, implementaron en el Anáhuac mexicano una modernidad grandiosa. Lo
mismo hicieron los Incas en los Andes, y los Guaraníes en el Cono Sur; y no
se diga de los Mayas en la península de Yucatán y en Guatemala con su
sabiduría del tiempo, del espacio y de las matemáticas. La modernidad y el
progreso no son enemigos de los pueblos indígenas. Sí lo es la injusticia
con que esta modernidad se construye. Y ante la injusticia nuestros pueblos
han sabido reaccionar airadamente no sólo ahora, sino en toda nuestra
historia.
[14] Esto se dio no sólo en el ámbito de México sino fuera e incluso hasta en el primer mundo.
[15]Carta dirigida, por mediación de la Nunciatura Apostólica de México, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, 1992, 7
[16] Cf. el "Diálogo de los Doce" de Fr. Bernardino de Sahagún
[17] Ver Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre la Vocación del Teólogo 1.5.21.
[18] Me baso aquí en las conclusiones de los investigadores Andrés Aubry y Angélica Inda, que fueron difundidos por los medios de comunicación en ocasión de la IV visita del Papa a México, en 1999.
[19] Hasta consintieron los indígenas que Carmack llevara a cabo una edición en 1983.
[20] Obra escolástica de fray Bartolomé, escrita y argumentada en latín, que últimamente ha sido ampliamente difundida
[21] AG No. 11
[22] Cf. DEMIS, Bogotá, 1985
[23]
Juan Pablo II, Redemptoris Missio 53.
[24] Juan Pablo II, discurso a los indígenas en el aeropuerto de Latacunga, Ecuador, 31 de enero de 1985
[25] SD 137. 138
[26] SD 248.
[27] Pablo VI, Evangelii Nuntiandi
[28] DP 1147
[29] Cf. DP 19. 52. 53. 201
[30] DP 448-450
[31] Cf. DP 201
[32] DP 401. 403. 451
[33] DP 401
[34] DP 404
[35] DP, Mensaje a los pueblos de AL.
[36]
Mons. José A.
Llaguno, Obispo de la Tarahumara, en la presentación del libro Teología
India, 1991
[37] Conferencia del Episcopado Mexicano, Fundamentos de la Pastoral indígena en México, 72
[38]
El Padre Nicanor Sarmiento Intiyupanqui, indígena
de Perú, en un excelente análisis de la prehistoria e historia de los
caminos de la Teología india, hace una síntesis del proceso de
cambio de la Iglesia, con las siguientes palabras: Haciendo una recapitulación de la toma
de conciencia por parte de la Iglesia latinoamericana, de la realidad de las
culturas indígenas, podemos afirmar que Dios ha ido haciendo camino a través
del Espíritu de Jesús valiéndose de misioneros y misioneras audaces, para
que el anuncio evangélico se haga desde sus culturas y por los mismos indígenas.
Se avanzó desde una simple mención de “indios” en Río de Janeiro,
luego a procurar que “ellos sean responsables de su historia y
evangelización” en Medellín, hasta una explícita valoración de “sus
riquezas culturales” en Puebla. En las Conferencias hay un avance en las
tres dimensiones de la evangelización: anuncio de Cristo, promoción humana
y valoración de las culturas.
De
la misma manera en los encuentros misioneros organizados por el Departamento
de Misiones del CELAM y otras entidades eclesiales, hay un avance de un
simple “respeto a sus valores culturales”, a reconocer y descubrir en el
patrimonio de las culturas “las Semillas del Verbo”, descubrir y
reconocer la presencia de Dios en las culturas, hasta la conciencia de que
las “Iglesias cristianas tienen el deber de anunciar a Cristo” y que las
“culturas tienen el derecho de ser evangelizadas”. El Señor de la
historia y Dios de todos los pueblos ha ido haciendo camino en medio de
gozos, alegrías y esperanzas; en medio de tensiones, agresiones,
incomprensiones y errores, ha ido indicando el sendero hacia la meta, que es
el conocimiento de su Hijo y la construcción del Reino de Dios.
(Ver Los Caminos de la Teología
india, Editorial Verbo Divino de Bolivia, 2000)
[39] Retomo en este apartado las reflexiones hechas por el P. Nicanor sarmiento Intiyupanqui en su libro “Caminos de la Teología india”, Cochabamba, Bolivia, 2000
[40] Véase SILLER ACUÑA, en México 1990:59.
[41] Material presentado por Pedro Gutiérrez en el III encuentro ecuménico latinoamericano de Teología india, Cochabamba, Bolivia, 1997; fue publicado en el libro de los Aportes y posteriormente fue traducido al francés por Alain Durand en Ediciones Du Cerf, 2001
[42] Véase Teología India, memoria: Sabiduría Indígena, fuente de esperanza. Tercer Encuentro Taller Latinoamericano de Bolivia 1997, Ediciones Ramiro Argandoña del CTP, Diego Irarrázabal de IDEA y María José Carám Padilla de IPA, Impresión: Imprenta Amauta, Cuzco, Perú, marzo 1998. De aquí en adelante lo citaré como Memoria Bolivia 1997:74-75.
[43] Véase “Experiencias de Teología India: Región Andina, presentación grupal”, en México 1990:215-216. CTP = Centro de Teología Popular; CEPITA= Centro Ecuménico de Promoción e Investigación de la Teología Andina; IPA= Instituto de Pastoral Andina; IDEA= Instituto de Estudios Aymaras.
[44] Mons. Javier Lozano, La Iglesia en América, La teología india; Pontificia Commissio pro America Latina, Librería Editrice Vaticana, 2001
[45] Cf. Cardenal Alfonso Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la familia, Iglesia en América, Pontificia Commissio pro America Latina, Librería Editrice Vaticana, 2001, páginas 63-64.
[46] Cf. Mons. Lozano en su escrito presentado
[47] Prólogo de la Memoria de los encuentros de Teología india mayense, Abril de 1997
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