HISTORIA DE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN SALTA |
La difícil actividad misionera en el Valle Calchaquí en los siglos XVII y XVIII
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El Valle Calchaquí comprende el sur de la provincia de Salta, Tucumán y este de Catamarca, debiendo su nombre al que identificaba a las distintas tribus indígenas que habitaban esa región. Este valle se hallaba poblado por tribus con carácter en extremo belicoso y constituida por diferentes naciones entre las que se encontraban los Pulares, Diaguitas, Calchaquíes, Surintos, Yacampis, Pauchipas, Tolombones, Quilmes y Chicoanas, entre otros. Todos utilizaban el quichua como lengua común, conocida también con el nombre de “kaká”, que les servía para comunicarse con todas las tribus del altiplano[1].
La obra de la evangelización en el Valle calchaquí dio sus primeros pasos a fines del siglo XVI, con la entrada del Gobernador Ramírez de Velazco en compañía por el padre Barzana, buscando realizarla de manera pacífica, para lo cual había solicitado la colaboración del ya conocido misionero, por ser reconocida su capacidad como pacificador.
Comenzando el siglo XVII, se inició el proceso de pacificación de los indios de este valle, por iniciativa del Gobernador del Tucumán, Francisco de Barrasa, quien logró que algunas tribus voluntariamente se redujesen y levantasen poblaciones en el valle, prometiéndoles “enviar sacerdotes que los doctrinasen e instruyesen en la santa fe y enseñasen la doctrina cristiana y administrasen los santos sacramentos”.[2] La Compañía de Jesús se había introducido repetidamente en el valle realizando misiones ambulantes, hasta que en 1609, el provincial padre Torres consiguió la autorización para enviar a los padres Juan Darío y Horacio Morelli para establecerse en la región, y de esa manera pacificar y reducir a los indios. En 1613, “habían ya como diez iglesias nuevas con sus cruces”. [3] Sin embargo, poco después, la misión en el Valle debió ser abandonada “por la extremada pobreza de los padres”.
En 1614, el obispo Trejo, volvía a encomendar a los jesuitas la evangelización del Valle Calchaquí. Esta experiencia parece haber sido el intento más serio de instalación definitiva en ese valle. Por lo menos así se deduce de una carta que el provincial Pedro de Oñate al General de la Compañía escrita en 1618: “Habiendo deseado mucho en esta provincia que tomásemos este asunto más de propósito y con perpetuidad, y habiendo para él alcanzado del Sr. Obispo la colación canónica de dos doctrinas o curatos (...) y estando dichos indios ya más mansos y dispuestos con una misión que envié a ellos hace tres años, de dos padres de la Compañía, al fin ahora me determiné del todo a tomar la conversión de aquellas almas muy a pecho y para siempre, admitiendo los dichos curatos para sustento de los cuales, y de cuatro padres que siempre han de andar en ellos”.[4]
Lamentablemente, en 1626 los jesuitas abandonaron nuevamente la residencia entre los calchaquíes, debido al poco éxito entre los indios, comparado con las misiones que se desarrollaban en el Paraguay, y a los obstáculos que ponían los españoles. Estas razones las expresa el historiador jesuita Nicolás del Techo, de la siguiente manera: “El P. Nicolás Durán penetró en el valle Calchaquí y en vista del estado del país y de los indios, juzgó prudente abandonar las dos residencias puestas seis años antes, porque embargaban cuatro jesuitas y ninguno de aquellos indios se convertía. Los españoles se quejaban de estar cohibidos por la Compañía para castigar aquella gente indómita y pérfida como merecía. Ordenó que los jesuitas abandonaran el valle, opinando que los moradores de éste podían ser atendidos con frecuentes visitas de los religiosos de la residencia de Salta”.[5]
Después de esto, y en vista de la dificultad de pacificar a los Calchaquíes, se desataron sucesivos enfrentamientos entre españoles y los naturales, conocidos como “las guerras Calchaquíes”, que provocarían para el año 1657 el total desbaratamiento de la raza.
En medio de las guerras Calchaquíes, los jesuitas intentaron establecer una misión permanente en estos valles nuevamente a partir de 1640, logrando fundar la reducción de San Carlos en la actual provincia de Salta, en 1642, en el centro mismo del valle. Fue el primer núcleo urbano de indios conversos integrado por tribus de las pendientes y quebradas de las montañas del occidente y por los de las tribus del norte, los Angastacos. Al norte del valle establecieron una reducción en Cachi, siendo muy posible que lo mismo ocurriera en Molinos. Su capilla data del siglo XVIII, siendo transformada con posterioridad en la primera parroquia de la región. En el sur se estableció la misión de Santa María de los Angeles de Yocavil en el territorio de la actual provincia de Catamarca, cerca de las tribus de Quilmes y Colalaos. Su fundación databa de 1617, pero fue establecida definitivamente en 1641.
Todas las misiones de los Jesuitas en el Valle Calchaquí, dependían del Colegio Apostólico de Salta
Las guerras calchaquíes produjeron como resultado la deportación de las poblaciones indígenas “saliendo los indios, unos a la Rioja, otros a Londres, otros a Catamarca, otros se situaron en Choromoros, otros en Tucumán, los más en Salta y algunos en Jujuy, y en Esteco todos los Indios Acalianes. A Cordova llevaron muchos encomendados (...). Al puerto de Buenos Aires fueron más de doscientos”[6].
Los pocos indios que quedaron fueron encomendados al clero secular. Así lo dispuso el Cabildo desde Salta, enviando “orden apremiante con penas y censuras, prisión y otros apremios, para que dos clérigos que había en aquella ciudad hiciesen el oficio de cura, uno de los Pulares y otro de los indios Calchaquíes”, instando a los vicarios responsables a que “compelan y apremien a los clérigos que tuvieren, para que procurando darse a entender y aprendiendo la lengua de dichos indios calchaquíes, les enseñen, prediquen y adoctrinen”[7]. Luego de esto, se tiene noticia de tres reducciones estables de estos indios Calchaquíes, atendidas por clérigos:
Los
jesuitas, sin embargo, acudían a enseñarles algunas veces durante el año, a
pedido de los clérigos que las tenían a su cargo.
La raza Calchaquí, arrancada de su tierra natural, fue desapareciendo bastante de prisa. Para el año 1768, el obispo Manuel Abad Illana, expresa en una carta: “He recorrido todos los territorios de Salta, de Pulares, Chicoanas y Calchaquí, y ya casi no hay vestigio de la indiada que había a lo último del siglo décimo sexto”.[8] Cabe señalar que los calchaquíes erradicados de sus tierras y llevados al Valle de Lerma, huían o se suicidaban en elevado número antes que vivir sometidos. La Iglesia expresó continuamente su protesta ante esta situación, sin recibir demasiada atención.
[1] María Cristina Bianchetti, op.cit. página 61.
[2] Carta del gobernador, 1608, citada en Cayetano Bruno, op.cit., Tomo II, página 425
[3] Carta del padre Diego de Torres, 1615, citada en Cayetano Bruno, op.cit., Tomo II, página 426
[4] César Daniel Avalos, op.cit., página 55
[5] César Daniel Avalos, op.cit., página 61
[6] Relación de Calchaquí, citada en Prelatura de Cafayate, op.cit., página 54
[7] Actas Capitulares del Senado Eclesiástico de Santiago del Estero, tomo I, fs. 182-186, citado en Prelatura de Cafayate, op.cit., página 57
[8] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo III, página 400