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3º Congreso Misionero de Salta (Argentina) |
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"Iglesia de Salta, tu vida es misión!" |
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Instrumento Preparatorio
Objetivo: Comprender que todos los cristianos somos misioneros en virtud del bautismo que hemos recibido 1.-
Escuchemos el mensaje cristiano La misión es obra de todo el pueblo de Dios: aunque la fundación de una nueva Iglesia requiere la Eucaristía y, consiguientemente, el ministerio sacerdotal, sin embargo la misión, que se desarrolla de diversas formas, es tarea de todos los fieles. La participación de los laicos en la expansión de la fe aparece claramente, desde los primeros tiempos del cristianismo, por obra de los fieles y familias, y también de toda la comunidad. La
familia cristiana, como elemento fundamental de la vida de la Iglesia, es la
fuente primordial de la formación de miembros fieles seguidores de Cristo,
quienes actúan en el mundo como agentes de la acción salvífica de Dios,
guiados por el Espíritu Santo en la construcción del Reino. La familia
cristiana, constituida por los esposos, los hijos e hijas, ancianos, adultos,
jóvenes, niños y niñas, es protagonista de esta misión de la Iglesia
formando ella misma una Iglesia doméstica. . Observando con más atención a los diferentes miembros de la familia de Jesús y sus otros conocidos, podemos observar que la misión salvadora se desarrolla según la edad y condición de cada persona. Ya que cada una está llamada a ser misionera de acuerdo con las condiciones humanas en que vive y con su experiencia de fe. . Veamos cómo los miembros de la Sagrada Familia de Nazaret vivieron su misión como protagonistas del plan de Dios en las diferentes etapas de sus vidas. María acepta la difícil misión de ser la Madre del Mesías, de acompañarlo a lo largo de toda su vida, de educarlo en la fe, de ayudarlo a descubrir su vocación, seguirlo hasta su muerte en cruz, y de acompañar a la naciente comunidad cristiana luego de su resurrección. José acepta también ser padre de Jesús, protegerlo y defenderlo de los peligros (huida a Egipto), y más tarde formarlo como un hombre de bien. . Después de ver a la Sagrada Familia, veamos ahora a la familia de seguidores de Jesús en su misión salvadora. Jesús eligió personas de diferentes opciones vocacionales para seguir en el plan de redimir a la humanidad. Jesús eligió a algunos pescadores, cobradores de impuestos, hombres y mujeres de distintas condiciones sociales y niveles de educación. . De entre estos muchos llamados, el de Pablo, un hombre de letras, fue uno de los más sorprendentes. Antes de su conversión, el joven Pablo “perseguía a la Iglesia, y entraba de casa en casa para sacar a rastras a hombres y mujeres y mandarlos a la cárcel” (Hch 8,3). Tan fuerte fue la voz de Jesús resucitado que Saulo (Pablo) cayó al suelo y hasta perdió la vista. A partir de ese momento, empezó una nueva etapa en la vida de Saulo. En ella, sólo obedeciendo al Señor, Pablo llegó a ser uno de los más grandes misioneros de todos los tiempos. Antes de subir al cielo, Jesús convocó a sus primeros discípulos en un monte, y les dijo: “ Vayan a todas las naciones y háganlos discípulos como yo a ustedes los hice discípulos. Bautícenlos, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28,18). Esto quiere decir que toda persona que es discípula de Cristo, por su mismo bautismo ha recibido esa misma misión. Todos los cristianos tenemos la misión de que los pueblos de la tierra se hagan discípulos de Cristo. Esta misión la debemos hacer de la misma manera como Jesús la llevó a cabo. . No importa su condición, no importa la edad. Lo que importa es el llamado y su aceptación en la fe. Así, el viejo Nicodemo, por más que le cueste aceptarlo, tendrá que “nacer de nuevo” (Jn 3,3) si quiere ver el Reino de Dios. El camino más directo para participar del gozo que llega es “hacerse como niños” (Mt 18,3). Y al joven Timoteo, desde su juventud, lo vemos como pieza clave en la misión paulina y en la dirección de la comunidad. En 1 Tim 4,12 Pablo exhorta: “que nadie te menosprecie a causa de tu juventud”. Timoteo aparece en el NT como un enamorado de la causa de Cristo y de la iglesia. Por ella deja su familia y estabilidad y se convierte en itinerante según el modelo de Pablo. Pablo le presenta dedicado al duro trabajo de la evangelización ( 1 Cor 16,10: “Si llega Timoteo, procurad que esté sin temor entre ustedes, pues trabaja como yo en la obra del Señor”) . . 2. Confrontamos el mensaje con la vida Todos los cristianos
somos misioneros
Narra Lucas en su Evangelio: “salieron ellos (los discípulos) y fueron por todas las aldeas, anunciando el mensaje de salvación y curando por todas partes” (Lc 9,6). Esta misma presencia se actualiza en el quehacer misionero hoy. Para continuar la misión que Dios Padre le encomendó, Jesús envió a sus discípulos a todas las gentes y a todas las naciones para anunciar la Buena Nueva (Mt 28,19). Este envío sigue vigente para la Iglesia y para cada bautizado. Hoy el Espíritu Santo sigue eligiendo personas de diferentes opciones vocacionales para ser misioneros, personas de todos los pueblos y culturas, edades y condiciones de vida, y los hace capaces de saberse enviados o enviadas tan cerca, como hacia otro miembro de su familia o de su comunidad, y tan lejos, como a las tierras más lejanas o a las culturas más extrañas y distintas a la propia. . a.-
Los Obispos “Suscitando, promoviendo y dirigiendo el Obispo la obra misional en su diócesis, con la que forma una sola cosa, hace presente y como visible el espíritu y el celo misional del Pueblo de Dios, de suerte que toda la diócesis se hace misionera.” (AG 38). Cada obispo es responsable de la misión universal. Esta responsabilidad misionera universal será no sólo el termómetro, sino también el estímulo para la misión particular o local. La responsabilidad misionera de cada obispo no puede reducirse a proporcionar una ayuda o a «dejar» partir algunas vocaciones, sino que debe orientar todo el modo de concebir y de actuar de su Iglesia Particular. b.- Los Sacerdotes Los documentos conciliares del Vaticano II ofrecen los elementos básicos de la misionariedad sacerdotal. “El don espiritual que recibieron los presbíteros en la ordenación no los dispone sólo para una misión limitada y restringida, sino para una misión amplísima y universal de salvación “hasta los extremos de la tierra” (Hech 1,8). El sacerdote ministro está llamado a la misión local y universal por: participar del mismo sacerdocio de Cristo; prolongar la misma misión de Cristo; colaborar estrechamente con el obispo, como partícipe de la sucesión apostólica y por ser miembro del Presbiterio; pertenecer a la Iglesia particular como diocesano (incardinado) o como religioso; ser llamado al seguimiento evangélico de los doce Apóstoles y sucesores. Y para cultivar debidamente el espíritu de comunidad, ese espíritu ha de abarcar no sólo la Iglesia particular, sino también la Iglesia universal, más allá de la propia parroquia o diócesis (cf. PO 6-7). “Los presbíteros, en su labor pastoral, excitarán y mantendrán en los fieles el celo por la evangelización del mundo, instruyéndolos con la catequesis y la predicación sobre el deber de la Iglesia de anunciar a Cristo a los gentiles; enseñando a las familias cristianas la necesidad y el honor de cultivar las vocaciones misioneras entre los propios hijos; fomentando el fervor misionero en los jóvenes de las escuelas y de las asociaciones católicas de forma que salgan de entre ellos futuros heraldos del Evangelio. Enseñen a los fieles a orar por las misiones y no se avergüencen de pedirles limosna, haciéndose mendigos por Cristo y por la salvación de las almas.” (AG 39) La tarea misionera local y universal, que incumbe claramente al obispo, es también propia de los presbíteros como sus «necesarios colaboradores» (PO 7). Por esto la labor apostólica en una Iglesia particular, especialmente en el momento de distribuir los presbíteros, deberá «tener presentes las necesidades de la Iglesia universal» (CD 23). A este respecto, vale destacar, con el Santo Padre, la fecundidad del envío de sacerdotes diocesanos a territorios de misión. “Hoy se ven confirmadas la validez y los frutos de esta experiencia; en efecto, los presbíteros llamados Fidei donum ponen en evidencia de manera singular el vínculo de comunión entre las Iglesias, ofrecen una aportación valiosa al crecimiento de comunidades eclesiales necesitadas, mientras encuentran en ellas frescor y vitalidad de fe.” (RMi 68) . c.- Los Religiosos y Religiosas La vida consagrada, por la práctica permanente de los consejos evangélicos, tiene consecuencias misioneras que derivan de la misma consagración: «dilatar el Reino por todo el mundo» (LG 44). Esta responsabilidad misionera arranca de la misma naturaleza de la vida consagrada, que es: consagración como oblación total; seguimiento radical de Cristo; pertenencia y servicio especial a la Iglesia por medio de signos y vínculos especiales; expresión de la maternidad de la Iglesia; y servicio de comunidad universal (cf. LG 41). “Los religiosos, también ellos, tienen en su vida consagrada un medio privilegiado de evangelización eficaz. A través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia, sedienta de lo Absoluto de Dios, llamada a la santidad. Es de esta santidad de la que ellos dan testimonio. Por esto, asumen una importancia especial en el marco del testimonio que es primordial en la evangelización. Este testimonio silencioso de pobreza y de desprendimiento, de pureza y de transparencia, de abandono en la obediencia, puede ser, a la vez que una interpelación al mundo y a la Iglesia misma, una predicación elocuente, capaz de tocar incluso a los no cristianos de buena voluntad, sensibles a ciertos valores” (EN 69). La misión proviene de la misma consagración, como participación en la consagración y misión de Jesús. Y sería impensable este seguimiento de Cristo sin la responsabilidad de dar testimonio del evangelio más allá de las fronteras de geografía, raza, o cultura de la propia Iglesia local. La vida consagrada tiene un rol insustituible en este testimonio misionero del seguimiento Cristo. «La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo». (RMi 69). Sobre todo las congregaciones e institutos religiosos específicamente misioneros, tienen la responsabilidad fundamental de participar activamente en la animación misionera en sus diócesis. d.-
Los laicos La peculiaridad de la colaboración de los laicos en el primer anuncio (misión «ad gentes») proviene de las características de la misma vocación: ser fermento evangélico, en las estructuras humanas, desde dentro, en la comunión y responsabilidad de la Iglesia, anunciando el Reino, tratando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios (cf. RMi 71). Desde el punto de vista de la Iglesia particular, el laicado es imprescindible para la evangelización “ad gentes”, para la “implantación de la Iglesia”: “La Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la jerarquía un laicado propiamente dicho”. “Siembren la fe de Cristo entre sus compañeros de vida y de trabajo, obligación que urge más, porque muchos hombres no pueden oír hablar del Evangelio ni conocer a Cristo más que por sus vecinos seglares (laicos). Más aún, donde sea posible, estén preparados los laicos a cumplir la misión especial de anunciar el Evangelio y de comunicar la doctrina cristiana, en una cooperación más inmediata con la Jerarquía para dar vigor a la Iglesia naciente. (AG 21) Para llegar a todos estos campos de acción misionera, los laicos pueden aprovechar los movimientos eclesiales, dotados de dinamismo misionero, los cuales “representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha” (RMi 72). Todos los laicos, de cualquier condición, edad y estado de vida pueden y deben ser misioneros.
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Distinas formas de
participar de la misión de la Iglesia
Existen distintas maneras de participar de la misión evangelizadora de la Iglesia a.-
Acción Misionera:
La forma más patente de participar de la misión de la Iglesia es realizando alguna actividad misionera propiamente dicha, ya sea mediante actividades específicas de Primera Evangelización o de Nueva Evangelización (tanto ad-intra: dentro de la propia comunidad, o ad-extra: fuera de la comunidad). Y esta acción misionera no se realiza únicamente mediante la proclamación explícita del Reino de Dios (mediante acciones y palabras), sino también a través del testimonio, que es la primera forma de evangelización (RM 42) . b.-
Cooperación Misionera:
La Cooperación Misionera, es la manera de proyectarse efectivamente hacia la misión universal, desde el propio lugar. De esta manera la Iglesia Particular participa y colabora activamente con la misión universal de la Iglesia, tanto en la misión ad gentes como en la nueva evangelización. Esta cooperación misionera se realiza principalmente de dos maneras:
.. c.-
Animación Misionera:
La
animación misionera consiste en despertar en todas las personas la conciencia
misionera, esto es, hacerles conocer la responsabilidad universal de todos los
bautizados en la propagación del Reino de Dios.
Esto puede hacerse en la catequesis, en la formación de nuestras
comunidades, a través de la liturgia, etc. . 3.
Propongámonos qué debemos hacer con el mensaje recibido
. 4.
Oremos al Señor por intercesión de Jesús, María y José Se sugiere para esta oración buscar un lugar lo más familiar posible y colocar algo que recuerde a la Sagrada Familia (una imagen, un cuadro, cosas que recuerden la humildad en que vivía) y, puestos en su presencia, cada miembro del grupo se una a la oración que le corresponda. . • Canto de inicio. Sugerido: “Iglesia Peregrina” • Pasaje
bíblico que ilumine el tema: Mc 1,16-20; 2,13-14. • Momento de reflexión personal. • Padrenuestro, Oración del CoMSa 3. • Canto
final. Sugeridos: “Alma Misionera” o
“Canción del Testigo”
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