María, Reina de las Misiones Nuestra Señora y la Evangelización |
Homilía de Mons. Cipriano Calderón Polo durante la misa con el Movimiento de Vida Cristiana en la Basílica del Santísimo Salvador y San Juan de Letrán, 27 de mayo de 1998. Fuente: Biblioteca Electrónica Cristiana.
«María se puso en camino y fue aprisa a la montaña» (1).
1. Queridos jóvenes y demás hermanos y hermanas del Movimiento de Vida Cristiana, que desde tantos lugares de América Latina os habéis puesto «en camino» con vuestro Fundador, como María, para venir «aprisa» a esta «montaña» santa que es Roma.
Ahora estáis en la Catedral del Papa: «Omnium Urbis et Orbis Ecclesiarum Mater et Caput»: «Madre y cabeza de todas las Iglesias de la Urbe y del Orbe», como habéis visto escrito en el frontispicio del templo.
Aquí estamos reunidos para celebrar a Cristo, el "Santísimo Salvador". Tened presente que éste es el nombre principal de esta Patriarcal Basílica, comúnmente llamada de San Juan de Letrán: Basílica del Santísimo Salvador, Cristo Jesús a quien contemplamos, fascinante, radiante de luz y de misterio, Pantokrátor, en el impresionante mosaico bizantino de Torriti que mandó restaurar el Papa León XIII, en el ábside de esta Iglesia excepcional: primer templo de la cristiandad.
Celebramos a Cristo y celebramos a su Madre Santísima la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Evangelización.
2. El texto de San Lucas que se acaba de proclamar nos invita a mirar a María para ver en ella la primera evangelizada y la primera evangelizadora o «evangelista» (2), por usar expresiones del Papa Juan Pablo II.
Según narra el mismo San Lucas en los versículos anteriores a los que hemos escuchado (3), el ángel San Gabriel fue enviado por Dios a evangelizar a la Virgen de Nazaret; es decir, a anunciarle la gran noticia: la Encarnación del Hijo de Dios o Verbo del Padre, en «sus Purísimas entrañas», como aprendimos en el catecismo: inefable evento, sublime misterio.
Así María fue la primera evangelizada.
Pero apenas aconteció este hecho formidable en su vida juvenil, Ella, María, después de pronunciar el sí de la suprema generosidad, «se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (4). Nos recuerda el Prefacio de esta Misa que lo hizo «conducida por el Espíritu Santo», llevando «presurosa en su seno a Jesús hasta Juan, a fin de que fuera para él motivo de santificación y de gozo».
De esta manera María evangelizó a su prima; es decir, le anunció lo acaecido y así evangelizó, santificó, también, a la criatura que Isabel llevaba en su seno: Juan el Bautista, aquel que había de ser el Precursor del Mesías.
Así, pues, vemos que María fue también la primera evangelizadora, después de Jesús, quien es --como afirma Pablo VI en la Evangelii nuntiandi-- «el primero y el más grande evangelizador» (5), «Evangelio del Padre» y «Evangelizador viviente en su Iglesia», según las felices expresiones del documento final de la Conferencia de Santo Domingo (6).
3. ¿Cuál es la lección que vosotros podéis sacar de estos textos bíblicos que hemos citado, o de estos episodios marianos, meditándolos aquí esta tarde durante vuestra peregrinación en la Ciudad Eterna?
Tenéis que tomar conciencia de que habéis venido al centro de la catolicidad, podríamos decir, a la capital de la Iglesia, para evangelizaros y acentuar o dar nuevo ardor, nuevo énfasis, nuevas expresiones a vuestra vocación de evangelizadores; es decir, para aprender a evangelizar de forma más fuerte e incisiva y realizar luego de manera más eficaz la acción evangelizadora en vuestras patrias.
Tenéis que apreciar y aprovechar la gracia que el Señor os ha hecho de traeros a Roma, para evangelizaros aquí más profundamente. ¿Cómo?
Ante todo en el contacto con el Papa, en la cercanía al Vicario de Cristo, de forma que, con creciente fe y juvenil entusiasmo, sintonicéis cada vez más con las enseñanzas y las orientaciones del Santo Padre. Yo sé que ésta es una de las características de vuestro Movimiento de Vida Cristiana y ello es una garantía que dais a la Iglesia en orden a la evangelización.
La sintonía con el Romano Pontífice conlleva --como señalaba el Cardenal Secretario de Estado, Angelo Sodano, hace pocos días, hablando en el Sínodo de Asia-- la sintonía con sus colaboradores, con los organismos de gobierno pastoral de la Santa Sede (7). Claro que teniendo siempre presente que la Iglesia del Señor está cimentada sobre «la debilidad humana»: así rezamos en una de las Oraciones Colectas de Cuaresma (martes de la II semana). Si no tenéis presente este elemento, «la debilidad humana», os puede resultar difícil comprender algunas cosas. (Por lo demás, los prelados de la Curia queremos ser en nuestra labor auténticos evangelizadores).
Aquí tendréis estos días contacto con los dicasterios de la Curia romana y su personal; pero vais a tener contacto sobre todo con la Iglesia universal y sus ricas expresiones plasmadas en numerosos carismas y dinámicos movimientos.
Además, vais a tener contacto con la tradición viva de la Iglesia, hecha realidad perenne en tantos lugares sagrados que visitaréis: desde las Catacumbas y esta Basílica constantiniana del Cristo "Salvador y Evangelizador" (8) hasta el Vaticano, con la memoria de multitud de mártires y santos, empezando por los Apóstoles Pedro y Pablo: ellos, como todos los demás, trasmiten aquí, a los peregrinos, su mensaje cual si estuvieran vivos.
Todo esto que llamamos "romanidad" es fuente de evangelización, es algo que, si se sabe captar, evangeliza en profundidad. Por eso es tan importante lo que Juan Pablo II, en su libro Don y Misterio, llama «aprender Roma» (9).
Roma es por antonomasia la ciudad de la paz eclesial, del diálogo ecuménico, de la santidad contagiosa y de la evangelización. «Hinc una fides mundo refulget», podréis leer en los grandes caracteres del mosaico dorado que rodean la banda interior de la cúpula de San Pedro. Es una frase de San Cipriano que podríamos traducir así: «Desde aquí, con la fe, se llena de luz, se evangeliza el mundo».
Por eso de Roma deberéis marchar, emprender el camino hacia vuestras patrias, llenos de amor a la Iglesia, con un fino sentido de Iglesia y con una gran inquietud apostólica. Esto es, no sólo más evangelizados sino más dispuestos, más decididos y más preparados a ser auténticos evangelizadores: evangelizados y evangelizadores, como María.
4. Poco nos dicen los Evangelios de la tarea evangelizadora de María como educadora de Jesús, en Nazaret, y luego acompañándolo por los caminos de Galilea y de Judea.
En realidad, con el Salvador y junto al Salvador, María evangelizó con su fino testimonio y con su elocuente silencio.
En Caná de Galilea, cuando la Virgen pidió a su Divino Hijo una intervención en favor de los jóvenes esposos que se habían quedado sin vino para sus invitados, Ella, María, pronunció unas palabras que son como la síntesis de la filosofía pastoral y de toda la pedagogía de la evangelización: «Haced lo que Él os diga» (10).
Fue una invitación de María a centrar la atención en Cristo y en su palabra.
Ahora bien, ¿qué dijo Jesús a la Iglesia naciente, a los Apóstoles, en el Monte de los Olivos, al terminar su misión terrena, antes de subir al Padre? Recordemos el final del Evangelio de San Mateo (11) o también la conclusión del Evangelio de San Marcos. Dice el Señor: «Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura» (12).
En estas palabras que escuchamos ahora aquí como si nos las repitiera, con especial énfasis, el Jesús del mosaico del ábside que habla desde la Jerusalén celeste representada en dicho mosaico y desde la cual descienden los cuatro desbordantes ríos que son los Evangelios, en estas palabras: «Id... y predicad la Buena Nueva», «está contenida la proclama solemne de la evangelización» (13). Así lo afirma Juan Pablo II.
Contienen esas palabras la profecía de la evangelización, pronunciada por Jesús en el Monte de los Olivos, el día de su Ascensión a los cielos.
Después de este episodio, María aparece de nuevo, como nos ha recordado la primera lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles (14), evangelizando en el Cenáculo a los discípulos enviados por el Señor a predicar la Buena Nueva a todos los hombres y a todas las mujeres del mundo: la Virgen ora, reza --dice la Oración Colecta y también el Prefacio de esta Misa-- con «los pregoneros del Evangelio, los inflama en el amor», los «impulsa con su ejemplo», alienta su esperanza, preparándolos para la venida del Espíritu Santo y para la realización del mandato misionero de Cristo; es decir, «para que no cesen de anunciar a Cristo el Salvador».
Este mandato misionero se fue realizando a través de los siglos y un día venturoso, el 12 de octubre de 1492, la profecía de la evangelización se cumplió también en América: la cruz fue plantada en las tierras descubiertas por Cristóbal Colón y, luego, misioneros provenientes de España comenzaron a predicar allí el Mensaje de Jesús, llegando también a las tierras de Perú, de Colombia, de Brasil, de Ecuador, de Costa Rica, de Estados Unidos y de las demás naciones aquí representadas. Así, después de 500 años, en aquel continente se encuentran, al final del segundo milenio, la mitad de los católicos de todo el mundo, con una Iglesia realmente viva y dinámica, de la que vosotros sois un buen testimonio. Por eso, el Papa lo llama el «Continente de la Esperanza».
5. Juan Pablo II ha escrito que la Virgen fue la «primera evangelizadora de América Latina» (15).
En la Catedral de Lima se venera la imagen de Nuestra Señora de la Evangelización, enviada a la ciudad de los Reyes por el Emperador Carlos V.
Pensemos en la inmensa y desbordante labor evangelizadora que la Virgen realiza en tantos santuarios marianos esparcidos por todo el mundo, comenzando por Santa María la Mayor aquí en Roma, y en el suelo americano, desde Guadalupe.
¡Cuántas multitudes! Miles y miles de personas van continuamente a esos santuarios para ser evangelizadas por Santa María.
Dejémonos también nosotros evangelizar por la Virgen de Nazaret. Aprendamos de Ella a entregarnos sin reserva a la fascinante aventura de la Nueva Evangelización, a la que nos ha convocado el Papa en la perspectiva del tercer milenio de la Iglesia.
Pero no olvidemos, sobre todo ahora en Pentecostés, que --como afirma el Papa en la carta apostólica Tertio millennio adveniente-- el «agente principal de la Nueva Evangelización» es el Espíritu Santo (16): «fuente de los carismas», «incienso de la oración», «fuego del testimonio», «luz de la fe», «aliento y sonrisa de la Iglesia», «gozo de María», como dicen las Letanías del Espíritu Santo.
Él haga que la profecía de la evangelización se cumpla en el mundo entero; que se cumpla en el Sodalitium Christianae Vitae y en el Movimiento de Vida Cristiana, en cada uno de nosotros.
«Evangelizare Iesum Christum»: anunciar a Jesucristo, según el grito de San Pablo (17) que oiréis resonar en la Basílica del Apóstol de las Gentes, cuando la visitéis.
Jesucristo, único Salvador del mundo: ayer, hoy y siempre. Así sea.
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Notas
1. Lc 1,39. [Regresar]
2. Juan Pablo II, Catequesis del 2/10/1996, 2. [Regresar]
3. Ver Lc 1,26-38. [Regresar]
4. Lc 1,39-40. [Regresar]
5. Evangelii nuntiandi, 7. [Regresar]
6. Ver los títulos de la primera y segunda parte. [Regresar]
7. Ver «L'Osservatore Romano», edición semanal en lengua española, 22/5/1998, p. 11. [Regresar]
8. Ver Tertio millennio adveniente, 40. [Regresar]
9. Juan Pablo II, Don y Misterio. En el quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio, BAC, Madrid 1996, pp. 66-67. [Regresar]
10. Jn 2,5. [Regresar]
11. Ver Mt 28,19-20. [Regresar]
12. Mc 16,15. [Regresar]
13. Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 2. [Regresar]
14. Ver Hch 1,12-14. [Regresar]
15. Juan Pablo II, Discurso de llegada a la Ciudad de México, 6/5/1990, 4. [Regresar]
16. Tertio millennio adveniente, 45. [Regresar]
17. Ver Gál 1,16. [Regresar]