HISTORIA DE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN SALTA

Llegan los primeros misioneros jesuitas

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Sin duda, el acontecimiento misionero del siglo XVI fue la llegada de quienes serán los grandes misioneros de la región: los Jesuitas (a quienes las primeras fuentes llaman teatinos), fruto de las gestiones del Obispo Victoria. Serán dos los primeros contingentes de la Compañía que llegarían al Tucumán:

 

 

Desde su primera sede en Santiago del Estero,  realizaron algunas incursiones misioneras al Valle de Lerma y la región del río Bermejo, conociéndose con certeza que:

 

No fueron muchos en número estos abnegados misioneros, pero desempeñaron una intensa labor. En una carta del Padre Juan Romero al Padre Juan Sebastián fechada en 1596, leemos: “entre pocos hombres quedó repartido el Tucumán, región tan grande como España, la cual recorrían incesantemente, visitando selvas, escondrijos, cavernas y montes retirados[2]. “Para el año 1600 había en la misión del Tucumán y Paraguay, once sacerdotes y dos hermanos[3].

 

De entre los primeros jesuitas que misionaron en esta región, es sin duda el más sobresaliente el Padre Alonso de Barzana, de quien podemos leer en una crónica anónima de 1600: “Sólo el padre Alonso de Barzana bautizó en esta provincia del Tucumán más de veinte mil personas, habiéndolas él catequizado primero por muchos días[4]. El mismo, en una de sus cartas, fechada en 1588, relata: “El Tucumán es tierra pobrísima en todo llena de pecados y desamparos. Tres años ha que labramos este campo. Habré bautizado en diversas salidas hasta ahora más de diez mil infieles, y casado muchos millares de amancebados, y confesado una muchedumbre casi innumerable de gente que nunca se había confesado[5]. El Padre Pedro de Añasco, llega a compararlo con San Francisco Javier en una de sus cartas. Evidentemente, la labor del padre Barzana fue muy fructífera y su persona dejó huella en los indígenas entre quienes misionó. Por el año 1603, ya fallecido el padre Barzana, el Padre Juan de Viana relata en una carta: “Dimos con algunos viejos que diecisiete años antes, desde que el santo Padre Alonso de Barzana los bautizó, no se habían confesado,  quienes las oraciones del buen padre debían de haber alcanzado de nuestro Señor, que se conservaran en la inocencia bautismal. Hallamos en aquellos pueblos muy buenas muestras y reliquias de la labor que con ellos hizo el padre Barzana. Traían desde el tiempo que el buen padre los bautizó sus rosarios al cuello, tenían guardadas las disciplinas que les dio, hacían penitencia con ellas. Guardaban muchas indias castidad con tanta fortaleza que ni ruegos ni amenazas ni dádivas las podían contrastar[6]. En la misma crónica anónima de 1600 antes mencionada, leemos del padre Barzana “Fue de los primeros que vinieron al Perú de la Compañía, y el primero que comenzó a predicar a los indios en su lengua, para lo cual le dio nuestro Señor mucho caudal, porque en el Perú predicó muchos años en la lengua quichua y aymará, y supo la puquina que es muy dificultosa. En Tucumán aprendió la lengua cacana de Santiago y del valle Calchaquí, que hace mucha diferencia, la tonocoté, la lule, la sanavirona y , al cabo de su vejez, aprendió la lengua guaraní.[7]

 

Evidentemente la cuestión idiomática fue un gran escollo para las misiones en nuestra región. Los pueblos indígenas del Tucumán hablaban muchas lenguas diferentes. Testimonio de esto, encontramos en una carta del padre Añasco a su superior, redactada a fines del siglo XVI: “Podemos por la voluntad del Señor, catequizar y confesar en once lenguas, y quedan además otras muchas por aprender, y todas las salidas que hacemos traemos aprendidas una o dos lenguas[8]

 

Desde su paso por Salta en 1586 de camino a Santiago del Estero, los salteños solicitaron insistentemente que viniesen a instalarse en esta ciudad.  En el año 1588, el gobernador Ramírez de Velasco les donó algunas casas y estancias en Salta para que pudieran establecerse. Tras algunos intentos fallidos, por fin se establecieron definitivamente en el año 1612, frente a la plaza principal, donde edificaron su templo y convento.  Los primeros jesuitas que se establecieron en la ciudad fueron el padre Diego Torres, Juan Daría y Francisco de Córdoba.

 



[1] Cayetano Bruno, “Historia de la Iglesia en Argentina”, Tomo I, página 426

[2] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo I, página 436

[3] Relación anónima del año 1600, citada en Cayetano Bruno, op.cit., Tomo I, página 436

[4] Ibíd.

[5] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo I, página 438

[6] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo I, página 438

[7] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo I, página 438

[8] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo I, página 439

 

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