La espiritualidad cristiana, en nuestro actual contexto histórico, no puede prescindir del pluralismo religioso predominante. Éste ofrece un desafío al cristianismo pero, al mismo tiempo, puede llegar a ofrecer una apertura hacia nuevas dimensiones y nuevos horizontes.
La nueva era en la que estamos entrando se le conoce como una época de «contexto global» o simplemente se habla de «globalización». La caída acelerada de barreras económicas, sociales y políticas ha creado un mercado común globalizado. Pero junto con este crecimiento económico, se están generando también cambios profundos culturales y espirituales. Gente de todos los rincones del planeta está cada día más cerca de los demás. Nadie, incluidos los cristianos, puede pretender vivir en un aislamiento cultural y espiritual.
Como consecuencia, todas las religiones, incluido el cristianismo, están viviendo el desafío de tener que definir su propia identidad en un contexto plural. Esto va a ser de vital importancia para su futuro. El pluralismo, en todos sus niveles, se está convirtiendo más y más en una característica presente y futura de la experiencia humana.
El pluralismo religioso no se puede simplemente ver como un accidente histórico ni se le puede interpretar sólo de manera negativa y pesimista. En la actualidad este asunto ha dejado de ser tratado por lo que se llamaba «teología de las religiones», en la que se veían temas separados y distantes, para convertirse en la «teología del pluralismo religioso».
El cristianismo, en el pasado, conoció una visión del mundo en la que
naturalmente se colocaba a sí mismo en el centro. Desde esta perspectiva, «el
otro», el no cristiano, era visto como un cristiano en potencia que había que
convertir o como un infiel cuyo destino no estaba garantizado. Esto último quedó
bien plasmado en el famoso axioma Extra
ecclesiam nulla salus (fuera de la
Iglesia no hay salvación).
En nuestros días estamos entrando, no sin titubeos y reflujos, en una
nueva situación espiritual. Para la Iglesia católica el inicio del cambio ha
sido el Concilio Vaticano II. Desde entonces, buena parte de la investigación
teológica se ha dirigido al tema del pluralismo religioso y al diálogo
interreligioso.
Como consecuencia, nuestra espiritualidad tampoco puede seguir en el
aislamiento, feliz de vivir en el regazo seguro de la Iglesia. De alguna manera
tiene que salir al encuentro de otra gente de credos y fes diferentes, en la
calle o en la casa de lado.
Para la finalidad del presente estudio es importante subrayar que el
factor religioso, en toda su variedad y pluralidad, es parte de un contexto
espiritual y debe convertirse en un elemento integral de su composición. De ahí
que sea importante mirar cómo este nuevo y actual contexto de pluralismo
religioso va a moldear nuestra espiritualidad, resaltando los desafíos que una
espiritualidad cristiana auténtica y contemporánea tendrá que enfrentar.
Mirando hacia atrás, uno puede decir que el mundo espiritual tradicional de los santos cristianos se desarrolló en lo que uno podría catalogar como contexto monorreligioso. Esto no quiere decir que el cristianismo haya existido sin relacionarse con su entorno. La historia es testigo de lo contrario. Es un hecho, sin embargo, que los santos cristianos buscaron su perfección dentro del recinto cristiano. Los no cristianos habrán podido beneficiarse cuando mucho de su santidad, pero seguramente no tuvieron ninguna influencia en ella.
Esta espiritualidad aislada es ahora cuestionada por el actual contexto
que es inevitablemente pluralista. La nueva situación religiosa nos obliga a
todos a reflexionar sobre nuestra vida espiritual teniendo en cuenta la
presencia de Dios en el mundo actual. Nos reta también a descubrir el
significado de nuestra fe.
Nos atreveríamos a pensar que la espiritualidad cristiana tendrá un
futuro auténtico solamente en la medida que encuentre una presencia
significativa en un contexto cada día más plural, en un encuentro y diálogo
con las otras religiones. Con este objetivo a la vista, algunas actitudes
interiores deberán de desarrollarse más allá de posiciones espirituales y
teológicas del pasado.
En nuestros días ha aumentado la sensibilidad y la percepción acerca de
la especificidad del «otro» en todos los niveles: religioso, cultural, racial,
etcétera. Esta actitud es muy diferente de la que prevaleció hasta fechas
recientes en muchas ideologías a escala mundial, como el nacionalismo, el
comunismo y otras. Una característica común de estas ideologías es el
rechazo, al punto de pretender eliminarlo, del «otro», del que es diferente,
del extranjero.
No es tan fácil aceptar las diferencias o tomar las cosas en serio. Hará
falta vencer el temor hacia el «otro». Tenemos siempre la tentación de
interpretar lo desconocido con criterios conocidos, lo que no es familiar con
ideas familiares y en el camino distorsionamos –consciente o
inconscientemente– la imagen del otro. Existe, de hecho, en todos los seres
humanos un instinto a interpretar las cosas de una manera muy personal.
El teólogo Barnes, en un artículo, habla de su asombro al escuchar cómo
su experiencia cristiana era reducida por otra persona para ajustarse a términos
hindúes. Lo mismo ocurre a personas como yo que viven en un contexto musulmán.
Con todo, encuentro útil esta experiencia porque nos hace comprender cómo
nosotros podemos cometer el mismo error al reducir las ideas de los demás a
nuestros propios términos.
Esta actitud no es rara al leer teológicamente otras fes: uno corre el
riesgo de interpretar a los otros de acuerdo a las propias ideas. Más allá de
toda buena intención, esta actitud podrá ser juzgada por el otro como un
intento de imponer los propios criterios o de asimilar sus creencias. Al
acercarse al otro, uno tiene que aceptarlo en su alteridad, tomando seriamente
las diferencias.
El inicio de todo diálogo comporta la convicción de que Dios habla a través del otro y, por tanto, se le debe permitir hablar. Hay que reconocer que el otro tiene también una verdad que procede de Dios y que puede completar mi propia verdad. No hay religión que pueda reclamar que posee toda la verdad acerca de Dios o la completa comprensión del misterio de Dios. Por ello, el diálogo es un asunto primordial, y ante todo ha de plantearse delante del misterio de lo que Dios está realizando en el mundo.
El profesor Cousins describe el diálogo como un recorrido espiritual: se cruza hacia el terreno del otro y se regresa cargado de su riqueza. Para lograr lo anterior se precisa una profunda y mutua empatía entre las partes. El diálogo interreligioso se está convirtiendo en nuestros tiempos –según el profesor Cousins– en un camino bien distinguido de fe. «Por medio del diálogo interreligioso, podríamos estar entrando en una nueva era de fe». Bien se podría decir que la espiritualidad de nuestro tiempo se está convirtiendo más y más en la espiritualidad de la apertura hacia los demás, o la espiritualidad de y en el diálogo interreligioso.
El diálogo interreligioso debe tener en cuenta, además, la condición
actual de la humanidad. Las grandes religiones del mundo abarcan zonas en las
que viven las masas empobrecidas y oprimidas en el Sur del mundo. Un verdadero
diálogo interreligioso no puede soslayar tal situación de injusticia y
explotación. Debe buscar la manera de unir todo esto con una teología y una
praxis liberadoras.
El actual contexto de pluralismo religioso requiere una nueva actitud espiritual. En el interior de cada religión debe desarrollarse una actitud de apertura «al otro en su alteridad». Esto se puede lograr solamente a través del descubrimiento de la presencia de Dios en todas las religiones y culturas. El otro, el que es diferente, no debe ya seguir siendo considerado como una amenaza, un contrario, sino que debe ser apreciado como compañero en un mismo camino de fe. Este cambio espiritual tan profundo puede producirse solamente a través de una nueva comprensión de la propia fe. Desde un punto de vista cristiano, el diálogo no debe convertirse simplemente en una moda de nuestros tiempos sino en una expresión de una profunda penetración en el misterio trinitario. Este misterio es considerado como la fuente y el modelo de una espiritualidad del diálogo interreligioso.
Dicha espiritualidad debe, finalmente, relacionarse con el sufrimiento de
la humanidad, en su lucha por la justicia y la liberación a favor de los
oprimidos.
Estas son, a mi modo de ver, algunos principios básicos de una
espiritualidad acorde con nuestros tiempos, tiempos de pluralismo religioso y de
encuentros interreligiosos.