HISTORIA DE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN SALTA

Las Misiones en el siglo XVII

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En el año 1614, el Obispo Trejo encargó a los jesuitas las misiones, en calidad de párrocos,  el Valle Calchaquí. Puede afirmarse que los jesuitas fueron los evangelizadores por excelencia del valle de Lerma, si bien es cierto que otros sacerdotes también lo hicieron, pero no con la fuerza y la permanencia de los jesuitas. Los jesuitas emplearon básicamente tres métodos misioneros, los cuales por extensión, desarrollaron también en la región del Tucumán:

 

 

 

 

Si bien el ideal de los jesuitas fueron las primeras, en el Tucumán debieron conformarse con las misiones ambulantes por largo tiempo, debido a la dificultad que presentaba el carácter indomable de los indígenas de esta región. Cosa diferente ocurrió en el Paraguay, donde los indios eran de un carácter más dócil, y florecieron allí las reducciones.

 

En 1602, se ve la necesidad de regularizar los esfuerzos evangelizadores realizados hasta el momento, de los cuales podemos leer en un comentario del Padre Estevan Páez: “esas misiones ambulantes que atravesaban el desierto y que llevaban una civilización pasajera  a las extremidades del mundo, no debían dejar más que un recuerdo confuso entre los salvajes. No bastaba a su vez derramar la simiente del Evangelio en una tierra, sino que era preciso hacerla germinar y cultivarla hasta que madurase, a fin de que la cosecha fuese más abundante [2].  Por lo tanto, se resolvió organizar los esfuerzos, sacrificando las excursiones evangelizadoras en pos de una labor más vigorosa, concentrada en reducciones más estables. El Padre Páez sería el encargado de esta organización.

 

Sin embargo, y dada la dificultad que siempre existió en la región del Tucumán para instalar misiones permanentes debido al carácter salvaje ya antes mencionado de los aborígenes de la zona, las misiones ambulantes o “misiones de partido” como también las llamaron, siguieron siendo el principal medio de evangelización de los jesuitas. En el año 1627, el prepósito general de la Compañía, padre Mucio Vitellesci, dispone en una carta al Padre Nicolás Durán: “Ruego a Vuestra Reverencia que encargue apretadamente de mi parte a todos los inmediatos superiores de los puestos de Tucumán y de los demás de la provincia, que tengan mucho cuidado de que se hagan las más misiones que se pudieren por los pueblos de los indios, y por las estancias de los españoles, adonde, según me informan, hay gente muy necesitada”.[3] Obedeciendo a esta disposición, los jesuitas del Tucumán, según consta en una carta del padre Francisco Vázquez Trujillo a Felipe IV en 1632,  dispusieron “que cada año salgan los padres dos veces por lo menos, aunque se quede el rector solo, a hacer misión, discurriendo por las dichas estancias y pueblos de indios[4]. El Obispo Maldonado, intentó organizar misiones  semejantes con los sacerdotes del clero, pero ante la falta de éxito del experimento, confió oficialmente en 1637 a la Compañía de Jesús, estas misiones de partido en toda la diócesis. Este tipo de misión, debió ser  muy provechosa, puesto que en todas las cartas que se conservan del obispo Maldonado en que hace referencia a la actividad misional de los jesuitas, no tiene para ellos sino palabras de elogio.

 

Noticia de estas misiones nos llegan de una carta que el padre Francisco Vázquez de la Mota enviaba a Roma en 1658, donde se da cuenta que  desde el Colegio que los jesuitas tenían en Salta, “se hace cada año misión al valle de Ciancas, a los indios Pulares, Bayogastas, Chicoanas, Abtasis, Luracataos, Escoipes, Cachis, a los Choromoros, a la ciudad de Jujuy y a los de Tilcara, Omaguaca, Cochinoca y Casabindo”.[5] Las tribus mencionadas, describen a los territorios de las provincias de Jujuy, centro y oeste de Salta, y Tucumán. Las ciudades de Tucumán y Jujuy también tenían religiosos de la Compañía, pero no con tanta actividad misionera.

 

Para comprender cómo se desarrolló la evangelización de los naturales durante el siglo XVII, podemos encontrar una idea bastante acabada leyendo las Ordenanzas de don Francisco de Alfaro, quien había sido encargado por el rey de realizar una inspección del obispado. Alfaro, luego de lo observado en la visita, redacta una serie de Ordenanzas que, si bien no tuvieron gran aceptación, por lo menos pueden darnos una idea de algunos criterios que se seguían  en la evangelización de los naturales durante esa  época.:

 

 

Durante la segunda mitad del siglo XVII los naturales siguieron defendiendo con tesón su tierra y sus costumbres, mostrándose en su mayoría siempre rebeldes a convertirse al cristianismo. La labor misionera estaba a cargo, principalmente de los jesuitas, que tenían misiones a lo largo de la región del Chaco y en los valles Calchaquíes y, en segundo término de los franciscanos. Los mercedarios se dedicaban a atender a los residentes de la ciudad desde su convento (ubicado en la actual calle 20 de Febrero esquina Caseros, donde hoy se levanta la Escuela Zorrilla), junto al cual tenían una toldería de naturales a quienes catequizaban. La doctrina de la Caldera, que estuvo a cargo de los Jesuitas, era la única en el Valle de Lerma que rendía sus frutos.

 

Una relación de la época, del Obispo Manuel Abad Illiana, deja constancia que existían en el Obispado del Tucumán diez reducciones: ocho a cargo de los jesuitas y dos de los franciscanos.


[1] Al respecto, consultar; César Daniel Avalos, “La guerra por las almas. El proyecto de evangelización jesuítica en el Tucumán temprano. Siglo XVII”,  páginas 47 a 54

[2] Al respecto, consultar Julián Toscano, op.cit., Tomo I,  páginas 85

[3] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo II, página 279

[4] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo II, página 280

[5] María Cristina Bianchetti, op.cit., página 49

[6] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo II, página 459

[7] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo II, página 459

[8] Cayetano Bruno, op.cit., Tomo II, página 459

 

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