HISTORIA DE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN SALTA |
Primera mitad del siglo XIX. Creación de la Diócesis de Salta
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En 1776 la corona había creado el Virreinato del Río de la Plata, reemplazándose las anteriores Gobernaciones por Intendencias. A consecuencia de esto, en 1783, la Gobernación del Tucumán había sido dividida en las Intendencias de Salta del Tucumán al norte (actuales provincias de Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y Jujuy) y la de Córdoba del Tucumán al sur (actuales provincias de Córdoba y La Rioja). Finalizando el siglo XVIII, la Iglesia se preocupó por la educación pública de todo el Tucumán. El Obispo Alberto en 1782, dirigió una carta pastoral a los fieles de la diócesis, particularmente a los que estaban en condiciones de enseñar, estimulándolos a que lo hicieran en forma pública. Surgen en esta época en todo el territorio del Tucumán diversas escuelas. Se enseñaba obligadamente a leer, escribir y contar. Y toda esta obra fue casi exclusiva de la Iglesia, sin negar la participación muy limitada del gobierno civil, que ayudaba económicamente a todas las misiones.
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Otra de las preocupaciones de la Iglesia fue la prestación de un servicio hospitalario. A requerimiento del Cabildo y del gobernador intendente, el Obispo Moscoso solicitó a la Congregación Betlemita de Lima que enviara religiosos para la atención de un hospital en 1805. Los betlemitas residieron en el propio hospital y adquirieron lotes contiguos para ampliarlo, pero como no vinieron más religiosos en 1822 cesó la atención hospitalaria en Salta.
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En 1785, el gobernador intendente de Córdoba del Tucumán, marqués de Sobremonte propone la división del Obispado del Tucumán en dos, para que la división eclesiástica coincidiera con la civil. Por fin, el 28 de Marzo de 1806, el papa Pío VII divide la Diócesis del Tucumán en dos:
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El nuevo obispado de Salta contaba con más de 100.000 personas. En setiembre del mismo año, el rey de España designa titular de la nueva diócesis al entonces obispo del Paraguay, monseñor Nicolás Videla del Pino, que asume formalmente al frente de la diócesis el 23 de Marzo de 1807. El 4 de Junio 1810 se erige en Catedral del Obispado la por entonces Iglesia Matriz, anteriormente iglesia de los Jesuitas (en 1794, se había trasladado la vieja Iglesia Matriz que se encontraba en muy mal estado, a la iglesia de los Jesuitas, expulsados años antes, ubicada en la esquina de las actuales calles Mitre y Caseros). Otra preocupación de Monseñor Videla fue la instalación de un Seminario Diocesano, en una construcción contigua a la Catedral, que había pertenecido también a los Jesuitas. El seminario funcionó bastante irregularmente, hasta que fue clausurado en 1813.
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Al producirse el Movimiento de 1810, el Obispo se había adherido a la Junta de Mayo. Sin embargo, cuando Belgrano se hizo cargo del mando del Ejército del Norte, en Mayo de 1812 dispuso alejar a Monseñor Videla del Pino de su cargo bajo sospecha de que éste respondía a las autoridades españolas, trasladándolo a la ciudad de Buenos Aires donde moriría en 1819. Desde ese momento, la diócesis de Salta padeció de la intromisión del poder civil, siendo gobernada por provisores designados por el Obispo, previa autorización del gobierno civil durante la primera mitad del siglo.
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Durante este período, la diócesis de Salta atravesó una crisis, debido a la falta de Obispo, y a que luego de la muerte del General Güemes, la región entró de lleno en la guerra civil. El clero, casi en su totalidad se plegó con extraordinario entusiasmo a la idea de la emancipación americana, y muchos sacerdotes deben ser contados entre los esforzados creadores de la nacionalidad. Pero tan costosa y difícil obra absorbió todas las potencias y actividades de la Iglesia, que se descuidó su misión principal: se cerró el Seminario, se suspendieron las misiones religiosas de los pueblos, se despoblaron los conventos, se perdieron casi todos los bienes eclesiásticos, se debilitó la enseñanza catequística, se abandonaron muchas parroquias, se propagó el indiferentismo religioso aún en la masa popular y todo el orden eclesiástico cayó bajo el control de los gobiernos civiles. Desde el fallecimiento en 1919 de Monseñor Videla del Pino, la diócesis estuvo gobernada por vicarios capitulares por breves lapsos de tiempo y sin autoridad suficiente para iniciar una reacción enérgica de la vida religiosa en las extensas regiones de la diócesis.
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También durante este período, la geografía de la región sufre varios cambios: en 1814 se segrega de la Intendencia de Salta del Tucumán la Intendencia de Tucumán, que en 1820 se disuelve dando origen a las actuales provincias de Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca. En 1825, nace la República de Bolivia y en 1826, Tarija se segrega de Salta y de la Argentina, incorporándose a Bolivia. De este modo, la Intendencia de Salta del Tucumán quedaba constituida por las actuales provincias de Salta y Jujuy, hasta 1834, en que Jujuy adquiere su autonomía y se segrega de Salta.
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Ya en 1836, el gobernador de Tucumán propone la creación de un nuevo Obispado que comprendiese las provincias de Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, lo cual no pudo concretarse debido a que se temió que esta división pudiera favorecer las intenciones del partido unitario que pretendía separar a Salta y Jujuy de la Argentina para anexarlas a Bolivia, como ya había ocurrido con Tarija.
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Las autoridades eclesiásticas con asiento en las provincias de Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy y Catamarca rehusaban someterse al Vicario Capitular con sede en Salta, y las del departamento boliviano de Tarija (que seguía formando parte de la diócesis) prácticamente dependían de la arquidiócesis de Charcas. En 1859, el papa decidió escindir de la diócesis de Salta a la provincia de Tarija, incorporándola formalmente a la arquidiócesis de Charcas, lo que motivó una fuerte oposición por parte del gobierno argentino, puesto que esto parecía aprobar el desmembramiento político de un territorio argentino sustraído a la soberanía nacional por un acto de sublevación, cuya legitimidad estaba distante de consentir.
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Por 1850 los tucumanos trabajaban para que la sede episcopal fuera trasladada a la ciudad de Tucumán, en mérito al gran templo que allí se estaba levantando con la protección económica que prestaban el pueblo y el gobierno. Esto motivó a los salteños a emprender con decisión la construcción de la futura Catedral, lo que ocurrió en 1855, sobre el terreno en que hoy se levanta, y cuya construcción estuvo concluida en 1878, siendo solemnemente consagrada como tal, el 13 de Octubre de ese año.
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Los únicos religiosos presentes en Salta en este período son los franciscanos y los mercedarios. Los primeros serían los reemplazantes de los Padres Jesuitas en la educación y en las misiones. La presencia de los Padres Mercedarios, también tiene importancia fundamental en estos primeros años del siglo XIX. Su Iglesia, su Convento, su Escuela, fueron focos positivos de evangelización .
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En 1836, retorna Buenos Aires la Compañía de Jesús, que había sido restituida en 1814 por el papa Pío VII. Desde aquí reiniciaron su labor misionera que había sido truncada durante 70 años. En 1839, el gobernador de Salta, don Manuel Solá, inicia las gestiones solicitando que se envíen misioneros jesuitas a esta diócesis, las cuales proseguirían durante varios años, obteniendo una negativa definitiva en 1845.
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En el año 1863, monseñor Buenaventura Rizo Patrón, segundo obispo de Salta, erige el Seminario conciliar de San Buenaventura, si bien debe ser cerrado en 1864 debido a falta de fondos para su gestión, restituyéndose en forma definitiva en 1873, cuando el gobierno nacional envía una ayuda económica, a la que se había comprometido por ley de 1853.
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Los pocos datos que nos llegan de la historia de la diócesis de la época son desalentadores. En un informes redactados por el cardenal Antonelli al internuncio Cayetano Bedini en marzo de 1853, leemos: “La diócesis de Salta se halla en un estado bastante deplorable; tiene muy pocos sacerdotes, pero todos ellos ignorantes; muchas parroquias están sin pastor; falta quién instruya a los fieles y administre los sacramentos por lo que mueren muchísimos sin recibirlos y sin ningún consuelo religioso”.[1] Quedaba así la escuela como el principal centro de la enseñanza de la catequesis a los niños y adolescentes, junto con el catecismo dominical en las parroquias, y la instrucción que los padres dieran a sus hijos en el seno familiar. Con respecto a los adultos, desde hacía mucho tiempo ya no existía ninguna instancia de formación religiosa, más que la homilía dominical. Peor aún después de los acontecimientos de la década de ’80 que desembocaron en la ley de enseñanza laica y la supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas, que habían sido el punto fuerte de la enseñanza religiosa del siglo XIX.
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La primera mitad del siglo XIX fue muy dura para la Iglesia en toda latinoamérica, debido a la falta de entendimiento con las autoridades nacionales, a causa de una equivocada interpretación del patronato. Pero especialmente para las obras misionales, que se vieron de pronto sin el auxilio de España, y mientras muchas casas religiosas y misiones languidecían, otras cerraban sus puertas dejando el campo de misión. El nuevo enfoque misional, organizado por la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, devolvió la vida a las abandonadas regiones de las indias con sus colegios apostólicos que siguieron aportando hasta las tres primeras décadas del siglo XX.
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