PALABRA Y PALABRAS EN LAS TEOLOGÍAS INDIAS
Pbro. Eleazar López Hernández
Centro Nacional de Ayuda a Misiones Indígenas
México, octubre de 2002
Quisiera contribuir sobre el tema ‘Palabra y palabras’ con una reflexión sencilla que brota de la experiencia de hacer dialogar mi fe cristiana con el bagaje cultural y espiritual de mi raíz indígena. No se trata de un aporte acabado o definitivo sino una búsqueda que, a medida que avanza y se comparte, va dando consistencia a su andar.
Cuando en lingüística se habla de palabra en general, se refiere a lo que nos caracteriza y distingue a los seres humanos. La palabra es expresión de nuestro espíritu que, al comprender las cosas, las introduce en su interioridad, las organiza a su manera y les da sentido. Con la palabra recreamos el mundo y lo humanizamos. En eso consiste precisamente la cultura. La palabra hablada o escrita es la manifestación más alta del espíritu y de la cultura de un pueblo; es la carne que hace visible y tocable el espíritu.
Cuando en la Iglesia hablamos de Palabra, en singular y con mayúscula, nos referimos exclusivamente a la Palabra de Dios; pues, para los cristianos Dios es la fuente originaria de toda comunicación: El es, como afirmaban los griegos, el Gran Cerebro Pensante, el Nous, que, al hablar, da existencia a lo que piensa. Dios habla y nosotros, la creación entera, surgimos del caos. Dijo ‘hágase’y lo dicho se hizo realidad (cf Ge 1,3). Las creaturas somos palabras surgidas de la mente y de la boca de Dios. Las cosas, los animales y las personas existimos porque Dios nos pensó, nos ideó y así nos creó. Somos su pensamiento, somos su palabra.
El primer Engendrado, no creado, consubstancial a Dios, es el Hijo, el Verbo, la Palabra por excelencia. El es el único capaz de expresar y comprender al Engendrador, en su totalidad; pues en El reside toda sabiduría y ciencia de Dios. Por eso la Palabra en singular viene de Dios, es Palabra de Dios; más aún, como afirma San Juan, es Dios. Por Ella y para Ella fueron hechas todas las cosas (cf Jn. 1,1-3)
Las palabras, con minúscula y en plural, son comunicación y manifestación de Dios en el tiempo y en el espacio. Son hechura de sus labios y de sus manos. Nuestras palabras son esfuerzos humanos por comprender la obra de Dios y por comprendernos a nosotros mismos, como obras de Dios.
Con las palabras mostramos el sentido de Palabra que descubrimos o damos a nuestra existencia y al universo que nos envuelve. Las palabras nos expresan a nosotros mismos y muestran nuestro mundo en tensión a la Palabra. Las palabras son manifestación de nuestra cultura, donde la Palabra se revela; son la carne de nuestra realidad histórica concreta.
La Palabra en singular, que está en Dios, sólo se comunica y se comprende por gracia, porque es revelación, presencia y don divino. En cambio las palabras, en plural, son parte de la naturaleza y de la elaboración humana, que intenta reflejar la Palabra. A ellas se accede por las vías del conocimiento de la mente o por los mecanismos del compartir entre pueblos y personas.
Aunque íntimamente relacionadas, Palabra y palabras no son de la misma naturaleza ni siguen los mismos procesos para su elaboración, comunicación y comprensión. La Palabra existe desde siempre y para siempre; y funciona con la lógica de Dios. En cambio las palabras surgen en un tiempo y espacio determinado como búsqueda y esfuerzo humano por conocer al Creador y a sus creaturas.
“La Palabra es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn. 1,9); “todo se hizo por Ella y sin Ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1,2). La Palabra de Dios es la razón de ser de todo; pero Ella no es comprensible por la vía natural; pues no tenemos esquemas adecuados para recibirla y asimilarla. No llegamos a Ella por las vías normales de la ciencia humana. Conocer la Palabra no es fruto de la carne ni de deseo humano, sino que viene de Dios (cf. Jn 1,13). Es Dios mismo, con su libérrima voluntad, quien revela y da su Palabra a quienes El quiere. Por eso Jesús ora al Padre: “Has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños ... pues tal ha sido tu beneplácito” (Lc 10,21). Así fue como “muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres, por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Hb 1,1-2).
La novedad de la fe cristiana no es la afirmación del Logos sempiterno que organiza el universo, sino que “el Logos se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1,14); es decir la Palabra con mayúscula se hizo palabra con minúscula, pues “siendo de condición divina ... se despojó de sí mismo ... haciéndose semejante a los hombres” (Fp 2,6-7). Así la Palabra divina se sometió a la lógica de las palabras humanas y, aunque existía desde el principio y era inaccesible, se hizo audible, visible, tocable y comprensible (cf 1Jn. 1,1), al tomar la carne de una cultura determinada, la cultura judía de principios de la era cristiana.
No podía ser de otra manera. La Palabra de Dios no la podemos comprender directamente sino a través de las palabras humanas que hemos elaborado. Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur: lo que se recibe, se recibe al modo de quien lo recibe. La Palabra de Dios la recibimos y comprendemos en los recipientes culturales de nuestra experiencia.
Los indígenas entendemos a cabalidad lo que son la Palabra y las palabras. Nosotros nos sentimos palabra del Creador que se puso en pié, tomó conciencia, aprendió a amar y se constituyó en interlocutor del Creador y Formador. En los mitos de creación mesoamericanos, Dios crea la quinta humanidad ‘para tener con quien dialogar’ (cf Pop Wuj). También para que le diera culto: que reconociera que está en tensión a la Palabra. Por eso los indígenas somos gente de palabra verdadera; no como otros que abundan en palabras, pero carecen de fundamento y sustento en y para la vida. Nosotros nos percibimos como gente nacida para entrar en relación con el otro, como gente esencialmente para el diálogo.
La mayoría de los pueblos de la cultura del maíz consideran a sus servidores, cualquiera que sea su nivel de servicio, como gente ligada a la palabra; pues son lenguas o boca del pueblo, son portavoces o portadores de la sabiduría probada de los antepasados; son cantadores de la tradición segura. Por eso les llamaban: siríames, chagólas, huijató o huidxaado’ y muchos otros nombres que aluden a la función profética y sacerdotal de las y los servidores mesoamericanos.
Entre los zapotecas palabra es tiidxa’ o diidxa’, cuya raíz probable es tí o bí = aliento, expresión, símbolo; o ríi = cántaro, recipiente, y dxá’ = lleno, cargado. Por tanto, en la filosofía zapoteca, Palabra es aliento, símbolo o cántaro con el que se carga el contenido de Dios, de la humanidad o de la creación. Diidxa’ es también la lengua , el idioma, la cultura zapoteca. Diidxa’ góla es la palabra madura, antigua o de los antiguos; Diidxa’ do’ es la palabra profunda, inmensa, de Dios; diidxa’ iza’ es la palabra completa, realizada, histórica, real. Pero la palabra también puede desvirtuarse o corromperse al convertirse en diidxa’ guídxa, tonterías o groserías, o diidxa’ huati, palabras sin sentido. Incluso la sílaba primera, dí, sin ningún añadido, es la maldición más grande.
Los indígenas sabemos que la Palabra de Dios no se puede agotar o reducir a un molde o esquema de palabra humana. La biodiversidad de la naturaleza refleja la voluntad de Dios. La diversidad cultural es una polifonía de voces que alaban al Creador. Ninguna cultura o grupo humano puede lograr una comprensión total de la Palabra de Dios. Todas son capaces de contenerla, pero, al mismo tiempo, por sus límites, todas son insuficientes para abarcarla en su plenitud. Por eso se requiere toda la diversidad humana anterior, actual y futura para ampliar al máximo nuestro conocimiento-contemplación del misterio de Dios y de su Palabra.
El Verbo de Dios, si bien se hizo hombre y judío del primer siglo de la era cristiana, no por eso agotó toda su presencia con lo masculino y lo judío de entonces. Por la encarnación se hizo carpintero, pescador, jardinero, caminante; se hizo hombre y mujer, se hizo judío, griego, romano y también indígena como nosotros.
Por eso todas las razas y modalidades del ser humano son necesarias para comprender más el misterio de Dios y de su Palabra. Todas las culturas y los pueblos hacen falta para conocer más ampliamente a Dios.
Las culturas que, por gracia divina, fueron asumidas como vehículo de la Revelación normativa, tienen un carácter paradigmático especial. Hoy no podemos entender la Biblia si no pasamos a través de las culturas en que ella está escrita; si no pasamos a través de la experiencia paradigmática de los pueblos y personas que Dios tomó como sus instrumentos de acción y de comunicación.
La Palabra de Dios entró en esos pueblos, se codificó en sus culturas y lenguajes pero no se agotó en ellos. Cada pueblo y grupo humano que se acerca de nuevo a la Palabra de Dios contenida en esos pueblos la decodifica con su propia experiencia y cultura; y comprende lo antiguo y lo nuevo de Ella; percibe facetas que si bien pueden estar ya en la culturas receptoras de la Revelación, se hacen más patentes al contacto con más y nuevas culturas y realidades humanas.
Pero además, al contacto con las culturas bíblicas, los pueblos de otros lugares se hacen discípulos del Señor, en cuanto que también descubren la misteriosa presencia de Dios en sus propias culturas e historias particulares. El testimonio paradigmático del pueblo escogido o de las comunidades creyentes suscita y fecunda la fe de otros pueblos.
Los pueblos indígenas del mundo podemos contribuir, con nuestros códigos y experiencia, a una comprensión mejor de la Palabra de Dios y de las palabras de otros pueblos, incluidos también los de la Biblia. Por algo Dios nos creó y nos hizo diferentes; para que también nosotros fuéramos vehículo de su comunicación y de su amor infinito.
Hasta cierto punto las historias que han servido de medios para la comunicación de Dios ya aportaron sus posibilidades de expresarlo, de comprenderse y de comprender a los demás pueblos.
Es la hora de los pueblos relegados, de los migrantes, de los excluidos. Con las palabras verdaderas de los pobres se puede reconstruir y releer hoy la Palabra divina. Los indígenas de América y del mundo somos odres nuevos para el vino nuevo del Reino. No nos resignamos a ser la basura desechable, que pretenden que seamos en los sistemas dominantes; nosotros somos, por gracia de Dios y por esfuerzo nuestro y de los antepasados, remedio necesario para el futuro.
Riobamba, Ecuador,
22 de octubre de 2002.
Simposium de Teología india
Organizado por el CELAM.
Esta página pertenece a: |
Información Importante |
Tu Grupo o Comunidad, Diócesis o Congregación también puede tener aquí su página. Hacé click aquí para saber cómo |