NAVEGA MAR ADENTRO

Conferencia Episcopal Argentina

INTRODUCCIÓN

ACTUALIZACIÓN DE “LÍNEAS PASTORALES PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN”

 

1. Las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización, aprobadas en abril de 1990, fueron una primera recepción del pedido de afrontar una Nueva Evangelización realizado por el Santo Padre Juan Pablo II. Con ellas, se procuró encauzar una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión. Aquellas Líneas simbolizaron el inicio de una etapa en la acción pastoral de la Iglesia en la Argentina.

En el año 1999, los obispos determinamos poner al día las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización para proseguir el dinamismo de gracia del Gran Jubileo. En aquel momento percibimos la necesidad de confirmar la vigencia de sus orientaciones, actualizándolas para ajustarlas a los renovados desafíos históricos. Hoy, aquella intuición se encuentra confirmada por la exhortación de Juan Pablo II a iniciar una nueva etapa en el camino evangelizador de toda la Iglesia.

El llamado del Papa a navegar mar adentro en el océano inmenso del nuevo milenio y a señalar las etapas del camino futuro, no nos deja dudas acerca de la oportunidad de dar renovado impulso a la Nueva Evangelización. Concebimos esta actualización que proponemos como un complejo y equilibrado proceso de continuidad en el cambio. Aquellas Líneas impulsaron una acción pastoral más orgánica, orientada por líneas comunes de contenido, espíritu y acción, que condensaban riqueza teológica y creatividad pastoral. Su contenido permanece vigente. Ahora, perseguimos idéntico objetivo: alentar y sostener una más orgánica y vigorosa acción evangelizadora.

Frente a la crítica situación del país, elegimos la Nueva Evangelización como la mejor contribución que la Iglesia puede ofrecer para superarla. Entregamos Navega mar adentro deseando que cada agente pastoral se sienta orientado e impulsado a provocar el protagonismo de todos los bautizados para evangelizar más hondamente a nuestro pueblo. Para esto nos ha resultado de gran ayuda la «Consulta a las Iglesias particulares y Comunidades cristianas» realizada durante el 2000-2001. Agradecemos a nuestros sacerdotes y a todos los agentes pastorales por su ardua y perseverante labor y les ofrecemos, en esta nueva etapa, nuestro apoyo y estímulo.

Contenido y estructura de Navega mar adentro

2. Navega mar adentro: comienza destacando la acción del Espíritu Santo y, seguidamente explicita las principales notas de espiritualidad pastoral que orientan la mirada a los nuevos desafíos, situándonos ante ellos desde una determinada actitud interior, desde una mística específicamente evangelizadora. También se introduce, luego de los contenidos del mensaje evangelizador, un capítulo con cuatro criterios pastorales, que pueden configurar un estilo común en el ejercicio de una legítima pluralidad de iniciativas concretas. En el último capítulo se enuncian algunas acciones destacadas propuestas en torno a tres ejes: la comunión, la misión y el servicio.

Navega mar adentro, en cuanto actualización de las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización, habrá de orientar una nueva etapa en la evangelización de la Argentina mediante una acción pastoral más orgánica, renovada y eficaz, procurando que todo miembro del pueblo de Dios, toda comunidad cristiana, todo decanato, parroquia, asociación o movimiento, se inserten activamente en la pastoral orgánica de cada diócesis.

 

CAPÍTULO I

EL ESPÍRITU QUE NOS ANIMA

3. El Espíritu Santo que nos anima es el mismo que impulsó a Jesús. Él nos hace participar de la vida y de la misión del Salvador. Sin Él la evangelización es imposible. Pero con su ayuda podemos ser testigos de Jesús en medio del mundo, para transformar la sociedad. Por eso, desde nuestras dudas, temores, cansancios y debilidades le pedimos:                      

Ven, padre de los pobres,

ven a darnos tus dones,

ven a darnos tu luz.

 

4. Como Iglesia nos preguntamos ahora cuáles son las notas de la espiritualidad que ha de animar esta nueva etapa misionera en nuestra patria. Dicho de otro modo, cómo los bautizados debemos traducir la vida del Espíritu para contagiar la alegría de la salvación de Cristo en la Iglesia y en el mundo.

Amados por Dios

5. Ante la tristeza de la soledad, la desilusión o la insatisfacción, los cristianos no olvidamos que Dios es amor (1 Jn 4, 8). Tenemos la certeza de ser amados y de vivir cada día sostenidos en los brazos del Padre. Esta convicción interior nos mantiene firmes en medio de un mundo desbordado por la desconfianza, la inestabilidad y la inseguridad. Aunque nos sabemos pobres y débiles, nos fortalece el amor de Dios que siempre toma la iniciativa. Porque nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él (1 Jn 4, 16).

6.  El Espíritu nos ilumina para que reconozcamos el amor infinito del Padre contemplando el rostro de Jesucristo. Así vislumbramos el sentido último de nuestras vidas. Porque la máxima perspectiva de la dignidad humana es el llamado a vivir en amistad con Dios que Jesús nos hace.

Firmes en la esperanza

7. Jesús está presente entre nosotros en su Palabra, en la Eucaristía, en el hermano que sufre, en las alegrías cotidianas y de otras maneras que nos ayudan a encontrarlo y nos fortalecen para el camino. Él lo prometió y en esa promesa confiamos: Yo estaré siempre con ustedes (Mt 28, 20). Él ha triunfado sobre el pecado y la muerte. Por eso, seguimos buscando construir una historia más justa, y nos alentamos unos a otros para no desanimarnos. En el trato frecuente con el Resucitado, recibimos un verdadero impulso que nos sostiene. Él es el manantial vivo de nuestra esperanza.

 

8. Un auténtico espíritu de esperanza implica esfuerzo firme y creativo. No es lamento, sino fortaleza que no se deja vencer; no es pesimismo, sino confianza generosa; no es pasividad, sino compromiso lleno de magnanimidad y de pasión por el bien (Rom 12, 9). Ella misma nos ayuda a discernir y reconocer las semillas del Reino que nunca faltan en medio de la oscuridad.

 

9. Además, el poder transformador de Dios que se manifestó en la Pascua, nos invita a esperar con toda la Iglesia su perfección en la gloria del cielo. Porque el que resucitó a Jesús, también nos hará participar de su vida sin fin y para siempre, más allá de la muerte.

Con entrañas de misericordia

10. No podemos olvidar que Dios quiere la felicidad de cada ser humano. Él  creó todo para que lo disfrutemos (1 Tim 6, 17), para que a nadie le falte lo necesario. Imitando su generosidad, que se manifestó hasta el fin en la entrega de Jesucristo, los creyentes queremos ser instrumentos de su vida para los demás. Por eso, venciendo la tentación del egoísmo, intentamos salir de nosotros mismos, revistiéndonos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia (Col 3, 12) para procurar la felicidad de los hermanos.

11. La espiritualidad evangelizadora está marcada por un intenso amor a cada persona. A veces se expresa como compañía silenciosa y compasiva, otras veces como palabra que alienta, abrazo que consuela, paciencia que perdona, disposición a compartir lo que se posee; también se torna indignación por la injusticia y se expresa proféticamente en la denuncia. Se trata, siempre, de hacernos cercanos y solidarios con el que sufre. En este mundo donde frecuentemente nos sentimos desamparados, ignorados, utilizados, excluidos, ¿no es indispensable oír el llamado del Espíritu a cuidarnos y sostenernos unos a otros con entrañas de misericordia?

En la mística de comunión

12. Jesús, antes de entregarse a la pasión, imploró ardientemente al Padre que todos seamos uno para que el mundo crea (Jn 17, 21). La comunión de la Trinidad nos interpela y nos convoca a estrechar vínculos. Por eso, el Papa nos ha recordado que hace falta promover una espiritualidad de la comunión, que parte de nuestra comunión con Dios, antes de programar cualquier acción pastoral en concreto.

13. Desde una cordial relación hacia cada hermano y hermana, los cristianos aceptamos vivir en fraternidad cuando oramos juntos, dialogamos, trabajamos, compartimos fraternalmente y planificamos. Esta espiritualidad de comunión nos permite valorarnos unos a otros de corazón y apreciar la riqueza de la unidad en la diversidad de vocaciones, carismas y ministerios. Y cuando caemos en la tentación de hacernos daño ella nos mueve a optar una vez más por la reconciliación.

14. En un mundo donde reina la competencia despiadada, que a veces nos contagia, los cristianos sentimos el llamado de Dios a hacer juntos el camino, a buscar las coincidencias y superar los desencuentros para convivir como hermanos. De este modo podremos ser testigos de Jesucristo en nuestra patria y ofrecer el signo del amor que estimule un estilo de sociedad más fraterna, justa y solidaria.

Con fervor misionero

15. Somos misioneros porque hemos recibido un bien que no queremos retener en la intimidad. Es lo que todo ser humano necesita encontrar. Lo que hemos visto y oído reclama que lo transmitamos a quienes quieran escucharnos. La Iglesia existe para evangelizar. Tiene como centro de su misión convocar a todos los hombres al encuentro con Jesucristo.

 

16. Esta misión que Dios nos confía exige luchar contra nuestras inclinaciones egoístas y contra cualquier desánimo. La riqueza de la Buena Noticia reclama evangelizadores convencidos y entusiastas, como los primeros cristianos que daban testimonio de su fe con clara coherencia. Cuando somos testigos valientes y fervorosos, experimentamos que evangelizar es verdaderamente la dicha y la vocación propia de la Iglesia. Porque somos depositarios de un tesoro que humaniza, que aporta vida, luz y salvación. Conservemos el fervor espiritual. No perdamos la dulce y confortadora alegría de evangelizar. Nada en la Iglesia tiene sentido si no se orienta a esta ardiente audacia misionera, ya que ella es evangelizadora por naturaleza.

En la entrega cotidiana

17. La santidad se vive especialmente cuando procuramos evangelizar en medio de las actividades y preocupaciones de cada día. El Espíritu Santo, a través de la Iglesia, suscita en cada fiel un anhelo de santidad, un fuerte deseo de renovación personal que no sólo se alimenta en la oración, sino también en la misión cotidiana.

 

18. Toda la Iglesia crece en santidad comunitaria y misionera gracias a la misión cotidiana de cada madre o padre de familia, a la tarea incesante de catequistas, maestros, misioneros de manzana, voluntarios de Caritas y a las otras muchas formas de entrega como el laborioso empeño de los laicos por realizar bien su trabajo, el testimonio heroico y humilde de consagradas y consagrados, el ministerio fiel de cada presbítero o diácono al preparar la homilía o atender a un enfermo, la visita pastoral del obispo y todo cuanto forma parte de la planificación pastoral de la diócesis.

 

19. La clave de la espiritualidad de comunión para la Nueva Evangelización es el amor fiel y perseverante, vivido y comunicado en la pastoral ordinaria. En la simplicidad de lo cotidiano, expresamos el ardor misionero e intentamos responder comunitariamente a las exigencias de los tiempos nuevos.

 

20. Esta es la mística que ha de impulsar toda la acción evangelizadora de la Iglesia en la Argentina. Desde este espíritu evangélico íntegro, debemos discernir los grandes desafíos del mundo de hoy, profundizar la verdad que comunicamos y asumir criterios comunes para realizar, con humilde perseverancia, las acciones destacadas.

 

CAPÍTULO II

LOS DESAFÍOS

 

21. Con oído atento y sensibilidad pastoral queremos mirar desde la fe la compleja realidad del mundo que nos toca vivir para discernir los signos de los tiempos como reclamos de evangelización. Guiados por la ayuda del Espíritu Santo, anhelamos reconocer y alentar cuanto hay de bueno y verdadero en las posibilidades de este momento histórico y queremos denunciar con audacia profética todo lo que atenta contra la dignidad de cada persona humana. Nada nos apremia tanto como acercarnos al corazón de esta realidad para transformarla desde sus raíces con la novedad del Evangelio.

 

22. Al comenzar el nuevo milenio, la humanidad entera se encuentra sumergida en grandes dificultades: la alarmante extensión de la pobreza y la escandalosa concentración de la riqueza, la corrupción de las clases dirigentes, los conflictos armados de insospechables consecuencias, los nuevos fundamentalismos, las formas inimaginables de terrorismo y la crisis de las relaciones internacionales. Son evidentes las contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace, el relativismo, el menosprecio de la vida, de la paz, de la justicia, de algunos derechos humanos fundamentales, de la preservación de la naturaleza, que desafían a todos por igual y exigen respuestas comunes. Estos problemas también inciden de manera acuciante en nuestra patria.

 

23. El desafío radical y englobante que queremos asumir en la Argentina es la profunda crisis de valores de la cultura y la civilización en la que estamos inmersos. Otros desafíos están relacionados con dicha crisis: diversas búsquedas de Dios, el escándalo de la pobreza y la exclusión social, la crisis del matrimonio y la familia, la necesidad de mayor comunión. En la raíz misma del estado actual de la sociedad percibimos la fragmentación que cuestiona y debilita los vínculos del hombre con Dios, con la familia, con la sociedad y con la Iglesia.

La crisis de la civilización

24. La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo. En efecto, nadie puede negar que en estas últimas décadas la crisis se ha profundizado. No estamos sólo en una época de cambios sino ante un cambio de época que compromete seriamente la identidad de nuestra nación. Y no obstante el contexto negativo que ofrece la crisis mundial, asumimos el desafío de reconstruir la nación desde el conjunto de valores donde nuestra cultura hunde sus cimientos.

25. Es una constatación dolorosa que las personas, las familias, las instituciones y la sociedad, en general, no encuentran nuevos cauces para sostenerse y creer. En nuestro país la pérdida de los valores que fundan la identidad como pueblo nos sitúa ante el riesgo de la descomposición del tejido social. Como ejemplo, podemos mencionar que nos cuesta mantener la cultura del trabajo y proyectarla con coherencia hacia el futuro. Por el contrario, los argentinos nos dejamos tentar por el éxito fácil y rápido, lo que fomenta acciones corruptas en todos los niveles, particularmente en los dirigentes. Aunque hay excepciones, sobre todo entre los más humildes, lo común es que no nos integramos con entusiasmo a emprendimientos comunitarios que suponen trabajar en equipo, formular proyectos en común y superar individualismos. En nuestras propias comunidades parroquiales a veces vivimos esta dificultad. No es extraño, entonces, que no se advierta convicción y compromiso en el ejercicio de los deberes ciudadanos, y cada vez es más raro hallar entre nosotros hombres y mujeres con pasión por el bien común.

 

26. En este cuadro desalentador, los grandes medios de comunicación tienen una gran cuota de responsabilidad. Capaces de ser instrumentos privilegiados para la transmisión de valores, no han logrado ser eficaces para la formación de una nueva sociedad. En manos de grupos de poder y al servicio de intereses económicos, a veces violan la intimidad, favorecen la anarquía y publicitan la violencia. Es aún más grave cuando se erigen en jueces que condenan, confunden y banalizan hasta lo más sagrado. En desmedro de la verdad, relativizan todo y destruyen valores claves para la familia, la educación y el pueblo.

 

27. En medio de esta crisis mundial, es justo reconocer elementos positivos: muchos avances en la ciencia, que inciden en la salud y en la educación; el aumento de la conciencia social y de iniciativas en la sociedad; una creciente sensibilidad por la ecología que aviva el compromiso de ser responsables de la tierra como casa común; los medios de comunicación que facilitan el encuentro a pesar de las distancias; la formación de comunidades regionales y otros organismos de integración que, como el Mercosur, favorecen el progreso, el intercambio cultural y la fraternidad entre vecinos; la posibilidad de reconocernos parte de un mundo más amplio que nuestra propia tierra. Bien orientados, estos y otros valores pueden facilitar una cultura más humana, potenciando el aporte de los mejores talentos de personas y comunidades.

 

28. Mirando al futuro con la esperanza que nos infunde el Espíritu Santo,  esta crisis es una ocasión providencial para escuchar la llamada de Jesús a crecer como nación. En nuestra patria subsisten, a pesar del desgaste social, algunas reservas de valores fundamentales: la lucha por la vida y la defensa de la dignidad humana, el aprecio por la libertad, la constancia y preocupación por los reclamos ante la justicia; el esfuerzo por educar bien a los hijos; el aprecio por la familia, la amistad y los afectos; el sentido de la fiesta y el ingenio popular que no baja los brazos para resolver solidariamente situaciones difíciles en la vida cotidiana. Todos ellos son signos de esperanza y nos alientan a proclamar una vez más el estilo de vida que inspira y propone el Evangelio de Jesucristo.

La búsqueda de Dios

29. El secularismo actual concibe la vida humana, personal y social, al margen de Dios y  se constata incluso una creciente indiferencia religiosa. No obstante se percibe una difusa exigencia de espiritualidad que requiere canales adecuados para promover el auténtico encuentro con Dios.

30. El hambre de Dios que tiene nuestro pueblo se ve tentado por una oferta masiva de algunas sectas que presentan la religión como un mero artículo de consumo, y con acciones proselitistas ganan adeptos al proponer una fe individualista, carente de compromisos sociales, estables y solidarios, proclamando una mágica intervención de lo alto que hace prosperar y sana. Sin embargo, reconocemos que a veces los fieles encuentran en ellas un cierto alivio, acogida y escucha personal que no han hallado en nuestras comunidades.

31. Además, existen grupos seudo religiosos y programas televisivos que proponen una religión diluida, sin trascendencia, hecha a la medida de cada uno, fuertemente orientada a la búsqueda del bienestar y sin experiencia de lo que significa adorar a Dios. Ocurre, por lo general, que sorprendidos en la buena fe, y poco formados por la Iglesia, algunos cristianos entran en círculos difíciles de abandonar cuando la desilusión o la mentira quedan en evidencia.

 

32. El pueblo sencillo, que no acepta fácilmente cambiar de religión, se siente expuesto a que su fe se debilite progresivamente y ceda a la seducción de sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

 

33. Como un signo alentador la Consulta a las Iglesias particulares y Comunidades cristianas puso de relieve la fuerte presencia de la piedad popular en sus variadas expresiones. El catolicismo popular hunde sus raíces en una profunda devoción mariana, en el culto a los santos y la oración por los difuntos. Casi con espontaneidad, une la fe y la vida con sentido de fiesta. Si bien las inquietudes espirituales de la gente no siempre encuentran respuestas atractivas en la Iglesia, cada vez más personas, movidas por una auténtica búsqueda de Dios, alimentan su fe en los grupos bíblicos, de oración y en diversos movimientos. Al mismo tiempo, muchos mantienen las vivencias religiosas manifestadas en la frecuencia de los sacramentos, la vida contemplativa y la espiritualidad vivida en la cotidianeidad de los compromisos temporales.

El escándalo de la pobreza y la exclusión social

34. Ante la grave situación actual, permanece el desafío de una justicia demasiado largamente esperada, y se hace necesario volver a reafirmar la opción preferencial por los pobres, débiles y sufrientes. La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza tienen sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto por las personas y los pueblos. En este contexto, reiteramos la convicción de que la pérdida del sentido de justicia y la falta de respeto hacia los demás se han agudizado y nos han llevado a una situación de inequidad.

 

35. Se alza un silencioso y justo reclamo de millones de personas en situación de miseria: hombres y mujeres sin trabajo, niños y familias enteras en la calle, mujeres abandonadas y explotadas, ancianos olvidados y sin protección social. Hoy nos parece normal ver a hermanos nuestros buscando comida entre los residuos. Hemos visto crecer un amargo sentimiento de desamparo y el pueblo sencillo ha quedado abandonado a su suerte. Mientras la desocupación no se revierta, la pobreza seguirá creciendo y se profundizarán todavía más sus consecuencias trágicas: el colapso en los sistemas de seguridad, salud, educación y previsión social.

 

36. Se ha hecho presente en nuestra patria la destructiva gravedad de los pecados sociales que claman al cielo: una corrupción que parece persistir por la impunidad, el descaro de quienes transfieren sus capitales al exterior sin ninguna regulación del Estado, el quiebre del sistema jurídico unido a la inobservancia de las leyes, la inseguridad y el aumento de la brecha que se abre entre unos pocos privilegiados con grandes posibilidades y la marginación de multitudes excluidas hasta de los mínimos recursos para llevar una vida digna. Lo que antes fue pobreza ahora es miseria.

 

37. En la hora presente particular responsabilidad les toca a quienes detentan una dirigencia política, económica, sindical, cultural y religiosa. Es cierto que a veces falta laboriosidad, honestidad y empeño en distintos niveles de la población. Pero más preocupa que, ante la crisis que afecta a millones de argentinos, haya personas y sectores que prosigan compitiendo por espacios de poder y privilegios. Por otro lado, es evidente la insolidaridad de algunos grupos que reivindican derechos en detrimento de otros. Esta actitud inescrupulosa en una búsqueda desenfrenada de beneficios particulares o corporativos, que multiplica el número de los pobres y excluidos, manifiesta uno de los peores vicios que anidan en nuestro sistema democrático.

 

38. En un país constituido mayoritariamente por bautizados, resulta escandaloso el desconocimiento y, por lo mismo, la falta de vigencia de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta ignorancia e indiferencia permiten que no pocos hayan disociado la fe del modo de conducirse cristianamente frente a los bienes materiales y a los contratos sociales de justicia y solidaridad. La labor educativa de la Iglesia no pudo hacer surgir una patria más justa, porque no ha logrado que los valores evangélicos se traduzcan en compromisos cotidianos.

 

39. No obstante, en el seno de la comunidad cristiana siempre surgen talentos creativos que avivan el fuego de una nueva imaginación de la caridad. Efectivamente, afloran de modo espontáneo, particularmente desde los sectores más pobres, muchas expresiones de solidaridad con raíces humanitarias y evangélicas, las que con un voluntariado audaz y sacrificado van extendiendo redes solidarias, verdaderos puentes de ayuda y cercanía entre los que pueden y se conmueven, y los que necesitan y agradecen. Al mismo tiempo, han surgido asociaciones organizadas u ocasionales de distinto tipo, en las que los ciudadanos reclaman sus justos derechos. Frente a la inestabilidad e incertidumbre social, tales coincidencias son una fuente generadora y reparadora de vínculos sociales, de contención y de esperanza de justicia.

La crisis del matrimonio y la familia

40. La fragmentación presente en nuestra cultura llega también a las familias. Con singulares agresiones se encuentra amenazado el ideal de la vida en familia. En algunos casos, este ideal ya no se valora ni se busca, por ignorancia, desidia o indiferencia. Por otro lado, hace tiempo que en la Argentina se percibe una creciente disolución de la familia que, alentada por una legislación divorcista y antinatalista, desnaturaliza y deja sin defensas a la institución  básica y más sólida de la sociedad. Todo esto nos desafía a actuar sin ambigüedades ni demoras, máxime en un país con escasa población.

41. Ha ganado terreno también entre nosotros un modelo que quiere imponerse a través de ideologías que relativizan el concepto del matrimonio y de la familia, influyendo en vastos sectores de la sociedad. Entre otras realidades podemos mencionar: ciertas perspectivas de género, los nuevos modelos de relación entre los sexos y roles de varón o de mujer. El creciente número de uniones de hecho, las nuevas parejas de divorciados y otros tipos de convivencia, requieren formas nuevas de acogida y atención pastoral. Por otra parte, entre otros factores, el acentuado individualismo provoca en las familias falta de comunicación, superficialidad e intolerancia, cuando no agresión y violencia. Sin protección a la minoridad y a la intimidad familiar, los medios de comunicación entran irrespetuosamente en los hogares contagiando frivolidad y antivalores, que hieren de múltiples maneras a la institución familiar.

 

42. El desempleo, la creciente pobreza y la marginación compulsiva de vastos sectores a causa de la crisis económica, generan desencuentros, pérdida de los vínculos afectivos, distorsión de los roles hasta llegar a disgregar el núcleo familiar. Una familia en riesgo, como hoy se la llama, pierde la capacidad de reacción para ayudar a sus miembros ante los peligros del alcohol, la droga o cualquier vicio que comprometa su integridad. Notamos las graves consecuencias de esta ruptura en familias destrozadas, hijos desarraigados, ancianos abandonados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados y sin contención. Reconocemos que no pudimos evangelizar adecuadamente a muchos sectores de nuestro pueblo que carecen de un modelo claro y fuerte de vida en familia como camino de santidad.

 

43. Pero a pesar de todo, percibimos que la familia continúa siendo un valor apreciado por nuestro pueblo. El hogar es un lugar de encuentro de personas y en las pruebas cotidianas se recrea el sentido de pertenencia. Gracias a los afectos auténticos de paternidad, filiación, fraternidad y nupcialidad, aprendemos a sostenernos mutuamente en las dificultades, a comprendernos y perdonarnos, a corregir a los niños y a los jóvenes; a tener en cuenta, valorar y querer a los abuelos y a las personas con capacidades diferentes. Cuando hay familia, se expresan verdaderamente el amor y la ternura, se comparten las alegrías haciendo fiesta y sus miembros se solidarizan ante la angustia del desempleo y ante el dolor que provoca la enfermedad y la muerte.

 

44. Por el sacramento del Matrimonio, el varón y la mujer están llamados a vivir el misterio de la comunión y relación Trinitaria; ellos se aman en la totalidad de su cuerpo y espíritu y se hacen una sola carne (Gn 2, 24). Los hijos, frutos de esta relación, otorgan sentido de plenitud al proyecto matrimonial, pues el concebir una nueva vida es el don más maravilloso que Dios otorga a la pareja humana. La familia es el ámbito cotidiano que permite el desarrollo integral de las personas. Al asumir el desafío de fortalecer los vínculos familiares, nos hacemos eco de lo indicado por Juan Pablo II en Al comienzo del nuevo milenio: una atención particular se ha de prestar también a la pastoral familiar, especialmente necesaria en medio de la crisis generalizada y radical de esta institución fundamental.

La necesidad de mayor comunión

45. La Iglesia es comunión vital. Los bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, creemos que Dios es comunión de tres Personas. Participando de esa comunión de la Trinidad se sanan, afianzan y promueven los vínculos y la comunión entre nosotros.

46. La Consulta a las Iglesias particulares y comunidades cristianas nos advierte que, por momentos, se vive en el seno de nuestras comunidades una cierta incapacidad para trabajar unidos, que a veces se convierte en una verdadera disgregación. Por consiguiente, se pierden tiempo y esfuerzos en preocupaciones pequeñas que desgastan las relaciones entre los agentes pastorales y restan energías a la causa de la evangelización. Del mismo modo, muchas veces nos ha faltado imaginación y propuestas para el crecimiento comunitario, paralizado por tentaciones que promueven el individualismo, la competencia, el desinterés entre las comunidades que, habituadas a pulseadas en el plano de las ideas y palabras, no aciertan en concretar servicios para el bien común. En este sentido, necesitamos evaluar con sinceridad y transparencia nuestro modo de ser Iglesia. Es urgente reconocer y corregir todo lo que nos ha impedido y aún nos dificulta vivir el espíritu de comunión que propone el Evangelio, con sus notas de valoración recíproca, respeto de la diversidad, tolerancia, corrección fraterna, sinceridad y ayuda mutua.

 

47. La sociedad argentina, tan dispersa y dividida, no es ajena a esta fragmentación que daña y destruye los vínculos entre las personas y grupos, hasta afectar las relaciones sociales e institucionales. Las viejas antinomias siempre vuelven a aparecer. El desencuentro de los argentinos es una realidad pero, al mismo tiempo, se perciben signos saludables que procuran retomar el camino de la unidad perdida, facilitando espacios de diálogo entre los diversos sectores que conviven en la pluralidad de nuestra patria.

48. De la Consulta a las Iglesias particulares y comunidades cristianas surge que hay un cierto crecimiento de la unidad en muchas comunidades cristianas: mayor participación laical, aumento de la actividad misionera, variados grupos de reflexión y de servicio. Muchas diócesis han hecho esfuerzos para lograr una planificación pastoral, acompañada y animada por los Consejos Pastorales. Algunas también han comenzado la implementación del plan Compartir, que implica una profunda catequesis, para suscitar la participación y generosidad de muchos en el dar tiempo, talentos y dinero. Aquí encontramos un precioso signo de esperanza.

 

CAPÍTULO III

EL CONTENIDO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

 

49. Dejándonos guiar por el Espíritu que nos anima, queremos enfrentar los desafíos de la realidad con la mirada puesta en Jesucristo. Él, que nos lleva al Padre, es el centro de la fe cristiana y el fundamento absoluto de nuestra acción pastoral. El contenido de la Nueva Evangelización es Jesucristo, Evangelio del Padre. Él es también, en sus palabras y actitudes, el modelo perfecto de todo evangelizador.

El núcleo del contenido evangelizador

50. Hoy, como Iglesia fraterna y misionera, queremos reafirmar el mensaje fundamental. Lo que siempre hemos de destacar cuando anunciamos el Evangelio: Jesucristo resucitado nos da el Espíritu Santo y nos lleva al Padre. La Trinidad es el fundamento más profundo de la dignidad de cada persona humana y de la comunión  fraterna. Mantenemos la continuidad con el núcleo de las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización, porque el centro de nuestro anuncio es Jesucristo salvador, que nos permite encontrarnos con el Padre y el Espíritu Santo. Destacamos la fe en la Santísima Trinidad como último fundamento de la dignidad humana y del llamado a la comunión con los hermanos, en la familia, en la Iglesia y en la nación.

 

51. En un momento de fuerte desintegración, la fe en este misterio es un potencial que fortalece, sana y renueva los vínculos entre las personas. Jesús, invitándonos a participar de la vida de la Trinidad, hace posible que alcancemos nuestra mayor dignidad y una auténtica relación con los demás en la justicia y el amor. La Iglesia, que es signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, se reconoce como servidora de la dignidad humana y de la comunión fraterna en la hora actual de nuestra patria. Quiere ofrecer este servicio mediante el testimonio renovado de la vida de sus miembros, el anuncio de la Palabra con todas sus consecuencias, la celebración de los sacramentos y la promoción del diálogo con todos. A continuación, desarrollaremos seis dimensiones que brotan del núcleo evangelizador que destacamos.

Dimensiones del núcleo evangelizador

a) En Jesucristo  brilla una feliz noticia

 

52. En primer lugar, nos disponemos a contemplar a Cristo, el centro de nuestra fe. Así podremos comunicar la feliz noticia del amor de Dios que brilla en su rostro. Cristo es la imagen del Dios invisible (Col 1, 15). En Él, sobre todo en la Eucaristía, la gloria de Dios se hace cercana. La vocación y el sentido de la vida de cada hombre consiste en reproducir la imagen del Redentor. Todo ser humano está llamado a transformarse cada vez más en Cristo, desde el Bautismo hasta la resurrección final. En la persona y en el mensaje de Cristo siempre han impactado su amor y misericordia, sus exigencias de justicia y fraternidad, su ejemplo de pobreza y humildad y su testimonio de entrega por todos los hombres.

 

53. Jesús, hijo y hermano, modelo perfecto del hombre, tiene rostro de adolescente en Nazareth, de hombre sencillo y trabajador en su aldea, buen vecino y ciudadano honrado, que quiere a todos; cercano a débiles, enfermos, extranjeros y pecadores; abierto al diálogo y de una sola palabra; que trata sin distinción y por igual a varones y mujeres, abraza a los niños; busca al Padre con confianza y le reza en lo secreto. En su vida manifiesta solidaridad para con todos, también con los olvidados, ignorados y excluidos. Jesucristo es nuestra Buena Noticia. Él mismo nos dice: Yo hago nuevas todas las cosas (Ap 21, 5), y nos trae la novedad del Reino de Dios. Por eso, la Nueva Evangelización ha de conducir a un encuentro con la eterna novedad de Cristo vivo para alcanzar en Él vida eterna. La Iglesia en América necesita hablar cada vez más de Jesucristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, y prolongar sus actitudes.

 

b) Cristo es el rostro humano de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo

 

54. Jesucristo nos revela la vida íntima de Dios, el misterio más profundo de nuestra fe: que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesús nos invita permanentemente a entrar en esta comunión de amor. El corazón religioso e inquieto del hombre busca el rostro de Dios. Muchos en nuestro pueblo podemos identificarnos con aquellas antiguas plegarias: Yo busco tu rostro, Señor (Sal 27, 8). Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente, ¿cuándo iré a contemplar el rostro de Dios? (Sal 42, 3). En este mundo nadie ha visto jamás a Dios, pero Jesús ve al Padre y manifiesta su rostro: el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre (Jn 1,18). Es el Hijo enviado que contempla al Padre y vino al mundo para manifestarlo.

 

55. Además, el corazón de Jesús es para nosotros la fuente del Espíritu Santo. Jesús prometió enviarlo y dijo: Él recibirá de lo mío y se lo comunicará a ustedes (Jn 16, 14). Contemplando a Jesucristo, de Él recibimos el don del Espíritu Santo. Por la acción del Espíritu somos renovados a imagen de Jesús e incorporados a la vida de la Trinidad. Creemos en la Trinidad tal como Jesús nos la ha revelado. Esta fe, que recibimos en el Bautismo y confesamos en el Credo, es la fe de nuestro pueblo que se hace la señal de la cruz en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así proclamamos la fe en el misterio del Dios viviente.

 

c)Cristo es el rostro divino del hombre: la dignidad de todo ser humano

 

56. Cristo es también el rostro divino del hombre. En su rostro filial se contempla el rostro del hombre que camina hacia el Padre, llamado a su vocación suprema: la intimidad de la vida trinitaria. Cristo revela al hombre su auténtica dignidad como persona. En Cristo, que muestra la misericordia del Padre, se nos manifiesta la verdad, el sentido y la misión de toda persona humana. Nuestro origen, y por tanto, nuestra dignidad están en Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso, la fe cristiana es un potencial que sana, afianza y promueve la dignidad del hombre.

 

57.       En el amor manifestado en la cruz, se restaura la dignidad del hombre cuya imagen fue herida por el pecado. Allí descubre el rostro del Padre que lo ama en su Hijo muy querido. En Cristo, por la acción del Espíritu Santo, el hombre es hecho una nueva criatura (2 Cor 4, 17) y su semblante es transfigurado (2 Cor 3, 18). En el rostro de Cristo resucitado reconocemos el destino eterno y glorioso del hombre peregrino, salvado por Él. Cristo es la plenitud final y el sentido último de la vida de todo ser humano. En Él la humanidad alcanza plenamente su cumbre y la historia su fin. Conociendo este destino de plenitud, los seres humanos descubrimos que siempre estamos llamados a algo más e inesperadamente se nos abren nuevas posibilidades.

d)El rostro doliente y resucitado de Cristo en el rostro del hombre sufriente

 

58. Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre e identificado con los pobres en su encarnación y en su cruz. En Él, descubrimos con nitidez la dignidad de los pobres, débiles y sufrientes. La fe lleva a reconocer en todo hombre, especialmente en el pobre, a un hermano de Cristo. Encontramos al Señor en los rostros de los hermanos que sufren. También lo descubrimos en los pecadores, ya que por su encarnación, el Hijo de Dios se ha unido solidariamente con todos. En los pobres resplandece la dignidad absoluta del ser humano. Ellos, víctimas de la injusticia y el desamor, son sacramento de Cristo. La pobreza que se ha convertido en miseria es una condición inhumana. Dios no ha hecho al hombre para la miseria. Es una injusticia social. La fe nos enseña que el amor infinito del Padre jamás excluye a un ser humano.

 

59. En el núcleo del contenido, hemos confesado que la Trinidad es el fundamento más profundo de la dignidad de cada persona humana. Afirmamos ahora que el rostro del pobre que sufre es signo elocuente del rostro del crucificado, donde se muestra que la misericordia se hace fuerte en la debilidad. Su resurrección nos ofrece las semillas de una vida más digna y más plena. El rostro de Jesús nos infunde la confianza necesaria para reconocernos pobres y sufrientes. Así podemos encontrarnos con el amor que el Espíritu derrama en nuestros corazones. Con ese mismo amor podemos respetar la dignidad del pobre, del débil, del sufriente y del pecador. Cuando ignoramos al pobre o nos enriquecemos con privilegios a costa del hambre de muchos, es signo de que necesitamos convertirnos en profundidad para poder llegar a contemplar el rostro de Jesús.

 

e)La comunión eclesial, nacida del corazón de Cristo, es reflejo de la Trinidad

 

60. La Iglesia es el pueblo de Dios que vive en la presencia de Cristo y lo refleja en el mundo. Es el pueblo congregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Ella ha de irradiar el misterio de comunión misionera que contemplamos en Jesús y brota de la Trinidad. Ella ha nacido de la Alianza nueva que Cristo estableció con su sangre. América Latina, que desde los orígenes de la Evangelización selló esta Alianza con el Señor, necesita renovarla ahora y vivirla, mediante la gracia del Espíritu, con todas sus exigencias de amor, de verdad, de entrega y de justicia. La Iglesia es humilde y feliz servidora de esta acción del Espíritu en los pueblos y en sus culturas. Por ello también reconocemos la acción de Dios en las culturas de nuestras comunidades aborígenes, buscando una comunión que se exprese en el respeto, el diálogo y la cercanía.

 

61. La santidad de la Iglesia brilla en todo su esplendor en el rostro de María, los santos y los mártires. También se manifiesta en el amor ejemplar, sacrificado, heroico y escondido de tantos varones y mujeres que peregrinan sobre esta tierra. En la figura de la Madre junto a la cruz con un grupo de fieles, se simboliza la misericordia entrañable de Dios, que vibra en el corazón materno ante el dolor del Hijo y de todos los hijos. También se refleja la dignidad de las personas sostenidas por Dios, que en la adversidad se mantienen unidas de pie, con esperanza. María, como Madre de muchos hermanos, fortalece los vínculos fraternos entre todos y ayuda a que la Iglesia se viva como familia. En María brilla la dimensión maternal y familiar de la Iglesia, que habrá de dar espacio a todos, promoviendo a las mujeres. Ellas, en nuestra patria, son quienes comunican la vida, y las que más sostienen y promueven la fe y los valores.

 

62. La vocación a la comunión del pueblo de Dios es un llamado a la santidad comunitaria y a la misión compartida, que sólo son posibles por la acción del Espíritu. Toda la Iglesia y todos en la Iglesia estamos llamados a formar comunidades santas y misioneras. En la misión la Iglesia anuncia a Jesucristo y a su Reino; abraza a los hombres y mujeres de todos los pueblos y culturas y se encarna en cada Iglesia particular. El obispo, miembro del Colegio de los apóstoles y en comunión con el Papa, con la cooperación de los presbíteros, la ayuda de los diáconos, consagrados, consagradas y otros agentes pastorales, tiene por misión servir al pueblo de Dios. Mediante la predicación de la Palabra, la acción santificadora de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, y los gestos cercanos de atención pastoral, tiene el deber de conducir hacia una comunión orgánica la diversidad de vocaciones, carismas y ministerios. Sólo así, creciendo en la unidad que se vive en  una diversidad y variedad que busca la comunión, cada Iglesia particular podrá reflejar más nítidamente la vida de la Trinidad.

 

63. La comunión encarna y manifiesta la esencia del misterio de la Iglesia. Para responder a los desafíos descriptos en el capítulo segundo y ser un signo transparente del rostro de Cristo, el pueblo de Dios ha de ser una casa y una escuela de comunión al servicio de la unidad de toda la familia humana. Esto ha de expresarse en mejores estructuras de comunión, en la superación de indiferencias y enemistades, en el diálogo maduro y en la práctica del compartir los bienes. Este principio de comunión incluye «el dar hasta que duela» y ha de impulsarnos, cada vez más, a compartir la multiforme gracia de Dios (1 Pe 4, 10) en favor de la obra evangelizadora de la Iglesia.

 

64. Por otra parte, la misión exige una verdadera comunión entre todas las Iglesias particulares de la patria. Así, el conjunto de nuestras diócesis manifestará mejor la vida de la Trinidad. Porque la Iglesia es sacramento universal de salvación. Evangelizar es la alegría y la tarea permanente del pueblo de Dios. Sólo una auténtica conversión puede sostener este camino fraterno. Todos en la Iglesia, hemos de avanzar en este esfuerzo de incesante conversión al Señor y a su Evangelio. Imaginamos para el tercer milenio en nuestra patria, una Iglesia que se renueva constantemente en el espíritu del Evangelio, para inspirar toda la acción evangelizadora y misionera de las comunidades cristianas.

 

f) La comunión de la Trinidad, fundamento de nuestra convivencia social

 

65. El existir con otros y el vivir juntos, no es el fruto de una desgracia a la que haya que resignarse, ni un hecho accidental que se deba soportar; ni siquiera se trata de una mera estrategia para poder sobrevivir. Toda la vida en sociedad tiene para las personas un fundamento más hondo: Dios mismo. La Santísima Trinidad es fuente, modelo y fin de toda forma de comunión humana. A partir de la comunión trinitaria hemos de recrear los vínculos de toda comunidad: a nivel familiar, vecinal, provincial, nacional e internacional. En el diálogo y en el intercambio libre de dones, animado por el amor, se construye el «nosotros» de la comunión solidaria.

 

66. La persona humana es esencialmente social. Para ella, vivir es convivir. La familia es la primera comunidad humana, el origen natural y la célula básica de la vida social. Las asociaciones intermedias se constituyen libremente en torno a un bien común particular. La nación es una realidad cultural y política, en la que muchos hombres se vinculan por diversos bienes pero, sobre todo, por compartir una misma historia y cultura. El mundo es la gran familia humana formada por todos los pueblos de la tierra. Queremos seguir buscando y gozando la alegría de vivir y el gusto de convivir, ya que la dignidad del ser humano resplandece en su capacidad de amar y ser amado con estabilidad en la familia y en la sociedad.

 

67. Dado que la presente crisis deteriora los vínculos sociales, se hace necesario participar  con imaginación y creatividad, en la tarea de reconstruirlos, sea en la familia, que es el fundamento de la sociedad, sea en el barrio, el municipio, el trabajo o la profesión. Urge regenerar una convivencia social justa, digna, honesta y fraterna, que sostenga un sistema político y económico basado en la verdad, la justicia, la libertad, la equidad y la solidaridad. Esto implica rehacer los vínculos y recuperar la política como servicio al bien común, lo cual ayudará a fortalecer el sistema democrático. Somos prójimos cuando nos hacemos cercanos, nos miramos con ternura y nos ayudamos generosamente los unos a los otros, sobre todo, cuando estamos heridos. Aprendemos a caminar juntos si asumimos las crisis de nuestros vínculos como un llamado de Dios para convertirnos, a fin de ser más unidos y solidarios, volviéndonos más familia y más pueblo. De esta manera, podremos reflejar mejor esa comunión maravillosa que reina entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

 

68. Después de contemplar el misterio de la Trinidad y hacer memoria de sus exigencias para nuestras vidas, pedimos al Espíritu que podamos reconocer siempre la verdad con humildad. Así llevaremos adelante con convicción y ardor la profunda renovación pastoral que requiere la Nueva Evangelización de nuestra patria.

 

CAPÍTULO IV

CRITERIOS PASTORALES COMUNES

 

69. Luego de explicitar el contenido y antes de destacar algunas acciones, es oportuno detenernos en formular cuatro criterios pastorales básicos que permitan delinear un estilo evangelizador común a todos. La nítida asunción de estos criterios por parte de los agentes evangelizadores, no es sólo una exigencia organizativa sino la forma de realizar la comunión misionera de la Iglesia en la Argentina.

La pastoral ordinaria y orgánica diocesana

70. Estamos llamados a trabajar tenazmente en nuestras diócesis para que el único programa del Evangelio y el proyecto de Dios sea el centro de la vida de cada comunidad eclesial. La Iglesia de Jesucristo subsiste y se encarna en cada Iglesia particular, donde se encuentran todos los elementos necesarios para la santificación y la misión de cada cristiano y de todas las comunidades. Es tarea urgente de cada diócesis, presidida por el obispo como pastor, lograr que la fuerza viva de Jesucristo y de su Evangelio llegue hasta el último rincón del territorio y a todos sus sectores y ambientes evangelizando la cultura. Pero esto sólo es posible con la colaboración del presbiterio, la ayuda de los diáconos, la integración de las comunidades de la vida consagrada con sus carismas, y la participación activa de todos los fieles laicos. Así la Buena Noticia podrá incidir en la sociedad y en la cultura de este tiempo y de cada grupo humano. Tenemos por delante la apasionante tarea de hacer renacer el celo evangelizador, en el horizonte exigente y comprometido de la pastoral ordinaria. Pero este acento, no significa que cada uno realice sus tareas al margen del resto, sino que desarrolle su misión de un modo armónico e integrado en el proyecto pastoral de la diócesis, que surja en un camino de variada participación: es la llamada pastoral orgánica.

71. Para lograrlo se requiere activar, potenciar y enriquecer las estructuras de diálogo y participación en cada Iglesia particular, que concreten planes donde todos se sientan incorporados. Destacamos aquellos organismos eclesiales previstos en el derecho: los Consejos Presbiterales, los Consejos Pastorales y de Asuntos Económicos, y demás estructuras constituidas para favorecer la actividad pastoral. Con el auxilio de Asambleas del pueblo de Dios y, también, mediante oportunos Sínodos diocesanos, u otras formas de consulta y participación, deseamos buscar el proyecto de Dios para nuestras Iglesias particulares. Invitamos a todas las fuerzas apostólicas: parroquias, comunidades religiosas, colegios y universidades, instituciones, asociaciones, movimientos, grupos y organizaciones laicales, a sentirse llamados a hacer su aporte integrándose activamente en la pastoral orgánica de la diócesis, desde su identidad y función específicas.

 

72. Para asegurar la vitalidad de esta pastoral ordinaria y orgánica hemos de retomar con energía el proceso de la reforma y conversión de nuestras parroquias. Cada parroquia ha de renovarse en orden a aprovechar la totalidad de sus potencialidades pastorales para llegar efectivamente a cuantos le están encomendados. Con sus organismos e instituciones, ha de asumir decididamente un estado permanente de misión, en primer lugar dentro de su propio territorio, dado que la parroquia es para todos los que integran su jurisdicción, tanto para los ya bautizados como para los que todavía ignoran a Jesucristo, lo rechazan o prescinden de Él en sus vidas.

Un camino integral de santidad

73. La santidad es la perspectiva en la que debe situarse todo camino pastoral. La tarea de la Iglesia se orienta a llamar a todos a alcanzar la santidad. Su plenitud se edifica por medio de los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. La santidad de nuestras comunidades, con sus expresiones de piedad, amable bondad en el trato, disponibilidad generosa y fervor evangélico, es lo que ha de sostener, recrear y potenciar las actividades propias de la pastoral ordinaria. 

 

74. Por otra parte, todo camino integral de santificación implica un compromiso por el bien común social. Se trata de presentar el anuncio de Jesucristo, Señor y Salvador, con valentía, audacia y ardor testimonial, integrando mejor en la acción pastoral la opción por los pobres, la promoción humana y la evangelización de la cultura. Nunca hemos de disociar la santificación del cumplimiento de los compromisos sociales. Estamos llamados a una felicidad que no se alcanza en esta vida. Pero no podemos ser peregrinos al cielo si vivimos como fugitivos de la ciudad terrena.

Todos sujetos y destinatarios de la tarea evangelizadora

75. Insistimos en el protagonismo de todos y cada uno de los bautizados, especialmente de los laicos y laicas, favoreciendo su activa participación en las distintas instancias de las acciones pastorales: no sólo en la fase de ejecución, sino también en la planificación, en la celebración y en la metódica evaluación. Hemos de ingeniarnos para facilitar que en las actividades evangelizadoras se integren también los niños y los ancianos.

76. Reconocemos el potencial misionero de todo el pueblo bautizado como protagonista, no sólo destinatario, de la Nueva Evangelización. Para ello, es de primera importancia atender a la religiosidad de nuestro pueblo, no sólo asumiéndola como objeto de evangelización sino también, por estar ya en alguna medida evangelizada, como fuerza activamente evangelizadora. Valoramos y queremos acompañar el actuar misionero espontáneo y habitual del pueblo de Dios. Hay una búsqueda de Dios que se percibe en las manifestaciones de la piedad popular, que otorga identidad cultural a nuestro pueblo y es transmisora de verdadera fe católica.

77. Queremos encontrar los modos de llegar a todos los bautizados, propiciando su inserción cordial en la vida de la Iglesia, porque la mayor parte de los bautizados no han tomado plena conciencia de su pertenencia a ella. Se sienten católicos, pero no siempre miembros de la Iglesia. Procuraremos hacernos prójimos de los excluidos de la historia para introducirlos en la misma experiencia que nos ha cambiado la vida. La Nueva Evangelización implica un esfuerzo por salir al encuentro de las mujeres y los varones de nuestros ambientes, especialmente de los que se sienten más alejados, allí donde se hallan y en la situación en la que se encuentran, para ayudarles a experimentar la misericordia del Padre.

Un itinerario formativo gradual

78. La tarea evangelizadora ha de tener en cuenta la cotidiana experiencia de la gente: lo que viven las personas, sus inquietudes, sueños, expectativas y preocupaciones que vibran en sus corazones. Son innumerables los acontecimientos de la vida y las situaciones humanas que ofrecen la ocasión de anunciar, de modo discreto pero eficaz, en respetuoso diálogo con la cultura, lo que el Señor desea comunicar en una determinada circunstancia. Es necesaria una verdadera sensibilidad espiritual para llegar a leer el mensaje de Dios en los acontecimientos, que son signos de los tiempos.

 

79. Insistimos en la necesidad de una auténtica pedagogía de la santidad que la presente como  ideal atractivo, posible con la ayuda de la gracia, en cada momento de la existencia personal. Así se promoverá un itinerario de formación permanente para la maduración de la fe. Al proponer este ideal, queremos estar atentos a las situaciones y a los procesos de las personas y las comunidades. Los principios morales han de ser siempre propuestos y defendidos con claridad, sin olvidar que el crecimiento espiritual y el desarrollo de la conciencia moral son procesos graduales, generalmente lentos, en los que la gracia de Dios trabaja con la libertad débil del hombre, sin violentarla. Se trata de una libertad llena de condicionamientos que, en determinadas circunstancias, pueden disminuir la responsabilidad de las acciones. No obstante tales condicionamientos, el Espíritu Santo quiere hacernos crecer en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Por consiguiente, no podemos renunciar al deber de formar pacientemente las conciencias, de manera que las personas acepten la verdad y la ley de Dios en sus corazones, alcanzando así su liberación integral.

 

CAPÍTULO V

ACCIONES DESTACADAS

 

La primacía de la gracia en una pastoral orgánica centrada en la santidad

 

80. Nuestras Iglesias particulares están llamadas a renovarse en el camino de la santidad comunitaria y misionera que anime la actividad pastoral ordinaria en forma más creativa y orgánica. Esto implica reconocer el primado de la acción de la gracia en la vida pastoral, porque nosotros sembramos, regamos, cultivamos y cosechamos, pero es Dios el que hace crecer (1 Cor 3, 7). Reconocer la primacía de la acción de la gracia de Cristo implica alentar una renovada escucha de la Palabra de Dios en la oración, de modo tal que sepamos alimentarnos de ella para ser sus servidores en el compromiso de la evangelización.

 

81. La acción pastoral de la Iglesia se alimenta en la fuente de la vida divina y alcanza su expresión más plena y bella en la liturgia. Por consiguiente, nuestras celebraciones han de expresar el profundo sentido trascendente y religioso de la vida pastoral sobre todo en la Eucaristía, que es fuente y culmen de toda la evangelización. En efecto, compartida especialmente en el día del Señor, es la fiesta pascual de la comunidad cristiana y el manantial de su servicio evangelizador. En la celebración de este sacramento, la Iglesia acrecienta la comunión con Dios y entre sus miembros: Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo (1 Cor 10, 17). La homilía, que celebra y actualiza la Palabra proclamada en la Misa, tiene un fuerte potencial evangelizador.

 

82. Proponemos, a continuación, tres acciones destacadas que expresan la viva conciencia de la primacía de la gracia y el compromiso responsable que como Iglesia en la Argentina queremos asumir para dar respuesta de manera orgánica a los cinco desafíos descriptos en el capítulo segundo. Destacamos tres acciones que, por sus características abarcativas y englobantes, son potencialmente muy evangelizadoras y tienden a alcanzar al mayor número posible de personas. A través de tales acciones procuraremos responder transversalmente a los cinco desafíos, de un modo integral y complementario. Cada Iglesia particular habrá de traducirlas en programas e iniciativas concretas conforme a sus necesidades y a sus posibilidades pastorales.

1. Hacer de la Iglesia casa y escuela de comunión

 

83. Desde el umbral del tercer milenio, el Papa nos invita a hacer de la Iglesia «casa y escuela de comunión». Por tanto, el gran desafío de nuestras diócesis consiste en abrir espacios de encuentro, reflexión y fiesta, en generar un ambiente acogedor y cálido donde todos los bautizados puedan vivir los diversos carismas con verdadero y fecundo espíritu de caridad, de verdad y de unidad en la diversidad, en plena comunión con el obispo que preside. Esto significa, en concreto, recrear los espacios eclesiales habituales para hacerlos suficientemente atrayentes y aglutinantes: familias, comunidades parroquiales, instituciones educativas, comunidades de consagradas y consagrados, asociaciones, pequeñas comunidades y movimientos. Al mismo tiempo es necesario que todos se sientan llamados e impulsados a participar armónicamente en la misión de la Iglesia diocesana. Solo así la Esposa de Jesucristo resucitado, con el cautivante aroma de su testimonio de santidad comunitaria, será un signo vivo y creíble en medio de nuestra sociedad, y prenda alegre y humilde de reconciliación, diálogo y encuentro.

 

84. Antes de programar iniciativas concretas, es necesario promover una espiritualidad de comunión. Se trata de un principio educativo y un camino espiritual. Tiene su punto de partida en una actitud del corazón del varón y de la mujer que contempla el misterio de la Trinidad, manifestado en Jesucristo, reconoce su luz y su huella en los seres humanos y es capaz de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico como alguien que le pertenece, valorando todo lo bueno que Dios ha sembrado en él y dándole espacio en su propia vida. Desde una espiritualidad de comunión, toda obra pastoral se hace más verdadera y audaz, busca la raíz de su inspiración evangélica y se proyecta confiada para dar respuesta a las profundas indigencias del mundo.

 

85. Una auténtica espiritualidad de comunión nace de la Eucaristía. Ella colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano. No es casual que el término comunión se haya convertido en uno de los nombres específicos de este sublime sacramento. Del mismo modo, esta actitud del corazón se alimenta en la escucha constante de la Palabra de Dios, en la liturgia dominical, en la celebración gozosa del sacramento del perdón, en la oración personal y en la vida comunitaria con todas sus exigencias.

 

86. La espiritualidad de comunión requiere de espacios originales e instituciones creativas, donde se eduque en la convivencia humana, con un estilo cordial y respetuoso. En primer lugar, la casa de familia, cuando sus miembros viven la fe cristiana, se convierte en pequeña Iglesia doméstica. De este santuario nace la vida aceptada como don de Dios y es el lugar privilegiado donde los bautizados reciben la fe de los padres y abuelos, viven su primera experiencia de comunión con el Dios Trino y aprenden a compartir generosamente sus vidas con los hermanos. Por tanto, una pastoral ingeniosa y oportuna, que anime a las familias a perseverar en su vocación educadora, garantiza la mejor escuela para iniciar a los hombres en el arte superior de la comunión en la Iglesia y en la sociedad. Para esto, también la pequeña Iglesia doméstica, como la gran Iglesia, tiene necesidad de ser evangelizada continua e intensamente. De allí deriva su misión de educar permanentemente en la fe y en el amor.

 

87. Es necesario, además, crecer en el sentido de pertenencia a la Iglesia particular con sus diversas estructuras de comunión organizada, donde se realiza y manifiesta la Iglesia universal. Para adelantar en este camino de comunión eclesial, es imprescindible una sabia planificación y programación pastoral que sume, integre y brinde orientación coherente a tantos esfuerzos que se vienen realizando en las diócesis del país. Del mismo modo, aspiramos también a crecer en la pastoral orgánica tanto a nivel regional como nacional. Así, mediante una creativa renovación de la pastoral ordinaria, la Iglesia en la Argentina estará ofreciendo un invalorable servicio a la patria: el testimonio de la comunión con la Trinidad a la que todos estamos llamados.

 

88. A partir de la comunión dentro de la Iglesia, la caridad se abre por su naturaleza al servicio universal, proyectándonos hacia la práctica de un amor activo que incluya a todos los excluidos. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras. Un lugar privilegiado donde la Iglesia se hace casa y escuela de comunión es Caritas. Al unir en su acción, de un modo indisoluble y estable, las exigencias de la asistencia, la promoción y la evangelización, es la organización de la caridad eclesial que expresa de modo concreto el amor preferencial a los pobres y es agente de transformación en la sociedad. En la medida que canalizamos nuestra solidaridad efectiva de modo orgánico e institucional, hacemos más cierta la expresión: «Caritas somos todos».

 

89. La comunión de las personas y las comunidades se logra también mediante el espíritu y la práctica de poner en común los bienes, con nuevas estructuras de participación y solidaridad. La colecta Más por Menos es un signo muy valioso. En este marco queremos afianzar el desarrollo del plan Compartir, una acción apostólica iniciada con la carta pastoral Compartir la multiforme gracia de Dios sobre el sostenimiento de la obra evangelizadora de la Iglesia en la Argentina. Hemos de procurar que este proyecto, que exige un cambio de mentalidad, avance mediante una adecuada y perseverante catequesis. Llevar adelante tal conversión requiere un cambio de mentalidades, actitudes y prácticas. La reforma económica de la Iglesia ha de pasar, necesariamente, por la conversión al Evangelio de Jesús.

2.       Acompañar a todos los bautizados hacia el pleno encuentro con Jesucristo

 

90. La iniciativa del Bautismo proviene de Dios. Él por una libre y amorosa elección no deja de inspirar a las familias, especialmente a las más humildes, a pedirlo con gozo a la Iglesia para sus hijos recién nacidos. Con matices en distintas zonas de nuestro país, podemos decir que una gran mayoría de los argentinos están bautizados. Sin embargo, en los últimos años se percibe una disminución en la cantidad de niños que reciben este sacramento. Tal realidad se hace más evidente en los centros urbanos de las grandes ciudades. Nuestra acción pastoral habitual llega a atender un porcentaje pequeño de los bautizados. La Nueva Evangelización se dirige, primaria y principalmente, a los bautizados no practicantes que todavía no se sienten Iglesia, pero tienen derecho a recibir de ella la plenitud del Evangelio y de la gracia de Jesucristo.

91. Es un hecho alentador y un regalo de Dios que un gran número de bautizados expresa su fe católica mediante los gestos de la piedad popular, con hondo sentido de la trascendencia, y de esta forma mantienen su vínculo con la Iglesia católica. Casi connaturalmente expresan una profunda vivencia de criterios que provienen del Evangelio, encarnados en espontáneas muestras de solidaridad: muchas veces compartiendo lo poco que tienen; cuidando y atendiendo a los enfermos y a los más débiles; haciendo causa común ante las injusticias y las postergaciones; organizándose para aliviar la dolorosa realidad del hambre y la indigencia. No obstante la vigencia de estos valores, por los peligros a los que está expuesta la fe sencilla de nuestra gente, es necesario orientar los esfuerzos pastorales para que cada bautizado pueda vivir plenamente su dignidad de hijo de Dios y, aun en medio de una existencia muy dura, experimente la alegría de pertenecer a la Iglesia.

 

92. La caridad pastoral de la Iglesia, que entre sus recursos cuenta con una gradual pedagogía, tiene la misión de conducir a sus hijos hacia una vida cristiana plena. En efecto, muchos no participan en la vida de las comunidades cristianas, debilitándose su sentido de pertenencia y el crecimiento en la fe. Ante esta realidad de fragilidad espiritual, cada vez más acentuada, tenemos que poner un particular empeño para que, mediante un vigoroso anuncio del Evangelio, ningún bautizado quede sin completar su iniciación cristiana, facilitando la preparación y el acceso a los sacramentos de la Confirmación, la Reconciliación y la Eucaristía. Con suave pero firme persuasión pastoral, hemos de invitar a participar de una vida cristiana que se distinga por el arte de la oración, y ponga su mirada en alcanzar la plenitud de la participación eucarística, sobre todo en la celebración dominical. En tal sentido, las familias, parroquias, colegios, movimientos y otros organismos eclesiales, han de ofrecer los ámbitos concretos donde los bautizados puedan nutrirse de la Palabra de Dios y descubrir fácilmente la atrayente belleza del seguimiento de Cristo en sus diversas manifestaciones. Todos los esfuerzos, mediante la implementación del itinerario catequístico permanente y el asiduo recurso al Catecismo de la Iglesia Católica, han de dirigirse a una renovación de la catequesis para que cada uno de los bautizados experimente cada vez más la presencia y cercanía de Cristo vivo en su Iglesia en la participación en el Sacrificio eucarístico.

 

93. Cuando el seguimiento de Jesús se profundiza y fortalece, son numerosos los frutos de conversión y santidad. Así se abren para la Iglesia enormes posibilidades en el campo de la pastoral vocacional, porque las personas se disponen con mayor prontitud a la obediencia de la fe (Rom 1,5), y por tanto, a escuchar la voluntad de Dios que invita personalmente a cada uno a ser testigo de la propia fe y a ocupar su lugar irreemplazable en la evangelización. Una pastoral de la espiritualidad bautismal ha de complementarse con los esfuerzos que actualmente realiza la pastoral de juventud y vocacional y priorizarla en el orden de la acción. Las vocaciones son un don de Dios, una manifestación de su iniciativa de amor. Surgen ante todo entre los niños y jóvenes de las comunidades de fe: en la familia, en la parroquia, en las escuelas católicas y en otras comunidades, en las que se experimenta la vida de la Iglesia.

 

94.   En esta acción destacada queremos indicar dos acentos complementarios:

a) Acoger cordialmente a quienes se acercan a nuestras comunidades: algunos cristianos participan en diversas celebraciones y así expresan su sentido de pertenencia a un pueblo que vive y celebra la fe comunitariamente. Otros se acercan más ocasionalmente a solicitar algún servicio pastoral o asistencial. Ambas son oportunidades invalorables para ofrecer el rostro cordial de la Iglesia y aprovecharlas como lo que son: encuentros privilegiados para la evangelización. Resaltar su importancia y con espíritu de acogida valorar esos encuentros, abre las puertas a un proceso de insospechables consecuencias para la vida cristiana.

 

b) No podemos contentarnos con esperar a los que vienen: Dios tomó la iniciativa de nuestra salvación, amándonos primero. Por tanto, imitando al Buen Pastor que fue a buscar a la oveja perdida, una comunidad evangelizadora se siente movida continuamente a expandir su presencia misionera en todo el territorio confiado a su cuidado pastoral y también en la misión orientada hacia otros pueblos. Para ello, cabe destacar la importancia de las misiones populares y de los misioneros de manzana; la creación de comunidades de base y de grupos de oración en las casas; la multiplicación de capillas, centros de culto y de catequesis; los movimientos eclesiales. Otra manera de llegar a todos puede canalizarse a través de una pastoral sectorial que ayude a vivir la fe en los lugares de trabajo, de estudio, de recreación y deportes. Ámbitos  tan importantes como los que ofrecen los medios de comunicación social también han de ocupar esmerada atención por parte de los agentes de pastoral.

3.   Iglesia servidora para una sociedad responsable y justa

 

95. El primer servicio de la Iglesia a los hombres es anunciar la verdad sobre Jesucristo. La crisis constituye para la Iglesia un gigantesco desafío a la impostergable tarea de proseguir  la Nueva Evangelización. Ella nos exige responder con todos los esfuerzos que sean necesarios para lograr la inculturación del Evangelio, que propone una verdad sobre el hombre, la cual implica un estilo de vida ciudadano comprometido en la construcción del bien común.

 

96. En esta perspectiva se concreta la cosmovisión cristiana del hombre y del mundo. Aparece en toda su riqueza el humanismo cristiano que permite generar la «civilización del amor», fundada sobre valores universales de paz, verdad, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización. Una conversión es incompleta si falta la conciencia de las exigencias de la vida cristiana y no se pone el esfuerzo de llevarlas a cabo. Esto implica una formación permanente de los cristianos, en virtud de su propia vocación, para que puedan adherir a este estilo de vida y emprender intensamente sus compromisos en el mundo, desarrollando las actitudes propias de ciudadanos responsables.

 

97. Para lograr este servicio educativo a nuestra sociedad hemos de centrarnos en dos instituciones: la familia y la escuela-universidad. Además, destacamos la Doctrina Social de la Iglesia como el mejor medio para encarnar los principios evangélicos en la compleja realidad cultural, política, social, ecológica y económica.

 

a) La familia: pequeña Iglesia doméstica donde los padres, mediante la palabra y el ejemplo, transmiten los valores de la fe y las fundamentales reglas de convivencia entre los hombres, es una auténtica escuela de humanidad. Cumpliendo su vocación y misión puede educar en las virtudes el corazón de los hijos. Aún golpeada, la familia sigue siendo un ámbito de contención y apoyo ante el dolor de sus miembros. La Nueva Evangelización requiere destacar la importancia central de la familia y desplegar una pastoral familiar que sirva de ayuda en la fragilidad, a la vez que anime programas y proyectos en orden a una acción preventiva y educativa. Esto se orienta a que los esposos vuelvan a fortalecer sus lazos afectivos y existenciales, y así, recuperando la autoridad moral, transmitan a sus hijos la fe cristiana y los valores fundamentales, mediante el lenguaje y los gestos domésticos del amor y la sencillez. Para ello será necesario implementar caminos de seguimiento evangelizador a los padres que llevan sus hijos a bautizar, y afianzar las diversas formas de catequesis familiar. Ante un clima de violencia generalizado, que suele comprometer la misma estructura familiar, se habrá de velar para que siga siendo el lugar más apto donde educar en la pasión por la paz.

 

b) La escuela y la universidad: el mundo de la educación es un campo privilegiado para promover la evangelización de la cultura y la inculturación del Evangelio. No podemos menos que alentar a quienes trabajan en la pastoral educativa de la Iglesia, que desde el nacimiento de nuestra nación siempre estuvo al servicio de la educación en la escuela pública, sea de gestión estatal, privada o confesionalmente católica. Destacamos como decisiva acción pastoral procurar que ningún educando egrese de nuestras instituciones sin una adecuada cosmovisión cristiana. Ella habrá de conducirle a interiorizar el amor y la fe, firmes en Jesucristo, unidos a un activo sentido de participación y pertenencia a la Iglesia, que no ha de estar disociado del compromiso personal y solidario para construir una patria de hermanos.

 

c) La Doctrina Social de la Iglesia: participar activamente en la construcción del bien común en nuestra patria es hoy una necesidad impostergable. Para caminar en esta dirección, se requiere el conocimiento y la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia, inculturada en las nuevas circunstancias históricas del país, como uno de los elementos constitutivos de la Nueva Evangelización. Existen, pero es necesario renovar los esfuerzos para multiplicar la organización de cursos, jornadas, publicaciones de diversos niveles, grupos de estudio y otras iniciativas prácticas, tendientes a la divulgación y conocimiento de la doctrina social. La catequesis, en especial la impartida a jóvenes y adultos, es un lugar privilegiado para formar la conciencia moral a la luz del pensamiento de la Iglesia, incluyendo también los grandes temas de la responsabilidad ciudadana: cultural, política, social, ecológica y económica. Esta formación no se orienta sólo al conocimiento de valores y principios sociales, sino también a la transformación de la sociedad mediante el testimonio de un trabajo honesto, eficiente y responsable. El itinerario catequístico ha de impulsar la presencia de los laicos en la acción política y en las diversas estructuras de la vida social.

 

CONCLUSIÓN

 

98. Una vez más repetimos que hoy la patria requiere algo inédito para superar la situación en la que nos encontramos. Al mismo tiempo, reconocemos un firme llamado del Espíritu a través del Papa Juan Pablo II, que nos impulsa a inaugurar con firmeza y perseverancia una nueva etapa de la evangelización de nuestro pueblo. El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo que los cristianos de los primeros siglos. Para ello contamos con la fuerza del Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que hoy nos impulsa a partir animados por la esperanza.

 

99. La Iglesia en la Argentina quiere asumir un nuevo dinamismo pastoral y recrear un intenso ardor evangelizador. El Gran Jubileo, como toda experiencia de gracia, ha cumplido la función de desentumecer nuestras piernas para el camino que nos espera. Convertirnos es también renunciar a la inercia y a la comodidad. Hay un nuevo camino que emprender, colmados de una esperanza que no defrauda. No vale la pena demorar la partida.

 

100. El Evangelio de Jesús nos ofrece motivos de sobra para alentar esta peregrinación evangelizadora. Su mensaje es el que necesitamos escuchar para alcanzar una vida mejor. No hay excusas que justifiquen la dejadez y las demoras. El Espíritu Santo puede infundirnos toda la fuerza y el impulso que nos hace falta. María es el signo de esperanza más bello que podemos pedir. Naveguemos mar adentro nutridos por la Palabra y reconfortados en el banquete de la Eucaristía.

Que Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús al partir el pan (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para descubrirlo y correr hacia nuestros hermanos llevándoles el gran anuncio: ¡Hemos visto al Señor! (Jn 20,25).

Los Obispos de la Argentina

85ª Asamblea Plenaria de la

Conferencia Episcopal Argentina

San Miguel, 31 de mayo de 2003

Fiesta de la Visitación de María