Pablo
Manna |
Paolo Manna nació en Avellino (Italia) el 16 de enero de 1872. Tenía apenas 15 años cuando fue admitido en la Sociedad Católica Instructiva que después se llamaría los Salvatorianos. Estando allí cayeron en sus manos unas revistas misioneras que lo cautivaron, especialmente la lectura de un número de "Les Missions Catholiques" que abrió sus ojos a lo que realmente sería su pasión y su vocación. Escribió sin demora a Lyon y tras retirarse de la Sociedad Católica fue aceptado en el seminario de Misiones Extranjeras. El 19 de mayo de 1894, a la edad de 22 años, se ordenó sacerdote y un año después fue enviado a realizar su sueño como misionero en las selvas vírgenes de Birmania (Myanmar). Desgraciadamente su salud no le acompañó y al cabo de seis años debió regresar a Italia por primera vez. Pero pese a que insistió una y otra vez en regresar a la misión, finalmente aceptó con gran humildad que su camino no estaba en la primera línea, en el frente de batalla, sino detrás del escritorio. Entonces se produjo otro vuelco importante en su vida. Otro remezón. Estando en oración y sufriendo por lo que consideraba un fracaso, se dedicó a reflexionar sobre la inmensidad y la urgencia del problema misionero y también, sobre las exiguas fuerzas apostólicas que estaban a su disposición. Las millones y millones de almas privadas de la luz de Cristo, el escasísimo número de misioneros y las gigantescas necesidades materiales de las misiones no lo dejaban dormir en paz. Con dolor constató la escasa conciencia de los fieles frente a este problema y por añadidura, su escasa cooperación. Así fue madurando esa enorme y sorprendente cantidad de escritos y obras que contribuirían a dar un nuevo y fuerte impulso a la cooperación misionera de la Iglesia. Su vocación entonces fue canalizada hacia un trabajo no menor: recordar a todos los católicos su deber de colaborar en la difusión del Evangelio. Durante más de 40 años no dejó de luchar por esta causa, hasta su muerte en 1952. Dotado de una pluma excepcional y guiado por su espíritu profético realizó innumerables obras con un solo fin: la propagación de la fe hasta los confines de la tierra. |
La más importante de estas obras fue, sin duda, la fundación de la Unión Misional del Clero en 1916. El padre Manna no tardó mucho en darse cuenta de que antes que sensibilizar a los fieles con la urgencia de la misión había que empezar con el mismo clero, con los guías y maestros espirituales de los creyentes.
"Estoy convencido de que la clave del problema misionero está en manos de los sacerdotes, en cuanto sólo ellos pueden y tienen el deber de inspirar, promover y guiar un gran movimiento misionero entre los fieles", señaló el padre Manna. El objetivo de la Unión Misional del Clero sería entonces formar y educar a los sacerdotes en el espíritu de la misión. El Papa Benedicto XV no sólo dio su aprobación a esta iniciativa, sino que tres años después la constituyó en Obra Pontificia Unión Misional, dependiente de la Congregación de Propaganda Fide. El gran despertar misionero que experimentó el clero a partir de entonces, se vio reflejado en el alto número de sacerdotes inscritos en la Unión (de 23.000 en 1924 a 230.000 en 1950) y también, en los mismos fieles que empezaron a colaborar activamente en esta causa.
El ecumenismo fue otra de las grandes preocupaciones del padre Paolo Manna, no en el campo teológico sino misionero ya que durante su permanencia de doce años en Birmania experimentó la realidad de la división de los cristianos. Puede decirse que el sacerdote se adelantó a su tiempo proponiendo el nacimiento de lo que hoy es el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos.
Diversas encíclicas misioneras y documentos pontificios han apoyado esta Obra a lo largo de su existencia. Incluso el Papa Juan Pablo II en su encíclica "Redemptoris Missio" (n.84) se hizo eco de la famosa frase del padre Manna "Todas las Iglesias para la conversión de todo el mundo", extraordinariamente actual.
Para llevar a cabo esta labor, la espiritualidad propuesta por el fundador de la Pontificia Unión Misional sigue tres grandes líneas programáticas: en primer lugar, la cooperación espiritual de los fieles, basada esencialmente en los pilares de la oración y el ofrecimiento del sufrimiento. Luego, la intensificación de la animación misionera del clero desde los seminarios y finalmente, el empeño ecuménico. Respecto a éste punto, se insta a difundir el Octavario de oración por la unidad de los cristianos, comprometiendo al mayor número de personas: clero, religiosos, laicos y todos los fieles.
No cabe duda de que el padre Manna fue durante medio siglo el gran comunicador de la idea misionera. Si bien no pudo personalmente cumplir con su anhelo evangelizador en las tierras de misión, el legado de su Obra supera con creces esa ambición. Antes de fallecer un 15 de septiembre de 1952 en Nápoles, a la edad de 80 años, escribió: "sólo cuando el clero asuma como tarea de suma importancia y de manera permanente en su pastoral ordinaria la educación misionera de los fieles, sólo entonces la Iglesia será totalmente fiel al mensaje de Cristo y a su exigencia de llevar su Evangelio hasta los confines de la tierra y hasta lo más profundo de cada corazón".
El domingo 4 de noviembre del año 2001 se realizó en Roma la ceremonia de beatificación de quien fuera el fundador de la Pontificia Unión Misional. A casi treinta años de iniciado el proceso diocesano, finalmente en abril del 2001 se promulgó el decreto relacionado con un milagro atribuido a la intercesión del padre Manna.